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MONTSERRAT ÁLVAREZ
  FE DE MONTSERRATAS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 19 de Febrero de 2017


FE DE MONTSERRATAS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 19 de Febrero de 2017

FE DE MONTSERRATAS


Por MONTSERRAT ÁLVAREZ


montserrat.alvarez@abc.com.py

Las polémicas bien entendidas son parte de la vida cultural de todas las épocas; también lo son las mal entendidas, y los vicios que las rodean y estorban su buen desarrollo. El lector dirá a cuál de estas dos categorías corresponde lo que sigue. Advertencia: Siga bajo su propio riesgo; la hoja no se hace responsable de bostezos, aullidos ni plagueos; si la necedad de esta página lo abruma, quémela viva.

«¡Reconocí la escritura de Pimko! La carta era seca: “No voy a tolerar su escandalosa ignorancia de lo abarcado por el programa escolar. La cito a mi despacho del ministerio... en caso de desobediencia, mandaré a la directora una moción por escrito para que la expulsen del colegio”»

(Witold Gombrowicz, Ferdidurke).

Hace algún tiempo, habiendo yo acabado de publicar un artículo, una versión de Barrett, vino Pimko a llevarme a la escuela por juzgar perversión mi versión. No hubo polémica sensu stricto porque hallábame yo a la sazón en Melmack y porque pronto fue claro que Pimko tomaba un error (ya corregido) solo como jirón de realidad para sobre él alzar otros, inventados. Tildó así de error mi expresión de que Barrett no tuvo más compatriota que a sí mismo ni más país que su mente y me acusó de haber parafraseado algo (nunca dijo qué) de Viriato Díaz Pérez sin mencionarlo, id est, de haberlo plagiado; a lo primero no juzgué digno responder y a lo segundo repuse que cuando parafraseo no oculto que lo hago, pues ¿qué hay de malo en hacerlo? y que le agradecería que me señalara los pasajes a su juicio gemelos en los artículos de Viriato y mío. Mientras Pimko se perdía en laberintos perifrásticos sin responder –y así tres días, siempre sin responder–, cavilaba yo ante su fárrago: ¿Pimko dictaba qué se permitía pensar o escribir sobre Barrett y qué no?

Sabedora de que en los últimos diez u once meses había cometido yo tres crasos errores en tres artículos, estaba preparando la Fe de erratas: en uno sobre el concierto de Garbage del 2012 en la Conmebol, había puesto que fue en el Jockey; en uno sobre Gramsci, dado inicio a la Primera Guerra Mundial en 1915; y en uno sobre Barret, atribuido dos breves citas textuales de Viriato Díaz Pérez al escritor argentino Enrique Méndez Calzada (del que Pimko, sin motivo –¿para inflar un error y verlo enorme, para imaginar que refutaba lo que no dije?–, repetía airado que no había estado en Paraguay –y en cada repetición revelaba, ¡pobre Pimko!, que lo creía español). Fueron errores extraños, porque yo estuve en ese concierto de Garbage, sé que en 1914 comenzó la Gran Guerra y las dos breves citas textuales de Viriato las tomé de mi propio artículo «Quedan los atorrantes», hace años publicado en la revista de una universidad extranjera, y en él que sí las atribuyo a Viriato. He de consultar, ouija mediante, a Freud sobre esos lapsus; pero, siguiendo con la psicopatología de la vida cotidiana, por haberlo leído cuando niña en la ópera omnia de Wilhelm Stekel en la biblioteca de mi abuelo, sé de un fenómeno, llamado cleptomnesia, por el cual Nietzsche inconscientemente «plagió» un pasaje de su Zaratustra de Blätter von Prevorst (1833) de Justinus Kerner. ¡De no ser por las evasivas de Pimko, me hubiera creído también yo presa de embrujo cleptomnésico! Mas ante los circunloquios de Pimko para no responder al fin comprendí que nunca me señalaba qué paráfrasis eran esas porque no podía hacerlo, ya que no existían. Fue una decepción; desde la infancia me interesó la cleptomnesia. En fin, eran sus mensajes muestrario de falacias tan surtido que a ratos me hizo sentir que estábamos en el Parlamento, y por las de omisión de pruebas se me ocurrió que Pimko albergaba planes de calumnia, pues, como dice Maestro en su Calipso…, «La eficacia de la calumnia reside en que no puede ser verificada». Plutarco cuenta, recordé, que Medión de Larisa «mandaba a sus secuaces sembrar calumnias y morder con ellas, pues, curada la llaga, quedaría la cicatriz»; Roger Bacon, en De la dignidad, apunta: «Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia; siempre algo queda»; cita Rousseau en sus Epístolas: «Por crasa que sea una mentira, señores, calumnien. Aunque el acusado la desmienta, quedará la llaga, y si esta sana, la cicatriz»; Delavigne apunta en Les enfants d’Edouard: «Más absurda la calumnia, más la recuerdan los tontos»; y la frase «Calumnia (o su variante, «miente») que algo queda» se atribuye a Joseph Goebbels, aunque ignoro dónde lo dijo (no he leído a Goebbels). En efecto, días después llegó al diario una carta en la que Pimko partía de una errata real (corregida ya online antes de todo este lío, pero real) para deslizar lo de las «paráfrasis» e incluso –omnisciente Pimko– «explicar» la causa de aquella errata (que afirmó que era, creo, una dedicatoria, pues Pimko puede ver el interior de la mente de los demás, como es sabido). Disculpen los lectores la exposición de estas riñas de conventillo entre dos lenguaraces, estos dos gandules, cernícalos y majaderos que somos Pimko y yo, pero no puedo privarme de publicar en la edición de hoy de este Suplemento Cultural también esa carta, que quienes deseen iluminarse con la recta ciencia encontrarán bajo el título Carta de un lector, pobre muestra de lo profuso de sus comunicaciones cuya brevedad no hace justicia a la elocuencia de este coloso del teclado, como tampoco el aburrimiento con que mi maniaca disección de estas minucias pueda estar castigando a los estoicos lectores da cuenta del indecoroso grado de sandez y niñería que soy capaz de alcanzar ni de las dimensiones titánicas de los justos bostezos que sé que me merezco para vergüenza mía.

«Hace algún tiempo, y habiendo yo, como el protagonista de Ferdidurke, acabado de publicar un libro, una versión de Lear, vino, como en la citada novela, un personaje abyecto, Pimko, por un atroz milagro multiplicado por cuatro, a llevarme a la escuela por haber olvidado el nombre de Norwid...», comienza su prólogo a la Matemática demente de Lewis Carroll, prólogo pa-ra-fra-se-a- do al inicio de estas digresiones, el poeta del manicomio de Mondragón, Leopoldo María Panero. Sobre él, sobre Lewis Caroll, sobre Rafael Barrett y sobre otros raros compañeros míos pienso escribir cuantas perversiones puedan irritar a todos los Pimkos de la tierra.

Bibliografía:

Aristóteles, Retórica, Madrid, Alianza Editorial, 2004.

Anthony Weston, Las claves de la argumentación, Barcelona, Ariel, 1994.

Jesús G. Maestro, Calipso eclipsada, Madrid, Verbum, 2013.

Montserrat Álvarez, «Quedan los atorrantes», en: Actual. Revista de Investigación de la Universidad de los Andes, Venezuela, vol. 35, nº 51-52, octubre 2002-abril 2003, pp. 289-298 (En línea: http://erevistas.saber.ula.ve/index.php/actualinvestigacion/article/view/3048).

Lewis Carroll, Matemática demente. Edición de Leopoldo María Panero. Barcelona, Tusquets, 1979.



Enrique Méndez Calzada



A la derecha, Méndez Calzada



Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color

Página 4

Domingo, 19 de Febrero de 2017


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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