EL TRATO COTIDIANO

Por DELFINA ACOSTA

Suele ocurrir que el trato que la gente le da a su prójimo a veces equivale a una suerte de bofetón anímico que tiene un peso demoledor.

Desde siempre, las personas con buena onda, alegres, que naturalmente tienen una manera positiva de relacionarse con su entorno, se ganan la simpatía de los demás y cuentan con muchos amigos.

El buen humor no siempre está presente en nuestras vidas porque en algunos momentos hacen su aparición momentos difíciles y muy delicados. Sin embargo, hay que tratar de buscarlo, pues es un sano alimento para la mente, así como para el cuerpo.

Los paraguayos, en especial aquellos que viven en el interior del país, y aún no están contaminados por el odioso estrés, cultivan un comportamiento afable, cordial, que acaba conquistando a cualquier mortal.

Con cuánta naturalidad la gente de tierra adentro entabla comunicación con su eventual interlocutor y le va contando sus experiencias, las costumbres de la zona en que vive, quién es quién en la comunidad. Con picardías y bromas, sus expresiones, su decir, sus gestos vienen a constituirse en un remanso, una gota permanente de paz.

¿Cómo no sentirse bien a su lado? Hay que agregar que su conversación no trae consigo prisa ni apremio alguno, porque en cierta manera el tiempo es un simple término, un concepto, una idea que no termina de caber en sus planes.

Desde siempre se ha tenido en mucha consideración y estima el trato afable y cordial de nuestra gente.

Los extranjeros se enamoran con facilidad de la naturalidad y de la sencillez de nuestros compatriotas.

Tan fluidamente se desplazan por una charla, con el imprescindible tereré de por medio; su compañía se cotiza bastante en un mundo donde la indiferencia y hasta el maltrato ponen su acento de desencanto y tristeza a menudo.

El Paraguay es un país turístico porque posee sus Ruinas Jesuíticas de Jesús y Trinidad, su casi legendario pueblo de Areguá, tan rico en su arte artesanal, y su concurrida villa veraniega, San Bernardino.

A estos bienes hay que añadir el potencial humano hallado en la espontaneidad y en el comportamiento solidario de mucha gente nuestra.

Cualquiera se quedaría horas hablando con alguien que, desprendido de cualquier ajetreo y ansiedad generados por el apremiante ritmo laboral de las grandes urbes, te cuenta anécdotas de todos los colores y te larga chistes o bromas.

Una hora o dos de conversación con las personas graciosas, sin malicia, equivalen a energía positiva y constituyen una excelente motivación para el ánimo.

Cómo hacer, me pregunto, para lidiar diariamente con un ser humano malhumorado y agresivo.
No lo sé. No tengo respuesta alguna.

Comprendo, desde luego, que los problemas suman y la negatividad vaya rayando progresivamente el carácter.

En fin. Que sean más los hombres y mujeres de buen humor, si es posible. Se reivindica el buen humor, pues es la imprescindible sal de la cotidianidad. No se equivoca quien dice que la mala onda es contagiosa. Habría que colocar un cartelito en la sala del hogar con el siguiente lema: Bienvenido a esta casa, pero con buena onda.