¿AMANECERÁN CON VIDA MAÑANA?

 POR MARIO RUBÉN ÁLVAREZ

alva@uhora.com.py

Tras la ida del papa Francisco, como saliendo de un sueño intenso aunque demasiado breve, vuelve a quedar el Paraguay de siempre, el real, ese que se amasa con más retrocesos que avances y   más decepciones que sólidos motivos para el optimismo.

Nos queda un país que a 26 años del fin de la dictadura sigue contando con un rompecabezas que aún no se puede armar a imagen y semejanza de una colectividad que se dirige seriamente hacia el puerto del fin de las inequidades sociales, de las injusticias como sabor amargo cotidiano y de las mezquindades de los que solo miran cuánto poder y dinero acopiaron.

Por eso continuamos con tantos pobres sintierras y aun con un pedazo de tierra, pero sin cultivos, en el área rural; en las periferias de Asunción, Ciudad del Este, Encarnación y otras ciudades, el pan del mediodía es cada vez más reducido y muchos indígenas —dueños originarios de los territorios de los que han sido despojados— sobreviven en la miseria y la desesperanza.

El Papa habló de desheredados, desposeídos, excluidos, marginados y despreciados. Son algunos rasgos de la pobreza. Y esa pobreza no es una entelequia, una construcción teórica, sino que lleva rostros concretos, con identidades definidas, con personas que carecen de los mínimos medios materiales —no solo plata— para cubrir sus urgencias diarias y asomarse al menos a la posibilidad de vivir con dignidad.

Francisco hizo una pregunta-interpelación en el León Coundou, que al mismo tiempo conllevaba ya una respuesta: "Cuando da esa limosna, ¿mira a los ojos o mira para abajo? Eso es despreciar al pobre". No mirar a quien se dirige un gesto es desprecio sí, pero humilla más al que lo protagoniza antes que a quien está frente a esa actitud inhumana.

En nuestro país, los programas del Gobierno para luchar contra la pobreza —Tekoporã y afines— y los gestos de algunas instituciones de beneficencia o de particulares que extienden las manos a los necesitados, delatan que, en realidad, no les interesa la dignidad integral de los destinatarios de su gesto.

De haber habido un verdadero interés de los sucesivos gobiernos y los miembros de la sociedad civil por los pobres, el Papa no hubiera tenido necesidad de visitar a los del Bañado Norte y, en ellos, a todos los que no saben qué pasará mañana sábado con sus vidas.

Fuente:  ULTIMAHORA.COM (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Viernes, 17 de julio de 2015

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