IDIOTEZ MORAL Y CAPITALISMO GANSTERIL

Por BLAS BRÍTEZ

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En la segunda entrega, la venganza sucede rápidamente en una procesión fúnebre entre las montañas de Sicilia. El potentado vengador teme que Vito, a la sazón huérfano de padre y único sobreviviente con 9 años de la matanza de su familia en los primeros minutos de la película de 1974, se vengue en el futuro.

El año se cerraba en los Estados Unidos con una general sensación de estafa y paranoia, de muerte muy cercana en el lejano Vietnam, cuatro meses después de la renuncia del republicano Richard Nixon a la presidencia y a raíz del escándalo Watergate que había empezado en 1972, el año de El Padrino primero. El acontecimiento cinematográfico del año tuvo lugar a mediados de diciembre, cuando se estrenó El Padrino II. Repetía el elenco y sumaba a un sugestivo Robert De Niro como la versión juvenil del metódico y honorable criminal neoyorquino de origen italiano Don Vito Corleone, el inolvidablemente nasal Marlon Brando de la primera.

Dividida en dos líneas narrativas, estamos en una de ellas a principios del siglo XX, con Vito en estado de formación personal y cultural, en una comunidad siciliana primeramente, y de inmigrantes italianos en Nueva York, después; en la otra, estamos en plena Guerra Fría y con Estados Unidos en expansión imperial, en 1958, el hijo del ya fallecido Don Vito, el personaje de Al Pacino, Michael, atacado de una melancólica pero implacable angustia familiera y moralista de heredero del poder, shakesperiano también en expansión.

La imagen de Al Pacino como Michael Corleone en una pared de la sala de la casa del matrimonio colorado formado por el intendente de Asunción, Óscar Nenecho Rodríguez, y por la senadora electa Lizzarella Valiente, anfitriones de otros cartistas connotados, me recordó dos de las más memorables reseñas escritas en torno a El Padrino II. La primera (que conocí) es la del escritor y crítico de cine colombiano Andrés Caicedo. La segunda es la de la crítica estadounidense de la revista The New Yorker, Pauline Kael.

Kael resumió, en la víspera de la Nochebuena de 1974: “Es una visión épica de la corrupción en Estados Unidos”. A propósito del público norteamericano, se inclinó hacia una sensibilidad crítica que ya no encontraría unos cuantos años después: “Ahora que se contó la historia completa (en aquel momento no había idea siquiera de una tercera entrega), tendrías que tener una insensibilidad que bordea la idiotez moral para pensar que los Corleone viven una vida maravillosa, de la que te gustaría ser parte”.

Esta tensión en los espectadores entre la épica atractiva de los mafiosos y su criminal angustia paranoica es la que Caicedo resolvió mucho menos positivamente en su crítica de 1975, publicada en el diario El Pueblo. Se preguntó sobre quienes vieron el filme en Cali, con amargo realismo de Tercer Mundo: “¿Cuántas personas entre el público, entre aquel público que vive pendiente de un golpecito de suerte, no darían todo a cambio para estar en su lugar?”. Dijo, además, que “para sostener la TRADICIÓN de poder, que iniciara don Vito, (Michael) se ve obligado a asesinar a su FAMILIA a fin de mantener la intensa red de PROPIEDADES”: la tríada ideológica que sostiene la saga, según Caicedo.

Es el tipo de tríada que sostienen también los peliculescos admiradores de Michael Corleone, Nenecho y Lizzarella, los de Horacio Cartes. “En el filme de gángster tradicional, el héroe estaba en contra del capitalismo. Aquí, el gángster es el capitalismo”, resume Caicedo la posición de Michael como reputado empresario. En la vida real del Paraguay, el gánster “empresarial” siempre fue y será parte del capitalismo. Uno muy vengativo políticamente: allí están el expulsado Gerardo Soria y el amenazado Mario Abdo.