No hay pueblo, ciudad, barrio, puerto, estancia, compañía, estación o paraje de nuestro país que no tenga al menos un poeta y un músico -el arte de la palabra y de la composición, a veces, ancla en una misma persona-, que les cante desde el latido más íntimo de su corazón. Sintetizan los sentimientos de sus valleygua que adoptan como suyas sus obras porque los artistas poseen el don de expresar a la colectividad. Son las necesarias e imprescindibles voces de otras voces.
Rastrear las huellas -nítidas o borrosas, no pocas veces un misterio a descubrir- de las canciones dedicadas a los pueblos abre las posibilidades de encontrarse con historias que, desde la distancia, parecen coincidir. Son temas recurrentes, como dijera Alcibíades González Delvalle en el prólogo del IV Tomo. Dan la impresión de que parten de las mismas matrices, con referencias cambiadas. No es, sin embargo, así: mirando y escuchando detenidamente, los que no están envueltos afectivamente con las creaciones pueden concluir que son únicas e irrepetibles. Y los expresados directa-mente tienen la certeza de que en el mundo no hay polca o guarania más excelsa que la dedicada a la geografía de sus amores. Por ser tan inmensa su intensidad hubo hasta quienes llegaron a adeudar alguna muerte porque alguien osó poner en tela de juicio la belleza de la canción dedicada a su tierra natal.
La nostalgia nacida de la ausencia, sin duda, es el fuego que enciende lo que se va a convertir en una hoguera de recuerdos donde la memoria dicta el contenido. Los sitios añorados del entorno, la madre, la mujer amada, la cándida niñez y otros elementos conforman el itinerario de los versos. Son los que le dan una identidad inconfundible porque es imposible que haya coincidencia en lo que va modelando el verbo calcinado por el techaga'u.
Se dirá que los oriundos de un lugar son los que celebran con mayor sapiencia al terruño que los miró correteando, felices, por sus aires. No siempre es así. Las palabras prestadas de los arribeños para cantar emociones ajenas, a menudo, guardan también la eficacia de conmover tanto como si el destinatario de su inspiración formase parte de ellos mismos. Baste traer a colación aquí el impresionante origen de Quyquyhó. El poeta Antonio Ortiz Mayans no conocía aquella población del Departamento de Paraguarí. Guiado, sin embargo, por el retrato que le pintó Sixto Cano, insufló vida a una de las más bellas páginas del cancionero popular paraguayo. Situaciones parecidas se encontrarán en este libro con más frecuencia de lo que uno se imagina.
Este V tomo de LAS VOCES DE LA MEMORIA reúne un corpus mínimo del universo total de las canciones dedicadas a las comunidades. No pretende, desde luego, agotar la rica mina de la producción poético-musical cuya destinataria es la querencia de sus autores. Su intención es abrir un camino que con el tiempo este mismo indagador impenitente abriga la intención de seguir recorriendo. Otros aportarán lo suyo, continuarán la exploración y, acaso, completarán la ardua aunque apasionante tarea de rescatar la memoria oral en la perdurabilidad de la palabra escrita.
Estando fuera del país, nada es tan poderosa como la nostalgia. No hay corazón de hierro que enfrente con éxito al techaga'u que carcome el alma, que devora los gestos y hasta convierte en lágrimas los frutos nacidos de la memoria.
El universo de las creaciones de la música paraguaya está habitado por muchas obras que fueron dictadas por el fuego de la ausencia. Algunas veces, la destinataria es una mujer que aguarda el regreso. O que alguien imagina que aguarda el regreso. En otras ocasiones es la tierra, el valle del poeta o del músico el que convoca a ese sentimiento ineludible y permanente.
MARTÍN LEGUIZAMÓN es un músico nacido en Capiatá el 29 de julio de 1930. Su padre, BUENAVENTURA LEGUIZAMÓN, era trombonista en la banda que dirigía en Capiatá el progenitor del músico y compositor CARLOS LARA BAREIRO. De modo que Martín tenía en su propia casa el modelo que iba a seguir.
Su derrotero de artista es rico y frondoso. Su maestro, entre otros, fue ROGELIO CUBILLA. Ya hecho y derecho, fue cantante de la Jazz Novel de ALFREDO RIQUELME, con JONHY TORALES, REYNALDO MEZA y RICARDO ZAYAS. Recaló después en la Montecarlo Jazz, además de haber pasado por otras agrupaciones.
Gracias a JULIÁN REJALA, Martín Leguizamón se mudó al mundo de la música de inspiración folklórica. Le había escuchado cantar “Panambi Vera” con la Típica Pampa en el Bar Ideal, del Teatro Municipal, regenteado por VICTORINO VILLALBA. En su conjunto, cantó con WILMA FERREIRA integrado, además, por Eulogio Ayala y el arpista ALBINO QUIÑÓNEZ. En 1954 y 1955 realizaron giras que abarcaron diversos puntos de Argentina y Brasil.
La historia de Martín adquirió nuevos horizontes cuando en la película “El Trueno entre las hojas”, basada en el cuento del mismo nombre de AUGUSTO ROA BASTOS, interpretó dos canciones: “Extraña mujer”, de CIRILO R. ZAYAS y CHINITA DE NICOLA y “Mi dicha lejana”, de EMIGDIO AYALA BÁEZ.
Ya como solista, de 1957 a 1976, vivió en Buenos Aires. De allí saltó a Europa donde permaneció hasta 1980, integrando el “Conjunto Los Coyas” que, desde París, actuaba por todo el viejo continente y el Medio Oriente. Luego retornó al Paraguay para radicarse definitivamente.
En 1965, con su compañero OSCAR MENDOZA -cantante y compositor-, creó la guarania Mi ciudad lejana. "Estábamos en Buenos Aires. Habíamos compartido lo bueno y lo malo durante mucho tiempo. Un día de nostalgia pensamos que podíamos hacer juntos una canción para la añorada Asunción. Mezclamos nuestras vivencias porque Oscar había nacido en el Barrio Obrero. Vivió en 11 Proyectadas y Parapití, mientras que yo me crié en 11 Proyectadas y Alberdi. Estuve allí desde los cinco años. Simultáneamente, mientras a mí me iba surgiendo la melodía, él iba haciendo ya la letra. Así nació “MI CIUDAD LEJANA” dedicada a nuestra inolvidable Asunción", recuerda Martín Leguizamón.
MI CIUDAD LEJANA
La noche silente con manto de bruma
ahoga mis sueños de volverte a ver
y en mis ansias locas, mi ciudad lejana,
evoco tus calles que alientan mi ser.
Evoco la infancia de primeros pasos
por las callejuelas de Loma Clavel,
mi Barrio Obrero no podré olvidarte
y mil serenatas a ti cantaré.
Volveré un día, mi ciudad lejana,
y al pie de tu reja brindarte mi voz,
esa voz doliente que tanto reclama
tus noches de luna, noches de Asunción.
Tu puerto Sajonia, barrio San Antonio,
los bellos jardines que vi florecer.
También la orilla, saludando al río,
está Chacarita, mi dicha de ayer.
Romance de estrellas, Pinosâ florido,
esparce en la noche su son musical
y el alba despierta con las burreritas
de sufrida estirpe, madre sin igual.