INMERECIDA VIOLENCIA

Por DELFINA ACOSTA

Se viven casos de violencia en muchas familias, y esa violencia, que muestra lo peor del ser humano, lo más aborrecible, degradante y patológico, puede tomar ribetes trágicos cuando acaba con la existencia de una persona.   

Yo, particularmente, veo que nuestra sociedad es muy cabizbaja, muy de inclinar la cerviz ante el que la somete a todo tipo de humillaciones y maltratos. ¿Por qué?   

Al paraguayo le cuesta bastante, demasiado, pareciera, expresar, decir, confesar lo que guarda en su interior, por razones que algún sociólogo, un especialista en pueblos sometidos y sufridos, podrá explicar, tal vez, con ciertos fundamentos.   

La violencia desgasta anímicamente a la familia y llega a producir estados de parálisis emocional en numerosas oportunidades.   

Frecuentemente, los seres afectados por los maltratos físicos y verbales no pueden encontrar, tal parece, una vía de escape, una manera de pedir ayuda para poner fin a su drama.   

Son numerosos los casos de las mujeres que viven "aceptando" los arranques de violencia de sus parejas. La historia es harto conocida: ellas sienten temor por su integridad física, y por consiguiente no hacen la denuncia contra su victimario. Sus pobres cabezas se transforman en un complejo como aturdido mundo aparte, que les impide ver con claridad la realidad. Son la aceptación personificada del estado de ánimo de su pareja, que si un día despierta con alguna resaca, un brote de mal humor, habrá de darle su cuota correspondiente de agresión. ¿Se puede vivir en estas condiciones?   

A veces la dependencia económica actúa como generadora de silencio en las víctimas.   

Como sea, hay muchos estallidos nerviosos, demasiados castigos físicos, una creciente violencia infecciosa, en las familias paraguayas.   

El miedo se instala entre sus miembros, y el ambiente se va enrareciendo, y después gangrenando, pues las alteraciones anímicas se manifiestan de las más diversas como inexplicables formas en ellos.   

Pobres de los hijos que ven a su padre golpeando a su madre. Crecen con un sentimiento de desdicha y los traumas hacen nidos odiosos en sus pequeñas y asustadas mentes.   

Sobreviven varias mujeres que sufren en este mismo instante los efectos de las golpizas, y sus nombres anónimos, hijos de la marginalidad, no son registrados, lastimosamente. Por supuesto que también existen algunas "señoras" que maltratan, y cómo, y con cuánto veneno en cada palabra emitida, a sus esposos.   

Habemos de todo en la viña del Señor.   

Lo que deseo significar es que cuando la comunicación (que debiera ser, en lo posible, armónica y saludable) dentro de una familia es la expresión más asquerosa de las amenazas de golpes, y los improperios sustituyen a las palabras afectuosas que todos necesitamos, la sociedad se va enfermando.   

Andan por doquier muchos progenitores que son creadores sistemáticos de futuros golpeadores, pues no pueden, no quieren dar una oportuna palabra de afecto a sus hijos, quienes necesitan recibir su cupo diario de amor.   

Quien no supo de afecto, no sabrá de tolerancia, en el futuro. Quien recibió golpes, golpeará. Quien fue criado con afecto, sabrá dar contención y amor a su familia. Esto es matemática pura.  

Fuente: ABC Color

Sección: OPINIÓN

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Martes, 12 de Julio de 2011

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