DE PREMIOS Y ALIENACIONES

Por BLAS BRÍTEZ

@Dedalus729

Nunca vi la película de James Ivory. Aunque actúen en ella Anthony Hopkins y Emma Thompson. Simplemente no la he buscado y no la encontré en ninguna de mis idas a los extintos clubes de devedé, ni me la crucé en los zappings de autómata de la televisión por cable, ni tropecé con ella en el jardín perfumado de Netflix. Me dijeron que no desmerece a la novela.

Los restos del día fue publicada en Londres en 1989. Ganó el Booker Prize, por sobre novelas apesadumbradas de Margaret Atwood y John Banville, quienes tomarían "revancha" contra él en los años 2000 y 2005, respectivamente. Junto a la canadiense y el irlandés, los británicos Julian Barnes, Martin Amis (incluso el padre, Kingsley, quien ganó el Booker el primer año en que Ishiguro quedó detrás con Un artista del mundo flotante), Ian MaEwan, Nick Hornby, Salman Rushdie y Arundhati Roy (en la veta india) y Hanif Kureishi (en la paquistaní), son algunos de los autores que resumen la variedad de la literatura británica de la segunda mitad del siglo XX. Un poco apretadamente, es cierto, porque entre ellos están también sudafricanos como J. M. Coetzee o Nadine Gordimer, trinitarios como V. S. Naipaul o nigerianos como Chinua Achebe.

Los citados —excepto Hornby y Kureishi, quienes no fueron nominados nunca— ganaron alguna vez el premio que catapulta a la fama a cualquier escritor o escritora británicos. Este grupo amplio de nacidos entre las décadas de 1920 y la de 1950 tienen en su haber cinco premios Nobel oriundos de tres países en donde se escribe en inglés. (Podrían haber sido seis: Iris Murdoch lo merecía). El último ganador es Kazuo Ishiguro, nacido en Japón y criado en Londres, Inglaterra, desde los cinco años. Británico hasta la médula.

De entre las tres novelas que leí de Ishiguro, Los restos del día no me parece la mejor (tiene esa cosa muy inglesa y del siglo XIX que la hace decaer en su vitalidad catedralicia), pero es la que más recuerdo porque escribí sobre ella hace casi diez años en el Correo Semanal. Aquella vez me fijé en cómo el narrador, el mayordomo Mr. Stevens, había incorporado en su forma de vida la "moral burguesa", luego de años de trabajo en una mansión de la vieja nobleza británica, devenida en mansión temporal de la nueva burguesía estadounidense.

Mr. Stevens explica qué es "mantener la dignidad propia de la profesión". Cuenta tres historias, pero una de ellas es la definitiva: su padre había tenido un hermano que murió en la guerra de Sudáfrica, a principios del siglo XX, a causa de un general al que un consejo de guerra absolvió de culpa. La familia de Stevens creció con el odio a ese general. Con el tiempo, el padre de Mr. Stevens tuvo que hacer de ayuda de cámara de ese general. A pesar del odio que lo carcomía —¿era un rencor de clase?—, lo sirvió sonriente durante tres días para "mantener la dignidad propia de la profesión".

Hay quien lo define como alienación.

Fuente: ULTIMA HORA (Online)

Sección OPINIÓN

Lunes, 09 de Octubre de 2017

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