EL DESIERTO
Poesía de MARÍA ESTELA ASILVERA
Los entendidos han marcado el territorio,
han hecho las cuentas y anunciaron
bajo estudios científicos:
el Kalahari, que significa “gran sed”
y que se extiende en amplitud
de norte a sur, de este a oeste,
es uno de los más grandes
desiertos conocidos
sobre la faz de la tierra,
en el África meridional.
La vida se desarrolla de una manera
absolutamente extraordinaria
fascinante, donde sobrevive el más fuerte,
donde lo real es invención del intelecto más fino.
¿Y nuestros desiertos, dónde nos rodean?
¿En qué punto de nuestro ser los hallamos?
¿Es un desierto? ¿Son varios?
Pasamos gran parte de la vida
en estados de bosque, con árboles
gigantescos, frondosos,
absolutamente verdes, difíciles
de internarse en ellos, raíces ciertamente
profundas donde cada lluvia
representa una nueva oportunidad de vivir,
de expandirse, de ser.
Una lluvia de meteoritos significó
la sepultura casi total del bosque
la aniquilación de proyectos,
la posibilidad de expandirse,
de crecer, de ser más cada día.
El bosque se volvió desierto,
aquellos árboles imponentes
fueron hechos cenizas,
polvo, alimentaron nuevas formas
de vida futura, se volvieron humus.
Sobre la superficie de la arena,
de las dunas que de a poco
se iban formando
la vida se iba dando paso,
lenta, muy lentamente
entonces me volví
oasis, necesitaba serlo,
alimentar mis venas secas,
torrentes de arena que me iban
matando a goterones,
recorrían antiguos canales
y lo intoxicaban todo.
Kafka había hecho lo suyo
en su metamorfosis personal
dejo su ser físico - persona
y se adentró a los confines
laberínticos de una especie
de cucaracha desde donde
podía ver el mundo con un cristal
que de a poco lo iba purificando.
Ser oasis es saber de personas
en búsqueda,
que el agua encontrada saciará
la sed de muchos que viven
en su propio desierto
y de otros que son el desierto mismo.
Decisión, ser desierto, oasis, cactus.
Somos muchas veces todos ellos
al mismo tiempo,
en cambio hay siempre una tendencia
a ser más uno que otro...
Elegí ser oasis en mi propio desierto,
con el cayado en la mano,
las mañanas deliciosas me
caminan los pies descalzos
veo el sol escalar la dunas
rosas de arena y el calor
lo invade todo y se que es vida.
La tarde trae su nostalgia,
la puesta de sol se eleva de apoco
y cae rendida de dicha, de fresco, de frío.
Contemplo desde mi oasis el horizonte,
hacen su aparición y se posan
en el brocal y cantan
su melodía de grillos, de lagartos
que deambulan cosquilleándome
sabiéndose dueños del lugar.
Soy un poco el Kalahari
desierto que en en su amplitud
ha vivido mil vidas,
ha resucitado a tantas muertes.
Soy su oasis, desde la formación de la
misma tierra, ofreciendo un pozo,
espejismo incierto que se jacta
de volverse invisible y entregarse
manantial absoluto a quien tiene
verdadera sed.
Lunes, 14 de julio de 2014
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SEP DIGITAL - NÚMERO 7 - AÑO 2 - MARZO 2015
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Asunción - Paraguay
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