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TERESA GODOY
  LA GENERACIÓN DISPERSA (SEGUNDA EDICIÓN), 2014 - Por TERESA GODOY


LA GENERACIÓN DISPERSA (SEGUNDA EDICIÓN), 2014 - Por TERESA GODOY

LA GENERACIÓN DISPERSA

VÍCTIMA DEL TERRORISMO DE ESTADO TAMBIÉN EN PARAGUAY

Por TERESA GODOY

Editorial SERVILIBRO

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Cuidado editorial: NILA LÓPEZ

Diseño de tapa y contratapa: ROBERTO GOIRIZ

Foto de contratapa: TERESA GODOY en Buenos Aires

Asunción – Paraguay

2014 (278 páginas)



LAS VOCES QUE REGRESAN


         "¡Ojalá mi canto despierte

         las almas de mis compañeros muertos!"


         Nezahualcoyod


         ¿Cómo abordar la propia biografía sin asustarse? ¿Cómo apostar a la vida en medio de secuestros, asesinatos, bebés desaparecidos, amigos del alma enterrados en fosas comunes?

         Sonriendo, Teresa Godoy lloró al mismo tiempo y cruzó, valiente, decidida, su historia: una como pocas, que la lanzó a un destino insólito y arriesgado, provisto de informes con rabia por lo que no pudo hacer, pero sin dejar ver ningún deseo de venganza, noblemente, aunque a sabiendas, y se nota, que para ella nada está concluido: su postura revolucionaria, su pasión por modificar las injustas estructuras políticas, siguen en pié.

         Me impacta la forma en que se salvó de la muerte y los valores espirituales que la llevaron a establecer vínculos profundos con sus semejantes.

         Un día, repentinamente, aparecí en su vida. Éramos dos jovencitas que trabajábamos en el Diario la Tribuna -cuando todavía funcionaba sobre la calle 15 de Agosto-. Tere diagramaba mis escritos en las páginas culturales, mirando su diseño y delineando las marcas pertinentes, con la cabeza gacha. Y yo, ponelo así, insertalo acá... La escrutaba...

         Enseguida comenzamos a hablar y cada vez más me sentía sorprendida por su agilidad mental y la originalidad con la que abordaba los temas de nuestras conversaciones, siempre frente a frente, con el escritorio de por medio. Yo intuía que algo había en la luz de su mirada y que su boca ocultaba una tragedia en penumbras.

         No pasó mucho tiempo para que saltara y le dijera: ¡Qué estás haciendo aquí! ¿No te das cuenta de cómo perdés el tiempo? Me miró desconcertada y le dije: Deberías estar aquí mismo, pero redactando artículos periodísticos, con ese rico vocabulario y tu capacidad para ahondar en la condición humana.

         Hablamos con el doctor Oscar Paciello, director del diario, y así empezó Teresa, sin dudas, atrevida en el sentido de "atreverse", su magnífica carrera periodística. No sé quiénes sabían que ella cargaba sobre sus espaldas la amenaza de convertirse en nada.

         Pasaron los años y no la volví a ver, aunque muchas veces la tenía escondidita en mis pensamientos. Hasta que en octubre de este año me llamó y me entregó este libro: La generación dispersa. ¡No lo pude creer! ¡Cómo era posible que ella nunca me hubiera contado todo lo que comenzaba a leer, el testimonio que como un espejo me devolvía lo que ella pasaba en Buenos Aires y yo en Asunción!

         Me alegré: el futuro no sería silencioso. Me sorprendió que hubiera trabajado mano a mano con el famoso Héctor Germán Oesterheld cuyos comics siguen siendo para mí los mejores de este género literario en Latinoamérica. Su nieto, Fernando Carlos Araldi Oesterheld afirma: "No fueron mártires ni héroes que se inmolaron por una utopía, fueron militantes de carne y hueso, asesinados por luchar por una sociedad mucho más justa".

         La voz lúcida encarnada en cada relato, el estilo de Teresa Godoy, sus saberes y su capacidad de investigación, sitúan fechas, revelan datos comprobados utilizando el análisis, la interpretación, la síntesis, la crítica y sus experiencias minuciosamente apuntadas, fruto de una búsqueda a fondo del pasado y del presente, pero cubierta por los finos hilos de una intimidad que acerca al lector a sucesos humanos violentos, controvertidos.

         Había un gran silencio. ¿Cómo veía, cómo sentía sangrar sus heridas? ¿Cuántas realidades y nombres tuvo que negar hasta llegar a esta obra? Tal vez ella quería ignorar o burlar o situar como extraños los motivos de una lucha también consigo misma.

         La singularidad de un conglomerado de hechos donde se juegan cara a cara la vida y la muerte, le confieren a este material la fuerte presencia de una sabiduría natural que busca los tiempos geográficos, personales y sociales. Asume las dificultades de escribir al desnudo sobre situaciones que nunca podrán ser olvidadas.

         Este libro marca la voz de Tere en la concepción de su historia, con una redacción que nos va dirigiendo hacia un relato sobre el que creíamos estaba todo ya contado. Con el arma minuciosa de la verdad, recapitula el teatro de las acciones violentas en la Argentina y en América Latina, la Operación Cóndor, y también instruyendo, tratando de escaparse de los vacíos en una narración en la que es visible la manera en que limó sus escritos partiendo de un estudio que averiguó lo sucedido con sus compañeros de causa: la lucha por la libertad, la justicia, el honor, en Argentina y Paraguay.

         Así ella se suma a una historia nunca acabada de contar, con el aporte de lo que ocurre en este tiempo, con el esfuerzo de aclarar en qué se centra nuestra realidad.

         La obra tiene sus fundamentos ideológicos e intelectuales, con un carácter, un tono y un ritmo que le confieren a la intrahistoria una dirección intensamente reveladora, donde los informes se decantan y hay hipótesis manifestadas en su curiosidad por entender y "fichar" el pasado, el ayer que vuelve, apartada del camino trillado, en una resurrección donde es toda ella, enteramente ella: Eligió vivir con la mirada limpia hacia adelante.


         Nila López



5

INTENSA GESTIÓN Y EL INICIO DEL TERROR


         Nuestra tarea social también era una gran aventura

         Sobraban juventud, solidaridad y entrega a un proyecto de vida



         La rebelión sincera contra una estructura de poder que causaba penurias a la gente, no podía ser algo leve y pasajero. Nos impulsaba la fe de que un día llegarían la paz y la bienaventuranza. Nuestro desafío al sistema político vigente era insoslayable y no teníamos pasajes de ida y vuelta. Estábamos allí, firmes, sin delirios, concentrados, con el alma limpia y la conciencia pura.

         Nuestras acciones eran intensas en los primeros años de la década del '70 en la zona sur de Buenos Aires. Éstas, lo comprendería con el tiempo, ya estaban siendo ejecutadas como algo absolutamente natural, en base a un proyecto político. Asumí mi participación como parte de ese grupo de militantes peronistas. Para mí era una opción absolutamente obligatoria. No cabía la indiferencia social.

         Fue más adelante que nuestros movimientos se adhirieron a la Organización Montoneros.

         Las acciones eran muchas y variadas y nuestra responsable política, Dina, evidenciaba una gran capacidad organizativa. Protagonizábamos reuniones en espacios denominados "ámbitos". Estabas en tal o cual grupo de acuerdo al nivel de compromiso político que ibas demostrando en la militancia concreta. Si ya estabas en el nivel adecuado, atendías a un grupo de adherentes o de principiantes.

         Las reivindicaciones a favor de los vecinos eran numerosas. Todas eran llevadas a la práctica por los mismos afectados, vecinos del lugar. Nosotros estábamos a cargo de la coordinación de las mismas.

         La Comisión Vecinal tenía como presidente a Teodoro Urunaga Martínez, paraguayo, casado o en pareja con Celia, con quien tenía una niña de unos 7 o 9 años. Vicepresidente era Ricardito Gamarra Ortiz (más bien bajo, de tez blanca, también bien parecido), paraguayo, trabajador de la construcción. Estaba en pareja con Yiyí (joven mujer, muy dinámica y trabajadora), activista adherente peronista. Tenían una beba.

         En el momento de la represión que nos afectó, Teodoro tenía 28 años y Ricardito, 24 años de edad, según datos publicados en el sitio www.verdadyjusticia-dp.Rov. pv/InformePDF).

         En nuestro grupo también estaba Oscarcito Salazar (alto, flaco y moreno), argentino (22 años de edad, según sitios de Internet), estaba en pareja con Mary (flaca y de estatura mediana), una joven argentina también militante, entre otros conocidos y respetados humildes vecinos y trabajadores del lugar. Los nombro especialmente en homenaje a las demás personas que anónimamente apoyaron concretamente nuestras actividades, siendo miembros o no de la Comisión Vecinal. Yo era la secretaria. Ganamos la conducción del organismo de base en democráticas elecciones y compitiendo con otras tendencias políticas, como la comunista, por ejemplo.

         Teníamos nuestra sede propia, el querido local de la Unidad Básica, donde centralizábamos y coordinábamos todas las actividades reivindicativas en el marco de nuestro objetivo político, que era lograr la adhesión y la participación de los vecinos.

         La Unidad Básica (donde también vivieron en 1976 Oscarcito Salazar y Mary, una vez que el local ya dejó de tener una función política) siempre estaba llena de gente. Era un ir y venir de vecinos que acudían ante cualquier situación. Y los más exigidos eran Teodoro y Ricardito, que sabían hacer de todo. Vivían muy cerca de la Unidad Básica. Todas las veces que se cortaba la luz o explotaba un caño del agua o ante cualquier otra necesidad, eran llamados inmediatamente por los vecinos. Ellos, con ayuda otros adherentes, después de largas jornadas de trabajo por el pan diario -la mayoría en las obras de construcción porteñas, como Teodoro y Ricardo-, siempre acudían presurosos. La solidaridad social era una práctica común.

         Nuestras actividades políticas las realizábamos de cara al sol. Repartíamos volantes a los vecinos, organizábamos reuniones con los adherentes o planificábamos la próxima pintada, entre otras muchas acciones. Un orgullo. Éramos total, plena y cariñosamente aceptados por los vecinos. Gozábamos de gran prestigio.

         Logramos varios niveles de adhesión política en la Villa 21. Estaban los compañeros que participaban en el nivel mínimo pero importantísimo de apoyo: el de adherentes. Uno de ellos, Clemente Ocampos y su hoy fallecida madre doña Antonia; Doris, también fallecida en el 2011. Nos queríamos muchísimo y fuimos grandes amigas. También estaban los compañeros Jorge (abogado) y María Elena (creo que también era sicóloga) fueron padrinos de una de las hijas de Doris. Tengo fotos que documentan ese día. Doris, en pareja con el paraguayo Lidio Alarcón (paraguayo, pintor de obras), nos abría su casa de par en par. Don Silvero (argentino), el verdulero del barrio y Yiyí, pareja de Ricardito, eran grandes compañeros de la causa.

         Otro gran colaborador y admirador nuestro fue mi padrino Aníbal, pariente de mi madre, un emigrante más del Paraguay, donde era liberal y opositor al stronismo. Tenía un gran almacén y era muy apreciado por todos.

         Unas líneas especiales son para Anselmo (también paraguayo), que falleció en la Villa 21 de Barracas en esos años, electrocutado, pues estaba arreglando las precarias instalaciones del tendido eléctrico, un día lluvioso. Eduardo también fue un activo militante de la época, si bien era un tanto esquivo para la acción concreta con nosotros. Pertenecía a otra agrupación política, de tendencia parecida a la nuestra, donde sí creo era sumamente activo. Él formó familia y siguió viviendo allí muchos años. Aunque, lamentablemente, en el momento de corrección de este escrito en 2012, me informaron que falleció repentinamente en la Villa 21.

         Los citados son solamente algunos de los numerosos adherentes activos que teníamos. Nos facilitaban el trabajo político en la zona. Nos prestaban sus casas para las reuniones, guardaban y distribuían nuestra folletería y se asociaban de todas las formas posibles a nuestras tareas con participaciones específicas en las acciones sociales.

         En nuestras largas reuniones organizativas se vaciaban pavas y pavas de mates que consumíamos con galletitas que todos aportábamos. Y las llevábamos a la práctica en medio de gran algarabía, muchas veces soportando el frío, bajo la lluvia, en medio del barro u otras precariedades que no menguaban nuestro entusiasmo.

         Sin embargo, todo empezó a cambiar desde el 1 de mayo de 1974, cuando el Gral. Juan Domingo Perón en su famoso discurso en la histórica Plaza de Mayo, pronunció la no menos famosa frase "...Jóvenes, imberbes, inmaduros". Estuve allí ese día y sin indicación de nadie una gran muchedumbre empezó a moverse y todos dimos media vuelta y nos fuimos. Al rato, reinó la confusión total y empezamos a correr por las calles adyacentes.

         El ambiente político y social empezó a enrarecerse. Después del 1 de mayo de 1974 y de manera paulatina, sí empecé a sentir miedo y también a tomar conciencia del peligro durante algunos cortes de calles que realizamos sobre la Avda. Vélez Sarsfield e Iriarte, en la esquina de la Iglesia Sagrado Corazón de Barracas y en algunas volanteadas en las esquinas de Iriarte y Luna, también en la zona. No recuerdo la fecha, tampoco los acontecimientos que motivaban estas protestas. A pesar de la valentía, con el tiempo el temor fue generando un bloqueo mental.

         En estas acciones el elemento más contundente que llegamos a utilizar fueron los clavos miguelitos. Volantes sí, en gran cantidad. Aunque, lo comprendería con el tiempo, esto ya era un modo de respuesta a otras violencias que se están manifestando a nuestro alrededor.

         Nuestras acciones ya no eran de cara al sol. Empezábamos a realizarlas tratando de pasar inadvertidos. En una ocasión recuerdo haber usado una peluca y simulamos ser una enamorada pareja con un compañero para ejecutar un operativo de corte de calle. Era para que algunos vecinos no nos reconocieran, puesto que algunos operativos los ejecutábamos en la zona de nuestra militancia y, lamentablemente, también por seguridad ya que los alcahuetes de la policía existieron en todo tiempo y lugar.

         A propósito, recuerdo que una vez, ya en el exilio, en el Paraguay, un represor paraguayo me acusó injustamente de haberme disfrazado de monja para conducir junto a otros colegas periodistas y políticos, una manifestación que fue un preludio más de la caída de la dictadura stronista en febrero de 1989. Una acusación inventada porque en mi exilio jamás volví a involucrarme en actividad política alguna.

         "No, bruto. Te equivocás. Sólo una vez me "disfracé", poniéndome una peluca, pero fue en el 76 en una calle porteña y ante tus colegas, los represores argentinos", pensé ante la inventada acusación del represor paraguayo.

         Los operativos de volanteadas o cortes de calles, o pintadas, fueron lo máximo que hemos llegado a hacer con los dirigentes de base de la Villa 21. Participábamos solamente los cuadros políticos: Teodoro, Oscar, Ricardito, yo entre otros y, por supuesto, todos los otros compañeros que militaban en la zona, que eran de "afuera de la villa", digamos.

         Los que ya formábamos cuadros políticos, jamás fuimos más allá de lo que aquí describo. Y nunca hemos hecho, por ejemplo, cursos de formación militar, por decirlo de alguna manera o prácticas de manejos o estudios de armas, o fabricación de bombas o participado en ningún hecho donde se haya derramado una gota de sangre. No digo que otros compañeros no lo hayan hecho, no lo cuestiono ni lo justifico. Lo que aquí centralmente señalo es que nosotros no lo hicimos, pero igual los compañeros fueron víctimas fatales de los rigores de una violenta represión. Muchos de ellos eran simples trabajadores por la sobrevivencia, como queda explícito en este escrito. Pero cometieron el gran error de sumarse a una ideología política diferente a la de los que estaban en el poder con los militares en ese momento, y practicar la solidaridad social a favor de los más humildes de los humildes, en esta parte de América Latina.

         La conducción política de nuestro movimiento peronista habrá comprendido que el ambiente político estaba dirigiéndose rápidamente hacia el peligro, llegando al extremo de ponerse en riesgo nuestra seguridad. Realmente me había entregado plenamente a la militancia, y estaba totalmente identificada como una de las líderes del lugar. Era un blanco perfecto para los represores.

         La realidad política argentina en los primeros cinco años de los '70 ya evidenciaba un fuerte nivel de violencia. No recuerdo la fecha exacta y los pormenores, pero Dina, responsable de nuestro ámbito, determinó que yo me mudara del barrio, contra la opinión de otros compañeros, quienes evidentemente temían que podría aburguesarme con el cambio. Con nuestra compañera Lidia alquilamos un departamento en Once y nos fuimos a vivir allí.

         El hecho me alegró, contradictoriamente. No me preocuparon los temores de algunos compañeros. Mi decisión ya estaba tomada: tenía conciencia de clase y mi postura claramente asumida: la opción por el cambio para la sociedad en su conjunto. Era una joven de 22 años, recuperaba mi independencia. Podía disfrutar de mi pareja formada con nuestro compañero Papón, entre otros beneficios. Pero la mitad de mi corazón se quedó allí, en la Villa 21, con mi familia.

         Mi responsable y amiga Dina Oesterheld, me salvó la vida, con la ayuda de otros compañeros.

         En mi memoria sigue fresco el mensaje del amor con mayúsculas, pese al ayer cargado de miradas furtivas y penitentes. Yo me lanzaba sobre un terreno incierto pero llevaba conmigo la dulzura de la complicidad para el bien.



16

¡REENCUENTROS MÁS QUE MARAVILLOSOS!



¡DESPEDIDA MÁS QUE DOLOROSA!

¿FANTASMAS? ¿PERSONAJES DEL RELATO? ¡NO! ¡VIVEN!


La década del ‘70 había sido de intensa acción política en la Argentina. En los ‘80, fui testigo de las caídas de las dictaduras en esta parte del mundo: en el ‘83 en la Argentina -viviéndola desde el exilio- y en el ‘89 en el Paraguay -como una de las protagonistas-.

En la noche del 2 y 3 de febrero de 1989, un golpe militar sacaría del gobierno del Paraguay al dictador Alfredo Stroessner. Recuerdo que muy temprano en la mañana del 3 de febrero gran parte del pueblo festejaba este acontecimiento con cantos, bailes y de mil otras maneras en el microcentro, en los alrededores del Panteón Nacional de los Héroes, sobre la conocida calle Palma. Mientras, los desorientados estronistas buscaban dónde esconderse.

Compartí la alegría del pueblo paraguayo y las esperanzas de un futuro de libertad, sin miedo, con justicia social. Y me estrujaba algo el corazón porque recordaba a mis ex compañeros militantes, como siempre. Nunca había podido compartir con ellos un momento de júbilo popular.


 “SÍ, SOY EL HIJO DE DINA”      

Ahora, en el 2012, tuve la ocasión de comentar estos hechos, por lo menos con algunos de ellos, mirándolos a los ojos, sin bajar la vista:

“Tengo el contacto para que encuentres a tu ahijado, al hijo de Dina, camarada...”, me dijo telefónicamente y motivadísimo, con su vehemencia de siempre, el periodista Augusto Barreto, el 14 de enero de 2012.

Él regresaba de Buenos Aires, donde había compartido un encuentro con ex compañeros peronistas militantes, que habían conocido a Dina y allí le habían informado que se estaba elaborando un libro sobre los trágicos efectos de la represión de la última dictadura militar en la historia de “Los Oesterheld”, de toda la familia. Le pidieron su testimonio sobre su experiencia política con Dina, a lo que él accedió con gusto. Pero agregó que haría más que eso: “Conozco a alguien que sabe mucho más de ella que yo, a su comadre. Vive en Asunción”, dijo, y este hecho hizo posible un mágico desenlace en esta historia tan cara a mis afectos.

Desde el momento de reconocernos en Asunción como ex militantes peronistas en la década de los ‘70 en la Argentina, cada tanto Barreto me llamaba y tras su clásico: “Camarada... ¿cómo estás?” me preguntaba por uno u otro aspecto de nuestro pasado. O cada tanto pasaba por mi casa.

Si había conocido a éste... a aquél... Cómo era Dina... y qué más recordaba. Cuando a él le interesaba algún aspecto de nuestro tema común, me buscaba y me encontraba.

Hasta que en este último enero del 2012, una vez más escuché su voz y quise cortar la llamada, ya que no compartíamos normalmente nuestras vidas. Yo no estaba de ánimo para repetir charlas conocidas pues en esos días mi hermano Daniel, que fue mi asistente en la época de mi trabajo con Oesterheld, sufría una gravísima enfermedad pulmonar, de carácter terminal, y se había agravado.

Fue cuando me dijo la frase que encabeza la introducción al tema: “¡Tengo el contacto  verdadera atención. Lo que decía me impactó, ya que él sabía lo que significó para mi en la Argentina la familia Oesterheld.

A partir de ese momento, cambió mi vida. Los hechos que me impactarían fuertemente, ¡empezaron a sucederse vertiginosamente!

¿Sería posible? ¿Y justo en un momento tan duro para mí? Tras los datos facilitados por Barreto y con las facilidades que los avances tecnológicos hoy en día nos permiten, empecé los contactos de rigor con toda la esperanza del mundo para comprobar su anuncio: inmediatamente contacté con la periodista Fernanda Nicolini, una de las autoras del libro que se estaba elaborando en el 2012 sobre La familia Oesterheld en Buenos Aires, Argentina. Quería mi testimonio, a lo que con gusto accedí. Pero previamente le rogaba me comunicaran con quien sería mi ahijado: un joven de casi 36 años, hijo de mi amiga Dina Oesterheld, ¡nieto de Héctor!

Yo remitía el siguiente mensaje a Buenos Aires, el 14 de enero de 2012:

Fernando Araldi: Con real expectativa y sincera emoción te envió este mensaje ante la posibilidad de que seas el hijo de Diana Oesterheld, Dina para mí, mi gran e irreemplazable amiga de los años ‘70, más que compañera de militancia, que en tal condición nos conocimos. O mejor dicho, ella me convirtió en militante... Hay tanto por decirte... Me dicen que sos hijo de Dina... yo, como queda explícito, fui amiga de tu madre a talpunto que me convirtió en la madrina de su hijo único, que serías vos... y fue ella la que me presentó a su padre, el señor Héctor G. Oesterheld, de quien fui dactilógrafa de sus guiones de historietas para la Editorial Columba... ¿Te interesa saber más? Porfa, espero tu respuesta... ¡Cariños, desde ya!

En medio de gran turbación: el 16 de enero se internaba mi hermano Daniel en Asunción.

El mismo día Fernando me contestaba:

- ¡Hola Tere! Sí, soy el hijo de Diana y por supuesto me interesa saber todo todo todo lo que sepas acerca de mi vieja

Un beso grande y espero hablar con vos.

PD: El año pasado me encontré con mi padrino después de treinta y pico de años. Ahora vos.

Besos,

Fer

17 de enero de 2012


De Tere a Femando:

¡Hola, Fernando! Estoy contentísima con esta confirmación. Estoy segura que una vez que conozcas mi versión de nuestra historia con tu mami y tu abuelo (no puedo creer que estoy utilizando estas palabras, ¡qué bueno!) comprenderás el motivo de migran emoción.

PD: Tardé en responderte porque tengo un familiar internado, cuya historia, por grandísima casualidad, también tiene que ver con la tuya, porque cuando jovencito era el que iba a Béccar a buscar (cuando yo no podía) los casettes que tu abuelo ¡mi jefe! me enviaba para que yo desgrabara sus guiones de historietas! ¿Podés creer?

Sí, en persona me confirmaba que estaba comunicándome con Fernando Araldi Oesterheld, hijo de Diana, nieto de Héctor. ¡Mi ahijado! Era todo lo que yo sabía de él. Pero fue sólo el comienzo, porque empecé a informarme de su vida en una larga conversación telefónica que mantuvimos, antes de nuestros encuentros personales.

En el 2011, casi 35 años después, Fernando se había reencontrado con su padrino, el señor Adolfo Poggio. Y ahora, en el 2012, un año después, a casi 36 años, conmigo, ¡su madrina! Un reencuentro “más que maravilloso”, me escribió Fernando.

Pero a veces las lágrimas de alegría duran poco.

La realidad me convocaba nuevamente porque esta vez no iba a leer sobre la muerte de un ser querido en un libro o revista. No, esta vez tendría experiencia directa con ella, con la muerte, porque apenas compartí con mi hermano

Daniel la alegría del reencuentro con Fernando: el 18 de Enero del 2012 él fallecía en Asunción.

Al oído, apenas pude susurrarle en su agonía a mi querido hermano Daniel Godoy, que empezaba a reencontrarme con varias de las personas protagonistas de los recuerdos más queridos que compartíamos de los años ‘70 de la Argentina. Este hecho a él también le hubiera dado una gran alegría porque siendo un niño tuvo el privilegio de ser tratado dignamente por un gran hombre: el señor Héctor Germán Oesterheld.

Mientras dejaba sola el hospital tras el fallecimiento de mi hermano, no quise que nadie me acompañara y entonces imaginé al gran guionista en un cuadro con Daniel (un abuelo con un nieto), pero casi 36 años atrás, en Béccar, Buenos Aires, anunciándole ya esto que iba a unirnos a los tres en el recuerdo en el Paraguay, una noche, muchos años después.

Imagino un cuadro con el dibujo de un abuelo (Oesterheld) con un niño, Daniel, moreno, de unos 9 años, que lo miraba inocentemente. El texto del abuelo al niño diría: “Dentro de muchos años, en un día muy importante para vos, tu hermana se reencontrará con un nieto mío también después de muchos años y ellos hablarán de muchas cosas que nos sucederán.”

¿Acaso él no dio vida a tantas historias, fruto de su gran talento y capacidad creativa? ¿Acaso él no fue un maestro de la fantasía, de lo fantástico? Los entendidos dicen que sí.

Aunque esta vez el argumento lo estábamos dando con nuestras propias vidas.

Y me puse a llorar, uniendo en mi dolor, esta vez, el recuerdo de mi querido jefe y amigo el señor Oesterheld y de mi adorado hermano Daniel, que partía tempranamente a la eternidad. Ojalá que exista un más allá, un otro nivel y Dani esté compartiendo con Héctor un día un mate y otro, un tereré.

Qué sentimientos contradictorios me sacudieron esos días: Lágrimas de tristeza profundísima por la partida de mi querido hermano Daniel como también lágrimas de honda alegría por el reencuentro con el hijo de mi amiga Dina.


COMPAÑERO DE EXILIO

Daniel había sido parte de mi militancia argentina, me había acompañado, por decisión propia, en mi vida de exilio en Asunción y ahora, en la agonía de su vida, compartió conmigo la noticia de mi reencuentro con Fernando. Interpreté el reencuentro con mi ahijado como un milagro suyo, de Daniel, mi nuevo ángel, mi querido hermano “Groncho” (en la Argentina se llama así cariñosamente a las personas morenas y él era un simpático morocho), tratando de cubrir en algo el gran vacío que dejaba.

En lo familiar, tampoco me dejó sola. Lo sobreviven su esposa, la argentina Norma Beatriz (su querida “Yvoty” -flor, en guaraní-) y tres hijos: el también argentino Gustavo Daniel y los paraguayos Luis Enrique y Norma Luján. Hoy ellos, junto a Luis, mi esposo y Camila Noemí, son testigos directos del desenlace inesperadísimo de mi historia.

“MENTE BRILLANTE Y CORAZÓN DE ORO”

El reencuentro con Fernando era sólo el comienzo de otras gratísimas e inesperadas sorpresas. Con toda mi familia y amigos más cercanos, tanto de Paraguay como de Argentina, empecé a vivir mágicos momentos de reencuentros inesperados, empezando por el que tuve con Fernando.

Y todo fue con inmensa alegría. Porque mis compañeros de antes fueron siempre recordados con gran cariño en mi entorno familiar y social y jamás fueron responsabilizados por lo que nos pasó. Todos atribuimos el intento de dispersión definitiva, de separación definitiva, a la brutalidad de las dictaduras violentas que nos azotaron.

Meditaba sobre estos asuntos cuando desde Buenos Aires, la periodista Fernanda Nicolini, a quien se había sumado otra escritora, la también comunicadora Alicia Beltrami, me sorprendían nuevamente:

-. Preparate, vete al cardiólogo porque te conectaré con Adriana... Si me autorizás...

-. Quéee? Me secaba una lágrima, volvía a llorar y a sonreír y ahora mis dedos volaban sobre el teclado intercambiando mensajes que me seguían dejando anonadada: ¿Qué Adriana? - dije.

-. Y Adriana -me respondió.

-. ¿Yquién es Adriana?

-. Militaba con ustedes. Dina era también su responsable.

-. Adri, ¿ la de mis escritos? ¿Mi ex compañera?

-. Sí, ¡es la Adriana de tus escritos!

-. No me digas que es MI Adriana, la de mi relato -reiteré sorprendidísima y totalmente en ascuas, ante el temor de una esperanza vana.

No sólo autoricé a Fernanda Nicolini que le pasara mi correo a Adri. Se lo rogué. Y que por favor, lo hiciera rapidito... Mi angustia, mi tristeza por el fallecimiento de mi hermano Daniel era contrarrestada ahora por otro fuerte sentimiento, otra ilusión, aunque esta vez de posible alegría, ¡otro reencuentro! ¿Sería posible?

No conocía los apellidos de mis ex compañeros y que sea la Adri de mis relatos ¡era demasiado! ¡No esperaba sorpresas de este tipo!

Y sí, Adri era “mi” Adriana, la de mi relato. Mi otra queridísima amiga: la que había tocado el timbre de mi departamento en Once avisándome que secuestraron a los compañeros, salvándome así la vida. Era a quien nombré como una protagonista más de mi historia de militante peronista, pero sin esperanza alguna de volver a verla alguna vez. Y Tito, era “mi” Tito, el Boga (abogado). Sus nombres eran sus nombres o sobrenombres verdaderos pero sus apellidos yo no los conocía.

¡Estaba conmocionada! Los protagonistas de mi relato salían de mis escritos y “mis fantasmas” se levantaban, cobraban vida...

Adri era Adriana, Tito era Tito, y me informé de Jorge, de Lidia, de Ana María... de... de…

Por seguridad usábamos otros nombres. Pero ellos, evidentemente al comienzo de nuestra historia, al conocernos, no habrán especulado jamás en la necesidad que tendríamos un día, alguno de nosotros, de vivir en la clandestinidad. Por eso sus nombres eran sus nombres... Pero lo dejo para que ellos nos cuenten.

Adriana, treinta y seis años después, me escribió el 17 de febrero de 2012:

Me parece mentira encontrarte y escribirte... moro chita linda, de patitas flacas y pelo largo, con uñas largas, mente brillante y corazón de oro. Así te recuerdo Tere querida. ¡Cuánto pensé en vos! Creía que eras más vulnerable que nosotros porque tenías menos recursos, eras más jovencita ¡y no estaba segura si habías podido zafar! Qué alegría, pero qué alegría... mil imágenes me dan vuelta en la cabera: tu papá flaquito, morocho y en camiseta... tu mamá: regordeta y protestándonos porque “nos metíamos en líos”. Tus hermanos. Recuerdo a dos: uno joven como nosotras y un chiquito que correteaba por allí, y tu casa, Tere: siempre ordenadita, con la tierra barrida y oscurita para que haga fresco y no entraran las moscas y ¡tu mamá cebándonos mate o tereré! Y aquel novio... ¿Papo se llamaba? Me habían dicho que él te ayudó a salir. Bueno, tenemos que hablar mucho y contarnos y contarnos sin parar. Me desperté esta mañana diciéndole a Carlos (mi pareja de siempre ¿te acordás?), que nos vamos a Asunción si vos no podes venir... Qué loco todo. Mi mamá vive todavía y está tan emocionada como yo. ¿Te acordás que te quedabas a dormir con ella en la calle Piedras? Bueno, empega a contarme y te voy contando porque me muero de ganas de que recibas este primer mail y tener tu respuesta. Estoy feliz de haberte encontrado. Adriana.

(Me veo con Jorge... te acordás?) También está emocionado y esperando noticias. Besos.

Inesperadamente, el contenido de este primer mensaje que Adri me envió confirmaba en gran parte el de los primeros informes o capítulos que escribí para las citadas periodistas argentinas. Es prueba irrefutable de la veracidad de mi relato, ya que lo hice sin siquiera soñarlo que serían algunos de ellos, en persona, los que posteriormente leerían mis originales de primera mano y confirmarían mi historia. También es prueba irrefutable del valor de la verdad. Así fue, les remití mis originales que posteriormente los amplié y se convirtieron en este libro.

Pocos días después tomé un vuelo a Buenos Aires a abrazar a algunas de las personas que más he amado y amo en la vida.

No me sentía entre nubes allá arriba, sino muy en la Tierra, mirando como si alrededor de mí danzaran mil luciérnagas brillantes.






INDICE


Dedicatoria

Presentación

1 Hija de la emigración

2 Mi incorporación a la utopía

3 Militantes, sí. ¡Pero femeninas también!

4 La fascinante aventura de trabajar con un gran ser humano

5 Intensa gestión y el inicio del terror

6 La amistad y el amor amenazados por la violencia

7 La violencia llegó a nuestras vidas y comenzó la Generación Dispersa

8 ¡Nunca los olvidé!

9 "Hormiguita viajera": el amor, a pesar de todo

10 La soledad, la reinserción social y sus costos

11 Meditaciones

12 El miedo no llegó a vencerme

13 Libertad condicionada a los informes

14 ¿La fama como protección? Sí, ¡pero incluido el calabozo!

15 Añoranzas

16 ¡Reencuentros más que maravillosos!

17 Compañeros de ayer... Amigos de hoy

18 POR UN REENCUENTRO MAS QUE MARAVILLOSO





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