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ESTELA ASILVERA
  CELESTE CIGÜEÑA - Por ESTELA ASILVERA - Año 2019


CELESTE CIGÜEÑA - Por ESTELA ASILVERA - Año 2019

ESTELA ASILVERA

Nació en Asunción, Paraguay. Es Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofia de la Universidad Nacional de Asunción y Profesora de Educación Escolar Básica por el Instituto Superior de Educación. Actualmente trabaja en el Ministerio de Educación y Ciencias.

Participa activamente como socia en la SEP, y Club del Libro N° 1. Ha publicado Una puesta de sol desde tus ojos, poemario bilingüe (castellano-guaraní). Bajo la sombra del Muã, poemario bilingüe (castellano- guaraní). Es coautora del libro de estudio Sobre lucha hasta el alba  de Augusto Roa  Bastos. Aproximaciones al estructuralismo, la semiótica y análisis del texto, 2016. También publicó Eusebio Tuyuyú, una colección de cuentos bilingües (castellano-guaraní). Actualmente se desempeña como secretaria de la comisión directiva de EPA.



CELESTE CIGÜEÑA

Por ESTELA ASILVERA

Al cumplir sus treinta y dos años, Celeste Cigüeña se había planteado la excelente posibilidad de ser libre, no porque eso significara que vivía

en una cárcel ni mucho menos, no, sino que deseaba conocer el mundo tal como lo había estudiado en su temprana juventud y de vez en vez ha gugleado los lugares exóticos del mundo. Decía: —Iré, en principio a España, y de allí cual mujer de la conquista me lanzaré a otros horizontes y los exploraré, conoceré personas que me hablarán de las bondades de su pueblo o ciudad, de la artesanía, de sitios históricos, en fin, de aquello que mueve su universo. Y ellos también harán sus preguntas pertinentes con respecto a Paraguay; tal vez repregunten ¿Uruguay?, escuché hablar de ese país; entonces me corresponderá traer mi escaso conocimiento de geografía, empero será explayarme acerca de las bondades de la gente, de su conocida amabilidad; también de sus sitios históricos, la gastronomía, en fin. En estas cavilaciones estaba cuando el sonido de su celular la trajo al presente de la realidad; era su amiga Rosa, quien le recordó que los compañeros de la oficina han preparado un brindis en su honor, que no se tarde, que la esperan. Ella respondió con ternura, sí, voy, gracias. Sus palabras no tenían ninguna carga especial, ni un atisbo que hiciera sospechar nada.

El sol de ese día, octubre 12 de 2015, estaba como es costumbre en Paraguay, a esa hora de la mañana, orillando los 29 grados con perspectivas de llegar a los 42. El café de siempre la despertaría de esa modorra y rutina que es esperar el colectivo sobre la avenida Mariscal López y vegetar en la oficina, escuchar las noticias de siempre, los feminicidios, el narcotráfico, la muerte de los sin casco. Tenía el pasaje en mano; ese día iniciaba para ella la libertad, sus vacaciones comenzaban mañana, y hoy podía darse ese lujo de no ir a la oficina, que la extrañen un poco o mucho, ya no importaba. Debía apresurarse, el avión no la esperaría, las dos horas de antelación le parecían una exageración, pero quién era ella para cambiar las reglas. Llegó, subió, y su destino era de vuelo directo al aeropuerto de Barajas, allí se encontraría con una amiga e iría con ella. Durante el vuelo, se anunció una turbulencia por lluvia. Las personas estaban algo inquietas, una mujer de aproximadamente setenta años iba sentada a su lado, le dijo que esa mañana soñó que no llegarían a destino, que sería su último día, en ese momento el avión tembló con violencia, una luz muy potente las cegó, duró segundos y terminó, también el alboroto había pasado. Llegaron, pasó el sector de migraciones y se detuvo a observar si Cala, su amiga, estaría en el lugar. No la vio, la llamó, no tenía señal en el teléfono. Decidió esperar un taxi e ir al hotel más cercano, fueron muchas horas de viaje, estaba algo cansada.

Pensó avisar a sus amistades dónde estaba, se dijo; lo haría después, se quedó dormida, su sueño era pesado, se vio a orillas de un río que necesitaba cruzar, pero alguien gritaba desde la otra orilla que no lo haga, no era el momento, entonces se agachó a beber un poco de aquella agua que por demás se veía exquisita. Bebió y en contraposición a lo que le produciría el Leteo o río del olvido, éste le hizo recordar situaciones que creyó olvidadas, la última llamó su atención; se miró en el avión, en el momento que Hortensia, la mujer que se sentó a su lado, le decía su sueño, aquello de que no llegarían a destino. Y el destello tuvo sentido, era la explosión que se produjo por causa del choque contra uno de los picos de una montaña, la niebla formada a causa de la tormenta que se desató minutos antes bloqueó la visibilidad de los pilotos. El avión desapareció en una nube de llamas y humos, nadie, nada quedó de aquello. Celeste despertó asustada, con fiebre, miedo. Fue al baño, se miró al espejo, su rostro, aquella cicatriz en la frente ya no estaba. En el espejo, en el fondo, creyó ver a su abuela, muerta hacía unos cinco años. Salió a la calle, saludó a unas personas y éstas le devolvieron el saludo, no así otras quienes ni siquiera la miraron. Se dijo: —qué me pasa, qué estoy haciendo. Otro detalle llamó su atención, estaba con su misma ropa con la que vino de la primavera paraguaya y allí, en España, eran como dos grados, ¡ella no sentía frío! Allí se dio cuenta que todos estaban con sacos de lana, gorra, guantes; saludó a una mujer con ropa de verano y ésta le dijo: —Tenéis unos cigarros, muero por uno (que es una forma de decir, vale), aquí espero siempre que a los que caminan se les caiga o creo un poco de viento que hace que eso ocurra. Qué me miráis así, ¿os asusto? Joder… ¿qué a ti te ha pasado que eres nueva en esto? Jala, responde…

Celeste se desplomó, quedó tendida en el suelo, hasta que escuchó una voz que le decía: despierta, no es tiempo de dormir, niña, oye, me escucháis. Por la Magdalena que ella aún no lo sabe. Celeste se incorporó y preguntó algo atontada... ¿Quién sos vos?

¿Qué debo saber?

—Lo que os pasó, es noticia aquí en España, te vimos llegar, ellos te han seguido desde entonces, de alguna manera te han cuidado, deberás tener paciencia, es un proceso medianamente largo, los demás ya no están aquí, tú eres quien no ha asimilado esto.

—¿De qué hablás? ¿Qué rayos me pasó? ¿Quiénes me siguen y vos quién sos?

—Pues soy quien se encargará de llevaros a casa, a la verdadera. Este es el camino que deberás andar antes. Estás muerta, Celeste Cigüeña. El avión en el que venías capotó y lamento decirte que ya no existís en este plano terrenal. Ellos también están en ese camino, por eso los ves, los que no os habéis saludado hoy no lo pueden hacer porque no te pueden ver. Al inicio es complicado, luego os acostumbraréis.

La cabeza de Celeste era un huracán violento de pensamientos, recuerdos; corrió al aeropuerto que estaba inundado de muchas, muchísimas personas. Hablaban del accidente, de cómo reaccionarían los parientes, en fin. En un extremo de la gran sala la vio a Hortensia, mirando a lo lejos, se acercó y aquélla le dijo: Te lo dije, sería así, nuestro último vuelo. Y aquí estamos o no... no sé. Siempre quise saber cómo es morir, qué hay después y henos aquí, en este limbo donde nada se siente: ni hambre, ni frío, ni dolor. Amo ou cheguerahava’erã, apytu’uséma, ani nde are arupi… roha’ãrota amoite.

Celeste la vio alejarse con una mujer casi transparente y perderse entre el gentío existente en ese momento. A su derecha vio a otro de los pasajeros saludarla desde lejos y desaparecer. Un hombre le gritó desde el fondo: —Deberías buscar a tu guía, aquí no podés quedarte mucho tiempo, no es bueno, ni tampoco justo.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Es la consigna, seguir, llegar a la estrella que más brilla y vivir allí, sé que vos podés hacerlo, lo vi. Allí están, ya vinieron por mí. Y aquel hombre fue arrastrado por seres sin cabeza que se perdieron entre la multitud.

Celeste comprendió al fin lo que pasaba; quería la libertad absoluta y de alguna manera ese viaje truncado la había puesto en camino hacia el recorrido más largo de su vida: la muerte.

La mujer, quien ahora tenía un cigarrillo en la mano, le dijo: —Vamos, nos esperan otros escenarios, este ya fue.

Y mientras caminaban vio en una camilla su cuerpo inerte, se acercó y una sonrisa se dibujaba en su rostro y en el de ella. Se dijo para sí: veré a mi abuela y tal vez disfrutemos de los mates mañaneros que tanto le gustaban.
















Fuente:

Enlace interno al espacio de

 MUJERES EN SU PROPIA COMPAÑÍA

Páginas 27 al 34

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