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ESTELA ASILVERA

  URGENCIAS IPS - Por ESTELA ASILVERA - Año 2017


URGENCIAS IPS - Por ESTELA ASILVERA - Año 2017

URGENCIAS IPS


Por ESTELA ASILVERA

 

 

–Pase por acá, señora... ¿qué le duele? Moõitepa hasy ndéve abuela.

Aaayy, ayna mamá, duele nio.

Entre el vaivén de la corredera, no tanto de los doctores o enfermeros que por lo urgente del caso deberían correr sino de los desvencijados pacientes, niños desnutridos, abuelas noventeras, jóvenes embarazadas, mujeres con hernia, gente común con su ¡ay! de dolor al cielo y los del otro lado del mostrador pidiendo siempre lo de siempre.

–Tu cédula no sirve, está vencida.

Eñatendékatuna hese, okapútama pe hye.

–...mmm, eru la nde cédula. Bueno, ahora tenés que irte a Archivo, allí te van a dar tu ficha.

Elena..., podés caminar hasta allá. Sí, vamos, por-que sin esa ficha no pasa nada.

–Hola, me podés dar mi ficha por favor...

–¿Tu cédula?

–Aquí está.

–Mm, y no figura tu nombre en el sistema.

–¿Vos sos titular o familiar?

–Y titular soy.

–Nde... tu segundo apellido...

–Y uno nomás tengo.

–Sabés qué... te vas a ir a ver allá en Identificaciones, que te den una declaración jurada y después vení otra vez aquí.

Mientras, qué importa cada paso que se dé para conseguir la tan ansiada atención médica; qué importa la hernia estrangulada en el bajo vientre de la mujer. Elena Aponte solo quería que la atiendan y la burocracia era interminable.

–Bueno, ahora tenemos que esperar a que te llamen para que te atiendan.

–Me picha este tema de esperar, Oscar. Hay como veinte personas antes que nosotros.

–Tranquila nomás, ya te llamarán.

Y no la llamaron... la hernia parecía una bolsa de hielo a punto de congelación, se sentía el intestino suave como una capa asfáltica.

Oscar trataba de hacerse uno más entre los enfermos de urgencias para ingresar a la sala donde los jóvenes residentes de medicina organizaban su vida entre tereré, galletitas de leche y pacientes ensangrentados como los últimos accidentados por no tener casco...

–Hola, ¿qué tal?

–¿Quién sos?

–Soy una paciente que quiere ser atendida.

–Ah... pero no tenés cara de urgente...

–Te parece nomás, te cuento que tengo una hernia aquí abajo... que duele mucho.

–Y pasá aquí al lado, te vamos a revisar.

–Eh..., sos tan joven para ser doctor... sin ofender...

¿cuántos años tenés?

–24, el año pasado me recibí, pero tranquila no-más, sé muy bien lo que hago.

Entre la niñez del doctor y la estrangulada hernia de Elena, el mundo allá afuera seguía su marcha cotidiana y sin demasiados sobresaltos.

El presidente saliente que se aferraba al sillón que nunca le perteneció y el entrante que es la rama verde olivo de la esperanza del tan ansiado cambio... educación, salud, trabajo. La trilogía perfecta para ésta y para cualquier patria soñada.

Ahí está tu camilla, te quedás ya. Seguro mañana te operan.

–Y... bueno, me quedo entonces.

Domingo 6 de julio, 4 am, sigue siendo un ir y venir de gente quejumbrosa, de sangre chorreada, de corazón a medio latir. El cielo cubierto por su piel gris parece sangrar enormes gotas transparentes sobre la gran mole de Trinidad llamada IPS Central.

Oscar ya no está... Elena pasó la noche más sola de su vida, la prueba de que la soledad puede ser monstruosamente cruel y eso le pesaba más que la hernia estrangulada, Dios tiene maneras algo no convencionales de bajarnos de nuestra nube personal y hacer-nos tocar tierra, la madre tierra.

–Doctor, puedo tomar agua.

–Sí, pero solo un poco.

–Podés traerme, por favor.

–Acá tengo en mi termo. ¿Vaso tenés?

–Sí, aquí está. Doctor, ¿de qué colegio egresaste? –Del Comercio 1, Administración. –Y... ¿cómo lo de medicina?

–Y me gustó a partir del cuarto curso.

Elena necesitaba ver agonizar el tiempo, que muera de una vez. La sala de urgencias se hizo su habitación personal, entre los ocho pacientes que estaban allí, cada uno con sus dolencias propias, su miseria a cuestas.

El reloj invisible jugueteaba con cada uno. Elena supo de Josefina, quien hacía doce días tuvo su bebé y estaba ahí peleando para que su apendicitis no la lleve y deje huérfanos a tres niños pequeños.

También Diego, con politraumatismo de cráneo, tantas veces se dijo, pero ¡no! Es difícil usar casco. Y allí estaba él con su mujer menudita, mirándolo, auscultándolo, pidiendo al cielo que se haga su voluntad.

Elena durmió el sueño profundo de los que no quieren morir...

Y amaneció con la garganta seca, se acordó de su abuela que no podía simplemente cruzar la calle y estar cerca de ella, la mirada perdida en el techo le decía que hoy podría ser el último día, debía prepararse. En silencio decirles a todos hasta pronto...

Un tapabocas y luego, nada. Era caer a un vacío sin piso y sin techo, poblado por nada.

La sensación de incertidumbre se instaló no solo en su cuerpo, fue invadiendo su espíritu, la bloqueó por momentos. Viajó lejos, siempre quiso hacerlo, la nieve del sur había llamado su atención, sabía de la existencia de seres que pueden sentir lo que piensas con solo verte, el centro de los ojos era su medio de comunicación y aquellos han levantado grandiosas pirámides subterráneas, donde nadie llega, sí aquellos que pueden leer los símbolos que han dejado en la superficie.

La dejaron en el quirófano, una aguja en el centro de la espalda le anunció que se iniciaba el fin, ella lo sabía y muy en el fondo deseaba no despertar.

La cirugía había comenzado, no duró ni una hora. Despertó muy lentamente y se incorporó un poco de la anestesia, un amigo la saludó con un beso en la frente y ella le dijo: mis piernas... ¿dónde están? El joven le dijo están aquí, pasará la anestesia y luego será cuestión de recuperación. Se extrañó un poco, creía recordar que Paco no estaba en el país y vendría en seis meses.

Se quedó dormida nuevamente y despertó en un tiempo que le pareció infinito. Un hombre, en una lengua extraña, le dijo acariciándole el rostro: ya estás en casa.

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:

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ELLAS HABLAN

Cuentos sin mordaza

Páginas 21 al 28

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