YBYCUʼI RAPÉ, 1975
XilografÃa de MIGUELA VERA
Santa Fe-ArgentinaÂ
De 75 cm. x 104 cm.
DOÑA MIGUELA VERA – IN MEMORIAM
(Diario ABC Color domingo 15 de mayo de 2005)
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Más de cincuenta años dedicados al arte es toda una vida entregada a una causa, especialmente cuando, al final de esa vida, la artista observa que, para cumplir la misión que se ha propuesto, necesitarÃa muchÃsimos años más, que necesitarÃa otras vidas. El arte, claro, no se agota en una vida. Doña Miguela Vera, grabadora dotadÃsima, vivió la mayor parte de esos más de cincuenta años intensÃsimos en los que se entregó al arte fuera de su paÃs dedicada a dar cuenta, en los distintos salones del norte argentino, de las distintas manifestaciones de la cultura popular paraguaya. Nos llegó, asÃ, uno de los más importantes registros gráficos, no de nuestra reciente historia, sino de esa corriente subterránea que nutre la vida, de los pueblos y a la que don Miguel de Unamuno, en uno de sus tantos aciertos, denominara intrahistoria: la verdadera historia.
El valor de los trabajos de esta grabadora excepcional que acaba de desaparecer no se relaciona, sin embargo, solo con la memoria colectiva, ese tesoro compartido por cuantos vivimos y morimos en un determinado espacio del planeta al que denominamos nuestro paÃs y lo sentimos como tal, ni con la transcripción artÃstica de los gestos reiterados que constituyen nuestro ser histórico, sino con el registro de formas, perdidas o por perderse, de convivencia y cultura que han hecho del nuestro el paÃs que actualmente es y, por cierto, con una mirada -la mirada de la artista que era- cargada de profunda humanidad. Como don Augusto Roa Bastos desde la literatura, doña Miguela Vera supo poner misericordia en su mirada y sentir el dolor y las alegrÃas de los otros como si fueran propios.
Esa mirada de la artista hace que su arte trascienda el estrecho marco del registro etnográfico o de la anécdota efÃmera para instalarse en la amplitud de lo humano, en la universidad del arte.
Doña Miguela Vera, nacida en Asunción en 1920, vino al final de su vida a morir en su paÃs y en la ciudad que le viera nacer ochenta y cinco años antes. Desde que pisara por vez primera, como transterrada, tierras no paraguayas, se instaló con su familia en Santa Fe, Argentina, de cuya Escuela de Bellas Artes fue durante años, destacada profesora de grabado. Doña Miguela Vera fue, en efecto, una transterrada que vivió intensamente la experiencia del transtierro, término acuñado por el filósofo español José Gaos en México para explicar la especial situación de quienes, viviendo fuera de su tierra, sienten la nueva como propia sin sentirse en ella jamás extranjeros, pero que llevan la suya consigo y la viven a diario con la alegrÃa y el dolor de quienes en ella habitan, como si jamás hubieran salido de ella.
Lo suyo fue el grabado y, especialmente, el grabado en madera -el xilograbado-adoxilogrolor que, aplicado a sus trabajos, la convertÃan en una consumada pintora, excelente dibujante y ojo atento a lo esencial, registró con su lápiz inquieto, buceando en su memoria, las imágenes que más le habÃan impactado cuando pasara los años de su infancia y primera juventud en ese Paraguay del que jamás estuvieron ausentes sus afectos. Después, con paciencia infinita y evidente amor por su trabajo, fue grabando con un magnÃfico estilo y con un rigor del que estaban siempre ausentes el sentimentalismo y la demagogia de plazuela lo que su lápiz habÃa previamente copiado en su memoria, en su peregrinar por el transtierro argentino siempre llevó consigo las imágenes del Paraguay y, en especial, las de los más humildes.
En los trabajos de doña Miguela hay, registrados por igual, dolor y alegrÃa y, con mucha frecuencia, añoranza, saudade, los paisajes, los tipos humanos, las escenas cotidianas y los ritos y costumbres registrados conforman una galerÃa más o menos completa del paÃs de su infancia y de sus amores perdidos al salir, junto a su esposo, hacia Argentina. No es casual que, como los personajes de algunas novelas de Casaccia, doña Miguela y su familia buscaran en el paÃs vecino la proximidad al Paraguay y se instalaran en una ciudad del norte. Tampoco lo es que, llegada a cierta edad, volviera al paÃs del que, si bien habÃa salido, jamás habÃa abandonado en su memoria. Hay salidas que consisten en estar cada vez más adentro del lugar que se ha dejado fÃsicamente, que se ha abandonado. De ahà que todo el arte de Miguela Vera haya tenido como tema casi único el Paraguay que ella conociera antes de salir hacia Argentina.
Si Paraguay ocupa su memoria y su arte, son los humildes entre los humildes los que se asoman a sus imágenes más representadas. Quizá no se lo propusiera jamás doña Miguela, pero su mano firme, su trazo fuerte, su estilo carente de retórica y de excesos, sobrio en sà mismo, y la elección de los temas convierten sus grabados realistas en un catálogo de ensoòaciones magistrales cargadas de lirismo y de añoranza. Tal vez la artista se propusiera tan solo dejar constancia de lo que fuera del mundo que ella habÃa conocido en su infancia y su primera juventud, pero ahà están los rostros y los gestos de los niños y mujeres de sus grabados para convertir los paisajes en los que se enmarcan en verdadera fantasÃa poética equivalentes en el arte del grabado a la igualmente realistas y, Doña Miguela con su hija Diana Estela a la vez, fantásticas escenas registradas por don Augusto Roa Bastos en las mejores páginas de Hijo de hombre o de El trueno entre las hojas. Ambos, contemporáneos, cargan consigo en otras tierras la memoria de lo que fueron y la esperanza de lo que el Paraguay podrá ser, y en esta conjunción de añoranza y de deseo descubren al hombre y a la mujer paraguayos trascendiendo los lÃmites de su circunstancia vital: se descubren a sà mismos.
Doña Miguela nos dejó apenas unos dÃas antes de que nos dejara don augusto. Ambos conocieron desde muy temprano en qué consistÃa ese vivir sin los paisajes, los rostros y las palabras con los que habÃan crecido y en los que se habÃan formado. Ambos volvieron al final de sus dÃas al calor de sus recuerdos. Ambos fueron igualmente memoriosos y se identificaron con quienes cargaban sobre sà lo que Rafael Barrett llamara alguna vez "el dolor paraguayo". Ambos, desde espacios de creación distintos y complementarios, nos legaron su visión del Paraguay y enriquecieron la nuestra. Ambos merecen estar en nuestra memoria.
Doña Miguela Vera ha muerto, pero grabó para nosotros de manera realmente magistral lo que su memoria le dictaba cuando estaba lejos del Paraguay, y esos grabados es todo lo que nos ha dejado. En esos grabados está nuestra historia, la esencia misma de que somos y de lo que podemos ser. Su legado es enorme. -
VICKY TORRES, Asunción, 2005.
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DOÑA MIGUELA VERA EN EL RECUERDO,
(Catálogo) Asunción – Abril 2006
Centro Cultural de la República El Cabildo
y Asociación Cultural Comuneros
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