INOLVIDABLE Y CALUROSO NOVIEMBRE

 Por BLAS BRÍTEZ

@Dedalus729

Una vez vi a Óscar González Daher en uno de sus peores momentos. Fue en 1996. El año en que compitió por la intendencia de Luque, su ciudad. Y perdió. Contra un médico, el único liberal que triunfó allí. No una, sino dos veces. En Luque, derrotar a los colorados es imponerse a la maquinaria de González Daher. Aquella vez, fue él mismo el perdedor.

Las elecciones municipales fueron el 17 de noviembre de 1996. Varios meses antes, un compañero de colegio y yo conocimos a un señor argentino que estaba a punto de editar un periódico local con el nombre de Página Luqueña. En los primeros números, hicimos de canillitas; en otros, de vendedores de avisos; en los últimos, hicimos un par de entrevistas y alguna que otra crónica de sucesos.

Nuestro último trabajo (remunerado de manera más que miserable) fueron esas elecciones. Nos movimos en un circuito que iba de algunos centros de votación en escuelas y colegios, pasando por los puestos de comando de colorados y liberales, hasta la casona antigua en la que funcionaba la oenegé Ideco, en donde, si mal no recuerdo, hizo oficina Sakã, organización privada que fiscalizaba las votaciones en una época (como esta, como siempre), en donde el fraude era una amenaza real.

Cuando se supo de la victoria liberal, ya entrada la noche del domingo, las calles se llenaron de banderas azules. Entonces, en sentido contrario a la multitud que se acercaba a las plazas Mariscal Estigarribia y General Aquino, fuimos corriendo, grabadora en mano, hacia la seccional que ahora lleva el nombre de quien en aquella jornada era el derrotado: Óscar González Daher.

Llegamos. Nunca antes había sido testigo de tanto silencio entre tantos colorados juntos. Solo doce años después –en otra seccional, la de Ita Pytã Punta, en Sajonia–, vería algo parecido: las caras demacradas por la larga jornada, ni un atisbo de sonrisa, puro coloradismo derrotado.

Parado en medio de la pista sobre la que edificaron un tinglado, Óscar González Daher estaba rodeado de unas pocas personas. Tenía la camisa roja manchada de sudores. Se secaba la frente de la misma manera compulsiva que mostró una secuencia de fotos de este diario, la semana pasada, cuando eludió que el Senado lo sancionara.

Nos acercamos. Creo que fue mi amigo quien le preguntó, a un metro de él:

–Don Óscar, podemos hacerle una notita.

Tengo grabada su mirada –entre la sorpresa y el desprecio– a esos dos pendejos que se atrevían a pedirle declaraciones, a ÉL, en el día de una de las más grandes frustraciones de su vida. Porque aquel día no tenía el rostro de alivio que tuvo cuando lo blindaron en el Congreso: era el retrato vivo de un colorado adinerado no habituado a perder.

–¡No voy a hablar con nadie! –bufó.

Por más que se secaba, el sudor le goteaba de la frente. Nos fuimos, calladitos. Fue inolvidable y caluroso ese noviembre. Éramos felices.

Fuente: ULTIMA HORA (Online)

Sección OPINIÓN

Lunes, 20 de noviembre 2017 - 02:00

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