DÍA TRAS DÍA

Por DELFINA ACOSTA

Al salir a la calle, a veces te viene un sentimiento de temor. Comprensible temor, desde luego, pues hay tanta inseguridad como violencia en todas partes.

Basta con leer los informes que aparecen a través de la prensa en torno a las muchas personas que han sido lesionadas por asaltantes para saber que la seguridad se está convirtiendo cada vez más en algo remoto. Lástima grande.

Cierto es que son demasiadas las gentes que usando su celular cuando van por la vía pública se exponen a los asaltos. Supongo que hablan de temas superficiales, y también, desde luego, de necesidades o problemas que necesitan ser resueltos en el momento, pero exponen hasta su integridad física al hacerlo, pues hay delincuentes que en un simple descuido les pueden hacer algo más grave que un robo de celular. Mucho cuidado entonces...

Asimismo en la calle, cuando viajas en un ómnibus que está en pésimas condiciones, empiezas a sentir lo que es la mortificación de tener que soportar un tránsito caótico.

Los viajes largos en colectivos producen tanta fatiga en el organismo. Cualquiera lo sabe. No es ninguna novedad.

Y ni hablar ya de los accidentes que apagan diariamente vidas humanas.

Entonces, cuando por fin regresas a tu casa, te entra un profundo alivio, casi un suspiro de felicidad.

Y te viene a la mente, acaso, aquella frase que encierra un sentimiento de ternura: “Hogar, dulce hogar”.

Cómo no agradecer, no valorar día tras día, el hecho de tener un techo que te cobija, una familia, y hasta una mascota que te reciba moviendo alegremente la cola.

Las mascotas suelen ser excelentes transmisoras de humor. Y hay que considerar que el buen humor constituye un valioso aporte para la salud mental.

Ya en tu casa puedes conversar con absoluta libertad con los tuyos sobre lo que te interesa puntualmente y le da real valor y sentido a la existencia.

Existen tantas personas que cuentan con un hogar, una familia bien constituida, un excelente pasar económico, y aún así no se sienten conformes.

Quieren más. Buscan más.

No las entiendo.

Desligado ya de todo afán y trabajo, en tu casa te relajas al máximo.

Puede ocurrir que surjan de improviso alguna contrariedad, algún enojo, pero el sentido común, la necesidad de mantener la armonía familiar por sobre todas las cosas, te llevan a ser tolerante y a aplacar cualquier intento de discusión que brote y que solamente son una resta, un punto menos.
Cuánto se disfruta haciendo lo que te viene en ganas una vez que te encuentras en tu domicilio.

Tienes la opción de ver una película alegre y recreativa, que te inyecte una dosis de optimismo necesaria para seguir apostando por un futuro mejor aun cuando las noticias pinten un panorama difícil.

Una vez que cierras la puerta que da a la calle, te apoyas en los tuyos si tus fuerzas empiezan a flaquear.

Es tan importante, obviamente, sentir que tu familia está contigo en las buenas y en las malas.
A salvo de la violencia callejera, de un mundo convulsionado, en la intimidad de tu hogar empiezas a valorar en toda su dimensión a los tuyos, a quererlos más que nunca y a desear lo mejor de la vida para ellos.