ROBO DE LIBROS

  Por DELFINA ACOSTA

La Biblioteca Nacional ha sido prácticamente saqueada. He visto hace poco tiempo en la página de Arte y Espectáculos (de este diario) sus estantes; algunos renglones o vacíos mostraban claramente que muchos "lectores" se han llevado ¿para siempre? preciosos ejemplares.

Pero quisiera yo contarle, lector, algo sobre mi biblioteca, que después de todo, viene a ser una llama importante de mi existencia. Pura literatura, filosofía e historia son las razones de mi curiosidad, mi extrañamiento y mi contemplación. Nada de leyes, matemáticas y ciencias naturales. Acaso un poco de ocultismo.

Para mi placer veo cómo van engordando mis estantes. Eso es muy bueno.

Ayer compré teatro de Enrik Ibsen y "El tercer hombre" de Graham Greene. Nada especial. Pero, sin embargo, no son los nombres de los ilustres personajes literarios y sus obras los que mantienen mi corazón contento, sino que todo el mundo mantenido allí en orden.

No. No. No. Nadie se atreverá a tocar mis obras. Es esa mi tranquilidad. Y también mi motivo de satisfacción, pues viene a ser como un árbol crecido cada libro.

Creyéndome una persona organizada, nada me complace tanto como pasear mi mirada por los lomos de mis libros, y hallarlos allí, exactamente como deben estar.

Qué espanto para mi corazón enterarme de un texto faltante. Cuando entendemos, como sociedad o como individuo, la importancia que tiene el libro, la expresión lúcida del pensamiento humano se revela en nuestras vidas, y nos entra un sentimiento de cuidado. Y hasta de desconfianza. ¿Y si nos robaran, por ejemplo, los cuatro tomos de las obras completas de Rafael Barrett? Sería ese un motivo de desesperación.

¿Qué ocurre con nuestra sociedad? ¿Qué pasa que hay una suerte de tráfico de libros?

La Biblioteca Nacional ha perdido su credibilidad. Quienes están al frente de dicha institución deben tener, seguramente, un registro de textos. Si hay ocho obras sobre, digamos, el Dr. Francia, y quedan siete, falta una. ¿Quién la robó? Pues a averiguar.

A recuperar los libros robados. Eso es lo que corresponde hacer.

Por otro lado, pienso en las numerosas familias paraguayas que tienen una surtida biblioteca en su hogar. Llegado cierto momento, por ausencia del dueño (se ha muerto, se ha ido), quieren donarla a la Biblioteca Nacional, entusiasmadas con la idea de la utilidad que tendrá en dicho lugar.

¿Con qué motivación se querrá donar ahora la biblioteca del pariente, del escritor o del lector ya fallecido, si los libros van a ese sitio para desaparecer?

Yo hubiera querido donar mis libros. Desde pequeña he querido anotar en mi testamento un punto a favor de la cultura y de la educación.

Pero ahora ya no.

Pienso en el gran daño que se hace a la educación y a la cultura de un país cuando se cae en este saqueo.

Deseo que se recuperen los textos robados.

Hay que echarles el guante a aquellas personas que meten en su existencia la propiedad ajena.

Por de pronto, cuido mi estancia.

No pienso donar mi biblioteca al Estado paraguayo.

Perdí totalmente la confianza.

Nada. Ni un solo texto. Ni siquiera "Condorito".

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color

Lunes, 15 de Febrero de 2010

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