HORIZONTE 2020 Y LAS POLÍTICAS CIENTÍFICAS ACTUALES

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ

montserrat.alvarez@abc.com.py

El programa Horizonte 2020 fue presentado en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) con la participación de la directora de Cooperación Internacional de la Dirección de Investigación, Desarrollo Tecnológico e Innovación de la Comisión Europea, María Cristina Russo.

El programa H2020

El programa marco de investigación e innovación de la Unión Europea Horizonte 2020 cuenta con 80.000 millones de euros para el periodo 2014-2020. La idea es que Europa genere ciencia y tecnología competitiva internacionalmente que impulse el desarrollo económico. Horizonte 2020 está abierto a la participación de investigadores de todo el mundo. El viernes la convocatoria se dirigió a los investigadores de nuestro país.

De visita en Asunción, a la pregunta por las expectativas económicas de la UE sobre su inversión en H2020, María Cristina Russo, más que responder, cambió o corrigió lo preguntado: «Este es un programa científico». Subrayó la palabra «científico».

Su enfática afirmación podría parecer una obviedad. No lo es.

Las equivocidades

«Los pilares básicos de Horizonte 2020 son “Ciencia excelente”, “Liderazgo industrial” y “Retos de la sociedad”», dice la guía oficial. «Este instrumento específico de financiación permitirá que las ideas más brillantes lleguen más rápidamente al mercado y puedan aplicarse en ciudades, hospitales, fábricas, tiendas y hogares lo antes posible». Más adelante, leemos: «Horizonte 2020 promueve la innovación favoreciendo el desarrollo de prototipos, pruebas, demostraciones, experimentos piloto, procesos de validación de productos a gran escala y operaciones de replicación comercial».

Las equivocidades son notorias. Trazar un plan de desarrollo económico para financiar investigaciones capaces de generar conocimientos o tecnologías cuyos productos o aplicaciones vayan al mercado, o a crear prototipos de valor comercial, es una cosa. Presentar ese plan como «científico» es otra. ¿Quién dice que «las ideas más brillantes» pueden (o deben) ir al mercado?

Que la actividad de la comunidad científica se valore según criterios económicos y no epistémicos nada tiene de «científico». Ni los mecanismos por los cuales el saber avanza son los mismos por los cuales el capital se acumula, ni las ideas económicamente más rentables son necesariamente las mejores desde el punto de vista de la ciencia.

Si se dice que Horizonte 2020 «aborda los retos de la sociedad ayudando a acortar la brecha entre la investigación y el mercado apoyando iniciativas innovadoras para convertir los adelantos tecnológicos en productos viables con potencial comercial real», es incoherente afirmar que en tal programa la ciencia es lo importante. Si la inversión del dinero público en H2020 aspira a un aumento de productividad y competitividad en una economía global, no es un proyecto primaria ni esencialmente científico.

¿Por qué, entonces, presentarlo como tal, y subrayarlo tan enfáticamente?

Defensa de la autonomía científica

Quizá porque, aunque el culto vulgar a la ciencia no sea científico ni convenga a la ciencia, sí conviene a la industria. Desde el punto de vista empresarial, el valor epistémico de una teoría es menos relevante que su capacidad de generar productos o aplicaciones rentables; pero esa rentabilidad se ve reforzada enormemente, como saben los publicistas, por el culto a la ciencia.

¿Es, para usar esta palabra tan de moda, la «excelencia» un índice objetivo? La pregunta desató los sabidos discursos sobre la excelencia, algo interesante hoy, cuando crece en ámbitos científicos e intelectuales de toda Europa un movimiento crítico con la Charte de la Désexcellence de los universitarios franceses y belgas o los análisis de Mathias Binswanger en ensayos como Excellence by Nonsense o los del biólogo molecular Josep Casacuberta, para quien «La excelencia trata el conocimiento como una mercancía, y a los científicos como empresarios».

Si la ciencia se valora como factor de desarrollo económico, serán «excelentes» las ideas que lo impulsen: la autonomía del campo científico decrecerá mientras las ganancias crecen. Pero para la ciencia el valor de una idea no depende de la demanda del mercado.

Si el fin de un programa presentado como «científico» en realidad es mercantil, mercantiles serán la valoración de la investigación, el reparto de los fondos y la definición de la llamada «excelencia» científica.

Que la capacidad de generar aplicaciones técnicas y empresariales sirva para valorar la investigación y para, en consecuencia, repartir las subvenciones tiene, en suma, efectos importantes no solo en la imagen social de la ciencia sino en la práctica científica. En todo esto, el programa Horizonte 2020 solo sigue una tendencia global. Los inversionistas públicos y privados tienen derecho a subvencionar lo que deseen; nosotros lo tenemos a conservar la independencia intelectual y evaluar la ciencia de acuerdo a sus propios criterios –la (provisoria) verdad, o falsedad, de sus enunciados–.

Fuente:  ABC Color (Online)

Sección: CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Jueves, 29 de Setiembre de 2016

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