MUNDO DE PALABRAS

Por DELFINA ACOSTA

Un preciado bien del ser humano es, sin lugar a dudas, la libertad. Cuando ella no está ya a nuestro alcance, empezamos a valorarla en su justa dimensión.

Cómo no celebrar la libertad para caminar por un parque, para echarse una siesta reparadora después de una larga jornada de trabajo, para dejar volar la ilusión, para tomar la decisión que la conciencia cree que es la correcta, en torno a determinada circunstancia o cierto hecho.

La gente suele hacer el uso que mejor le parece de su libertad de expresión.

En las calles se puede “tomar” la pulsación de la libertad diaria. Los graffitis también dicen lo suyo, en las murallas de las casas, en las paredes de los baños, en los asientos de los ómnibus. Los hay de todas las orientaciones y colores. Proliferan, tal parece, aquellos mensajes cargados de enojo y de rebelión contra nuestros gobernantes, que van de promesa en promesa, para cumplir a medias con lo prometido.

Haciendo pleno uso de sus derechos, la gente puede expresarse como le venga en ganas.
Y, al fin y al cabo, cada cual se hace responsable de lo que dice.

Por otra parte, cansados de un Gobierno que no cumple con sus expectativas de orden económico, los españoles utilizan las redes ya sea para debatir, para hacer catarsis o para pactar manifestaciones callejeras.

Igualmente, los habitantes de Estados Unidos y el Reino Unido se valen de este precioso invento (me refiero, obviamente, a las redes), dándole el uso que les viene en ganas.

Quien desee guardar silencio que lo guarde.

Y quien quiera expresar su disgusto o desagrado ante una circunstancia que va contra los intereses económicos y el bien común, está muy bueno que lo haga, supongo.

Hay usuarios que utilizan las redes sociales para entablar amistades, para buscar a parientes a quienes dejó de ver hace bastante tiempo, para resaltar un acontecimiento social, para manifestar su bronca contra la agobiante inseguridad callejera, contra los gobernantes, contra algunas situaciones que llaman la atención pública, para estar en contacto con los amigos y desearles suerte en algún emprendimiento.

Todo vale, tal parece, desde el momento que no existen límites.

Es un mundo ancho, casi infinito, Internet.

Resultaría imposible medir su alcance, porque las noticias o las novedades que van apareciendo superan a la misma sorpresa, lo cual ya es demasiado. Mas no es bueno, de ninguna manera, que ese mundo termine devorando a sus usuarios.

Se sabe de individuos que están horas y horas frente a la pantalla, llevando una vida sedentaria, como si su vida se centrara solamente en la computadora. Esas personas se van aislando paulatinamente de la realidad y pueden llegar a perder una parte importante de su salud mental lo que ameritará, quizás, la visita a un profesional.

La conversación, ese trato tan espontáneo y sano que entre los seres humanos se da, puede terminar debilitándose. Cuidado... El sentido común indica que los extremos suelen ser peligrosos. La adicción a Internet puede provocar depresión en los jóvenes advierten los especialistas. Algunas amigas mías no visitan sino muy de cuando en cuando las redes sociales pues para ellas es mucho más positivo y valioso la charla.

Hablar relajadamente, observar el rostro de la gente apreciada, vale mucho.