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PATRICIA ELIZABETH CAMP RUIZ DÍAZ
  EL HÉROE Y ÉL MISMO, 2007 - Cuento de PATRICIA CAMP RUIZ DÍAZ


EL HÉROE Y ÉL MISMO, 2007 - Cuento de PATRICIA CAMP RUIZ DÍAZ

EL HÉROE Y ÉL MISMO *

Cuento de PATRICIA CAMP RUIZ DÍAZ


* Cuento distinguido con el segundo lugar en el

Concurso de Cuentos de la Cooperativa Universitaria,

año 2007, categoría mayores.


El héroe moribundo emergió de las nieblas de la ausencia; primer adelantado, cabeza de la procesión de perdidos como él. Duro era batallar siempre por un lugar en la memoria cada vez más esquiva: todos lucían heridos y desgastados. Pertenecían a otra historia, a otro cuento, a otro estilo. El artista estaba dejándolos morir sin haber conocido la gloria de su destino. El héroe transfigurado esperaba, sentado sobre una roca en aquellos campos sulfurosos, jugando con la espada brillante que le tocaba empuñar ahora. Se reconocieron ambos en el otro, desfigurados como en la casa de los espejos. Tenían los mismos rasgos, eran dueños de idénticos ojos claros. Pero uno iba a morir y el otro se convertiría en el príncipe de su raza.

El héroe transfigurado lo observó con inconmovibles ojos de acero. Era la ley de la vida: el otro debía desaparecer para que él siguiera adelante. El eterno destruir anteriores versiones de nosotros mismos. Un casi necrofílico romance con el futuro, a erigirse sobre los restos yertos de los bravos de ayer. Un día, desde la gloria, silencioso y con profundo respeto, él alzaría una copa en honor de todos los héroes muertos que prepararon el camino que al final recorrería él.

-¿Cuándo te volviste tan oscuro, tan cínico? -fue la pregunta del moribundo, quien, a pesar de todo, mantenía aún una inocencia casi infantil.

-Crecí. Crecimos. Creció el dios que maneja los hilos de nuestra existencia. Esto es lo que te hace la vida -fue la cruda respuesta del transfigurado.

-Pues difícil es imaginar la vida desde el otro lado del olvido. Soy apenas una sombra, un recuerdo de otras épocas.

-¿Épocas mejores? -preguntó el transfigurado sin mucho interés en la respuesta.

-Sin duda -desafió el casi muerto-. Yo era mucho mejor de cuanto tú serás algún día.

El transfigurado, herido en su orgullo aunque sin demostrarlo, miró con interés el riel de la muerte, el filo de su espada.

-Eso es mentira -dijo por lo bajo-. Yo soy posterior a ti. Por tanto, más pensado, mejor creado.

-¿Quién te vendió el cuentito de que posterior es igual a mejor? -el moribundo también tenía su cuota de cinismo-. Yo era más alegre, mis aventuras eran mejores, mi mundo era cien veces más impresionante. Tú sólo eres un negro abismo y habitas un pantano supurante de agresividad.

-¡Es como la realidad! -exclamó el transfigurado, poniéndose de pie-. Tu mundo de fantasía carecía de sentido...

-Ah, y tu mundo tiene mucho sentido -ironizó el moribundo, repentinamente resucitado-. Tal como la realidad...

-Ya basta de esta cháchara inútil. Haz lo que debes hacer -ordenó el transfigurado, señalando con su espada la frágil saliente de roca sobre el precipicio.

-Tranquilo. Tenemos tiempo. Yo tengo tiempo -el moribundo se sentó también en otra roca-. ¿Te has puesto a pensar que podría tocarte mi mismo destino? La novela de la cual era protagonista estaba ya casi terminada cuando en el fondo de las sombras empezaste a tomar forma tú. El escritor prometió corregirme, aggiornarme, mejorarme y también a mi mundo. Y entonces lo supe: me destinaron a la frustrante cadena perpetua de ser solamente el habitante principal de un olvidado archivo de Word. Un mundo al cual nadie más daría vida, nunca.

-A todos podría tocarnos, ninguno de nosotros es imprescindible -el transfigurado intentó mostrarse calmo y seguro, a pesar del temor que sentía ante semejante posibilidad.

-Nosotros, los personajes, vivimos cuando los ojos ávidos de un lector acarician las palabras de las que estamos hechos.

-Lo sé. Incluso el llegar a constar en un libro no nos asegura nada. Siempre podemos ser un fracaso -el transfigurado finalmente sinceró sus temores, mientras envidiaba la suerte de Harry Potter.

El moribundo asintió. Vio mucho dolor en los ojos de su nueva versión. Y sí, era cierto nomás: todos habían crecido. Se puso de pie, ya no tenía sentido seguir sufriendo, viendo al otro, que también era él mismo, ante los idénticos miedos que un día, sin más, se hicieron realidad para él. Él ya había sido suficientemente fuerte en otros tiempos, ahora debía encontrar la fuerza necesaria para despedirse.

-¿No puedes quedarte? -preguntó el transfigurado de repente, como un niño preocupado-, ¿No podemos decirle al escritor que vuelva a trabajar en tu historia? Es cierto, tenemos tiempo, hay tiempo.

El moribundo puso una mano en el hombro del transfigurado: "Ahora es tu turno". Y luego caminó con decisión hacia el borde del peñasco.

-¡No! ¡Detente! -el transfigurado lo agarró del cuello de su abrigo.

Pero el otro, que en su historia era un mago con grandes poderes, apenas necesitó darle un empujón potenciado con un sencillo hechizo para dejar al transfigurado, apenas un fantasma, inconsciente y tirado en el suelo.

Cuando el transfigurado volvió en sí, sujetándose la cabeza ante el terrible dolor que se la martillaba, miró a su alrededor y no vio señales del moribundo ni de su ejército de personajes descoloridos. Se sintió demasiado solo de repente, incapaz de colonizar aquél gigantesco y peligroso paraje llamado imaginación. Una lágrima se deslizó entonces por una de sus mejillas pálidas y súbitamente comprendió algo. Él no lloraba, era un cínico que no lloraba. El otro, el moribundo, sí lloró algunas veces en su historia. Entonces supo adonde había ido su predecesor y se sintió agradecido.

El escritor principiante se espabiló de aquellos extraños pensamientos que bullían en su cerebro siempre animado, sintiendo que las sienes le latían y con el cansancio de quien retorna de un lugar muy lejano. Supersticioso y miedoso como era respecto a sus propios fantasmas, se levantó de la cama y encendió velozmente la computadora, apurado por hurgar entre sus archivos. La vieja novela casi terminada estaba aún allí, dormida como siempre, sin ninguna palabra más o menos que la última vez que había trabajado sobre ella. La pálida luz de la pantalla en la habitación oscurecida por la caída de la noche le habló de aquel amado paraíso perdido sobre el cual ya no se sentía capaz de escribir. Y entonces una sonrisa resignada dejó una huella de años idos en su rostro, y prometió, al igual que el héroe transfigurado, alzar alguna vez la copa de la gloria, y brindar en honor de todos los héroes muertos, que prepararon el camino que él recorrería algún día.

2007



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CUENTOS CON GALLETITAS

M.M. BALLASCH/ PATRICIA CAMP

Ilustración de tapa y contratapa: ESTEBAN RIVEROS

Editorial Arandurã

Asunción – Paraguay

Noviembre 2012 (200 páginas)



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