Corrían los últimos meses de 1947 en nuestro país. La sangre no sólo había llegado al río sino al mar. Los sobrevivientes derrotados de la guerra entre hermanos se refugiaban en la Argentina. Buenos Aires era el puerto del buen aire para los que ya ni siquiera podían respirar en el territorio donde habían crecido y soñado.
El doctor Carlos Federico Abente –nacido en Isla Valle, Areguá, el 6 de setiembre de 1914- era, entonces, el encargado de las guardias del Hospital Alvear de la capital argentina. El galeno se había recibido después de mil y una peripecias, en las que siempre se destacaron su voluntad y su afán de salir adelante.
La historia del doctor Abente es conmovedora. Con su madre obstetra, muy niño, cruzó la frontera. Vivió primero en Formosa, luego se trasladó a Concepción del Uruguay (Argentina) y, finalmente, con el definido afán de ser galeno, ancló en Buenos Aires. A pesar de vivir en el Paraguay sólo hasta los tres años, nunca perdió el idioma guaraní. Es más: a lo largo de los años, lo fue enriqueciendo sucesivamente como para que se convirtiera en una de sus herramientas eficaces para su poesía hondamente enraizada en su tierra.
En Buenos Aires se dedicó a los más variados oficios, para ganarse el pan y seguir la carrera de Medicina. Cuando era canillita, sus compañeros argentinos fueron tan generosos con él que entre todos se repartían los periódicos que él debía vender en un día, en época de exámenes. Le permitían tener el día libre y estudiar. Y al final de la jornada le entregaban su ganancia.
A veces, cuando el dinero era esquivo y había que comprar libros, iba a un gimnasio y hacía de “sparring” a los boxeadores. Ligaba unos cuantos golpes, pero conseguía el dinero para seguir estudiando.
Con Carlos Federico eran generosos fue porque él mismo, en todo momento, exhibía un alma inmensa. Su solidaridad con los paraguayos llegaba a extremos insospechados. El maestro José Asunción Flores, sin duda, el destinatario de su cariño mayor.
Entre los que llegaban huyendo del asedio del fuego del ´47 las necesidades eran muchas. Sin dinero, la comida llegaba a la mesa cada muerte de obispo. O no llegaba sino convertida en algún harapo de pan. Conocedor de esa situación, el doctor Abente, como responsable de la guardia de los fines de semana en el Alvear, internaba a los "paraguas". Los alimentaba como si el lunes hubiese de llegar el fin del mundo y les daba de alta antes de que nadie se percatara de la situación real.
En ese contacto permanente con los suyos, el médico sintió los dolores espirituales que aquejaban a los que se convertían en pacientes disfrazados cada fin de semana. En esa fragua de la proximidad con el sufrimiento ajeno fueron madurando los versos de Ikatuva´erâpa. Al ver a sus amigos llorar de añoranza, ansioso, les preguntaba: "Ikatuva´erâpa jaha jey ñane retâme ha jaiko porâmba oñondive. (Será que podremos alguna vez retornar a nuestro país y vivir en armonía alguna vez.
El poema habla, en un guaraní cuyo tramado fue construyendo a la distancia, de la intolerancia y del imperativo de hallar un día el camino de la verdadera pacificación. El autor quiere que la patria esté antes que nada, por encima de todo.
En 1994 Alejo Benítez y Adolfo Arregui –primos- del Grupo Generación, de Villarrica, le pusieron música para el disco "Nostalgias aregüeñas I" que reúne, a través del sello Guairá, algunas de las obras musicalizadas de Abente, grabadas por diversos intérpretes. Son un testimonio vivo de la fecuanda tarea creativa del médico que nunca olvido sus raíces.