Portal Guaraní - LUNA DIURNA - Por MARÃA LUISA FERREIRA

LUNA DIURNA

El guerrero debÃa enfrentarse al dÃa siguiente en duelo desigual con el extranjero hostil. Y muchos decÃan que era valiente. Ã‰l solo cumplÃa la profecÃa, una especie de sino, mÃ¡s bien un mandato, no como el de los dioses paganos, sino el del Dios de EjÃ©rcitos, Yahveh, que guiaba a su pueblo. Ã‰l era pastor pero ante su SeÃ±or era una oveja. HabÃa adquirido los hÃ¡bitos de aquellos, que iban al matadero aceptando con humilde y alegre pesadumbre su sacrificio. No imprecaba, no odiaba. Su corazÃ³n no alteraba el ritmo de sus latidos. Ã‰l era una oveja. No se creÃa valiente ni cobarde. AÃºn adolescente, casi un joven con rostro aniÃ±ado, simplemente obedecÃa el mandato del Consejo de la tribu, que representaba la voluntad suprema de su Dios. HabÃa sido elegido para el sacrificio. En el riesgo de su vida depositaban la esperanza del cumplimiento de las profecÃas que sobrevendrÃa con la sobrevivencia del grupo nÃ³mada. Y Ã©l parecÃa decidido y seguro. Pero no lo era. Simplemente era obediente y sabio. InsistÃa en que no era valiente. No querÃa endilgarse cualidades que no eran de su naturaleza. EntendÃa que en la vida no siempre se elige. Por encima de la elecciÃ³n estaba el plan de Dios y en eso consistÃa su sabidurÃa; en negar esa parte de su humanidad que en momentos le gritaba. A veces, la vida tiene bretes y seguir en ella es avanzar irremediablemente. No se puede saltar ni retroceder. Caminando cuesta arriba en sus dÃas de pastoreo habÃa aprendido que apegarse a la vida es la apuesta mÃ¡s segura a la muerte. La vida era caprichosa y libre. Y se dejaba seducir por quien la despreciaba. Era ya tarde. Los Ãºltimos sonidos del campamento iban mermando, para dar paso a los aullidos de algÃºn depredador del desierto. La luna cerraba la boca. ParecÃa sobrecogida. Se desentendÃa. La mirÃ³, buscando el frecuente diÃ¡logo de su alma con aquel cuerpo celeste. Le habÃa revelado silenciosa, en confidencia profÃ©tica, cÃ³mo serÃan los dÃas en el desierto y en las aldeas. Cuando tocaba el kinnor en el plenilunio de verano, la luna parecÃa pulsar las cuerdas. En su mÃstico pensamiento, entendÃa que el astro tambiÃ©n obedecÃa a su Dios, como toda la creaciÃ³n. Pero hoy, ella estaba confabulada con el mandato. La luna acataba. Su Ãºnico compaÃ±ero suspiraba a su lado preocupado por su suerte y admirado por la serenidad aparente de su espÃritu, que parecÃa un espectro bajo la luz nocturna. HabÃan apagado las antorchas. â€œDurmamosâ€, le dijo al amigo. â€œMaÃ±ana puedo morir o no. Si muero, habrÃ© cumplido. Si vivo, habrÃ© cumplido. Mi deber es luchar y hacer de mi lucha una saeta certera, Durmamos que no quiero estar en vela. Necesito soÃ±ar. QuizÃ¡s en sueÃ±os la luna me cuente lo que calla en esta vigilia. QuizÃ¡s estÃ© ansiosa de hablarme. Durmamosâ€. Sus palabras eran un reproche a su antigua musa...

El alba y el rocÃo despertaron al joven guerrero con una milimÃ©trica capa de frescura sobre su rostro pÃºber. TomÃ³ sus armas y fue al campo a esperar al extranjero hostil. Apenas llegÃ³ el gigante, lo derribÃ³ y lo matÃ³. El gigante cayÃ³ estruendosamente levantando la polvareda de su derrota. Eran los efectos especiales de una escena universal que resonarÃa en la eternidad. TodavÃa la luna estaba allÃ... se habÃa desvelado. Era una luna diurna. Se fijÃ³ en ella mientras suspiraba aliviado. No meditaba lo que vendrÃa despuÃ©s. Era obediente como una oveja. MirÃ³ a la luna de dÃa y entendiÃ³ que ella habÃa velado su sueÃ±o sereno antes de la batalla crucial. El camino de reconquista estaba allanado.

24 de febrero de 2014