De que Emiliano R. Fernández dominaba su arte -la poesía-, es indudable. Reténpe pyhare es una de sus obras maestras. En plena Guerra del Chaco, en Ballivián, en 1934, creó los versos de una verdadera joya dentro de su extensa y rica producción poética.
Cuando estalló la contienda, en 1932, Emiliano estaba en casa de sus padres -Silvestre Fernández, oriundo de Acahay, y Bernarda Rivarola, natural de Bejarano (hoy barrio San Pablo, de Asunción)- en el lugar denominado Rincón, como a dos leguas -diez kilómetros-, de Concepción.
«Inmediatamente se preparó para ir a la guerra. Él ya tenía su uniforme, se puso y se despidió de mis abuelos pidiéndoles la bendición. A mí me dejó unos cuadernos con sus versos y unos libros para que le cuidara», recuerda su hijo Laureano Fernández.
No podía ser de otro modo. El poeta era uno de los que más reclamaban la defensa a sangre y fuego del Chaco. Desde la muerte del Teniente Adolfo Rojas Silva su voz enardecida instaba a lanzarse al combate. Tanto era su entusiasmo que en Rojas Silva rekávo dice con vehemencia: ñaguahêne aipo La Paz-pe tosoro la osoróva. Su profecía no estuvo muy lejos de ser cumplida ya que en junio de 1935 -cuando acabó la guerra-, el frente más avanzado, al mando del mítico León karê (el coronel Rafael Franco), bebía ya de las aguas del río Parapití, dentro del territorio boliviano.
Incorporado inicialmente -según una cronología dejada por el profesor Basilides Brítez Fariña-, al Regimiento de Infantería N° 1 «2 de Mayo» comandado por el mayor Paulino Ántola pasó a formar parte del Destacamento al mando de Francisco Caballero Álvarez, conocido como «Pancholo», hijo del general Bernardino Caballero. Tomó parte de la primera batalla de Nanawa que terminó con el triunfo el 20 de enero de 1933. Fue después de ese encarnizado episodio bélico que Emiliano escribió el compuesto Regimiento 13 Tujutî donde las palabras exhiben fotográficamente lo ocurrido en el campo de batalla.
En el '34 el poeta, en Ballivián, al frente de un reducido grupo de hombres, se encontraba a no mucha distancia de la trinchera boliviana. Estaba completamente solo, alerta, esperando que las ametralladoras reiniciaran su mortal letanía de balas debajo de un guajakan, típico árbol de la flora chaqueña.
Fue allí donde Emiliano R. Fernández entabló un diálogo con el viento. De su fértil fantasía nació uno de los poemas mejor logrados del poeta de amplio registro imaginativo.
Con todos los aromas del monte, el yvytu vevúi asy llega junto a él. Le da las instrucciones para que cuando llegue a destino -Asunción-, haciendo de estafeta, entregue el mensaje a su madre doña Bernarda y a la que entonces ocupaba su memoria. Su Reina no era otra sino Catalina Gadea a la que había dedicado Aháma che china rebautizada por la intervención popular como Che la Reina.
Si bien el viento no replica es evidente que responde al pedido de Emiliano al quedarse junto a él y escuchar cuanto le va diciendo. Va interiorizándole de cuanto vive como combatiente y hasta le solicita que lo aguarde un instante mientras va a revisar cómo están sus ta'ýra cercanos. La amarilla luna, de ojos intensos, observa la escena según describe el poeta. Diez y treinta de la noche marca su reloj de bolsillo.
En 11 estrofas, Emiliano pintó el universo del soldado en la noche. Encontró en el viento personificado un motivo de inspiración y un canal para expresar sus afectos más hondos. Una obra maestra, sencillamente.