CASI UN LUJO

Por DELFINA ACOSTA

Cada vez más crece la sensación de inseguridad en la población. La inseguridad nos va acorralando, apretando, mientras provoca en nuestro ánimo bastante aflicción.

Casi todos los días los asaltantes están cometiendo sus fechorías y un sentimiento de impotencia como de creciente temor nos invade a todos.

Somos una ciudadanía librada a su suerte, tal parece.

Un día le toca pasar un momento terrible a alguien. Otro día le puede tocar a cualquiera. Y así sucesivamente.

Las calles por las que deberíamos caminar tranquila y alegremente ahora debemos andarlas con sumo cuidado pues los amigos de lo ajeno están aguardando un momento de nuestra distracción para llevar nuestro celular, nuestra cartera, alguna pertenencia, lo que sea que tengamos de valor.

A menudo crecen las denuncias de las personas que han sido sorprendidas por los maleantes en la vía pública o en su propio domicilio.

La prensa se hace eco de esos casos, obviamente. Y también las gentes, en las calles. Más o menos en estos términos se escuchan cosas así: “Él la atacó con un arma blanca y ella tuvo que defenderse como pudo. Se salvó de puro milagro la chica”.

O bien: “Entraron dos tipos a la vivienda de un vecino. Llevaron varios electrodomésticos y mucho dinero. Se hizo la denuncia correspondiente”.

Por supuesto, ante estas lamentables circunstancias una suerte de sicosis se va adueñando progresivamente de las personas. Y se sabe que la sensación de temor reduce la calidad de vida de cualquier individuo.

Cómo no comprender a los padres cuyos hijos van al colegio o a la universidad en un horario nocturno.

Cuán largas y angustiosas se les hacen las horas, seguramente, mientras aguardan que ellos regresen ya nomás a la casa, sanos y salvos.

Si aún de día hay peligro en las calles cómo no ha de haber de noche.

Hay numerosos sitios de Asunción que, a pesar de estar bien iluminados, son prácticamente zonas liberadas pues no existen –precisamente– garantías de salir sin líos de ellos.

Difíciles tiempos nos tocan vivir por cierto.

Ya uno quisiera ir a algún lugar, como corresponde, a recrearse, a participar de un evento social, a cenar en familia, a compartir un agradable momento con los amigos de siempre, pero el temor a cuanto pueda llegar a suceder hace que se opte finalmente por quedarse en la casa.

Se supone que no debería ser así. Pero lamentablemente es así.

¿Y nuestros gobernantes? ¿ Y las autoridades encargadas de velar por el orden público?

Me decía hace cierto tiempo un amigo que fija residencia en Buenos Aires, que las veces que va a salir a la calle se pone ropa fea, propia de la gente pobre, porque así evita llamar la atención de los asaltantes.

Me parece muy lógica e inteligente su estrategia.

En la capital de la Argentina crece también el índice de delincuencia en forma alarmante.

De hecho, los argentinos hacen permanentes reclamos de seguridad al Gobierno. Y son insistentes y metódicos en sus protestas, lo cual es plausible desde todo punto de vista.

Es una pena grande tener que lidiar cada día con tanta inseguridad. Hoy por hoy, regresar después de haber terminado de trabajar al hogar sano y salvo es casi un lujo.