EL EFECTO HAWTHORNE

Por BLAS BRÍTEZ

@Dedalus729

Hace 180 años, el alegórico y puritano Nathaniel Hawthorne se convirtió en escritor. Había publicado antes una novela, acaso innecesaria. En 1837, a los 34 años, publicó Cuentos contados dos veces. Su variedad argumental asombrosa. Los temas son casi siempre los mismos: la culpa, el miedo, la soledad, la inquietante diferencia entre los seres humanos, la marca infamante. Quien haya fisgado en sus cuadernos de anotaciones y diarios (notebooks que solo han sido traducidos al castellano hace una década) sabe de la ingente usina imaginativa que alimentaba las ficciones del escritor nacido en Salem, la antigua ciudad colonial en la que un antepasado suyo mandó a la horca a diecinueve mujeres acusadas de brujería; una caza sobre la que Arthur Miller escribió su célebre pieza teatral 260 años después, el mismo 1952 en que Jorge Luis Borges publicó, en Otras inquisiciones, la conferencia que pronunció en Buenos Aires sobre el escritor atacado de remordimientos por los actos del juez inquisidor cuya sangre llevaba.

Nacido en 1804 en el mismo Massachusetts en el que emergió el delicado Emerson un año antes, Hawthorne figura solo marginalmente en Anatomía de la influencia (Taurus, 2011) —del conservador crítico literario Harold Bloom—, subtitulado La literatura como modo de vida. En ese texto, Emerson y Whitman encarnan la "ansiedad de la influencia" en el siglo XIX de la literatura estadounidense. Poco o nada dice de Hawthorne, el moralista. ("El sospechoso de siempre" de misoginia, Bloom, también excluye a Hawthorne de su discutido "canon occidental", e integra con justicia, si es que existe tal canon, a Emily Dickinson, la gran poeta también nacida en Massachusetts).

Hawthorne: el primero de una tradición de narradores norteamericanos autorrecluidos. Ignoro si en las familias de J. D. Salinger (1919-2010) o Thomas Pynchon (1937) hubo predecesores en esa práctica ermitaña; en la del autor de La letra escarlata, sí. Tenía cuatro años cuando su padre pereció de fiebre amarilla en las Indias Occidentales. Desde ese momento, su madre se negó a salir de su habitación. En el año de Twice-Told Tales, su hijo le escribió a Longfellow: "Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir".

Como dice Borges, a pesar de vivir en otras ciudades, Hawthorne no salió de Salem. No salió de su casa, en donde escribió cuentos en los que perduran el efecto fantástico y las atmósferas que, ya se ha dicho, recuerdan a los escritores del futuro, Herman Melville y Franz Kafka; pero también a Samuel Beckett y a John Updike. Este último también de Massachusetts: su Harry Angstrom, el Conejo de sus novelas, es el Wakefield de Hawthorne, más cínico, más moderno, con menos remordimientos.

En esa reclusión también escribió siete volúmenes de cuadernos en los que anotó todo. Hay edición de 2016, de la argentina La Compañía.

Fuente: ULTIMA HORA (Online)

Sección OPINIÓN

Lunes, 06 de Noviembre de 2017

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