ASUNCIÓN: CINE SPLENDID, COLECTIVOS E INDÍGENAS

 Por BLAS BRÍTEZ

bbritez@uhora.com.py

Es domingo, apenas entrada la noche, y los colectivos no abundan en las calles. Asunción es en los días (y las horas) dedicados al ocio –imberbe derecho humano que en diciembre cumplirá setenta años...– una ciudad despejada de buses. Más linda y menos ruidosa entonces, pero tortuosa como siempre en sus servicios públicos.

El capital ha decretado que los trabajadores utilicen el transporte “público-privado”, más que nada, para trabajar; y que se las arreglen para disfrutar del tiempo libre, sobre todo cuando cae la noche. Allí es cuando las paradas se llenan de pasajeros sonámbulos (incluidos cientos de niños y niñas, en calles y avenidas de toda la capital y de sus alrededores) que otean el horizonte en busca del retrasado número correcto, rutilante en la parte alta de los ómnibus. “Hace una hora que espero uno que vaya por España”, le cuenta una mujer a otra, frente al Shopping del Sol. No somos pocos y es evidente que todos vamos retrasados a algún lugar. En mi caso, habrá que recurrir al gravoso taxi.

Ya en la esquina de José Berges y Estados Unidos, pasa una patrullera policial con la sirena encendida y dos perros callejeros desatan un aullido que tiene algo ominoso. Algo ominoso –pero también inquietantemente jocoso– tiene la obra que voy a ver en el teatro Agustín Barrios, del Centro Cultural Paraguayo Americano: Cine Splendid.

Escrita por la dramaturga brasileña Sara Pinheiro, dirigida por su compatriota Ricardo Alves Jr. y por el paraguayo Pablo Lamar, la obra está protagonizada por los actores y actrices Diego Mongelós, Diro Romero, Guadalupe Lobo y Natalia Santos.

El abogado Juan Marcos González García publicó El crimen del cine Splendid (Intercontinental, 2010), un libro a medio camino entre lo narrativo y lo ensayístico (de hecho, fue premiado como ensayo; pero es menos esto que una satisfactoria narración, a veces en una memoriosa primera persona cuya fuente es oral). La anécdota sirve de base a Pinheiro y a los directores para escenificar, mediante cuadros no exentos de visualidad pictórica y cinematográfica , el ambiente de aldeana opresión cínica que vivió el Paraguay en los primeros años de la dictadura de Alfredo Stroessner.

La noche del sábado 23 de setiembre de 1961, un vendedor de dulces es asesinado dentro de un cine por un agente policial, en un extraño y absurdo hecho: el vendedor era un agente encubierto, un pyrague.

Lo que amaga anunciarse como el desarrollo narrativo de aquel crimen es en realidad una excusa para contar historias relacionadas con personajes que –en la ficción de las tablas– estuvieron en el Splendid la noche en que pasaban la película Bomba en la selva del terror. Así tiene lugar un drama fragmentario que reconstruye (y a veces mueve a risa por lo grotesco) una atmósfera que se resume en la disgregación social, el miedo, las dobleces, el fantasma de la tortura y, finalmente, la preferencia por taparse los ojos (y los oídos) ante una realidad insoportable.

A la salida del teatro, con una amiga nos sentamos a discutir la obra en una plaza céntrica, desenrejada. En lo que duró nuestro hospedaje en el banco, no menos de diez indígenas nos pidieron dinero. Es la Asunción de hoy. El “encubrimiento” colonial (Melià dixit) operado sobre la trayectoria vital indígena es otra de las realidades insoportables de Asunción. Y lleva siglos explotándonos en la cara.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Viernes, 06 de Julio de 2018

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