EL MAESTRO (Versión teatral)
Monólogo de RAFAEL BARRETT
EL MAESTRO
(Monólogo)
Versión teatral del cuento
del mismo nombre de Rafael Barrett
Un anciano flaco, vacilante, tiritante,
vestido con uno guardapolvo de maestro y pantalones oscuros,
raídos y arrugados, está acostado en un catre miserable.
Una luz, naranja ilumina la escena en penumbras.
Tocan cinco campanadas.
El anciano se levanta penosamente, se sienta.
SEÑOR CUADRADO
Todos los días levantarme a las cinco de la mañana, incorporar de este sucio lecho mis sesenta años de miseria. Empieza el día... empiezo a sufrir...
Tengo que levantar a los niños de primer grado, vigilar su desayuno, meterlos en clase, darles tres horas de matemáticas y de gramática, llevarlos a almorzar, presenciar su almuerzo, cuidarlos en el recreo, volver a tres horas de matemáticas y gramática. (Suspira.)
Mantenerlos en orden en la sala de estudio, servirles la cena, llevarlos al dormitorio, controlarlos hasta las diez de la noche, dormirme entre ellos para volver a comenzar al día siguiente... todo por treinta pesos al mes.
Los niños del primer grado son un enjambre de mosquitos y yo estoy en el centro, continuamente sometido a humillaciones obstinadas. Cada instante marcado por sus pinchazos, por sus puñaladas.
Soy el blanco obligado de las risas bulliciosas de los pequeños, pero también lo soy de las risas malvadas de los grandes, de los que ya saben herir certeramente.
Soy el profesor interno, soy el lugar sin nombre donde quien quiera puede descargar su malhumor, su impaciencia, y hasta su deseo de hacer daño, de martirizar y asesinar. Vivo entre el dolor del último salivazo y el terror al salivazo próximo.
Me siento vil... en mi corazón no hay más que odio y miedo. (Depresivo.)
Dejé de mirarme en el espejo para no ver mi traje sin color ni forma, este cuerpo flaco y vacilante, y esta cara siempre roja con sus gruesas e innumerables arrugas, parecida a una llaga con ojillos de culebra en el medio.
Tose, su cuerpo se sacude, tiembla. endeble.
Pasea. por la escena penosamente, como perdido.
Ríe por lo bajo, con amargura.
SEÑOR CUADRADO
¿Mi mujer?
Mi mujer se escapó con otro hombre, me dejó los cinco hijos, todos de corta edad. Casi no los veo, en realidad no los veo, porque no tengo tiempo. Apenas dispongo de unas pocas horas a la semana y ellos están repartidos, con parientes, por distintos y distantes rincones de la ciudad.
Cuando estoy en la calle me pregunto: ¿a dónde ir? ¿A visitar a los chiquitos? ¿A cuál de ellos? ¿Iremos a pasear a pie? Los zapatos me cortan los pies hinchados. ¿Tomaremos un ómnibus?
Las distancias sin fin de esta implacable ciudad me agobian.
Con los pocos centavos que dispongo termino por preferir un té con leche bien caliente... Hace frío...
Entro en el café de la esquina, me acurruco en un angulo delante de la taza humeante, y gozo con la delicia del ambiente tibio, por sobre todo, gozo de la soledad. Los hombres cruzan sin ocuparse de mí.
No pienso en nada... no sufro. Son dos horas de ensueño.
Vuelve a la realidad, ordena las sábanas,
acomoda las almohadas, mira a su alrededor.
SEÑOR CUADRADO
Anoche, después de roer mi cena miserable, ¡contra mi costumbre!, me dormí profundamente. Dieron las diez... las once...
Los quince chiquillos también se acostaron, guardando una compostura de mal agüero.
Las horas sonaban en los relojes lejanos y detrás de ellas caía el silencio más espeso.
Rumores, cuchicheos, carcajadas mudas... alguien camina... Las pequeñas cabezas se agitan, los cuellos se alargan... Desde la penumbra todas las miradas se tienden hacia la puerta, hacia mi cuerpo...
Yo dormía pesadamente.
A la entrada surge cautelosamente una aparición celestial, el más lindo de los alumnos de primer grado, los rubios bucles revueltos sobre su frente de ángel, muy abiertos los dulces ojos azules, sonriente la boca fresca y pura como una flor... espía a su maestro, me espía.
Yo dormía pesadamente...
Convencido de la impunidad alza la mano, de donde cuelga por el rabo el cadáver sangriento de una rata, y deposita delicadamente el inmundo animal sobre mi almohada, a dos dedos de mi cara.
Al amanecer el dormitorio estaba alborotado, sonaron las cinco, las cinco y cuarto... yo seguía dormido. Los demonios hacían toda clase de barullo, derribaban las sillas, se lanzaban los libros de un lecho a otro. Los demonios me tiraban bolitas de papel, pero era inútil, yo dormía profundamente.
Todos los niños de primer grado salieron del dormitorio atropellándose con gran escándalo, gritando...
El maestro está muerto... el maestro está muerto.
FIN
Fuente: CENIZAS DESOLLADAS Y OTRAS PIEZAS. Autora: GLORIA MUÑOZ YEGROS, En la tapa: PAUL CABRERA y LOURDES GARCÍA. En CENIZAS DESOLLADAS, Foto de MIGUEL HOUDIN, Editorial Arandurã, Asunción-Paraguay. Agosto 2005, 172 pp.
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