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PATRICIA ELIZABETH CAMP RUIZ DÍAZ
  CUENTOS CON GALLETITAS, 2012 - M.M. BALLASCH / PATRICIA CAMP


CUENTOS CON GALLETITAS, 2012 - M.M. BALLASCH / PATRICIA CAMP

CUENTOS CON GALLETITAS

M.M. BALLASCH/ PATRICIA CAMP

Ilustración de tapa y contratapa: ESTEBAN RIVEROS

Editorial Arandurã

Diseño: CECILIA RIVAROLA

Asunción – Paraguay

ISBN: 978-99967-20-52-9

Tamaño: 13,5 x 19,5 cm

Noviembre 2012 (204 páginas)



PRÓLOGO

Hace diez años comencé una hermosa amistad con aquel pequeño grupo de jóvenes inquietos, decididos a poner sus ideas en el papel y que confiaron en mí para orientarlos en el difícil arte de dominar la palabra: Patricia y Melissa ya estaban allí.

Eran ellas jóvenes estudiantes de Derecho y compañeras en sus aspiraciones literarias. Perseveraron con talento y dedicación, hurtaban horas al sueño para alcanzar la meta... y triunfaron.

Hoy son ya abogadas y también reconocidas como escritoras de talento en el ámbito literario... y después de tanto tiempo, aún nos seguimos reuniendo.

Un solo ideal y dos personalidades diferentes. Si bien tenemos en este volumen veinticuatro cuentos de excelente factura no podemos juzgarlos en conjunto: el "tono", algo esencial en el cuento y en cualquier obra literaria, trasluce en qué región o profundidad del alma toma forma el relato. En el proceso de creación el temperamento del autor se hace palabra, nada está hecho, hay que crear, comprometerse sin desmayos con el propio Yo. Ese yo personal, intenso, irrepetible.


PATRICIA CAMP

Su lenguaje revelador busca más que la imagen conocida el profundo significado del bien y del mal, deambulando entre lo real y lo oculto, entre los límites de la cordura y el desvarío. Estas características hacen de su narrativa un implacable espejo de la condición humana.

Lúcida y objetiva, desnuda con fino acierto y elevada pluma personajes y caracteres en extrañas circunstancias, volviéndolos inquietantes sin dejar de ser reales, pero sublimándolos, muchas veces, en situaciones que rayan lo onírico.

El "tono" medido y justo de su prosa, la capacidad semántica y el acertado uso de los calificativos hacen que su destreza literaria nos ofrezca estos magníficos cuentos. Su versatilidad temática es atrapante.

En "Los fantasmas de los gatos" juega con los antojos de una anciana y su amor a los gatos. Huyendo de lo convencional y con hábil solvencia literaria su personaje escudriña con delirante fantasía el mundo de las mascotas felinas, lega un testamento que resume cariño a sus amigos peludos y un tufillo de venganza ante el abandono de sus parientes.

En "La naranja dejada" hábilmente nos acerca a un mundo en ruinas. Su angustioso enfoque de tinte surrealista, es una cruda reflexión con un toque de esperanza.

Y en "Ojos color caramelo" nos regala dos personajes magistralmente definidos; íntimos, dolorosos, humanos, tratados con sutil delicadeza de narradora y sabio análisis de la conducta y sus tabúes.


MELISSA BALLASCH

El "tono" en la obra de Melissa se desliza solapadamente hacia la búsqueda de ese "algo" oculto, bagaje de todo ser humano. Con filoso escalpelo desmenuza la intimidad de sus protagonistas, sus delirios, sus obsesiones, sin temer deslindarse de la realidad al crear perturbadores mundos paralelos, frutos de su fecunda imaginación y soltura expresiva. Ella revela con maestría el lado oscuro del ser en un lenguaje sugerente que, sin embargo, rezuma poesía.

En "La profecía" encontramos un mundo escalofriante. El relato fluye con admirable manejo de la prosa. Sin altibajos nos hunde en la angustiosa espera del protagonista, y remata el cuento con una frase lapidaria.

En "Batalla a la sombra" luego de un accidente, desde el fondo de ese ser desorientado sumido en las tinieblas, sin disipar la incógnita planteada, la autora, con habilidad literaria, mantiene el suspenso hasta el final.

"La vieja mansión". El misterio y lo paranormal son una constante en la cuentística de Melissa. La protagonista, en primera persona, relata su extraña experiencia con curiosa tranquilidad ante esa sensación de "deja vu", sola rota al descubrir la evidencia en el texto de la conocida hoja de papel.

"Cuentos con galletitas" es el primer libro editado por Patricia Camp y Melissa Ballasch. Creo que muchos de ustedes ya conocen sus nombres pues se han destacado en el mundo literario por la excelencia de sus cuentos, premiados repetidamente en concursos de jerarquía nacional. Así, no dudo del éxito de este volumen que enaltece la literatura y el genio de las escritoras paraguayas.

No hagamos de la incomunicación un muro amenazador, que nuestra palabra despierte ecos y haga llegar su mensaje desde más allá del silencio.

Debo confesar que, como nunca antes, en mi ya largo diálogo con la literatura, prologar este libro me hace especialmente feliz. ¡Gracias Patricia y Melissa!

Las quiero. ¡Éxito y felicidades!

Maybell Lebrón

Octubre de 2012



BIENVENIDOS

Podemos creer en el destino, o no. Pero estamos obligados a creer en nuestros sueños y trabajar duro para dar cada uno de los pasos que nos lleven a ellos. Este libro es para nosotras uno de esos pasos, uno de los más llamativos quizás en la vida de un escritor: el de entregarle al público su primer libro.

Han sido para nosotras largos años de aprendizaje, en esta nuestra primera etapa de consolidar el oficio que llevamos grabado en el alma desde tiempos que no podemos precisar. Porque así fue, sin saber muy bien en qué nos estábamos metiendo, cuando cada una por su lado y en un instante ya lejano, quizás entre juguetes o libros infantiles, dejó salir la primera historia que abriría las puertas a todas las que vendrían -y vendrán- después, firmando un contrato indisoluble de por vida. Éramos ya entonces escritoras, solo que tardaríamos un poco para darnos cuenta.

Y con ayuda de ese destino, de la suerte o de la vida (como cada uno prefiera llamarle), llegaríamos hasta personas que marcarían un antes y un después en ese sendero de aprendizaje. La más importante de ellas, a la que con especial cariño dedicamos este libro, es Maybell Lebrón, una eximia escritora que, con enorme generosidad, ha consagrado su tiempo al desafío de hacer que unos jóvenes principiantes asumieran el compromiso de convertirse en escritores de verdad.

Esta es la principal razón que nos ha llevado a editar este libro juntas, como homenaje a ese Salón de Lectura donde hemos crecido como escritoras y como personas. Y es en honor a todas las meriendas compartidas en ese grupo de amigos, entre charlas y libros, que escogimos el título que agrupa los veinticuatro cuentos que hoy les ofrecemos. Meli y yo somos, con todas nuestras diferencias, frutos del mismo árbol. Un árbol de sólidas raíces, un hito marcado para siempre en nuestros corazones, un recuerdo al que volveremos siempre con orgullo y cariño.

Este libro es para nosotras la consolidación de largas horas de trabajo, muchos debates para ponernos de acuerdo y hasta un toque de azar (como cuando sorteamos algunos detalles tales como la ubicación o quien escribiría la bienvenida y quién la despedida). Con todos los matices y colores que nos distinguen, esta es una obra que nos llena de satisfacción a las dos y la realización de un objetivo largamente anhelado.

Ha llegado para nosotras el momento de dar el gran paso de entregar a los ojos del público nuestro trabajo, nuestras dudas, nuestras verdades, nuestros lugares y personajes. En fin, todo aquello que llena las horas que pasamos delante de un cuaderno o una computadora. Gracias a todas las personas -familiares, amigos, colegas- que de una forma u otra nos han alentado y ayudado a recorrer este camino.

Meli cree en el destino. Yo, algunas veces. Lo cierto es que ambas hemos creído en esa llamada que resuena en nuestra alma, ese impulso de crear las historias que queremos dejar como obsequio a un mundo que necesita soñar despierto un poco más.

Ojalá con estos cuentos podamos contribuir a ello. Les damos la bienvenida a nuestros mundos de ficción. Siéntanse en casa y sírvanse todas las galletitas que quieran...

Patricia Camp

Octubre de 2012



CUENTOS DE PATRICIA CAMP


LOS FANTASMAS DE LOS GATOS*


El testamento cumplía con todas las formalidades. Redactado de puño y letra de la fallecida, con su perfecta y delicada caligrafía, firmado y fechado. Entonces era ésa la razón por la cual había deseado fijar domicilio y terminar sus días en un lugar tan lejano, sólo para someterse a otro sistema sucesorio y poder llevar a cabo semejante insensatez. Malditos anglosajones de mentalidad retorcida, ¿cómo pueden tener leyes tan estúpidas? Maldito ese viejo abogado también, quien le contó acerca de esa posibilidad. Debimos imaginarlo, nosotros, sus herederos. Deberíamos haber pedido su declaración de insania cuando todavía estábamos a tiempo. Ahora el juez nos mira indiferente, con esa cara de que él es un mero instrumento de la ley. Dura lex, sed lex. Váyanse a casa, no hay nada que se pueda hacer. Al menos tuvo la decencia de aguantarse las ganas de sonreír ante las ocurrencias idiotas de la abuela.

O quien sabe, quizás vio en ellas el equilibrio de la balanza de la justicia.

Esto es lo que decía -en su parte fundamental- el testamento:

Y todo esto, Señor Juez, por los fantasmas de los gatos.

Habitan en ellos como en nuestros intestinos late ese bosque de microorganismos interventores en la digestión. Y se asoman a las ventanas de sus ojos, imposibles cual el infierno. Yo los vi un día, cuando la luz de la lámpara tornasoló las pupilas dilatadas de aquel buen y delicado siamés que era en esos tiempos mi mascota.

Después escuché aquella superstición que pintaba a los gatos como asesinos de bebés. Mi afán científico de mujer posmoderna halló un supuesto vínculo con la toxoplasmosis, enfermedad siempre enrostrada a los pobres felinos, cuando que un trozo de carne cruda es igual o más riesgoso. Pero seguí pensando en el cuento de las abuelas ignorantes. Y busqué fantasmas de bebés en los ojos de mi otro gato, el de origen callejero y pasos firmes, salvado de milagro de morir tan joven, aquella fría tarde de lluvia en la cual supo abrirse camino hasta mi casa, hasta mis brazos que lo secaron y le dieron calor. Pero no encontré fantasmas de bebés. Él, recio carcelero, era habitado por muchos fantasmas de almas malas y conciencia sucia. Quizás por eso era agresivo y más independiente. No debe ser sencillo cargar con semejante lastre.

Hay almas habitando en los gatos, Señor juez, almas de seres humanos como usted o como yo, sólo que ya fallecidos. Muertos, como estaré yo cuando estas páginas caigan bajo el escrutinio de sus ojos, portadores del poder público de hacer justicia. Usted hará justicia: esta última voluntad mía es mi justicia y usted será quien la ejecute. Debe sentirse orgulloso de ello, así como cuando manda a los delincuentes a pudrirse en la cárcel o deja ir en paz a los inocentes. Con la misma vara será usted medido y las ramas podridas serán extirpadas del árbol.

Pero vuelvo a las almas pasajeras de los gatos. El purgatorio no existe, Señor Juez. Es simplemente como si nos metieran a usted, a mí, a todos -cuando tornemos en difuntos, claro está- en un ómnibus, para hacer turismo por el planeta y darnos cuenta de cuánto mal lo habita. Y, a partir de la generalidad, llegar a nuestras propias maldades individuales. Ver nuestro grano de arena en la gran playa del mundo. Los gatos son los señores de la noche; la noche, el amparo para la mayor parte de los actos oscuros. Imagínese, Doctor, todo lo que puede verse desde las ventanas irisadas de los ojos felinos.

Esa es la razón por la cual duermen tanto, lo deduje también después. Imagínese lo que implica llevar adentro, como un transporte escolar repleto de niños ruidosos, ese montón de almas en los trámites previos al cruce. No debe ser nada fácil, sino tremendamente agotador. Ellos necesitan el sueño para acallar por un rato el escándalo de voces ajenas que habita dentro de su cuerpo silencioso.

Yo también necesité silencio, Señor Juez, para darme cuenta de estas cosas y muchas otras. Silencio y soledad, después de haber deshecho mis años en vanas entregas. Pero lo agradezco: hoy tengo los ojos abiertos.

Por eso, en esta noche de calma en que siento mi vida empezar a extinguirse como un cirio consumido, no tengo miedo. Sé a bordo de quien he de recorrer el mundo de los vivos durante mi tiempo de transición. Y quiero asegurarme de que mi guía turístico se encuentre siempre bien cuidado, alimentado y protegido. Esa es la razón, Señor Juez, que me lleva a dejar la totalidad de mis bienes a mis cinco gatos. Charly, Rita, Xena, Kitty y Jack, para mayor claridad y determinación, a fin de evitar confusiones y líos legales de cualquier tipo. Cuando ellos mueran, se creará una fundación y un refugio para gatos, a fin de cuidar de otros portadores de almas en tránsito. Quien sabe si en ese tiempo no le tocará a la suya iniciar el paseo.

Nombro administradora de los bienes, durante la vida de mis cinco gatos -Charly, Rita, Xena, Kitty y Jack- a su amable veterinaria (...) quien vino siempre que se la llamó, aún tratándose de días y horas no laborables, e incluso muchas veces aceptó quedarse a tomar el té y charlar un rato acerca de felinos, aun cuando ella asegurara por todos sus conocimientos que no había fantasmas viviendo en los gatos. No la culpo por ello, Señor Juez, es aún demasiado joven para fantasmas y gatos.

El testamento era una sarta de incoherencias, una sucesión de ideas delirantes que deberían haber bastado para formar en el juez la convicción acerca de la locura de la vieja. Pero no, las disposiciones estaban perfectas y no había nada que invalidara el documento. Todos los bienes son de los gatos, la veterinaria administradora, y nada para nosotros.

Ni unas migajas de la cuenta bancaria. Ni la casa de campo, ni la renta de los bienes inmobiliarios.

Y encima de todo, este maldito gato que me mira impávido, acostado en la cama de la vieja, como una esfinge en miniatura que en otros tiempos fue el bravo guardián de sus sueños. Es mejor que me vaya de esta casa del infierno, llena de gatos por todos lados, porque ya casi me estoy convenciendo de que los espíritus de mis antepasados vigilan mis movimientos detrás de las ventanas de sus ojos. Porque detrás de ese gato favorito casi puedo ver a la vieja loca, burlándose de nosotros. De nosotros, sus herederos, que fuimos capaces de dejarla tan sola. Sola con sus fantasmas. Sola con los gatos.

2007


NOTA

* Cuento distinguido con la primera mención en el Premio "Elena Ammatuna" de cuento corto, primera edición, año 2007.




EL PARAGUAS MUERTO


No llovía con frecuencia en la ciudad, por fortuna para sus habitantes. La capital no entendía de agua, entendía solamente del calor sofocante y perturbador, capaz de alterar los ánimos del más templado. Con lluvia, ella era como Venecia pero sin un ápice de su glamour. Ríos en vez de calles, sí, pero a falta de góndolas había islotes de basura flotante buscando un desagüe donde trancarse, en un último acto de rebeldía contra esos seres despreciables, incapaces de darles el destino que les correspondía.

La crueldad como consecuencia inevitable de la estupidez local parecía manifestarse con mayor lucimiento en los días de lluvia. Accidentes de tránsito en cada esquina, seguidos por interminables discusiones que las gotas de agua diluían al igual que los colores de una tierra de por sí descolorida. Cadáveres de perros atropellados y gatitos bebés abandonados en cajas cerradas con cinta de embalar, morían, olvidados, su húmeda y penosa muerte.

Ni siquiera los objetos se salvaban de la maldad humana de los días de lluvia, de su maldito apuro por llegar a algún lado, como si el agua fuera ácido o algo similar. Fácil era ver en medio del asfalto encharcado zapatillas huérfanas de su otra parte, un gorro de propaganda desgastado o un pañuelo de hombre que ninguna mano osaría volver a levantar. Incluso él, que había sido un trabajador de la lluvia, se encontró esa mañana gris con su triste y último destino.

La mujer había soltado una exclamación de fastidio cuando él fue vencido por el viento que quebró sus débiles varillas. Malditos chinos y su falta de respeto hacia todo y todos. ¿Por qué lo construyeron así, frágil, inútil, bueno para nada? ¿Que no entendían acaso que los objetos también sentían apego por sus dueños y sufrían al ser descartados? No, maldita raza cruel sin corazón que sólo amaba la esclavitud y el dinero. ¿Cómo podría entender esa gente lo que significaba ser arrojado como basura al costado de un árbol tan triste como él, entre palabrotas y quejas susurradas por lo bajo?

Cierto, él sabía que no había sido un buen día para ella. Que había discutido con su marido porque la plata no alcanzaba para pagar las cuentas. Que por causa de la lluvia estaba llegando tarde a la entrevista de trabajo. "¡Y encima esta porquería viene a romperse justo ahora! ¡Día de mierda!".

No era su culpa... ¡No era su culpa! Eso pensaba el paraguas mientras caía, cuando aquellas dulces manos que tantas veces lo habían aferrado lo soltaron, ya por última vez y para siempre. Él nunca habría querido abandonarla en un momento así, habría deseado acompañarla, claro, como cuando los tiempos eran buenos y los besos bajo su lona azul que los resguardaba de la lluvia, no eran solamente un recuerdo cursi y casi infantil.

Un recuerdo, un sueño demasiado grande para algo como él. El hecho de que ella ni lo mirara cuando volvió a pasar por el mismo camino, de regreso al sitio de donde vino, con el rostro abatido y los ojos acuosos, era la confirmación de que ya lo había olvidado. Y fue entonces que comprendió que estaba muerto. Pero la muerte de los objetos es muy diferente a la de los hombres. Y se quedó ahí, esperando vaya Dios a saber qué, invisible a la fría indiferencia de los peatones que pasaban a su lado quejándose de todo. En especial de la lluvia.

No mucho tiempo después, un fatigado trabajador municipal lo levantó y lo arrojó al abismo del camión, mientras se quejaba entre dientes de la gente que tira cualquier cosa en cualquier parte y también de la lluvia.

Y cuando el vehículo recolector se detuvo en una esquina, justo antes de que se accionara el mecanismo de compactación, el paraguas muerto se entristeció una última vez por ella. Por ella, a quien imaginaba llorando sola bajo las frías gotas en el banco de algún parque, sabiendo que la entrevista había fallado una vez más. Por ella, a quien -de seguro- las lágrimas no permitían ver aquel pedacito de cielo a lo lejos, donde las nubes empezaban a disiparse.

2012




VOLVER A CRUZARSE


“. .que parezca no haber sido sino un sueño". Jean Carbonnier, Responsabilidad Civil,

Tratado de Derecho Civil.


¿Cómo explicarse? ¿Cómo narrarle los hechos? ¿Cómo reclamarle? Incluso ahora, cuando en breve ya no existiría entre ellos relación verticalista alguna que pudiera perjudicarla, las palabras que imaginaba decirle se le diluían en la garganta. Exactamente como en el examen, cuando bajo el escrutinio de sus ojos crueles sucumbió, de nuevo, aunque con mejor fortuna que aquella lejana primera vez. En aquella ocasión lo pagó mucho más caro, con algo mil veces más valioso que la intrascendente calificación que esperaba conocer, de un momento a otro, mientras, sentada en el patio de la universidad, sus ojos se posaban en el gran árbol o en las aulas centenarias. La fiebre ardiente había pasado.

"El daño es un perjuicio no querido, no previsto, y que en todo caso, está afuera de los planes de quien lo sufre, que afecta a la víctima física y espiritualmente. Significa una pérdida, un menoscabo que como consecuencia de un determinado evento se sufre en los bienes, la salud, la integridad física*".

Recordaba que justo hasta ahí había estado orgullosa de su examen. Después empezaron las preguntas como certeras saetas que desangraron su nota. Y él se deleitó, hizo rodar cuesta abajo la piedra que casi terminó matándola. Pudiendo salvarla, no se molestó en hacerlo. Si los profesores pudieran elegir uno a uno a sus alumnos... A sus alumnas, para mayor especificidad, pensaba ella con cierto resentimiento añejado a lo largo de todo un año. Si pudieran excluir a algunas, incluir a otras y profundizar mucho más justo con esa que resultó elegida. Pero las cosas raras veces son como uno desea: la persona que inquieta nuestras noches solitarias puede preferir regresar con su novio normal y corriente, rechazando al casi omnipotente profesor. Entonces, en esos casos sólo queda desquitarse con quien incluso podría ser considerada inocente.

El peor papel es el del tercero. En una relación jurídica, un tercero es un extraño sin voz ni voto, pero que a veces puede salir perjudicado. En una escala de uno al cinco, el tres es la nota que nadie quiere: el dos salvador, el cuatro puede alegrar. Pero un tres no contenta a nadie. Y en una relación amorosa, un tercero puede ser una desgracia o simplemente una molestia. Este último era su caso. Una peste por momentos, pero con cierta utilidad.

El valor práctico era todo lo que importaba cuando se trataba de ella.

-Tengo este caso importante... Daños y perjuicios, es algo complicado...

Una tarde las citó a su oficina. Buenas alumnas las dos, estudiantes del último curso: muy dedicada e interesada en el derecho la primera; la otra, muy inteligente pero algo despreocupada. Bastante atractiva la primera, vestida a la moda, pendiente de su aspecto. La otra no carecía de una belleza potencial, pero necesitaba urgente un hada madrina.

-.. .¿les interesaría colaborar conmigo?

Las dos escucharon con atención y se consultaron con una simple mirada. Habrían dicho que sí de cualquier manera, por ganarse el favor de quien ese año era su profesor en una importante materia. Además era joven, apenas cinco o seis años más que ellas, respetablemente atractivo, soltero. No había ningún motivo para decir que no, pero él consideró necesaria más persuasión: valía la pena cuando se encontraba, entre el barro que representa la medianía estudiantil, dos joyas como éstas.

-Esto es lo que cobraríamos si ganamos -escribió en un papel una suma que excedía en mucho la imaginación de las dos chicas-. La mitad es para mí y la otra se la dividen.

Ya no hizo falta consultarse esta vez: afirmaron las dos.

Es frecuente equivocarse aun cuando se pretende hacer el bien. Su error fatal estuvo en dejar que la acompañara a la cueva cuando ella prometió traerle una medicina a su madre enferma. Las dos servían en la casa del mismo noble, en aquellos duros tiempos del oscurantismo. No era precisamente su amiga, pero no podía negarle una ayuda de ese tipo, su conciencia jamás se lo permitiría. Pero sí se equivocó al permitirle conocer su refugio.

Por eso ya no pudo negarse cuando le rogó que le permitiera encontrarse allí con un hombre muy poderoso que le hacía la corte. Existían ciertos impedimentos y necesitaban ocultarse. Pero si lograba alcanzar su favor, ambas estarían a salvo de tantas cosas raras que ocurrían. Además, estaba enamorada.

-Que se quede -ordenó él, parco, pasándole una moneda importante-. Para avisar si alguien viene...

Tembló la primera vez que vio en aquél hombre joven y alto, de penetrantes ojos oscuros, las vestimentas eclesiásticas. Volvió a temblar ahora, cuando la involucraban todavía más, contra sus deseos. Se le erizaban los pelitos de la nuca cuando algún sonido del amor se elevaba sobre el canto de los insectos del bosque adyacente al castillo.

Muchas noches durmió con la intranquilidad del testigo de un acto ilícito, consciente de que todo estaba retorcido. Enfurecida principalmente por saber qué era lo más retorcido: esa envidia que crecía en su corazón, como espinos.

-¡Lo están planteando mal! -exclamó, poniendo con cierta violencia una mano sobre el Código Civil que leía su compañera. Era muy inteligente, sí, pero también muy arisca. No sólo necesitaba un hada madrina que se ocupase de su exterior, sino además a alguien que le enseñara a ser sociable y exhibir una mínima simpatía.

El profesor y la compañera intercambiaron una mirada de complicidad y casi lograron no mostrar una sonrisa irónica. En el ceño fruncido de la tercera, se avivó el resentimiento.

-Lo están planteando mal... -insistió-. No vamos a ganar si lo ponen así...

Enseguida les hizo notar que estaban dejando de lado una casi imperceptible pero importante arista del problema. Tenía razón, los otros dos lo reconocieron. Volvieron a intercambiar una mirada, esta vez mucho más compleja. La tercera no necesitó leerla para saber lo que se decían. Y sí, por cosas como ésta es que había que aguantarla. Habrían deseado liberarse de ella, de su presencia que incomodaba ciertas miradas, ciertas bromas que entre los dos se hacían, ciertos roces sólo perceptibles por quien tiene los ojos demasiado abiertos y una herida porque le habría gustado ocupar a ella el rol protagónico y no un simple secundario. Sí, a ella le gustaba ese hombre serio, esa figura de autoridad, con su estatura y los intensos ojos oscuros. Pero no había más opción para ella que ocupar su lugar de tercero. Cuando ganaran el caso y el trato estuviera concluido, por su propio bien, se alejaría de toda esta extraña historia.

Pero esa madrugada, muy temprano, cuando aún no amanecía, fuertes golpes llamaron a su puerta. La señora del castillo lucía algo compungida, pero su mirada de hielo le resultó imposible de indagar. Se la llevaron sin muchas explicaciones; recién cuando estuvo frente al Sacro Tribunal, supo que la acusaban de brujería. Habían descubierto la cueva, las pócimas, los ungüentos, la sabiduría que no pertenecía a la institución que reclamaba el carácter de representante en la Tierra del único Dios. Y entre los inquisidores estaba él; pudiendo salvarla, no deseó hacerlo. Al contrario, justificó su presencia en el escondite diciendo que hacía tiempo le seguía la pista. Frustrado como estaba por el hecho de que su amiga se hubiese cansado de la aventura de lo prohibido y prefiriera regresar con su prometido -aquel buen campesino-, le endilgó al chivo expiatorio muchas cosas horribles que nunca había hecho. ¿Qué sentido tenía defenderse? Era la palabra del gran hombre contra la suya. De nada serviría tampoco jurar, por todo lo que de sagrado había, que él había roto cada uno de sus votos entre aquellas rocas y cómo ardía en sus ojos negros el fuego de los demonios de la lujuria y la ira.

Al atardecer, cuando ya las llamas quemaban sus carnes, recurrió a su saber de bruja por última vez, antes del juicio definitivo. Cerró los ojos y con largos conjuros logró irse muy lejos, a donde el fuego ya no era su tortura. Se vio convertida en otra persona. Pero, incapaz de contener una exclamación de horror, volvió a verlo a él, volvió a encontrar sus ojos crueles que exigían una respuesta sobre temas que ella no conocía.

-¡La acción autónoma de nulidad! -exclamó el profesor, fingiendo fastidio para ocultar el goce sádico de poner en su lugar a quien se creía demasiado inteligente, demasiado capaz de lograr cualquier cosa. Se merecía ese escarmiento, justamente porque lo era-. No puede ser que no sepas eso... -remató.

Pero ella no estaba pensando en los temas, menos en las respuestas. Un sudor frío incendió todo su cuerpo y se sintió repentinamente afiebrada, como abrasada por inexistentes llamas. Incapaz de murmurar palabra, sus ojos aterrorizados se fijaron en los de él. ¿Cómo podría recordarle alguna vez lo que le había hecho hace mucho tiempo? Jamás le creería.

-¿Te sientes bien? -le preguntó otra profesora que integraba la mesa examinadora.

Ella respondió con un gesto afirmativo algo alterado.

-Yo creo que ya puedes retirarte -insistió la mujer.

Cuando leyeron las calificaciones, la otra se alegró por su cinco. Ella obtuvo la nota que a nadie contenta: el tres. Pero estaba demasiado impresionada por aquella visión que sólo podía ser el sueño de una mente agitada por delirios febriles. Delirios demasiado reales que la dejaron todavía más resentida. Un rencor de siglos volvió a encender sobre su cuerpo un sudor frío cuando lo vio retirarse esquivando su mirada.

Y justo entonces, ante las vacías aulas centenarias, juró vengarse algún día, en los tribunales. Algún día volverían a cruzarse y podría arrancarse los espinos, para por fin olvidarlo todo cuando no quedara más deuda que pagar. Cuando todo daño estuviera indemnizado y esta historia no pareciera haber sido sino un sueño.

"En suma, el daño moral no borra ni hace desaparecer el hecho ilegítimo, tiene por finalidad permitir al afectado una suerte de "satisfacción" para mitigar su estado de ánimo, para poder sobrellevar el dolor injustamente padecido**”...

2007



NOTAS

Aída Kemelmajer de Carlucci, "Derecho del Daño".

** Linneo Ynsfrán Saldívar, en el fallo "Rocío Flecha Cosp c. Finexpar SA s/ Indemnización de Daños y Perjuicios" Tribunal de Apelación en lo Civil y Comercial de Asunción, Sala 5, Ac. y Sent. 113 del 19/07/2007. Publicado en la Revista Jurídica Paraguaya La Ley, octubre de 2007, pág. 1197. PY/JUR/177/2007.



HASTA LUEGO


Todo viaje empieza con un paso, termina con otro paso igual de repentino, y, entre estos dos pasos hay una miríada de escalones. Todo termina, pero a la vez, todo lo que comienza nace del fin de algo que también empezó alguna vez. En este sentido esta obra marca el fin de un largo sendero para nosotras, pero también el comienzo de algo mucho más largo. Porque a partir de ahora solo nos queda ir hacia adelante.

Este libro es solo un hito en el camino que emprendimos el día en que decidimos llamarnos escritoras. A partir de entonces hemos aprendido, muchísimo, hemos debatido todavía más. Pero el camino para convertirnos en lo mejor que podemos ser, cada una dentro de sus propias perspectivas, todavía continúa. Un viaje en el que les agradecemos que nos hayan acompañado.

Para llegar hasta aquí recorrimos un camino rocoso, pero podemos estar orgullosas de decir que llegamos a este destino. Aprendimos que a los acuerdos no se llega por tener el mismo punto de vista, sino aprendiendo a ceder y a respetar las diferencias. No fue fácil, pero nos dejo la satisfacción del deber cumplido.

Esta selección de cuentos pretende reflejar la evolución y el cambio, el florecer de las ilusiones de dos niñas que hoy ya no son tan niñas, que hoy están ya lejos de donde empezaron, pero siguen andando. Personalmente, yo aprendí que ser un escritor no es lo que creemos en un principio, es un aprender que no termina. No consiste en acumular hechos en un personaje, ni en aprender a dibujar con palabras bonitas. Ser escritor es un viaje de empatia, es un aprender a ponerme en tus zapatos. Ser escritor consiste en aprender a escuchar a la vida. Las dos sabemos que mucha gente no lo sabe. Consiste en aprender a defender ideologías en que no creemos, a tejer y destejer personajes con sus puntos de vista. Un escritor aprende a pintar, a esculpir y a pulir, y lo hace todo con palabras. Aprende a reflejar, con palabras. Y aprende a entender, con palabras.

Un escritor aprende a reír, a llorar y a suspirar al mismo tiempo. Aprende a hacer magia para que broten sonrisas y lágrimas. Aprende como hacer que un corazón se acelere y se detenga.

Un escritor siempre aprende.

Los que me conocen, conocen mi memoria, y hoy no quiero olvidarme de nadie. A mí, hay personas que me inspiraron cada día de mi vida, algunas son reales, otras a medias y otras no tanto. Saben quiénes son y a todas ellas les digo gracias por haber estado siempre a la vera del camino, por haberme dado fuerzas cuando yo ya no podía. Por haber creído cuando yo no creía. Gracias a nuestras familias, porque simplemente son una parte de quienes somos, a Maybell, por los incontables consejos y las palabras de nuestro prólogo, y a cada uno de los amigos, a aquellos que con tanta paciencia nos han escuchado divagar sobre nuestras historias... y también a los que no.

Gracias a esas personas, fuertes y sólidas como la roca, que nos enseñaron a ser las mujeres que somos hoy.

Esperamos que estén contentos de escuchar que esto no termina acá, que van a volver a vernos. Hasta entonces, les dejamos las galletitas...

M. M. Ballasch

Octubre de 2012




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