MADERA SUCIA

Por DELFINA ACOSTA

Trabajamos arduamente, casi se diría que lo hacemos de sol a sol, porque sabemos que tenemos que cubrir a fin de mes no solamente el pago del impuesto de la casa donde vivimos, sino también las facturas varias, que se han transformado en una suerte de castigos.

De cualquier manera vamos remando.

Hubiera sido todo tan distinto si los políticos por los que votamos cumplieran con las promesas que lanzaron a los cuatro vientos en las campañas electorales.

Mas resulta que ellos se han transformado en nuestros acosadores.

Está a la vista de la gente su diario mal accionar.

Como las langostas llevan cuanto encuentran a su paso.

El prebendarismo, el nepotismo se han convertido en moneda común y corriente.

Ayer nomás uno veía a cierta persona, de quien se tenía un buen concepto, andar a pie por las calles.

Luego ocurrió que se alió con algún personaje repartidor de cargos y al poco tiempo dejó su humilde y honrada existencia a un lado, para convertirse en un zoquetero más del ambiente.

Creo sinceramente que si contáramos la cantidad de zoqueteros que hemos visto surgir de la nada y ocupar hoy enormes espacios de poder, los números nos quedarían muy cortos.

Cuánto comprendo a las gentes trabajadoras y honestas de nuestro país en su diario plagueo.

Se trabaja para comer dignamente, para que los hijos reciban una buena educación, para tener acceso a una atención sanitaria que valga la pena cuando la ocasión lo amerite, pero todo se hace difícil.

La corrupción y el nepotismo han echado profundas raíces en la mentalidad de las gentes, y la mayoría de las personas que hacen política, salvo honradas excepciones, lo hacen movidas por un simple afán personal.

Mas hay que salir adelante.

Muchos elegimos, porque deseamos hacer honor a nuestro apellido y no queremos ser señalados por nadie mañana, llevar un trabajo honesto.

Si hay que esforzarse nos esforzamos.

Después de todo, nadie escribió en ningún libro que la vida sería fácil para el ser humano.

Nos fortalece nuestra condición de gente transparente.

Aquellas personas que optaron por dejar atrás la transparencia son señaladas públicamente y pasan vergüenza. Están varadas en un camino sin retorno, por cierto.

La prensa radial, escrita y televisiva se hace eco a diario de los groseros robos perpetrados contra el Estado por autoridades salientes y gobernantes varios de manera que queda en franca evidencia la madera sucia de la que están hechos.

A la hora de rendir cuentas el pueblo les pasará la factura.

De hecho, ya lo está haciendo. Y es muy bueno y hasta saludable que así sea porque la palabra vergüenza cumple una función demoledora y contundente dentro de cualquier sociedad.

Cuántos hombres y mujeres en los que habíamos depositado nuestra confianza pues habían prometido un cambio que nunca vino ahora son objeto de nuestro desprecio y de nuestra antipatía.

El doble discurso, el mentir por mentir, el popularismo, han terminado por hartar a la clase trabajadora que solamente sabe que debe confiar en sus propias fuerzas para conseguir el pan de cada día.