POR UNA SOCIEDAD MÁS SANA

Por DELFINA ACOSTA

Ya querría la gente conversar sobre temas suaves, que le vengan bien al ánimo, pues practicar, hacer uso del buen humor, equivale a una sustanciosa inyección de salud para el organismo. Hablar, por ejemplo, de las prácticas que guardan relación con la cotidianidad, la buena o perezosa marcha de los geranios en flor, aquellas nuevas relaciones de los hijos con sus compañeros de estudio, lo que falta y lo que queda del día, cierto libro leído, y que despertó la curiosidad, sería ameno para las personas.   

Pero viene a pasar, que con lo ocurrido en los últimos tiempos, con la inseguridad que ha ganado velozmente terreno en las calles, la gente lamenta el estado de delincuencia instalado en nuestro país, y se queda con el corazón apretado.   

¿Dónde están las autoridades?   

¿En manos de quiénes estamos finalmente?

¿Por qué todo se sale de su cauce?   

¿Qué medidas urgentes se deben tomar para que la situación no siga empeorando?

Nadie merece este tipo de delincuencia diaria. Pagamos nuestros impuestos, trabajamos de sol a sol, o sea que en nosotros se cumple fielmente el refrán o la máxima "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", y sin embargo, el pago inmerecido que recibimos es un estado de cosas muy desmoralizador.   

Se supone que no se debe bajar los brazos.   

No hay que rendirse nunca, dirían los valientes, los que lideran siempre las pequeñas y grandes batallas a lo largo de su existencia y motivan a los demás.   

Ha llegado (hace rato) la hora de que la sociedad no permanezca indiferente ante la violencia; se acabó definitivamente el tiempo de los tibios.   

Hace poco ocurrió un secuestro, de ribetes que superan toda emoción y echan una suerte de candado sobre tantas vidas.   

La sociedad no debe tolerar este desborde.   

Se ha llegado al colmo.   

Todo es pasmo. Y mucho quebranto para los individuos que viven cuidándose ya a veces hasta de su propia sombra.   

Se sabe, desde luego, de muchos males que aquejan a los seres humanos, como la falta de empleo, que afecta, y cuánto, a la economía familiar y a los propósitos o agendas de una vida decente, pero esto de encontrarse diariamente con impactos terminan por quebrar a cualquiera.   

Se supone, se debería suponer que el Estado debe tomar cartas drásticas en el asunto. Hace rato dejaron de convencer las flacas explicaciones. Ellas sencillamente fastidian y hasta generan bronca pues los civiles estamos francamente hastiados. Lo que los paraguayos esperamos, impacientes, son urgentes medidas de seguridad que redunden en beneficio de todos.   

Me contaba un amigo, residente en Buenos Aires, que para salir a la calle debía disfrazarse de linyera. O sea que tenía que vestir ropas harapientas para no despertar la curiosidad de los avivados, de los amigos de lo ajeno. ¿Llegaremos a eso? Ciertamente, el origen de la inseguridad tiene muchos focos infecciosos; no está en mi capacidad analizarnos, ni mucho menos, y no quiero pecar de charlatana. Sí creo que se debe hacer una evaluación de tanto exceso para buscar las causas de los males, y luchar, a como dé lugar, contra ellas. En esa tarea debemos estar comprometidos todos.