LAS AGUAS ESTÁN CONFUSAS

Por DELFINA ACOSTA

Tengo la sensación de que va perdiendo su estructura, sus códigos, sus básicas reglas, nuestro lenguaje.

El hombre es, acaso, un animal que habla y escribe. Últimamente, ese animal viene hablando y escribiendo casi con deformidad, lo cual indica que hay una decadencia, un retroceso.   

Yo debo confesar que a veces, influida por el ambiente, me siento arrastrada por la comunicación defectuosa de la gente. Es de conocimiento general que los seres humanos somos en gran medida consecuencia del entorno en que nos desenvolvemos diariamente.

Salvo algunos verdaderos héroes de la comunicación, leo y escucho a las personas, aún aquellas que trabajan en los medios de prensa, expresarse con un lenguaje errático o deplorables limitaciones.   

Aborrezco grandemente la hipocresía. Conmigo no va, no iría nunca aquello de darme por persona bien hablada pues no lo soy. Reconozco mis falencias lingüísticas, mi léxico averiado, mas comprendo que es natural que así sea, pues soy como usted, lector, y como muchos otros paraguayos, el resultado de este lenguaje (oral y escrito) saturado de mediocridades de nuestro país. Creo que es de honestos asumir lo que es más que evidente, lo que sobrevive precariamente en la conversación de la gente de salón y de las gentes de la calle, y se traslada en forma penosa en algunos libros de lenguaje frágil e insuficiente.   

¿Cómo hacer para salir de este embrollo que a todos nos afecta?   

La palabra es también una disciplina. Se debería reconocer que debemos leer buenos libros (los clásicos, fundamentalmente) para ir alcanzando un mejor conocimiento del lenguaje y dar un buen uso a las palabras.   

Suelo notar que los jóvenes no muestran casi ningún interés por la lectura. ¿Qué hacer entonces? El problema de la pobre educación impartida en las aulas va relegando a muchas generaciones. Me refiero a generaciones de jóvenes que quizás hubieran tenido oportunidades de sobresalir como escritores, por ejemplo, pero que con su ignorancia explícita no pueden acariciar siquiera la ilusión de escribir bien una esquela de amor.   

Existen tantos excelentes libros por allí, aguardando una atención en los anaqueles de los estantes de las bibliotecas públicas así como también hay tantos jóvenes que se hallan inmersos en la pavada. Sí, es natural quemar etapas; vale decir que es bueno y saludable disfrutar de las bondades de la juventud, pero además es preciso instruirse.   

Instruirse, desarrollar su cultura, su educación, a muchos, cientos y miles de jóvenes paraguayos les tiene francamente sin cuidado. Claro que hay excepciones.   

¿Cómo remar contra este flagelo?   

Grande y difícil tarea es tomar los remos en un medio donde muchos encargados de impartir educación se hallan en serios problemas con su propia formación educativa.   

En la casa se habla mal.   

En las calles se habla como en la casa, o sea, pésimamente. Viendo así la situación, con la ignorancia que va ganando terreno rápidamente, a pesar del esfuerzo que hacen los periódicos al poner al alcance de los lectores libros, las aguas se presentan confusas y hasta sucias.   

El mundo es para la gente competitiva, instruida, que conoce ciencias políticas y otras ciencias, que tiene una opinión formada sobre religión, economía, salud, etc., y que entiende que debe esforzarse para estar a la altura de los triunfadores. La ignorancia engorda el atraso.   

Y en el atraso estamos, lamentablemente.