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MARÍA LUISA FERREIRA
  EL JARDÍN ABANDONADO - Cuento de MARÍA LUISA FERREIRA


EL JARDÍN ABANDONADO - Cuento de MARÍA LUISA FERREIRA

EL JARDÍN ABANDONADO

Cuento de MARÍA LUISA FERREIRA


El mudo abandonó un día su jardín florido. Quedaron los manzanos con sus frutos maduros; el duraznero florecido; la rosa en un rincón. Su abandono permitió que las hormigas, perplejas, se deslazaran una yarda más. Al inicio avanzaron tímidamente, pero luego se dieron cuenta que el paso estaba allanado. El jardinero se fue. Los vecinos, acostumbrados a molestarlo, pensaron que era una ausencia normal, de unas horas. Pero luego, pasó un día, y percibieron que algo ocurría. El viento norte arrastró hule y papel. Algunos quedaron colgando grotescamente de las ramas de la chirimoya. Nadie los quitó. En medio de ese barrio marginal, el mudo solitario sembró un jardín. Un bello jardín que cuidaba día y noche, de depredadores naturales, de la inclemencia del tiempo, de las estaciones. Los vecinos comenzaron a hostigarlo, como duendes traviesos sin que exista otra razón que la travesura. Era como si también fuese natural el hostigamiento. Observaban su afán y trajinar. Comenzaron a robarle peras. Luego lanzaron insectos y una bolsa de basura sobre los geranios recién brotados. Un día, rompieron el tejido e introdujeron una jauría de perros en celo. Todo lo sorteó con la paciencia de San Francisco. Jamás una imprecación. Nunca siquiera un gesto de contrariedad. La mirada suya ignoraba por completo más vida que la de aquellas plantas y la de algunos pájaros errantes que lo visitaban con puntualidad. Pero un día se fue. Nadie sabe dónde. Así como vino, se fue. Llegó un aguacero. Las malezas no encontraron oposición a su afán invasivo, y empezaron a brotar sigilosas; luego, ya agresivas. Las plantas delicadas empezaron a temer y a sentir terror. Avanzaban sobre ellas. Una mujer sucia fue la primera en invadir el jardín. En una bolsa se llevó las manzanas arrancadas con furia, dejando heridas en el arbusto confundido y dolorido. ¿Dónde se fue el jardinero? ¿Por qué abandonó aquella bella obra que le había costado tantos días de labor minuciosa? ¿Cómo pudo hacer esto? Quizás se cansó. Quizás lo invadió un hastío. Quizás pensó que su tarea era como la de Sísifo, completamente inútil. Quizás comprendió que el jardín no sería eterno como todo lo que aparece en la tierra. ¿Por qué hacer coincidir el final de una obra con el final de la vida? ¿No pueden ambos tener un final por separado? Ninguno de los dos era eterno. Ni el jardín, ni el jardinero. El jardinero se fue. Corno un ave emigrante. Silencioso, pasivo, indiferente. Sin duda alguna, su entorno no incidió en su partida, así como no incidió en su venida. Quizás un día regrese, inesperadamente. Sin que él mismo lo planee. Como regresan las aves un día al nido abandonado y lo rehacen sin culpas, sin recuerdos.



EL JARDÍN ABANDONADO II


Cleo entró al jardín abandonado. Crecían enredaderas que se habían vuelto salvajes. Como los perros se convierten en lobos al ser abandonados a su suerte en el bosque, el jardín se convirtió en una jungla, (o al menos, en una pequeña jungla). Y en medio de la jungla, las madreselvas y las rosas, hospedaban a algunos salvajes cuyo nombre no conoce nadie, ni el hombre de la ciudad, ni los nativos. Sólo Dios y los ángeles conocen los nombres de estos visitantes que nadie sabe cómo aparecen. De noche, dijo Cleo, los ángeles duendes de la naturaleza traen las semillas desde el invernadero del cielo, donde existe un banco de simientes. Allí los colocan, con sus insectos y sus olores. Habían crecido hojas. Y Cleo creó cuadros en su mente de cada una de ellas. Quitó fotos mentales. Los encuadró, los compuso, los compaginó para poder apreciarlas. «El hombre —pensó Cleo- necesita crear cuadros para poder apreciar la belleza. Necesita poner recuadros para sus limitados ojos y encerrarlos en cuatro ángulos. De lo contrario, la belleza se derrama de su pequeña cabeza, se esparce, se derrite... ¡Es tanta la belleza que puede extasiarnos, y emborracharnos!». La belleza de la naturaleza necesita ser decodificada por el hombre común, no por ángeles duendes, no por Cleo que era niña y que era a su vez, ángel y duende.

Cleo se sentó en la arena del sendero del jardín abandonado y miró las hormigas que iban y venían. «Los niños no hacen nada», dijo su madre. ¿Qué hace Cleo? Conversa con Dios. Se embelesa. Embelesarse es no crear cuadros para la belleza. Embelesarse es enlodarse, embarrarse, zambullirse, «empapuzarse» con los colores de la belleza. Bebería, soñarla, acariciarla, disfrutarla sin crear cuadros. Cleo estaba en una ceremonia de amor. Cleo juega en el jardín abandonado.



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EN VERSOS Y PROSAS DESDE EL EXILIO

PROSAS, CUENTOS Y RELATOS

Por MARÍA LUISA FERREIRA

Editorial SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. 2013



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