EL CLAVO
Cuento de ITA YOFFE
Estaba allí, como siempre, inmóvil, impávido. Sin embargo se sentía diferente. ¡Y como para no estarlo! Luego de tanto tiempo, de repente, fue sorpresivamente liberado de aquel peso. Sólo ahora de daba cuenta de cuan tremendo había sido.
Había estado tantos años soportando aquella carga que ya lo había olvidado que la tenía. Bueno, olvidar no, no se puede ignorar algo de tamaño porte, pero a fuerza de tener que aguantarla se fue acostumbrando, como que ya se le había vuelto normal convivir con ella.
Ese día alguien había llegado, y de un solo golpe le había quitado aquel cuadro de encima.
Viéndose así, libre, comenzó a percibir que el tiempo no había pasado en vano, estaba doblado y oxidado. No podía entender como sucedió el cambio.
Recordaba cuando había salido en la caja de la fábrica entre otros iguales a él, derecho, brillante, con la punta bien afilada. Había pasado por todos los test técnicos, no se doblaría al primer golpe.
El día que lo sacaron de la caja cumplió con su misión: entró en la pared derechito con tan sólo tres martillazos y sin romperla. Era de acero puro.
Luego le colgaron aquel cuadro. Nunca vio de quien era, claro, él sólo veía el papel que estaba detrás.
La arañita que le hacía compañía y había tejido una bonita tela entre el cuadro y la pared, sí lo había visto. Le contó que era de un hombre con uniforme, pero no sabía más. También, ¡qué podía entender ella, una pobre arañita! Tampoco los mosquitos, las moscas y otros bichitos que caían en la tela supieron decirle de quien se trataba. Eso sí todos coincidían en que el uniforme era muy bonito y el gorro también. Ahora de la cara en sí poco podían decirle, pero había unanimidad en que a ninguno de ellos le agradaba.
Una mosca impertinente, en una ocasión, le sugirió que se cayese y tirara aquel retrato.
Pero él no lo hizo, no era su función y resistió firme el peso durante todo ese tiempo.
Ahora se veía tal como era; caduco, enmohecido y doblegado. Quizá hubiese sido bueno haber seguido el consejo de la mosca.
Pensaba que sería de él ahora. Una posibilidad era que le colgaran otro retrato. Pero en su estado actual estaba seguro que no podría resistir tanto tiempo otra vez. Se rompería o se doblaría hasta tirar el cuadro, o se caería junto con él de la pared.
Otra posibilidad era un calendario con la foto de un bebé, o una linda chica semidesnuda o un paisaje. Si eso sí le gustaría: un calendario, pues no tendrían más remedio que cambiarlo una vez al año.
O tal vez lo quitaran de allí, lo dejarían descansar en un basurero del cual sería rescatado por un niño que lo acunaría en su bolsillo-
Las posibilidades eran infinitas, pero ahora disfrutaba de esa libertad recién adquirida. Estaba liviano y feliz.
Febrero 1989
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SEP DIGITAL - NÚMERO 7 - AÑO 2 - MARZO 2015
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM
Asunción - Paraguay
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