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FULVIO HUGO CELAURO (+)
  EVOCACIONES, 2010 - Por FULVIO HUGO CELAURO


EVOCACIONES, 2010 - Por FULVIO HUGO CELAURO

EVOCACIONES

Por FULVIO HUGO CELAURO



Editorial LINA S.A.

Dirección Editorial: MARÍA TEODOLINA DÍAZ CORONEL

Diseño de tapa y diagramación interior: GUIDO PEREIRA

Asunción – Paraguay

1ra. Edición, setiembre de 2010



RECUENTO

Médico soy, del cuerpo y de la mente

Vencedor del temor aun siendo herido

Si sostengo el combate, no he perdido.

De caridad dador impenitente.


Diré con timidez que me barrunto

Porque elegí vivir esta agonía

De ser un curador en rebeldía

Y es que amo a la vida en su conjunto.

Por esa causa quise ser fermento

Del pueblo en que nací y de su gente

Para hacerlo real y permanente

A ese mundo ideal del pensamiento.

Así apasionada y temeraria

Sed de verdad, justicia y libertades

Ya me hizo sortear mil tempestades

De triunfo anual y de derrota diaria.

He perdido la cuenta de mis dudas

De mis muertes y mis renacimientos

Angustia de vivir con sentimientos

En un mundo de sordos y de Judas.


No cejaré. Un mundo entero espera

De mi entusiasmo, la pequeña cuota.

Se la daré por tanto y si se nota

Será un feliz recuento cuando muera.



Agradecimientos:

A Leandro Prieto Yegros por la condescendencia en prologar este libro

A Esther González Palacios por el eficiente esmero puesto en la corrección del

manuscrito

A María Olga Delgado mi diligente colaboradora


Como introducción:

Tengo algún pudor para hablar en primera persona, y me han sugerido que tratara de hacerlo en tercera en todo lo que ha sido presenciado o vivido por mí.

No es lo mismo. El relato parece soso y hasta suena a falso porque carece de la viveza y expresión de lo que recreo en mi mente. El recuerdo se vuelve mustio y apenas tibio.

La verdad es que despojado de vanidades uno se desnuda ante los lectores y con todos sus parches y remiendos, sus miedos y flaquezas se expone aterido ante la mirada gélida de los que lo examinan.

Comprenderán que hay episodios baladíes, traumas rotundos y graves injurias puestos al mismo nivel, porque todas las circunstancias han dejado alguna huella en mi carácter. Lo importante quizás era sobrevivir.

Así que apelo a la caridad de los que me lean, para que de ser posible se identifiquen conmigo o al menos me toleren, ya que al fin solo he sido un hombre de mi tiempo.

¡Y qué tiempo!



A MODO DE PRÓLOGO

Con el sugestivo título de «Evocaciones», el Doctor Fulvio Hugo Celauro despliega lo que podría considerarse una Memoria de parte significativa de su vida, que recoge aspectos que van desde sus ascendientes hasta la pérdida de sus seres queridos; aspectos que van desde la militancia partidaria hasta hechos relevantes de una vida pública fructífera; aspecto que van desde una niñez cargada de vividos recuerdos hasta su agitada juventud.

Celauro presenta su biografía a través de una prosa transparente y elegante, que no respeta orden cronológico alguno, pero que gana calidez al apelar a anécdotas representativas para explicar cuestiones de alta relevancia.

Antes de entrar en la obra en sí, habrá que destacar dos aspectos que tienen que ver con la narrativa, recurso que el autor maneja con mucha propiedad, lo que revela con nitidez su amplia cultura. En primer lugar, la falta de orden cronológico -orden del que deliberadamente el autor huyó con éxito- recurriendo al sistema de exposición conforme los recuerdos se fueron presentando.

Así, por citar ejemplos ilustrativos, el autor comenta cosas de su juventud o de adultez o de niñez, sin priorizar orden alguno. Tal es el punto que apenas hacia el final del libro, el autor refiere el episodio en que resultó gravemente herido y casi pierde la vida, en el marco de lo que según todo indicaba se trató de un atentado político.

En segundo lugar, el recurso repetido a las anécdotas, mecanismo que aporta a la obra elegancia, la amenidad y la claridad de conceptos. Ocurre que hay situaciones que al ser bien contadas revelan aspectos relevantes de problemáticas complejas. El empleo de este recurso no es privativo de Celauro, pero quienes lo han empleado con éxito no fueron muchos; sin duda, Celauro está entre los mismos.

Prosa ágil y elegante, por tanto, adornan estas «Evocaciones».

Partiendo para los aspectos de fondo, apostaremos a resaltar de manera ordenada los numerosos méritos que el libro del Doctor Celauro contiene:

- Ofrece una visión acabada de sus antecesores, de varias generaciones, que se remontan a Italia. El autor aclara que dejó de investigar más allá del año ochocientos d.C. pese a que se disponían de elementos para hacerlo.

Sin sombra de dudas, se trata de una persona de respetable linaje.

- Aporta retratos muy bien trabajados sobre épocas relativamente viejas, de décadas atrás, cuando al narrar situaciones de la niñez y la primera juventud, reconstruye ambientes que traen a la memoria de los más longevos cariñosas añoranzas y arrima a las nuevas generaciones lectoras elementos interesantes para penetrar en los « mundos verdaderos» del pasado.

- Rescata todo lo rico y constructivo de una era inigualable, la de la juventud, cargada de aventuras, por lo general, de deseos por descubrir aspectos desconocidos de la vida de esa edad, de disfrutar hasta el hartazgo de los placeres que implica vivir.

- Revela el noble carácter de la política, cuando se la confunde con la búsqueda del bien común, al discurrir sobre décadas de militancia, de compromiso con un pueblo, con la suerte de un país.

- Muestra un alto nivel de madurez al comentar sobre sus actividades públicas, en las que no esquivó compromisos, siendo miembro activo del Poder Legislativo, observador privilegiado (y valiente) de procesos altamente complejos, incluso cargados de violencia.

- Eleva el valor de la familia a los niveles en que deben ubicarse en el tipo de sociedad en que vivimos, marcados de sangre y fuego por la cultura occidental, de la que el autor se enorgullece.

- Evidencia la pasión del mismo, del autor, por la Medicina por «el arte de curar», profesión que abrazó con convicción, que le dio muchas satisfacciones, pese a las incomodidades que tuvo que soportar en el marco de su ejercicio.

- Deja al descubierto una estatura respetable, de grandeza respetable y admirable, al no renegar de amistades que detractores de todo tipo, hubiesen considerado pecaminosas», en el mejor de los casos.

Podríamos extendernos en esta línea abstracta de resaltar los valores de la obra que comentamos, pero no podemos hurtarnos de realizar algunos breves comentarios sobre algunos aspectos puntuales, lo que está lejos de representar una síntesis del extenso trabajo.

Relaciones profesionales: Su condición de médico le dio oportunidades de establecer por lo menos cuatro tipo de relaciones claves:

- La de estudios, sobre todo de especialización, que realizó en Brasil, lo que a su vez le dio la oportunidad de conocer a fondo ciudades como Sao Pablo y Río de Janeiro, cuyas semblanzas traza con particular agilidad.

- La de gremialista médico que lo llevó a participar de numerosos eventos en el extranjero, sobre todo detrás de un mal contemporáneo muy extendido: la Diabetes.

- La de filántropo, que llevó al profesional, con el pretexto de la política, a tomar contacto con las personas más humildes de su pueblo, a quienes trató de ayudar como pudo.

- La de médico de consultorio, con los más variados pacientes.

Relaciones internacionales: Siendo parlamentario, el Doctor Fulvio Hugo Celauro, tejió una rica red de relaciones con extranjeros, dentro y fuera del país, en eventos y en misiones, muchas veces delicadas. Destacamos que:

- En el Paraguay frecuentaba a los integrantes del Cuerpo Diplomático y Consular, compartiendo con los mismos anhelos y preocupaciones, además de momentos de alegría.

- Fuera del país, en diversas latitudes, pero destacándose su participación en misiones delicadas en El Salvador, que en la época soportaba una desgarradora guerra interna, que causara tantos daños humanos y materiales a la castigada nación.

Cuestiones políticas: En el campo de la política se mostró prominente y generoso. Por dar ejemplos puntuales, que revelan momentos de mucha gloria y de mucha generosidad:

- Negoció la adquisición del local del Partido Liberal, situado en Iturbe casi Manduvirá donado por Rodolfo Gubetich.

- Siendo vicepresidente del Partido Liberal, y presidente en ejercicio, negoció con Carlos Alberto González, del Partido Liberal, la unidad del liberalismo.

- En conversaciones con el presidente Stroessner -no esquivaba desafíos- se dispuso a contribuir para soluciones de fondo a beneficio del Paraguay.

- Apostó a promover liderazgos prometedores dentro del liberalismo, como el de Domingo Laíno y Manuel Radice.

- Participó en el Congreso Mundial Anticomunista en el marco de las campañas de ese signo que impulsara el ex ministro de Salud Pública Adán Godoy Giménez y el de Justicia y Trabajo J. Eugenio Jacquet.

Cuestiones familiares: Jefe de una extendida familia, el Doctor Fulvio Hugo Celauro disfrutó al máximo de la compañía de sus seres queridos, de algunos mientras pudo, pues recibió duros golpes como la muerte temprana de una hija, llevada a los treinta y cuatro años de edad por un cáncer imposible de operar, la de un hijo de apenas veintiséis años, llevado en el marco de un «absurdo accidente», a apenas una cuadra de su casa, y la de su esposa, quien lo acompañara por largos cincuenta años, cinco como novia y cuarenta y cinco como esposa.

Nada se necesita añadir en este aspecto para mostrar el temple del Doctor Fulvio Hugo Celauro.

Con la sana osadía que siempre lo acompañó, me pidió que escribiese algunas líneas a modo de prólogo de este fructífero libro, pero lo cierto es que además de sentirme honrado, quedé atrapado por unos días en la lectura de este bello material, y no me pude contener de escribir un tanto más que «apenas unas líneas». Pido disculpas si a modo de prólogo me extendí, le agradezco a Celauro por el honor que me concedió al solicitarme prologar su libro, y aprovecho la ocasión para ratificarle abiertamente mi más sincero y respetuoso aprecio.

Por supuesto que para satisfacer todas las curiosidades deberán leer el libro por completo. Por mi parte, recomiendo cien veces su lectura.

Leandro Prieto Yegros



¡DE NINGUNA MANERA!

-¡De ninguna manera! -respondí- No pienso complicarme la existencia con una nueva actividad de la que soy ajeno.

-Pero, -dijo mi mujer- todo el mundo te pide que escribas sobre tus experiencias, esas anécdotas que cautivan al auditorio. -Me pareció que lo decía con un tonito irónico- contesté con una broma familiar:

-¡Es que cuando me dejan hablar soy irresistible!

Lo dije conociendo la respuesta, que vino con automática naturalidad cuando ya cerraba la puerta:- sí, porque en realidad sos insoportable...

Más tarde en el consultorio, entre paciente y paciente, releí el suelto periodístico. No había duda de que era una idea atractiva: Escribir un cuento corto para un concurso ¿Quién no ha fantaseado alguna vez con esa posibilidad? Cuando acabó la tarde, ya estaba decidido.

A la noche exhumé algunos legajos polvorientos, de papeles añejos amarilleados en su mayoría y me sorprendí a mí mismo al notar cuánto tiempo había pasado desde que los escribiera y abandonara.

Creo que experimenté alguna vergüenza literaria, al ver cuánto había descuidado esa tímida faceta de mi personalidad.

Sentí que estaba traicionando a aquel jovencito que alguna vez supusiera que tenía vocación de escritor, aquel que fuera suficientemente osado para escribir, pero también cauto para no publicar.

Me miré en un espejo impertinente cercano al escritorio, y me devolvió una imagen que mordazmente califiqué de senecta.

Me quedé mirando ese rostro ajado que aprisionaba a mi yo inmóvil en una indefinida edad de treinta a cuarenta años, como encapsulado en un cuerpo diferente.

Estuve tentado a arrojarle el puñado de papeles, abochornado por la verdad implícita en esa cara que señalaba mi fracaso, que intuía como el ridículo de un inicio tardío, del achaque de un cerebro provecto.

Entonces me vi los ojos. Y a través de mis pupilas agrandadas volví a encontrarme: Uno, solo e idéntico a mí mismo, aquel del que un amigo dijera en ocasión de un homenaje:

«Que cuarenta años después sigue aceptando todos los desafíos».

¡Caramba!, si otros pensaban así de mí, tenía que dar la medida. ¡Fue reconfortante!

Alisé los papeles y comencé a examinarlos, sin disimular mi tolerancia paternal hacia aquellos minusválidos hijos de mi intelecto.

Los temas que me habían apasionado aparecían expuestos con un lenguaje torpe e ingenuo. No condecían con la vivida imagen de las anécdotas que recordaba. No hacían justicia a los protagonistas, en quienes había más vida propia que aquella pálida que les atribuyera.

Suspiré resignado y encendí la PC.

Traté de organizar un esquema que armonizara tan diversos casos.

Pero finalmente dejé que el azar hiciera la natural ligazón de los mismos.

Cada personaje debería pelear por su supervivencia.



AQUEL AMIGO

Comienzo con una anécdota de mi amigo Guillermo, de quien hoy mismo acabo de recibir una carta, tratando de ser fiel con lo medular, aunque no me atrevo a serlo con sus expresiones mejicanas.

Cierro los ojos y lo veo con su guayabera kaki, sus grandes bigotes, su mirada vivaz, la mesa de jardín con las copas, el bien cuidado parque, las grandes sombrillas en el borde de la piscina.

Me habla:

-Tú ya sabes que soy de Caballería -me dice-. Lo fui antes de ir a la Escuela Militar. Entonces era un chamaco y tenía un poco más de catorce años. Estaba grande para mi edad.

Mi padre era el Comandante del regimiento y la verdad es que eso no me dio ninguna ventaja. Como huerito, y con un poco más de instrucción, en poco tiempo me hicieron Cabo y después Sargento.

Esto que voy a contarte me pasó cuando era soldado raso, mira tú, y para que comprendas lo áspera que era la vida en aquellos tiempos, me dieron la misión de cuidar un poste telegráfico a dos días de camino a caballo. Cuando dejaban a uno, el anterior se incorporaba al pelotón.

Cuando me dejaron solo, desde la altura en que me encontraba, vi que abajo, al término de un sendero había una choza pequeñita.

Al día siguiente, me decidí a bajar para buscar si me podían dar de comer.

En la casa vivían una mujer y su hijo, que tenía casi mi edad.

No hubo problema y una vez al día iba a la casa y me servían tortillas y frijoles.

-Quiere decir que la misión era prolongada -le interrumpí.

-Bueno- Me dijo- Te reemplazaban al mes si tenías suerte.

-Prosigo: Tú sabes que empecé a mirar a aquella mujer y como que cada vez me parecía más bonita -sonrió socarronamente-. Pero no le decía nada.

Entonces, una mañana la esperé en el sendero por el que iba a buscar agua, la abracé y la tiré al suelo. No se resistió, lo único que decía cada tanto era:

-Pero ¿por qué aquí, en el sol?

Después de eso, como que tomé posesión de la casa y para que veas lo infatuado que estaba, al chamaco lo trataba de hijo. ¡Y tenía casi mi edad!

-¿Otra margarita? - dijo. Asentí sin comentario.

-¿De cuántos pasos la quieres?

Sacó dos de la heladera y vi la habitual selva de copas preparadas.

-Una que me permita despertar después- le dije. Saboreó su copa y volvió a sus recuerdos.

-Una vez, años más tarde, llevé la paga a los diversos puestos de una de esas líneas. Éramos cuatro.

Yo no había estado aún bajo fuego. Al vadear un arroyo, unos bandoleros empiezan a dispararnos. Respondimos y nos separamos.

Un cabo, de esos con gran experiencia y edad, me gritaba: ¡Echese mi sargento, échese!...

-Y tú sabes, me dejo caer al agua, pero no porque me sintiera más protegido, sino porque no quería que se dieran cuenta de que había soltado las mías.

Lo miré sin acabar de comprender. Lo notó y me aclaró riendo:

-¡Es que me había meado, hombre! Era mi bautismo de fuego.

¡Qué Guillermo este! pensaba mientras volvía a casa.

El motor ronroneaba suavemente. Con su acompañamiento y con el impulso de las margaritas canturreé una vieja canción, que me vino a la mente porque sí, como los versos de una oración aprendida de niño, y probablemente motivada por lo que supuse la experiencia primera de mi amigo, y ligada a la religión y a mi propia iniciación: Mi primera mujer. Se llamaba Carmen, ya ni podía recordar su rostro. Apenas que su edad no pasara mucho más de los doce o trece años y que yo llevara cumplidos los nueve.

Tengo bien fijada la fecha, porque fue antes de mi primera comunión, ¡y tuve una gran angustia en el momento de la confesión! La fui demorando hasta quedar casi último, y hasta ese momento no había encontrado aún las palabras decentes con las que pudiera nombrar lo que había hecho. En el momento de arrodillarme, dije con bastante naturalidad:

-Hice cosas que no debía con una chica.

El sacerdote no se inmutó. ¡Quién sabe cuántas confesiones similares habría escuchado!. Dijo simplemente:

-¿Quién tuvo la culpa? -Vacilé un momento: pensé en lo mucho que había deseado esa experiencia, estuve a punto de aceptar mi culpa solitaria, cuando llegó a mi mente el momento supremo en el que comencé y me quedé extático, en el que ella oprimiendo mis nalgas dijo: ¡Pero vos no te movés, luego!

Entonces, volví a la realidad y simplemente contesté: Los dos.

Esa euforia de liberación que da el confesionario no me duró demasiado; sin embargo, a la semana siguiente, me agregaron a la extensa grey de otra parroquia, y después de la comunión colectiva de dos centenares de escolares, las damas repartieron conos de rubio dulce de leche.

Nos formaron en largas filas de a cuatro, y a medida que llegábamos, nos alcanzaban el dulce. Yo extendí el brazo y me quedé con el gesto en el aire ya que la señora retiró el suyo y preguntó suspicaz ¿No te he visto antes? Me parece que es la segunda vez que te formaste.

-¡No, señora! -protesté rojo como un tomate, abochornado por la desconfianza y las miradas de los de alrededor. -¡Acabo de comulgar! Con eso creí decirle todo, exponer mi estado de santidad; pero la bruja volvió al ataque:

-Me parece sí que es la segunda vez. ¡Pero toma!

-No gracias- Dije tratando de salirme de la fila.

-Tomá ¡No hay que ser altanero! -Insistió obligándome a asir el cono.

-Me retiré con el bendito barquillo y mi turbación a cuestas.

Me senté sobre un muro bajo, deslicé el brazo por detrás y dejé caer ambos: El cono y mi estado de bienaventuranza.



ÍNDICE

Como introducción

A modo de prólogo

¡De ninguna manera!

Aquel amigo

Estanislaa

Umbral

Gente que fuma

¡De algún modo!

Los muchachos

Jorge 

Ancestros

Cuatro en un escarabajo

Miro al pasado

Mi tío Julián

Condición determinada

En la estancia

Cuando mi padre regresó de la guerra

En la navidad

Por los tejados    

Con todos los sentidos

Mi primera experiencia política

Invasiones

Sensación de irrealidad

En Córdoba

13 de Abril

Entre exámenes y huelgas

Desde entonces

Desafíos

Itinerario

Pampero

Constancia

En San Antonio

Ganadores

En un Ford 48    

Como entonces

Sin salir de los carriles

Complicaciones

José Luis

Morgue

Chicolín

Estudiantina

Nuestra prensa

Prudencia

Dionisio

Diplomacia

Lapones

Un libro notable

El chato

Reunión familiar

Cuando chamaco

Una cena

Un grupo de amigos

Por las buenas o por las malas

Crisol de Razas

Mi amigo Arzac

Un disco de oro

Roma

Buenos Aires

Las margaritas

Yendo a Madrid

Congreso

Si tenía café

En Punta del Este

Atilano

Los CHM

En Costa Rica

La viuda

Criptografía

El mar       

De un hijo a otro

En El Salvador

Habilidad superior

Tres Osos

Sorpresa

Servicio auxiliar

Mis amigos chinos

Siempre en presente

Atención a bordo

Mala pata

En México

Buena sintonía

Filósofo y amigo

Una cosa que se dá

En la playa

La tuerca

Un Ford para el recuerdo

Doña Margarita

Con los antropólogos  

Ahuachipán 

Las llaves

Garota       

Carta de Guillermo

Magnetismo animal

Corita

Manuela

¡Es Redondo!

Un cubano

Manaos

En la Piazza Nabona

Detesto el avión

Desde la proa

Washington

Fernando

El precio del progreso

De Buenos Aires a Colonia

«El Edén»

Durante un Summit

Biblioteca

En Palermo

Actor espectador

Nuestras constelaciones

Carne molida

Día gris

En propias manos

Carta

Mi Asunción

Reuniones

De Corrientes a Mercedes

Episodio

Volando con ángeles    

Imprudencias

Lejos del mar

¿Cuál es mi tiempo? 

Mi conexión nigeriana

Payé

Inocentada

Para fundar

Dani 

Su Presidente      

Aguai ỹ

Ninguna diferencia

Aquí, mandan los liberales

Elecciones

Un poco de cada quien

Si vas para Chile

Cuentos de camino

¡Vaya liberales!

Ita Kyry

Los idóneos

Passarinho

Itaipú y Don Tomás

Nuestras luchas

Amigos Salvadoreños

Cigarras

En Cheirokue

Distancia

Correligionarios

Cuerpo Diplomático

Causalgia

Del Partido

Nada humano me es ajeno

Primeros vuelos

Bod 

Pensamiento

Observador

Pepe 

Nicaragua

Paseo

Alicia

Supervivientes

Farías

Compañeros

14 de Mayo

Liberalismo diferente   

Temeridad

Al borde de la muerte   

Dolor

Sin ella

Apoyo    





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EDITORIAL LIMA S.A.

 Lic. MARÍA TEOLINA DÍAZ CORONEL - PRESIDENTE

 Dirección:  JULIÁN REJALA N° 106

 Telefax:  (595-21) 334.493

Celular: 0981-511226

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