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CARLOS MEYER ARAGÓN (+)
  EN AMBOS FRENTES - Por CARLOS MEYER ARAGÓN


EN AMBOS FRENTES - Por CARLOS MEYER ARAGÓN

EN AMBOS FRENTES

MEMORIAS DE UN EX COMBATIENTE MUTILADO EN LA GUERRA DEL CHACO

Por CARLOS MEYER ARAGÓN

Asunción – Paraguay

1987 (75 páginas)


 

PRESENTACIÓN

“En Ambos Frentes” se trata del relato más valiente y veraz escrito por un ex combatiente, prisionero y mutilado de guerra, publicado primeramente en el diario “La Tribuna", de Asunción durante sesenta y cinco sucesivas apariciones, y luego como libro, que vio la luz en 1935 en la editorial y talleres gráficos “La Colmena S.A.”, de los hermanos Daumas Ladouce, meritorios difusores de la cultura en nuestro país, desde 1908 hasta la década del sesenta.

La publicación de marras mereció la repulsa de los bolivianos culpables de la sistemática penetración en el Chaco paraguayo, de la toma y ocupación a la fuerza del reducto Carlos Antonio López, ubicado sobre la laguna Pitiantuta lado norte, que los bolivianos la llamaron posteriormente Chuquisaca, la cual fue motivo para el inicio de las hostilidades que duró tres años de cruenta lucha con el consiguiente retroceso del ejército invasor boliviano hasta el río Parapití y las primeras estribaciones de los Andes.

Este opúsculo presenta a los principales actores de la campaña guerrera y relata varias acciones en la que le cupo actuar al protagonista de la presente publicación.

Su autor Carlos Meyer Aragón fue condenado a muerte por los tribunales militares de La Paz, Bolivia, y estando así condenado, tuvo la osadía de viajar desde Asunción y presentarse voluntariamente para ser juzgado, actitud ésta que dio lugar a numerosos comentarios de la prensa y en los estrados judiciales.

El proceso por traición a la patria fue lento, tardó más de cuatro años y se formaron siete consejos de guerra, el último de los cuales, para distraer la atención de la opinión pública de Bolivia, por los abominables crímenes cometidos el 20 de Noviembre de 1944, donde fueran vilmente asesinados en el cuartel Calama de la ciudad de La Paz, destacados políticos y militares, como ser, Carlos Salinas Aramayo, Luis Calvo, Félix Capriles, Rubén Terrazas, general Demetrio Ramos; y en la localidad de Challacollo, Oruro, los coroneles Eduardo Paccieri Blanco, Fernando Garrón y muchos otros.

La sentencia del 2 de diciembre de 1944, no obstante que las llamadas pruebas de cargo no aportaron nada contra el acusado, lo condenó a sufrir la pena máxima, la cual fue apelada ante el Tribunal Supremo Militar, la que desestimó el 22 de Enero de 1945, por no encontrar culpabilidad, no obstante, lo condenó al acusado a seis años de prisión (tiempo de su detención) por el delito de atentados a los superiores jerárquicos.

A fin de conocerse los antecedentes y tras 52 años dé la primera edición, la Imprenta Zamphirópolos presenta a consideración del lector, esta edición, de acuerdo con el autor, y en homenaje al heroísmo de los combatientes, hoy fraternalmente vinculados a través de caminos y al desarrollo integral del Chaco paraguayo, que fuera cinco lustros atrás, escenario de épicas e inmortales hazañas, donde doquier quedaran calcinados huesos de 30.000 paraguayos y 72.000 bolivianos.

El Editor


A MANERA DE PRÓLOGO

Señor Carlos Meyer Aragón

Usted no pretende ser un literato. Sólo quiere gritar su dolor ancho. Y lo hace sin moldes convencionales, sin lirismo y sin rebuscamientos palabreros, pero con la masculinidad propia de quien ha gustado el sabor de todas las tragedias y se ha saturado del horror de todos los peligros. Precisamente en el desorden de sus frases se ausculta la intensidad de su drama. Hay en sus relatos la vibración áspera de un dolor masculino. En vez del lamento cursi de los apoca dos, los vitaliza con la altivez de su protesta de hombre. Usted no llora sino que escupe con la fiereza de una dignidad ultrajada. ¡No llore camarada su desgracia pasada ni presente! Afírmese en la purificación de espíritu a que parece haber llegado como por un milagroso parto de guerra. Sea leal con la sinceridad de su dolor. Ensaye a acaudillar espíritus en su repudio contra el crimen. Si ayer fue usted un elemento involuntario de los bárbaros de su tierra, póngase hoy al servicio de una misión de fraternidad humana. Trabaje en esta empresa de amor, pero sin descuidar nunca el látigo del relato evangeliario contra los mercaderes de sangre. Usted es un residuo de guerra pero puede convertirse en levadura de paz.

Por lo pronto, me coloco al lado suyo y le ofrezco mi diestra, para que juntos señalemos con el índice - Usted con el de la mano que le resta— a los grandes criminales que provocaron esta siembra de cruces en su patria y en la mía.

Fraternalmente

- Arnaldo Valdovinos


Señor Carlos Meyer Aragón

Distinguido ex Combatiente de la guerra del Chaco.

Complacido y extasiado en la ligera lectura de una parte de su libro, sobre la barbarie desencadenada, por el tristemente célebre Salamanca, no puedo menos que felicitarlo por su arrojo. Abrazar una y otra causa, con una pasión legitimada por los sucesos, no es delito, sino virtud guerrera. —Si alguien quisiera tildarlo por ello, caerá en el vacío. No hay que entretenerse con las murmuraciones tendenciosas de entretelones; sus palabras son contundentes y lapidarias; no porque al Ejército de mi patria, lo alabara, sino, porque quien lo dice, se encuentra en condiciones de decir la verdad toda entera, sin ambages ni reticencias.

Usted, llegó a tiempo, para desenmascarar a los bárbaros ilusos, y hacer percibir las amargas verdades en su doble aspecto: parangonar y sacar las consecuencias favorables y desfavorables de ambos Ejércitos, pueblos y gobiernos. ¿Quiénes no apreciarán sus prodigios y no admirarán sus sufrimientos?

Fue inmensa la suerte que le acompañó en todos esos azares de la gran hecatombe y en la que se destacó como un verdadero valiente, sin tener en cuenta, ni con mucho ni en menos, su nacionalidad primitiva; sorteando los graves peligros en la trascendental epopeya.

La corrupción e inmoralidad reinantes en el Ejército Boliviano, así como la ambición insana de sus Jefes y Oficiales y la criminal voluntad que les guiaron para pretender conquistar el Chaco Paraguayo, los sintetizan Esteban Loriga, combatiente boliviano, que murió en Ñaicorainza. A fuer de testamento, legó a la posteridad, sus juicios lapidarios, condensados en estos párrafos:

“Una sorpresa y un espectáculo sorprendente presentábanos un grupo de Jefes y altos Oficiales de nuestro Ejército, en alegre jarana con varias mujeres, mercenarias del placer, con las que chocaban copas de espumoso champán y añejos vinos. Aquello era un escarnio para los pobres soldados que muertos de hambre, se conforman estoicamente con cualquier pitanza, por miserable que sea, mientras que los zánganos del ejército, se regordean en alegres festines, junto mismo al dolor del pueblo”. Sigue:

"Allá lejos, están los Patiños, los Aramayos, la Standard Oil, los Guggenhein Brothers; en fin, un sinnúmero de capitales que hacen que aquella vida gris y miserable, se prolongue sin solución de continuidad. Los señores feudales de nuestra tierra, en pleno festín de sangre, no se satisfacen con la orgía macabra que han preparado, envenando el alma popular con arengas populacheras en las calles y plazas ”

Su libro aparecerá en los anales de la vida nacional, como indeleble recuerdo de la sangrienta verdad, emanada de labios más que autorizados, por razón de ser ex combatiente de ambos Ejércitos

Sus sufrimientos, opresiones y vejaciones, no fueron estériles y le hizo meditar y resolverse por una justicia mejor.

Cuando se serenen los ánimos, después del fragor de las batallas, todos al unísono, le aplaudirán sin reservas por su conducta en esta guerra en haber defendido la causa del derecho de un pueblo más civilizado, atropellado en su soberanía y propia existencia.

El Paraguay agredido, afrontó y venció; y Usted al perder un brazo, combatiendo a nuestro favor, se ligó a la historia y consagrado por la gratitud nacional. Por ello, reciba mi admiración, por su altivez y hombría.

Así también, en las horas inciertas de la vida, cuando reflexione por este pasado histórico y de sufrimientos sin cuentos, no desespere de la suerte que su pedestal de guerrero, brillará por siempre y no será equiparable con la del encendedor de la tea, Salamanca, que llegó a producir millares de víctimas inocentes y pereció él, con el nombre execrado por uno y otro pueblo, hasta de América misma.

Y por último, conquistó o conquistará todavía el premio total, cuando en la paz se escriba, la más grande página de la historia, de esa inicua y criminal tragedia del Chaco y ocupe entonces el lugar eminente del honor, con él, triunfará su libro y Usted; así como triunfaron los paraguayos, en la desigual lid guerrera con Bolivia.

Sin más reciba los parabienes de su affmo.

Fernando Antolín Carreras

Asunción, Octubre 18 de 1935


CARO LECTOR:

Te ofrezco este libro humilde. Escrito está con mano ruda de soldado o inspirado en el dolor de una inmensa tragedia. No hay en él fantasías novelescas. Es el relato de una amarga realidad vivida. En el hallarás cuadros de miserias y episodios conmovedores, traducidas en lenguaje sencillo, con la rudeza de un soldado casi anónimo!

He sufrido en carne propia el horror de una guerra injusta, salvaje; entiendo cuál es su horrible significado. En 20 meses vividos en el ambiente de espasmos de los entreveros sangrientos se puede hablar con razón de ella. Peleé durante 17 meses en el ejército boliviano y permanecí otros 3 meses en la retaguardia y el frente del ejército paraguayo, en calidad de prisionero herido y sin armas. Esta guerra fratricida que me robó el brazo izquierdo, me convirtió en un veráz, sincero e inexorable escritor.

No es posible quedar en un indiferente silencio frente a tanta sangre derramada, debo hacer de una vez, mi triste y humilde historia. Y debo felicitarme a mí mismo, puesto que soy un héroe anónimo del dolor de esta campaña. Y debo también dar gracias al Altísimo por haberme librado mil veces de la muerte, comprendiendo que si en los momentos en que afronté todos los peligros dispuesto a dejar mis huesos por lugares solitarios y he vuelto con vida, ha sido porque ese Ser Supremo que dirige el destino de los hombres y de los pueblos, me ha dejado con vida, para decir siquiera la verdad de todo lo que he visto y he sufrido.

No se puede dejar simplemente al olvido las amarguras que uno ha pasado, máxime si ellas representan el dolor de dos pueblos que estaban llamados a ser buenos y cristianamente nobles, como cuadra a los que son civilizados.

Carlos Meyer Aragón



“EN AMBOS FRENTES”

MEMORIAS DE UN COMBATIENTE MUTILADO EN LA GUERRA DEL CHACO


A partir del año 28 se puede decir que ya la guerra era inminente. En La Paz, a raíz de los engaños del gobierno de Siles y anteriores, la efervescencia popular crecía cada vez más. Las muchedumbres pedían la guerra venían las noticias de supuestos ataques paraguayos a Vanguardia, Sorpresa, Yujra, Aguarrica. El asesinato de Rojas Silva, fue lo que más precipitó a lo incontenible.

¿Por qué el Presidente Salamanca provocó esta cruel hecatombe? ¿Será cómo se habla insistentemente, por los intereses del oro Yanqui? ¿O será que Salamanca se valió de la guerra para mantener la estabilidad de su gobierno? ¿O es realmente por la salida al Río Paraguay?

Los historiadores dirán su palabra, yo apenas soy un residuo del crimen, un mutilado de guerra.

****

Soy huérfano de padre y madre, mi padre también ha sido consumido por la guerra europea... Entonces ya tenía cuatro años, ya no contaba con el apoyo de nadie. Tengo dos hermanos, Alfonso y Gerardo, los dejé en La Paz cuando partí en Enero de 1932; ni siquiera me despedí de ellos, no pude, nos sacaron sin damos tiempo para nada, con rumbo al maldito Chaco. El recuerdo de mi madre, aunque vago y difuso llena de alegría mis pensamientos, y al pensar que ella guía mis pasos van desfilando por mi mente muchas ideas...

No la conocía casi, pero la sé tan buena y tan noble que mis noches de abandono, su evocación me llena de fuerzas para continuar este camino, que hubiera sido inmensamente áspero, sin la esperanza de que ella cuida de sus hijos, alentándonos desde lo infinito.

Mis hermanos... no sé qué habrá sido de ellos, me informaron que llevaban los dos, luto por mí, me creían muerto. Mi hermano Alfonso vino un año después que yo al chaco y Geraldito venía dicen, entre el contingente de 1933... Dios sabe si podré encontrarlos nuevamente, tal vez la guerra los haya consumido. Acaso en uno de esos encuentros sangrientos se fueron pensando en mí; tal vez sigan la trágica suerte de los restos dispersos de miles de soldados bolivianos... Nada... Nada sé más de ellos... Éramos los tres chicos cuando mi madre murió, dejándonos en la mayor miseria, nada sabíamos de la vida y tuvimos que ser internados en un hospicio de huérfanos, donde pasamos los años sin ilusiones, sin juegos y sin encantos.

Mi padre, con el pretexto de la guerra europea, abandonó su hogar, y se llevó los pocos recursos de la casa, en un total de treinta mil bolivianos.

Nunca más volvió y esto fue el mayor pesar de mi madre, a consecuencia de lo cual murió. A veces el recuerdo de mi padre es para mí como una pesadilla trágica; a veces pienso en las injusticias del destino; una guerra me quitó a mi padre, como consecuencia murió mi madre, y una guerra nuevamente nos aparta a los tres hermanos huérfanos acaso para siempre, y todo por culpa de un gobernante malo, perverso y sin piedad, como es el Presidente Salamanca que va consumiendo a la juventud boliviana en su sed de sangre, sed que arde íntimamente, y a quien maldicen y acusan millares de madres, novias, esposas y niños de aquella patria, así como con justicia pueden acusar, y aún con mayor razón las madres paraguayas.

En ese Asilo de Huérfanos estuve hasta el año 28; salí a trabajar solo, sin la ayuda ni el consejo de nadie. Mi primera ocupación fue la de ascensorista en el Club de La Paz, en el año 28, cuando las imponentes manifestaciones de protesta celebradas entonces contra el Paraguay, yo y otro amigo que era mensajero y actualmente prisionero, gritábamos: “Queremos la guerra” “Asunción para Bolivia”. Días pasados lo encontré al amigo, le recordé, se puso pensativo y dialogamos sobre el destino inexorable; tuvimos pena al vernos tan impotentes, porque ¿quién puede contradecir al destino? Ningún mortal ha podido, no puede ni podrá jamás contra él, porque es poderoso. Esa vez pedíamos la guerra, porque no sabíamos lo que era el Chaco; tan estéril, malsano, etc., pedíamos la guerra nada más que por pura ostentación; y además porque había algo, un odio profundo hacia el Paraguay; nos educamos engañados como narraré más adelante. En todos los institutos de enseñanza se inculcaba el odio, primero para Chile y luego tornóse hacia el Paraguay.

En el Club de La Paz conocí a todos los políticos demagogos; después trabajé en la Embajada de Chile, como mayordomo, allí conocí a muchos diplomáticos, posteriormente en el Tribunal Superior de Justicia, y por último en el Círculo Militar de La Paz. En el año 28 a raíz del incidente se formó un regimiento de estudiantes Nº. 14, denominado “Vanguardia”, pero como no se desencadenó la contienda, se disolvió nuevamente. Yo impulsado por instinto bélico me alisté también.

Ahora paso a recordar algunos de los antecedentes. Primeramente sin apasionamientos voy a manifestar que el crimen de que fuera víctima el Teniente paraguayo Adolfo Rojas Silva, fue un asesinato alevoso, premeditado y cobarde; sin esta mancilla Bolivia hubiera podido avanzar silenciosamente hasta el Río Paraguay; porque personas bien informadas me han dicho; a raíz de esto el Paraguay se puso alerta, porque dicho crimen ha sido perpetrado en plena era de paz.

El espionaje estaba bien organizado, las noticias que suministraban los espías, se tenían por ciertas y éstos constantemente, hacían saber que el Paraguay estaba anarquizado, sin ejército, sin moral y sin posibilidades de reacción frente al boliviano, que era considerado como la segunda potencia sudamericana.

En cuanto a lo que se refiere a la Economía, decían que el Paraguay se debatía en una espantosa miseria, mientras que las grandes minas bolivianas le ponían a Bolivia en condiciones de sostener cualquier campaña.

Como dice el refrán: “Fácil es hablar pero difícil es hacer”; y allá todo el mundo hablaba del Chaco, que era el tema obligado y se precipitaban los acontecimientos, la intensa propaganda sobre la que reportaría la salida al Río Paraguay. En todos los tonos se decía y hacía creer que el Paraguay nos agredía; como en el caso del fortín Sorpresa.

“Fuerzas paraguayas venían avanzando sobre territorio boliviano”, episodio aquél de la historia americana, que es un escarnio, pues costó la vida a un gallardo oficial paraguayo. Posteriormente, se engañó al pueblo de La Paz, diciendo que el Paraguay había atacado los fortines Vanguardia - Yujra - Agua Rica y así con una serie de incongruencias, que el populacho inconsciente no comprendía, lo entusiasmaron arrastrándolo a la guerra, que pese a quien pese, Bolivia fue quien la provocó.

No he de continuar adelante sin recordar un episodio que es toda una vergüenza para la historia militar de Bolivia. Cuando el Héroe de Sorpresa, como lo llamaban a Tejerina, — se llevaron a cabo en La Paz y en casi todos los puntos de Bolivia, grandes manifestaciones, que recorrían las calles y pedían la guerra contra Paraguay (siempre el estudiantado era el alma de estas absurdas reuniones). El entonces dictador Siles, que es un hombre morfinómano, loco y poseedor de otros muchos vicios repugnantes, dijo a la multitud, pasando su cerebro por un momento de lucidez, lo siguiente: “Pueblo soberano, procuraré por todos los medios evitar la guerra, pondré mi esfuerzo personal y agotaré diplomáticamente todo lo que sea posible para arreglar. Pero si la guerra viene, os juro que iré a la cabeza de todos vosotros”. La multitud lo aplaudió largamente: Salamanca fue uno de los primeros guerreristas y aprovechó para hacer plataforma política con este incidente, valiéndose de las circunstancias de no haberse producido el desastre de la matanza. Cuando llegó Tejerina en gira triunfal y llamado especialmente por el gobierno para recibir los honores a que se había hecho acreedor, con la fantasía inventada por los interesados y las agregaciones de la imaginación popular, el Presidente Siles lo tuvo a su diestra en los balcones del Palacio Quemado. También estaba a su lado el General Quintanilla. La multitud gritó: “Que hable Tejerina”, el indio estaba asustado, metido en un casco del Ejército Prusiano. Parecía una momia. El General Quintanilla le dijo: “Habla, yo te soplaré” y Tejerina gritó en mal castellano: “Cumpatriotas si en un casu dadu nu lejano... la patria us necesita, seguía me ejemplu”. La muchedumbre lo aplaudió calurosamente. En el Coliseo Municipal dieron una función en su honor y beneficio. Cuando yo lo vi, el pecho lleno de condecoraciones. He de confesar que yo también he participado en estas delirantes manifestaciones de júbilo, mi voz también se hacía oír y fui de los que, engañados por los prepotentes, recorría, pidiendo la guerra. Hay que considerar por un momento lo que era la psicología colectiva de aquellas horas. La propaganda estaba de tal suerte encaminada que el que regresaba del Chaco era conceptuado como un vencedor, se lo miraba con respeto v veneración y los jóvenes teníamos deseos de ir al Chaco para tener esta misma suerte.

La personalidad física y moral de Salamanca.

Salamanca es un indio en la extensión de la palabra, es un hombre flaco, enjuto de carnes, bajo de estatura, feo, y sé, por personas que lo conocen íntimamente, que es tísico, pues tiene una enfermedad del estómago, que le impide tener cerebro normal. Todos los dictadores han sido fenómenos como Salamanca.

Salamanca durante los gobiernos de Montes, Saavedra, Siles, ha sido el opositor más tenaz, casi todos los políticos de filiación distinguida, tenían sus manchas, casi todos eran considerados por el pueblo como ladrones, asesinos, etc., pero Salamanca aparecía sin lacras porque jamás le tocó afrontar las situaciones difíciles de un gobierno, se burlaba de los demás políticos y resultó que era peor, que todos juntos.

Por qué gobierna a Bolivia el más funesto y terrible sanguinario.

Es posible que en el Paraguay, no se comprenda hasta hoy, cómo en Bolivia se mantuvo en el Gobierno y por qué ha subido Salamanca.

Necesario es que hablemos de este tópico antes de entrar de lleno en las operaciones guerreras del Chaco.

La situación política de Bolivia pasaba por un instante de crisis. Los grupos se formaban. Las disidencias abundaban en las agrupaciones. Los hombres dirigentes comenzaban a odiarse. Este hablaba de aquél y el otro de los demás.

Con el objeto de crearse ambiente, todos hacían sus trabajos solapadamente y las reputaciones, como era natural, se venían por el suelo. Salamanca mientras tanto, que pertenecía anteriormente al grupo del partido de Saavedra, o sea el Republicano, comenzó sus trabajos con gran cautela. El hombre no hablaba y cuando lo hacía, se presentaba como quien regalaba por gramos su pensamiento. Era un semidiós que nada decía. (Las agrupaciones lo buscaban). Escalier se encargó de hacerle tener su personería. Se arrimó a él, y, juntos formaron la disidencia republicana dándole a la nueva agrupación el nombre de Republicanos Genuinos. En el naufragio de todos los valores y después del golpe cuartelero del General Blanco Galindo o reacción popular que derribó a Siles del poder, se llamó a elecciones. El Partido Liberal se sentía sin una personalidad para manejar el país. Eso al menos lo dieron a entender porque proclamaron una fórmula mixta. Los otros republicanos, lo pusieron a Salamanca como candidato. Quiere decir que éste, era el único que unía voluntades. Los demás sólo tenían vínculos de odio.

Lo que se sabía perfectamente era que, Salamanca, pedía a toda costa la guerra. Clamaba porque se conquistara el Chaco por la fuerza, y que las fuerzas del Altiplano llegaran hasta el Río Paraguay. Un sueño guerrerista y de conquista como cualquier otro.

El pueblo, ignorante y débil, que siempre se deja arrastrar por las empresas que se le presentan sumamente fáciles, encontró en las palabras de Salamanca, que siempre había medido sus pensamientos, algo así como las promesas del Mesías.

Sin embargo, los que lo conocían, reiteran constantemente de que éste era un personaje funesto. Terrible, odioso!

La verdad es que asumió la presidencia en circunstancias en que se realizaba el sepelio moral de todas las demás agrupaciones de los políticos por el arte y gracia de su obra de engañar.

Quedó solo. Inició las gestiones a su antojo. Se encaprichó y llevó a todos al Chaco. Desde que el asumiera la presidencia, el Paraguay estaba notificado de que la guerra era inevitable, el único camino, sino quería ceder todo el territorio del Chaco, que ha sido de su dominio desde que los españoles estuvieron en la América. Esto lo saben todos los bolivianos. No hay uno solo que no reconozca esta verdad. No lo dicen porque no hay sinceridad, pero la historia de todos modos juzgará a los que, se ponen en el terreno de la realidad, y a los que hasta en el sepulcro llevan sus engaños, para dar una impresión ficticia. En cierta oportunidad, uno de los políticos dirigentes de otra agrupación notificó a Salamanca que la guerra del Chaco podría costar tanto torrente de sangre como el caudal del propio Río Paraguay. Salamanca no escuchó, no le importó. Siguió ensismimado en sus adentros pensando en perpetrar el hundimiento del Paraguay.

Y en estos momentos está viéndose que la verdad estuvo de parte de aquél otro político “gastado” cuya palabra no debía ser tenida en cuenta siquiera.

Salamanca fue el más funesto gobernante de América y la posteridad le reserva la execración y la maldición de millares de madres víctimas de su sed de sangre.

Cuando Salamanca llegó de su pueblo natal de Cochabamba, en La Paz su recibimiento fue un gran acontecimiento. En todas partes, correos, tranvías, etc., etc., había boletines y papeles que hablaban “del Hombre Inmaculado” “Sin tacha ni trabas” “el hombre cumbre” “el hombre símbolo”, honrado, modesto, tal vez haya algo de cierto. Pero tenía lo peor que es su inclinación por la guerra. Cuando Salamanca arribó a la estación, todo el pueblo de La Paz se dio cita para recibirlo; yo también estuve. Fue ovacionado, el que más tarde haría correr tanta sangre.

¡Cuántos que lo recibieron esa vez en la Estación Central de La Paz, habrán muerto o estarán prisioneros. Lo que soy yo, me dije que Daniel era mi mala sombra, (pues por verlo, me sustrajeron los cacos, mi billetera, con algunos pesos); lo hicieron parar en un automóvil para que hablara y Salamanca dijo: “Viva Bolivia sin tiranos y viva La Paz tumba de tiranos”, y acuérdese el lector que La Paz ha de ser la tumba del tirano!

Hablemos ahora un poco del General Hans Kundt.

Lo conocí personalmente; muchas veces pasó a mi lado, en tiempo de paz. En la guerra sólo una vez lo vi, es falso lo que dicen que venía a las trincheras, en el avance a Gondra, pasó en camión, me dio buenas ganas de descerrajarle un tiro, porque nos miró indiferente.

Puede decirse que, como estampa, es un militar bien plantado y enérgico; en tiempo de paz su rigorismo era extremado. Su anhelo según los que lo conocían era dejar sólidamente organizado al ejército boliviano para hacer de él una verdadera potencia, como llegaron a conceptuarlo más tarde, hasta el desastre actual. Los propios extranjeros decían que las maniobras que se realizaban, bajo su dirección, eran realmente interesantes y revelaban gran capacidad. He oído hablar al respecto a los attachés militares, de varios países americanos a la sazón en La Paz, como al Coronel Rawson, argentino, al Capitán Lavín, chileno, que estaban impresionados de la forma como se cumplían los dispositivos de guerra en estas maniobras.

En las esferas militares, después de estos ejercicios, se decía reiteradamente que el ejército boliviano era superior al chileno, por la férrea disciplina, cualidad única en América del soldado boliviano, como por sus jefes y oficiales, que revelaban mucha táctica y preparación. Es en realidad el soldado boliviano invencible en el Altiplano si aquí en el Chaco ha fracasado, es sencillamente porque no está instruido, porque es poco vaqueano en el monte, y ante todo por la enorme distancia, cambio de temperatura y falta de agua. El indio posee una gran resistencia en el Altiplano, como lo demostraban en las duras jornadas realizadas a propósito de estas maniobras.

El Gral. Kundt era Jefe del Estado Mayor General en los gobiernos de Saavedra y Siles. Era de un carácter muy fuerte, pues destituía sin contemplaciones, sabía sancionar con energía y hasta se dice que llegaba a castigar personalmente y como hombre, a oficiales abusivos. A pesar de todo, ninguno tuvo la hombría de hacer uso de su espada para desafiarlo personalmente y enfrentarlo como corresponde a un militar de dignidad. Es cierto que en el año 1925, el teniente Coronel Ángel Rodríguez lo acusó a Kundt de haber negociado con armamentos con Suecia y Checoslovaquia, la cuestión paso a un tribunal de Honor, y como entonces predominaba el caudillo Bautista Saavedra, influenció terriblemente, hasta que el Teniente Coronel Rodríguez, pasó por ser un vulgar calumniador. Finalmente Rodríguez fue borrado del escalafón militar y desterrado por lo que se indignó, desafiando a duelo a Kundt, que tampoco hizo caso, a pesar de todo. Kundt era el único de valía, pues, los jefes bolivianos eran pésimos, los oficiales criminales y estúpidos y tocaba apenas a los clases y soldados realizar los milagros de la resistencia. Kundt cuando la revolución al Presidente Siles el 25 de Junio de 1930, se dice que manejó personalmente una ametralladora, por lo que la multitud se indignó obligándole a refugiarse en la Legación Alemana, para de ahí salir pelando rumbo al extranjero.

Kundt recomendaba más piedad para la tropa, pedía se atendiera la alimentación del soldado, pero, a los oficiales más les importaba tener comodidad, dinero, para regresar a La Paz, con gran aureola, sin que jamás hayan afrontado siquiera una situación difícil, con raras excepciones, no creo que Kundt salga vivo de Bolivia...


El Cucharonazo al Sargento Tejerina

Tejerina volvió dicen al Chaco. Cuentan que estuvo en el Fortín Arce, y que en una ocasión, en el momento del rancho Tejerina no formó, todos estaban formados, el cocinero listo para distribuir el rancho, cuando nuestro héroe engreído de su personalidad se acercó a servirse personalmente, recibiendo en ese instante un feroz cucharonazo del indignado ranchero. El oficial de guardia, tuvo qué castigar severamente esta ofensa al máximo héroe boliviano de aquellos días. Sin embargo la estrella de Tejerina ya no brillaba en los últimos tiempos.

El Paraguay no puede imaginarse siquiera cómo, en Bolivia, se sensibilizaba al pueblo para preparar su espíritu para la guerra.

He dicho ya que en las escuelas, en las conferencias, en la prensa, en las estaciones de radio, en las propagandas políticas callejeras, en una palabra, en todos los sitios, se hacía campaña pública en contra del Paraguay, y recibía precisamente mayores elogios, aquél que con más ardor y con más desvergüenza utilizase términos ofensivos para este país.

En todos los institutos de enseñanza de Bolivia existe un cuadro alegórico que se titula: Las desmembraciones de Bolivia. El cuadro representa una mujer envuelta con la bandera boliviana. Está rota, hecha jirones en los límites que dice le corresponde. La mujer eleva los ojos al cielo como pidiendo clemencia. Tiene los brazos hacia arriba.

Entre otras cosas que se ven nítidamente en él, un “Gaucho” argentino bien armado. A otro lado representa al Brasil un “Negro” que está también perfectamente armado. A otro costado lo ponen a un “Roto" chileno cargando un arsenal, abriéndose paso se destaca un “Chino” peruano de igual forma y armadura que los otros, y todos llevan un jirón de la bandera boliviana que está siendo despojada por los vecinos y que significa la tierra usurpada a Bolivia.

Pero la descripción del cuadro no ha terminado. Falta el Paraguay. Este no podía ser representado siquiera con la silueta de un hombre. Había que dar al pueblo la impresión de algo demasiado insignificante y entonces lo caracterizaron con un “Chiquillo” que está tirando otro jirón de la bandera donde se lee esta inscripción: Gran Chaco Boreal Boliviano". Y bien. Esto se enseña a la niñez, cuyas almas se deben moldear. Apenas balbucea las primeras letras, apenas sabe el niño en Bolivia lo que es una escuela, cuando ya está recibiendo en su almita las ceñiduras del odio, de un odio africano en contra de todos los hermanos del Continente.

Los representantes de las grandes naciones americanas conocen este hecho. Los gobiernos saben que en Bolivia se enseña y se hace mamar odio a los niños en contra de sus países, pero nadie osó siquiera protestar en contra de este crimen. No hubo una voz americana que desde el fondo de la conciencia repudiara tamaña afrenta a la civilización, y todavía, tanto en Bolivia como fuera de ella, existen bolivianos que en discursos muy llenos de adjetivos recuerdan del “continente de la paz” y hablan de hermandad, mientras acicatean las almas inocentes para prepararse para una guerra sin cuartel y sin vergüenza!

Pero yo no soy americanista ni soy iluso, ni pienso en grandes doctrinas; apenas sé que debo decir la verdad. Yo no tengo anhelos de figuración y por eso mismo señalo las lacras y brindo mi cariño a esta tierra en la que sin reservas se puede hablar de corazón. El Paraguay es patria de todos los que son nobles con ella. Aquí no hay privilegios odiosos. Los que fueron mis compatriotas, los bolivianos, al leer mis artículos se sentirán molestos, pero ello será apenas por hoy, pues la razón se impone, y no tardarán en comprender y en declarar, como yo, que lo que voy diciendo es la Estilad estricta.

Siguiendo el tema, vemos, que en Bolivia, se forma opinión diciendo que es un país víctima de los prepotentes vecinos, lo que demuestra el cuadro alegórico de referencia y se puede ver claramente que la intención, es ir formando una raza amargada, solitaria, encerrada en sus fronteras, que un día pueda lanzarse como las legiones de Atila sobre el Continente, asombrando al mundo.

Llegó un momento que en Bolivia, con los anhelos guerreros que se habían desatado en el alma popular, se formó una casta militar privilegiada que todo lo avasallaba.

Nadie ya tenía derecho a opinar siquiera donde aparecía un uniformado; pero como todas las exageraciones tiene sus ridiculeces, hubo tiempo en que la opinión de un cadete del Colegio Militar era tenida más en cuenta por los propios políticos que la de una personalidad científica. Siempre miraban al uniformado como al futuro conquistador de América y al señor y dueño de los gobiernos y destinos de Bolivia.

De esta impresión participaban hasta las mujeres, y era por ello corriente y natural ver a los grandes militares del Altiplano convertidos en unos prepotentes conquistadores también de corazones, aun cuando todo el ilustre de sus charreteras no tuvieran más valor que el que costó hacerlas en la propia fábrica.

Los militares cometían los más cobardes atropellos contra ciudadanos indefensos en las calles, en las ferias, en los cafés, y todo quedaba impune porque se trataba de militares.

La prensa denunciaba latrocinios por ellos y como consecuencia, los locales de la prensa eran atropellados y sus directores amenazados por los señores del sable.

Varias veces se repitieron estos escarnios en La Paz, y todo continuó igual porque no había en el gobierno autoridad suficiente y capaz para poner freno a la casta que había sido creada y enaltecida con fines de predominio personal y con la carátula de asombrar a América.

Pero no hubiera tenido nada de particular tal vez esta manifestación mía, si es que los desmanes no hubiesen llegado a extremo de repugnantes. Para que se vea cuál era la soberbia de los galones citaré este ejemplo muy particular.

El Teniente Coronel José V. Ayoroa, que era un militar muy tenido en cuenta y considerado en todas las esferas (sólo por ser un Jefe) se presentó un día en la Dirección de la Escuela Venezuela y blandiendo un látigo, de esos que sirven para castigar bestias, se dirigió a la Directora de la Institución señorita Elena Schmit, y en presencia de numerosas maestras y de todos los alumnos del colegio, la castigó sin piedad, de cuyo resultado la referida educacionista quedó muchos meses en cama y en estado de gravedad.

Cuando después de unos días, la población supo este cobarde y miserable atropello de un militar que debía haberse caracterizado por su caballerosidad y que resultaba un caballo, se llevó a cabo una grandiosa manifestación de protesta organizada por los estudiantes.

La Policía, como era de esperar, cargó contra la muchedumbre que clamaba justicia, pidiendo un castigo para el aludido militar, que es el mismo que en el año 1923 masacró a los obreros.

Es este, el jefe bárbaro que murió a poco de comenzar la guerra y en circunstancias que se dirigía al Chaco. Felizmente el mundo se vio libre de este monstruo, pues no se hubiera contado en la fecha con un solo prisionero paraguayo en Bolivia, si él hubiera existido.

El hermano, otro Coronel Ayoroa, que aún existe para escarnio de Bolivia es el Jefe virtual del Ejército. Dirige secretamente los destinos de la Nación. Hace lo que quiere. Maneja el Parlamento. Impone al Ejecutivo y protege a quien quiere. Puede decirse de él que es el Jefe de una logia militar, que tiene por objeto mantener la hegemonía del Ejército sobre la voluntad del pueblo.

He allí, en una palabra, retratado todo lo que es el tan mentado Ejército boliviano, que quería considerarse nada menos que la segunda potencia militar del Continente. Y (en este ligero artículo) sólo se puede dar una impresión muy vaga de todo el horror que inspiran sus componentes.

Bueno, ahora paso a narrar mi viaje. Me presenté al servicio militar el 9 de Enero de 1932, en el Cuartel de Miraflores. Jefe del reclutamiento era el Teniente Cnel. Aguirre, muerto después en Boquerón. Nos presentamos en esa oportunidad cerca de 4.000 soldados. Yo escogí el arma de la Infantería para poder entrar al asalto. Salí de La Paz a los pocos días en una marcha a pie hasta Viacha, donde nos comunicaron que pertenecíamos al Destacamento del Teniente Cnel. Goitia, a quien voy a tildar de ladrón, casi nos mató de hambre, pues recibió pesos 10.000, y, como todos los Jefes de Rgto., robaba a la Tropa. En Viacha estuvimos tres meses y de allí partimos en tren. La despedida fue muy sentimental para mí. Recuerdo que nos tocaron la Marcha del Rgto. Camacho, de seguro tengo que quien la oiga se quedará en suspenso. Nos tocaron también la marcha “El Paso de los Andes” que acá en Asunción oí, y me manifestaron que se llama “Marcha San Lorenzo”. Aseguro que es la misma marcha argentina, que escuchaba en La Paz, en la escuela y que aún recuerdo la letra. ¿Será un plagio?

Rumbo a Tupiza Lo hicimos en dos días y una noche, pasamos por los siguientes puntos importantes: Oruro, Challapata, Mulatos, Uyumi, llegamos a Tupiza en dos días y una noche. Estuvimos ocho días, partimos de Tupiza el día lo. de Mayo de 1932, a pie hacia Suipacha. Cinco leguas, el dos hacia Ravilero, 6 leguas. El 3 a Reinecillas 10 leguas. Estuvimos 2 días, recuerdo que tenía disentería y me emborraché con vino, curándome rápidamente; el 5 pasamos al río Negro hacia Yscayachi, de allí nos dirigimos a Tarija, charlando con el Comandante de nuestro Destacamento, Cnel. Blacut, a quien preguntamos a quemarropa si íbamos a la guerra porque lo oímos que dijo en una ocasión: “A estos soldados hay que tratarlos bien porque van a sufrir muchísimo”. Él nos aseguró que íbamos solamente a Villa Montes, a incorporarnos al Rgto. Campero, de Yscayachi; en un trayecto de 12 leguas llegamos a la ciudad de Tarija, el 6 de Mayo, donde nos recibieron con banda, estuvimos encantados de la vida, las mujeres nos apreciaban mucho a los paceños, al menos a mí me favoreció la suerte, dejé fotografías mías en manos de lindas tarijeñas, quienes son las más bellas de Bolivia. El vino es lo más barato, 50 ctvos. la botella, el clima es hermoso, nos sentimos extranjeros, las costumbres son completamente opuestas a las nuestras. Las tarijeños nos aborrecían y se juntaban 4 para pegar a un paceño. Permanecimos allí un mes, partimos rumbo a Villa Montes, al salir de Tarija, el camión en que yo iba se volcó debido a que estaba muy cargado y porque el chofer que nos conducía estaba curado, del lugar llamado Santa Ana a las tres leguas. Todos quedaron averiados, yo me pegué un soberano golpe en el costado izquierdo, una pasada con yodo y ya estuve listo, di parte de sentirme bien y partí nuevamente. El camino Tarija-Villa Montes, está a la orilla de las peñas, al otro lado, el abismo, es un camino lleno de curvas bien cerradas, que el chofer tiene que manejar el carro con sus cinco sentidos. Si llegara a caer al abismo sería imposible sacarlo. A Entre Ríos, lugar muy pintoresco, llegamos después de haber andado durante 20 horas, continuamos viaje a Villa Montes, llegando en un día. Allí nos incorporaron al Rgto. Campero, yo fui a la Tercera Cía. ametralladora pesada. Mi Comandante de Regimiento era el Teniente Cnel. Grover Blacut. Segundo Cmdte. era el Mayor Raimundo Cárdenas, jefe del Detal. El Mayor Esteban Bravo, caído prisionero en Boquerón; fui recomendado como el soldado más indisciplinado y retobado, para qué negarlo. Me daba realmente vergüenza tener que servir a las órdenes de superiores tan ignorantes que lucían grados de cabos y sargentos y que apenas si podían hablar el castellano. Esto fue suficiente para que me tuvieran odio, y el primero que me vigiló fue un cabo de nombre Ismael Zilveti, que comenzaba a castigarme cruelmente, como a todos sus subordinados.

Quiso abusar con mi persona, pero le salió el tiro por la culata, me volví dándole un revés que lo tendió al suelo. El Comandante de guardia Cap. Pérez Velazco, al presenciar esto, desenvainó la espada, como acostumbraban todos los militares de Bolivia, que la Patria le entregaba para su defensa, y me dio cuatro sablazos, que yo los recibí como hombre. Más tarde, cuando nos encontrábamos en la calle, no lo saludé y entonces me llamó tratando de increparme a lo que respondí con serenidad y con entereza. Mis oficiales entonces eran Cap. Wilde, un verdadero cobarde, Cap. Luis A. Pando, que tenía una conducta caballeresca, murió en la toma de Boquerón, Teniente Saucedo y el terrible Luis Gutiérrez, un oficial loco de patriotismo que murió el 10 de Noviembre de 1932 asesinado por un soldado boliviano.


PITIANTUTA

En Enero de 1932, oí hablar que el 15 de Junio de 1932, comenzaría por parte de Bolivia, la ofensiva para de una vez por todas, escarmentar al Ejército paraguayo. Efectivamente el 15 de Junio me encontraba en Villa Montes, cuando partía una compañía de soldados antiguos del Regimiento Campero, para atacar conjuntamente con otra compañía del Loa y otra del Lanza. El destacamento a las órdenes del Mayor Moscoso. No tardó en producirse el incidente, y llegaron las primeras informaciones de la toma de parte de nuestras armas: “Parte de la guarnición paraguaya huyó cobardemente”, era la frase corriente, que según tengo entendido constaba en el parte enviado por el Coronel Pareja al E.M.G. de La Paz. Pero el desencanto no tardó en llegar con las primeras noticias de “Mariscal Santa Cruz”, llamado por los bolivianos. Un parte lacónico anunció el ataque paraguayo. Estos en número de 400, decía, están combatiendo en las proximidades de la laguna Chuquisaca (Pitiantuta) y desean apoderarse del agua. Según estas noticias que todavía eran consoladoras, las ametralladoras bolivianas barrían en tiros cruzados a los atacantes paraguayos, que no podían resistir horas más. Cuando menos se creía, ya que tanta esperanza se tenía en el Mayor Moscosos, que era el que dirigía la resistencia boliviana llegó la noticia por varios conductos que los paraguayos eran nuevamente dueños de este fortín. Según se supo, fallecieron el teniente Arévalo, en forma heroica con 4 soldados. Contaban que sus cadáveres fueron flagelados, entonces se despertó una especie de reacción; el odio contra el Paraguay iba a explotar. Todavía se restó méritos a este encuentro y se siguió la farsa. Por esta retirada el Rgto. Campero fue castigado a 4 años de chaco.

Hacia Boquerón. De Villa Montes la marcha lo hicimos en 13 días por la ruta Ballivián-Cabezón-Platanillos - Femández-Arce- Castillo-Yujra. No podía pedirse mayor rapidez, pues los caminos estaban completamente malos por el descuido y la tropa se estropeaba bastante, los camiones no abastecían al comienzo de la guerra.

Este libro no tendrá detalles muy exactos sobre los acontecimientos del Chaco. Jamás me fue posible dejar dos líneas sobre mi actuación en las ásperas jornadas durante los 16 meses de campaña que llevé en el ejército boliviano y 4 en el Ejército Paraguayo.

Diarios de Guerra escribían los privilegiados, porque tenían tiempo y comodidades, para conseguir lápiz y papel, pensar en sus dulces amores, recordar el terruño; el hogar y deleitarse en horas de reposo con el pensamiento. Los que estaban en la retaguardia hacían diarios de guerra, pero los que sólo teníamos que mirar al frente y combatir sin descanso, y que la muerte la teníamos con un pequeño descuido, no pudimos jamás vanagloriamos de escribir dos líneas, al extremo que ni para mis hermanos podía enviar dos palabras.

Si yo hubiese podido escribir en aquellos días un diario de guerra, hubiera relatado episodios de sangre y odio que llegarían a conmover. Cuantos muertos he visto! Cuantas iniquidades, injusticias, crímenes, miserias! Procuraré, sin embargo, ir recordando algunos de los muchos episodios para relatarlo a los lectores, procurando siempre hacer que ellos sean fiel reflejo de la más absoluta verdad.

En el Fortín Arce se nos dio 250 cartuchos de guerra, dejamos nuestras pilchas, y tan solo llevamos mosquiteros blancos para reconocimiento de nuestros aviones. Partimos el 30 de Julio de Arce, siendo las dos de la tarde. Llegamos a Castillo a las 6, donde descansamos hasta la una de la madrugada, siguiendo inmediatamente a Jujra; pareciera que la propia naturaleza se mostraba enemiga de que cometiéramos tamaño crimen, pues llovía a cántaros. En la marcha teníamos los pies completamente enfangados.

El Teniente Coronel Marzana comandaba las fuerzas, dos compañías del “Campero” y la sección de acompañamiento. Una fracción de caballería del Rgto. “Lanza” y el Rgto. “Campos”, a órdenes del Teniente Coronel Cuenca. Teníamos la misión de tomar el Fortín Boquerón, pero de improviso y en pleno camino nos alcanzó el Teniente Coronel Emilio L. Aguirre, quien manifestó que traía la misión de relevarlo a Marzana, diciendo textualmente: “El Teniente Coronel Marzana está reservado para una misión más sublime que ésta. Marzana protestó por todo ello y dijo: “Y ahora qué voy hacer yo?”

Todo íbamos perfectamente equipados, con uniformes; yo era tirador de ametralladora pesada Vickers. Mi Rgto. contaba con ocho, cuatro llevamos a Boquerón. El trípode me lastimaba horriblemente, era la primera vez que yo cargaba ese cachivache. El dispositivo de guerra estaba bien planeado. El Campero tenía la misión de atacar de frente, las posiciones de Boquerón, mientras el Rgto. Campos debía hacer un movimiento para caer sobre la retaguardia enemiga. En total, me parece que los que actuamos en esa oportunidad, éramos unos 700 hombres.

Avanzamos lenta y cuidadosamente... de improviso se sucede el choque de la vanguardia, con el puesto avanzado del fortín, vuelan dos aviones nuestros, hacemos las tres consabidas vueltas de izquierda a derecha y los aviones se dirigen al fortín, dándoles los primeros obsequios de Salamanca; funciona la artillería, estamos cerca de Boquerón, llegamos a cien metros de éste y emplazamos las piezas, se abre fuego, mi pieza funciona admirablemente. A las 9 de la mañana, entramos en el fortín, en un estruendoso griterío: “Viva Bolivia”! pero se produce una terrible confusión, en estas circunstancias, nos desconocimos ambos regimientos, porque el Rgto. Campos no cumplió su misión, salió al Fortín por otro lado, se trabó una lucha, el Campero después de un nutrido tiroteo lleva un ataque frontal al Campos, donde nos reconocemos, suspendiendo el fuego. Las fuerzas paraguayas no aparecían, no daban señales de vida. De pronto, sale el Teniente Coronel Aguirre de unos de los ranchos del fortín ordenando: “A izar la bandera”

En este momento suena un tiro que lo hiere mortalmente en la vejiga, e inmediatamente se suceden varias ráfagas qué dan por tierra con el Cap. Luis A. Pando, al Teniente Ávila, un soldado de apellido García, que estaba a pocos pasos de mí, recibe un disparo en la sien, que le destapa íntegramente los sesos, el Cabo Zilveti de quien ya me ocupé fue de los primeros en llegar a la cocina, donde fue a tomar chocolate, circunstancia en la que recibió un tiro de fusil en la pierna. Sin demora se retiró este al monte, detrás de un quebracho, para curarse, cuando recibió también otro tiro en la sien que lo tendió al suelo.

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El Teniente Coronel Aguirre prorrumpía en quejas como éstas: ¡Ay! ¡Ay! muero en Boquerón, viva Bolivia, hemos tomado Boquerón! “Es trasladado a Muñoz donde muere en el trayecto. El Capitán Pando recibió una ráfaga en el costado derecho y dijo cuándo le interrogaba el Coronel de Sanidad Dr. Ibáñez Benavente (que acaba de llegar): “Estoy herido de muerte”. El Capitán Pando murió al llegar al Fortín Arce. Confieso que yo me hallaba preso de un pánico indescriptible, en mi bautismo de fuego.

Una disposición superior me designó escolta del camión en el que era transportado a Arce el Capitán Luis A. Pando, que como dije, falleció al arribar al fortín más pintoresco del Chaco, que era entonces Arce. Yo lo envolví en una frazada, cosiéndole inmediatamente, siendo enterrado con los honores debidos. Del lugar donde lo velaron hasta el Cementerio fue transportado en hombros por el Jefe de la Sanidad Dr. Ibáñez Benavente, quien filmó una película junto al Coronel Grover Blacut, Mayores Arias y Jordán.

En la noche del mismo día, 31 de Julio, en forma inesperada y casi sorpresiva se produjo un terrible incendio en el Parque y Depósito de víveres del fortín.

El Regimiento Azurduy que ya se encontraba por entonces se dedicó al saqueo, aprovechó la oportunidad para hacerse de provisiones que pudieron salvar del incendio.

A mí también me tocó una buena partida merced al hecho de haber estado presente.

Entre los elementos que fueron retirados de los escombros, figuraban especialmente chocolates, licores en general. Bebidas de las finas, y caras, dátiles finísimos, ropas, conservas, etc. Yo jamás podría creer que hubiera tales cosas en el Chaco. El incendio descubrió a los ojos de los soldados todo esto, pues, hay que decir la verdad. Esto no era comprado con dinero bien habido. Esto era el fruto del sudor del soldado, pues, como se recordará, el famoso affaire, del puente del Fortín Arce, que al gobierno boliviano le hicieron creer que se trataba de una gran obra de ingeniería, que había costado millones de pesos, y no era más que una cañada miserable en la que los soldados hicieron una empalizada que no costó un solo centavo ni al erario.

Esto demuestra una vez más que los Jefes bolivianos se han distinguido siempre por sinvergüenzas y negociantes que son. Si se descuidan hasta las escobas viejas las aprovechan y las retiran para usos personales.

Bien. La provisión que me hice merced al gran incendio fue de la más apetitosa. La desgracia fue muy lamentada por los jefes y oficiales: mientras que nosotros la festejamos satisfechos.

Al día siguiente seguí para Boquerón. Estuvimos aquí, siempre en continua zozobra. Los centinelas quedaban invariablemente a un kilómetro del fortín. No había descanso. Los que estábamos allí fuimos condenados a trabajar constantemente en la construcción de obras de defensa.

El 7 de Agosto llegó el Coronel Peña, entonces comandante de la 4a. División y el Padre Luis Alberto Tapia, ex prisionero y caído en Campo Vía, quien ofició una solemne misa de campaña. Acto seguido arengó a la tropa el Coronel Peña, felicitando a todos los presentes por el brillante “triunfo” que más tarde debería costar millares de víctimas.

Después habló el Padre Tapia, que es un insigne orador, invitándonos a ser siempre fieles con Dios y la Patria.

El día siguiente fue comisionado el Capitán Velazco Mango, para ocupar el puesto Huijay, que queda hacia Isla Poí. Este oficial en época de paz, era conceptuado de los más valientes, resultando en período de guerra, un cobarde vulgar. El Coronel Marzana que se había hecho cargo de la guarnición se opuso a la ocupación de Huijay, pero la orden superior fue terminante y le insistieron sobre el particular.

El 14 de Agosto llegó un estafeta, enviado por el Mayor Raimundo Cárdenas, que ya se encontraba en este lugar, anunciando que parecía que el enemigo se disponía a recuperar ese puesto que había perdido y que había inusitado movimiento a unos tres kilómetros.

Ante el pedido de refuerzos del Mayor Cárdenas, el Comandante se vio obligado a disponer que dos escuadras del “Campero” reformaran llevando una ametralladora pesada. Las escuadras estaban a cargo del Cabo Goitia y a mí me tocó el puesto de tirador primero. Goitia está actualmente prisionero en poder del Paraguay. Caminamos por una senda de diez leguas, en forma casi imperceptible. Supimos en el camino que el ayudante del Regimiento Campero, Teniente Manuel Monroy, había muerto y recibimos órdenes para apurarnos, pues el enemigo merodeaba mucho por los alrededores.

Llegamos en la noche del 15 de Agosto a Carayá. El día 16 trabajamos en la construcción de posiciones y en la limpieza de armas. Logramos recoger el cadáver del Teniente Monroy, que había caído a unos dos kilómetros hacia las posiciones paraguayas. Este oficial tenía un tiro en el mismo corazón

Toda la noche estábamos preocupados. No nos dejaban dormir porque se temía, pues la mayor parte de los oficiales, y el propio Marzana conceptuaban que el asalto a Carayá representaba la más terrible provocación al Paraguay, que al sentirse así herido debía reaccionar en cualquier forma.

A la madrugada nos despertaron con grandes alarmas. Goitia había sido destinado ya a la sección de fusileros, y la escuadra de él mantiene algunos tiroteos con los paraguayos, pues estaba de vanguardia.

La pieza que a mí me entregaron fue perfectamente emplazada en la picada que se dirige a Isla Poí. Parece que la disposición del Comando Boliviano era ir presionando sobre este fortín paraguayo, donde se aseguraba estaba el comando.

Finalmente se produjo lo que se suponía. Los paraguayos avanzaron resueltamente. Había gallardía en la forma gentil de lanzarse al ataque. Se produce un poco de sorpresa en las filas bolivianas, pues no se tenía formado hasta entonces un concepto sobre el soldado paraguayo.

La escuadra Goitia no pudo resistir, y cuando se da cuenta está totalmente copada por los paraguayos.

Se ordena abrir fuego sobre las líneas paraguayas. El Teniente Valenzuela Néstor, me da instrucciones. Trato de hacer fuego pero la pieza no funcionaba. Se procura arreglar, se cambian algunas piezas, pero nada.

La ametralladora se niega a matar seres humanos.

Sentimos una orden en las líneas paraguayas. El Teniente Valenzuela da un pretexto y se retira para ir a consultar al Comandante cualquier cosa. Debía escapar del sitio.

De pronto en el fragor del tiroteo, surge una voz que grita: “Viva el Paraguay”. Las líneas corean. El grito es impresionante. Los soldados avanzan resueltamente.

El soldado Guillermo Sains vuelve rápidamente anunciando que los soldados bolivianos, que estaban en el Fortín Carayá habían corrido ya y que éste se hallaba totalmente abandonado.

El apuntador González se retira con el tubo de la pieza y la tira en el fortín y el Cabo Ernesto Tejada y yo también nos retiramos llevando el tubo. La vanguardia paraguaya se apodera del fortín, donde se incautan de una ametralladora.

Me llegan hasta quince metros los paraguayos y me intiman ALTO, pero huyo —con felicidad llevando el tubo de la pieza y todos mis elementos.

Nos internamos en el monte. Vagamos como cerdos arañándonos las manos y la cara. Nos sentimos destrozados. Nuestra pieza queda a 200 metros de Carayá, inutilizada en parte, hasta que nos perdemos, saliendo a Boquerón al tercer día, entrego la platina y el mecanismo de alimentación que saque de la pieza. La sed casi nos mata, pero recurrimos a nuestros propios orines, lo que me sirve de pur gante.

Se pasa lista de los que han llegado y se nota faltan unos cuantos entre los que figuran Adolfo Goitia, Francisco Mamani, Salustianc Ayesta, Carlos Espejo Pérez, y otros más que no recuerdo y que pertenecían a mi escuadra, del Campero.

A los cuatro días llega a Boquerón el General Quintanilla, Comandante en Jefe del Primer Cuerpo del Ejército. Ordeno inmediatamente que formaran los restantes di la acción de Huijay <> Carayá.

La tropa se forma. Es un momento solemne. Se espera de los labios de tan alto jefe una arenga digna de un militar que ha de sucumbir por la soberanía o por el honor de su país.

Se pone frente a la tropa y adoptando una pose altanera dice: “Soldados que actuaron en Huijay: Tres pasos adelante”.

Sin un segundo de demora, y casi automáticamente, todos cumplimos la orden.

Entonces el General nos mira fieramente y agrega: “La retirada de Huijay es cobarde”. “El soldado boliviano debe morir antes de correr. Debe morir en su puesto”.

Seguidamente el Mayor Cárdenas es citado para presentarse en Muñoz, y es declarado en disponibilidad acusándoselo del fracaso de Huijay, cuando que, en verdad, actuó como pudo. Mis cartas que fueron a La Paz se han referido a este hecho, y creo que han servido para reivindicar a este Jefe que ni fue cobarde, ni ha sido nunca desalmado. Lo digo en honor a la verdad. Una norma que me he trazado.

El 6 de Setiembre, después de trabajar activamente los que estamos en levantar trincheras que francamente eran conceptuadas como inexpugnables, llega al Regimiento 16 de Infantería, en el que venía el famoso Capitán Manchego, quien me saludó cortésmente pues me conocía del Círculo Militar de La Paz.

El Teniente Coronel Marzana, nos hace formar a todos los del Campero y nos despide con estas palabras. Soldados del “Campero”, dejáis aquí una huella imborrable que nadie podrá olvidar. Os habéis distinguido por vuestra disciplina y valentía...

En este instante, un sollozo ahoga al Comandante Marzana. Fue la última vez que lo vi.

Es sin lugar a dudas uno de los únicos Jefes actualmente prisioneros que ha sabido usar una conducta correcta.

Nosotros seguimos viaje inmediatamente hacia Yujra, de donde seguimos para Castillo, Arce, Fernández, Platanillos, Jayucubas, Bolivar, Corrales, para reunimos en Toledo con la otra parte del Campero y con el Regimiento Loa al mando de Peñaranda.

Ahí me colocan de telefonista del Fortín Bolívar por quince días. En Toledo no había teléfono. El Mayor Araúz, actualmente Misionero, estaba conmigo.

Las órdenes procedentes de Muñoz para Toledo y vice versa, eran enviadas con estafeta.

En esos días se produce el ataque de los paraguayos a Boquerón e inmediatamente el Destacamento Peñaranda sale con dirección a este fortín para reforzar a la guarnición.

Al poco tiempo recibí órdenes para reincorporarme al Regimiento que ya se encontraba empeñado en romper el cerco de Boquerón. Me tocó actuar del lado de Yujra. El Mayor Araúz se dirigió a reforzar Toledo.

La lucha en los alrededores de Boquerón es sangrienta. El cerco parecía romperse por momentos, pero inmediatamente vuelve a cerrarse.

En estas circunstancias el Regimiento 14 cae en una emboscada, no quedando ningún sobreviviente. La noticia causa pánico y corre en las filas como el presagio de una terrible tragedia. Nuestra acción es arrolladora y enérgica, pero la resistencia paraguaya es tenaz y el cinturón de acero es inconmovible.

Aún recuerdo un noticioso que capté en los pocos días que estuve de Telefonista en el Fortín Bolívar, que muestra bien claramente que el Paraguay era agredido y no deseaba la guerra, decía así: “Inicua reconquista, fría y largamente premeditada y organizada por Bolivia, con elementos propios y generosos empréstitos extranjeros, contra un pequeño país, que vive plenamente entregado a la tarea de su reconstrucción”.

Recuerdo que cuando ocupábamos los famosos y trágicos caminos de Yujra, en donde ha desaparecido la fuerza moral y material del ejército boliviano, nos llegaban informaciones constantes de que los que estaban en Boquerón ya no podían resistir y había que hacer un último esfuerzo por destrozar el cerco paraguayo.

Nuestros ataques se volvieron entonces desesperados. Ni de día ni de noche descansábamos de atacar. Los refuerzos llegaban a marcha forzada. La orden era siempre atacar apenas estos estaban frente a las líneas enemigas. No se daba descanso y ya se lanzaban. En ciertos instantes las ilusiones surgían con el anuncio de una fuerte columna que llegaba y que estaba ya en las puertas.

Al final resulta sin embargo que no era posible destrozar el cerco extendiéndose el desencanto en la tropa.

Cierto día llegó la información de que el Capitán Ustares, había muerto. La noticia cayó como una bomba en los regimientos. Ustares representaba la más grande esperanza. Se decía que él, había prometido llevar adelante la guerra y hacer triunfar al ejército boliviano.

Y estoy cierto que, en más de una ocasión, este oficial que fue uno de los valerosos ha afirmado rotundamente que la guerra del Chaco la ganaría.

En fin, en todo el ejército había gran esperanza de Ustares, y la noticia de su muerte causó una desilusión terrible que vino a presionar para que los ánimos decayeran.

Más tarde se aseguró también que Manchego falleció a consecuencia de una granada paraguaya. Otra información que trajo gran pesar fue ésta. Quiere decir que estos hechos eran la más terrible notificación a Bolivia de que su intento de invadir el Paraguay pronto sería reducido a cenizas por el arrojo paraguayo.

Porque hay que decir la verdad. En Boquerón actuamos los regimientos bolivianos más aguerridos. Soldados que teníamos largos meses y hasta años de Chaco estábamos allí presentes. Las mejores tropas de Bolivia veníamos a paso de parada cuando salió la orden dé avance. Los Jefes eran los más orgullosos y prestigiosos. Las armas modernas. Las municiones flamantes y en abundancia. Cada soldado contaba con sus paquetes individuales de curación. Vale decir, se disponía de las más absolutas comodidades y elementos que obligaban casi a imponerse sobre él enemigo.

En cambio, por los pocos paraguayos que cayeron prisioneros pudo constatar inmediatamente que si bien estaban uniformados con corrección pero con modestia, carecían de la mayor parte de los principales elementos, la sanidad parece que no existía, sus municiones eran escasas y la mejor parte de los combatientes apenas podían llamarse RECLUTAS, porque no habían casi soldados formados entre ellos.

Llegó por fin la noticia de la rendición de Boquerón. Algunos oficiales bolivianos lloraron, otros dejaron de ser los valientes de La Paz, unos huyeron a territorio argentino, y la tropa sintió la más grande desmoralización que pueda imaginarse.

Yo que tenía largos meses en el cuartel soporté con estoicismo, un análisis íntimo me hizo reflexionar inmediatamente en las consecuencias de tamaño desastre.

Para más, las anteriores informaciones que tuvimos nos relataban el hecho de un heroísmo inaudito, de un modesto soldadito paraguayo, cuando las fuerzas bolivianas atacaron Toledo, lo que nos daba la realidad de que estábamos frente a una raza de valientes y héroes.

(En un artículo dominical de “El Diario”. Este último párrafo fue citado por el Dr. Manuel Domínguez, en esta forma:

“En Boquerón estuvimos frente a una Raza de Héroes” (por Carlos Meyer Aragón).

No he de seguir adelante sin narrar el caso de Toledo, que puede decirse es excepcional por el heroísmo y valentía que demostró un soldado paraguayo. En el mismo momento en que las tropas bolivianas atacaban Boquerón, también una parte del Campero, se lanzaron al ataque sobre Corrales, y luego sobre Toledo.

Frente a esta posición la vanguardia boliviana, se encontró con un retén de un sub oficial con unos cuatro soldados.

Las fuerzas bolivianas, que estaban comandadas por el hoy General Peñaranda, avanzaron resueltamente. La resistencia no podía ser grande ya que el número mismo demostraba la facilidad con que se apoderarían del puesto. Los bolivianos penetraron por un pique. Los pocos paraguayos abandonaron el lugar, quedando un soldadito.

Se le limitó rendición, pero él disparó un tiro, ocupando una pequeña defensa y estando acostado. El disparo fue certero y mortal, cayendo instantáneamente uno de los que venía en la vanguardia. Seguidamente se escuchó otra detonación y otro soldado boliviano caía.

De las avanzadas bolivianas le hicieron algunos nutridos disparos y él caló bayoneta y se lanzó como un soñador al ataque, estando completamente solo, contra las primeras líneas bolivianas.

El grueso ya se acercaba en estos momentos e hizo compactos disparos sobre el humilde soldado paraguayo que cayó acribillado de balas, falleciendo instantáneamente.

La tropa boliviana comentó por mucho tiempo este caso singular de valentía y arrojo, que revelaba la decisión de estos modestos soldados de Vencer o Morir.

Con la caída de Boquerón en poder de los paraguayos, se produce el repliegue forzoso. Se combate sangrientamente en los caminos. El Campero que contaba con 450 hombres, a los tres días de lucha está reducido a 217. La sorpresa de los Jefes es grande. Los soldados están agotados. La sed, la fatiga, la desmoralización los destroza. El Mayor Arias cae estúpidamente prisionero. En estas condiciones llegamos al Fortín Castillo.

La artillería paraguaya hace blancos admirables en el fortín. Uno de los disparos que parecía medido expresamente, cae en el Comando y en estas circunstancias es herido mortalmente el Teniente Coronel Sotomayor, comandante del Regimiento Pérez.

Los soldados al ver a su Jefe muerto, huyen despavoridos y abandonan las posiciones. Caen más prisioneros y elementos bélicos en el trayecto.

El enemigo avanza y se aproxima. El Campero con el resto de sus fuerzas guarda la retirada de los Regimientos Loa, Lanza, Azurduy, 35,45,15, 20,6 y l4 que han quedado reducidos a casi nada.

El 35 se atrasa por comer un poco de maíz cocido, y el enemigo lo alcanza en estos momentos. Los restos de las fuerzas se dispersan y gran parte caen prisioneros entre los que figuran el Teniente Coronel Cárdenas.

Nos posesionamos en el kilómetro 12 de Arce. El enemigo toma la ofensiva sobre las posiciones del Campero. Es de advertir que fue  este, el único día que nos envían chocolate.

Estamos en situación para sorprender, pero en estas condiciones los paraguayos nos sorprenden y ocupan toda la retaguardia nuestra.

El Mayor Jordán tenía preparada una senda especial por la que logramos escapar.

El Teniente Murillo es mientras tanto asesinado por un soldado, el cual fue fusilado al llegar en el Fortín Arce, según la referencia que tuvimos más tarde.

Del kilómetro 12 retrocedimos nuevamente hasta el kilómetro 2 de Arce, donde trabajamos haciendo posiciones para la resistencia.

Inmediatamente nos llegan los enemigos y nos vemos en la obligación de retiramos.

No hubo tiempo de poder llevar de allí los enormes depósitos de provisiones de boca, municiones, vestuarios, correspondencias, etc., que estaban acumulados.

Para que no viéramos la triste realidad del desastre y del incendio de los depósitos se nos hizo pasar por uno de los lados y sin permiso para ir al fortín a recoger siquiera un poco de agua. También ya no había tiempo.

No ha de haber seguramente un cuadro más desastroso que el de la retirada boliviana de este fortín. Todo allí se ha perdido, pues en él se habían acumulado grandes reservas de mercaderías, armas y municiones para el caso de una guerra con el Paraguay.

Además, los días que transcurrían eran de terrible calor y los soldados que marchábamos en la trágica retirada no tuvimos siquiera el derecho de alzar agua en nuestras caramagnolas.

La retirada fue terrible. Las palabras no pueden expresar todo el cuadro de miseria y desesperación. Cuando salimos del kilómetro 2 éramos más o menos dos mil hombres. El Mayor Jordán, servía de baqueano, pues era el conocedor de esas regiones. No sé si el dolor de la tragedia o la desesperación influyeron también en su ánimo para que se desorientara. La verdad es que penetramos por los bosques donde nos perdimos todos. Queríamos salir al día siguiente en Alihuatá y como nos extraviamos de la senda, pues no había un buen vaqueano, nos convertimos en dos mil hombres que corríamos desesperada y desordenadamente. La sed bien pronto se dejó sentir. Que tortura cruel! La sed es el fantasma inseparable, temible e implacable, en estos momentos. Nos morimos. Yo recurro a mis propios orines.

En el colmo de la desesperación me vuelvo violento y me revelo en contra del Teniente Arce que quería que siguiera la marcha con todo el equipaje y los cartuchos.

Yo dije entonces:

A este paso y con estos oficiales y jefes inútiles vamos a morir de sed o extraviados.

Me oye el infeliz Teniente Néstor Valenzuela y me da un culatazo en la boca del estómago. Quedo sin habla y tembloroso tendido en el suelo. No puedo reaccionar para pegarle un tiro.

Cobarde! Dije entonces y el Sub Teniente Peña que me oyó me ordena que calle.

Mientras tanto, en todo el trayecto son numerosos los soldados que van quedando en los caminos y que desesperados piden los orines a sus compañeros para poder reaccionar. Yo también estoy a punto de caer. Ya no puedo resistir la marcha. No pudiendo más, también quedo por el camino con dos compañeros y me duermo un momento. Mis camaradas están graves y me ruegan orín, pero también ya no tengo ni saliva en la boca.

Estos mueren de sed. Mis ojos los contemplan. Me espanta.

Abren la boca en un ademán terrible, los ojos se les cristalizan. Momentos más y juntos expiran. No sé los nombres porque no eran de mi Regimiento.

Yo sigo caminando solo, después de esta escena trágica. La luna alumbra la senda y parece contemplar mi trágico sufrimiento por la culpa de los que desde allá lejos nos arrastraron estérilmente a la guerra.

Al amanecer llego a Alihuatá. Allí me ve el facultativo y me da una cédula de evacuación.

Es formada la tropa y preguntan quiénes quieren ir a sus casas. Todos los reservistas se escapan arrojando sus municiones, pero los del Campero y Loa quedamos esclavizados.

Parto en un camión viejo hacia Saavedra. Todos son heridos y enfermos y para mayor calamidad somos trece. Mal número. En el trayecto vamos recogiendo las armas y municiones abandonadas por los que fueron adelante.

En el camino de Saavedra, a 11 kilómetros de Alihuatá, por la senda a Gondra, nos sale una patrulla paraguaya y nos cuatrerean terriblemente. La sorpresa fue tan grande que cayeron 6 en esta encrucijada. Yo salté del camión en pleno tiroteo caí de nariz, sangrándome terriblemente; felizmente salí ileso. Posteriormente Félix Oaza, un compañero del Rgto. Campero que había leído el parte militar referente a dicho cuatrereaje me informó que los muertos fueron 12 y no 6 y que yo fui el único que se salvó.

La tropa se retira en la misma noche posesionándose en el Km. 7 de Saavedra, yo llegué a Muñoz, allí descansé 15 días y allí presencié el fusilamiento por la espalda del Sargento parlamentario de Yujra, era un muchacho sereno y valiente, me parece que el General Quintanilla lo mandó fusilar porque no quiso declarar o fue retobado. El Mayor Fernández era el Jefe de Plaza en ese entonces de Muñoz, por la picada que se dirige al Cementerio lo llevaron con los ojos vendados dos Sargentos del Regimiento “Bolívar” 2 de Artillería, engañándolo que le cambiaban de lugar, yo lo vi pasar y pregunté dónde lo llevaban, contestáronme que a un lugar más seguro; a los 30 pasos más o menos de repente oí seis disparos. Sergio Martínez según supe después era el Sargento paraguayo que se ofreció para parlamentario en Yujra y cuyo fusilamiento acabo de narrar.

Después volví hacia Saavedra al Km. 7 para el ataque del 10 de Noviembre. Llegan refuerzos los que son formados por los siguientes Regimientos: “Campero”, “Loa”, 50 de Infantería, “Abaroa”, 38 de Infantería, Regimientos 27, 22, “Campos”.

Destacamento Z etc., en un total de 6.000 hombres. El primer ataque paraguayo fue el 6 de Noviembre sin ningún resultado positivo. Contratacamos el 10 de Noviembre, sorprendiendo a los integrantes de su retén, en el que tomamos prisioneros al Teniente Rolón y 60 soldados. Fue un combate singular, recuerdo que yo iba de patrulla con el Teniente Riveros cuando fuimos sorprendidos con una ráfaga casi a quemarropa, muriendo el citado oficial y dos soldados, tirador Vázquez y su sirviente apellidado Martínez, con los sesos volados ambos en igual forma, con un soldado de apellido Arce, cruceño, convinimos el 9 de Noviembre, abrazarnos al día siguiente a las 6 de la tarde si salíamos ilesos. Estuvimos avanzando cuando éste recibió un mortal tiro en el estómago, sus últimas palabras fueron “Adiós amigo, compañero!”

Un camión nuestro con agua y munición se pasó a la línea paraguaya creyendo que la línea había sido totalmente rota. Otro camión iba a hacer ya lo mismo; cuando un avión nuestro se precipitó de cabeza haciéndole señas en forma arriesgadísima, de que la línea paraguaya no había sido totalmente rota y que volviera para atrás. Señas que el chauffer comprendió perfectamente y dio media vuelta logrando así no caer en poder de los paraguayos.

(Pata pilas — significa pata pelada.- Al comenzar las hostilidades algunos prisioneros cayeron sin calzado, de donde nació el mote de “pata-pilas” o “pilas” que es aún más simpático: pero ahora por no llamarlos termopilas los llaman “pilas”).

En Saavedra estábamos fortificados fuertemente, comandaba el “Campero” 5 de Infantería. El Mayor Jordán, quien murió el 15 de Diciembre a consecuencia de una bala perdida que le atravesó el corazón era un jefe que mucho se preocupaba por sus soldados y tenía su puesto comando a 50 metros de las trincheras. Estas circunstancias y su valor nunca desmentido hicieron que lo sintieran propios y extraños. “Campo Jordán” se llamó después el Km. 7 como homenaje. Mi comandante de compañía era el Teniente Arce quien en una oportunidad me hizo parar de plantón en el parapeto por una insignificancia. Se produjo un combate no tan fuerte que digamos. Me di vuelta y le disparé 5 tiros en dirección a su “tuca tuca”, pero el cobarde estaba como una foca oculto por lo que no conseguí mi propósito, darle una lección o matarlo. Terminó el fuego y el déspota se admiró al verme vivo y me dijo: “Yo lo puse de plantón para que Ud. muriera, retírese”, pero casi inmediatamente se produjo algo inesperado para mí. El Teniente Arce se puso a comentar diciendo que cinco veces consecutivas le habían pasado las balas rozándole la cabeza. Al oír esto un Sub Oficial que me había visto y que era mi rival me dijo: “Ahora yo te voy a denunciar que lo quisiste asesinar al Teniente” y yo con toda serenidad le dije: “Compruébeme”. El me repitió cómo se había realizado y seguidamente se paró en el parapeto en el mismo lugar que yo estaba de plantón, pero apenas él se hubo parado recibió un tiro en el mismo corazón; “ay Jesús” dijo y se desplomó pesadamente... En cuanto al Tte. Arce desde esa vez me tuvo una admiración única.

El combate aéreo de los primeros días del mes de Diciembre, se desarrolló en la siguiente forma: En las primeras horas de la mañana pasó sobre nuestras líneas un avión paraguayo, que después de cumplir su misión seguramente, volvía hacia su base, cuando fue alcanzado por un veloz avión Curtís nuestro, piloteado por el entonces Capitán Pabón. Ambos aviones se trabaron en un combate valiente y lleno de alternativas emocionantes. El avión paraguayo era grande y pesado, lento en su marcha y su ametralladora estaba situada en la parte de atrás del aparato. El Curtis de Pabón, era un avión formidable, veloz y bien armado para la agresión. Ráfagas tras ráfagas se cruzaban ambos aparatos cuyos pilotos recurrían a las mil pruebas de acrobacia aérea para el combate. De improviso logró el nuestro, tomar el control del combate y abatió al contrario, que se precipitó velozmente hacia tierra, lo que causó mucha alegría en nuestras filas y muy especialmente entre los oficiales.

El avión paraguayo cayó a unos dos kilómetros atrás de Saavedra matándose los tripulantes Capitán Avalos Sánchez y Teniente Benítez Vera, cuyos cadáveres fueron enterrados en el cementerio de Muñoz, con honores militares correspondientes a sus jerarquías.

Por este hecho, el Capitán Pabón fue ascendido al grado de Mayor, y tuvo una licencia para trasladarse a La Paz, llevando una de las alas del avión derribado como trofeo. En todos los puntos del trayecto fue muy homenajeado.

Campo Jordán era un pajonal o Cañadón casi pelado, el Ejército boliviano estuvo bien parapetado y no obstante las furiosas acometidas de los paraguayos no pudieron romper. Todavía teníamos algo de moral y no estábamos tan agotados. Ataques tan decisivos como los efectuados por el Ejército paraguayo en los días 1, 8, 10 de Diciembre se caracterizaron por su arrojo y valentía a toda prueba.

Para mí, quien no ha ido al Chaco no es hombre y quien haya peleado en Saavedra debe sentirse orgulloso y no agacharse ante nadie, porque para pelear allí se necesitaba algo más que lo que generalmente somos. Aquellos soldados bien podían decir y la posteridad reclamará para ellos (paraguayos como bolivianos) el único título que les corresponde el de: “Héroes”.

Algunos atacantes paraguayos llegaban hasta 4 o 5 pasos de las trincheras y los he visto caer allí para siempre con sus bayonetas caladas, llevando en sus pupilas el fuego inmortal de un valor temerario. Nuestras automáticas, emplazadas convenientemente, no permitían a nadie acercarse, pero algunos soldados atacantes no parecían humanos, y es que en realidad ya que uno se encuentra en el combate no debe más que encomendarse a Dios y decidirse a todo, para qué estamos entonces en la guerra; francamente. Para el combatiente, la muerte es lo más natural y es lo mismo morir hoy que mañana...

La artillería y los morteros paraguayos estaban reglados con una precisión matemática, cada disparo caía muy cerca o en las mismas fortificaciones. Los soldados bolivianos se sentían desmoralizados cuando la artillería paraguaya arreciaba con sus impactos. Por la tregua de Navidad, los paraguayos se replegaron al Km. 12 o sea cinco Kms. a retaguardia.

Al no progresar los ataques paraguayos mayormente, el comando boliviano resolvió llevar a cabo un gran ataque a las posiciones paraguayas. Todo se dispuso para el día 27 de Diciembre. Los paraguayos se habían replegado unos cinco kilómetros hacia la retaguardia. La maniobra paraguaya no podía ser más inteligente, porque de esta manera se posesionaban de lugares que le serían más útiles y le permitirían mejor una resistencia magnífica. Parece que el Comando boliviano desconocía estas circunstancias. Su repliegue lo habían realizado con tanto orden y en forma tan silenciosa y sin dejar rastros que le permitían, puede decirse, una impunidad completa para sorprender al enemigo.

El día fijado se produjo el asalto a las posiciones paraguayas. Puedo calificar de haber sido el más estúpido de cuantos ataques hicieron los bolivianos.

Estábamos 4.500 hombres que nos largamos a fondo y de buenas a primeras sobre la resistencia paraguaya. La orden era la de retomar Alihuatá. Los paraguayos tendieron una red admirable y nos recibieron en medio de un infierno de proyectiles que diezmaron a los atacantes. Cuadros de espantoso horror se produjeron en aquellos momentos. La soldadesca cuando se encontró entre la espada y la pared remolineaba. Las ametralladoras barrían y los ayes se extendían por todos los ámbitos causando escalofríos.

El error estuvo en que se nos lanzó a la masacre sin que se patrullara siquiera el frente paraguayo, y en estas condiciones no conocíamos siquiera el grado de resistencia de las mismas.

Cuando entramos en el cañadón limpio, recién quemado y en momentos en que nos proponíamos emplazar las ametralladoras se produjo el desastre. Llenábamos el lugar y tan medido estaba aquello por los paraguayos que cada disparo era un boliviano que caía. La verdad es que no se pudo emplazar siquiera una ametralladora de parte nuestra. En el horror de aquel instante, pude salvarme merced a que me arrastré como una víbora una extensión de 1 y 1/2 kilómetros orando y desesperado, mientras que en la isla grande se encontraban casi todos los oficiales ocultos. Allí dejamos tendidos en unos minutos de combate mil bajas entre muertos y heridos, entre los que se encontraba el Capitán Walter Khon, de nacionalidad alemana, ex presidiario en La Paz a raíz de un célebre crimen que mucho apasionó y que fue retirado de la cárcel para venir al Chaco.

El Teniente Coronel Bernardino Bilbao Rioja fue destituido de Cmdte. de la 4a. División por el General Kundt, por haber comprendido mal la orden que era un ataque demostrativo y no a fondo, quedando en su reemplazo el entonces Coronel Peñaranda.

En Saavedra hubo la orden terminante de no tomar prisioneros, ignoro las causas.

En Saavedra se combatía encarnizadamente y a cada momento. El Coronel Heriberto Ariñez se hizo cargo del Campero. Era un Jefe que tenía su P.C. a más de un kilómetro de la línea. Se ocupaba sólo de comer, en tanto que ordenaba que trabajásemos y que trabajásemos sin descanso.

La verdad también, es que era todo un acontecimiento cuando un Jefe boliviano visitaba las líneas, no nos extrañaba entonces, la conducta de éste, que era igual a la de los demás.

El 2 de Enero me comunicaron que era yo ascendido a cabo por mérito de guerra. También nos leyeron una comunicación venida de La Paz en la que se anunciaba que nos había sido acordada una condecoración a todos los soldados del servicio activo de los regimientos “Loa” y “Campero”, ambos componentes de la brava cuarta división boliviana, sin que estas, condecoraciones jamás hayan llegado a nuestro poder.

No debemos vanagloriamos tampoco, pero ante la inmensa cobardía de los demás regimientos, puede decirse que en todo momento y en todas las circunstancias, el “Campero”, y el “Loa” han sido los que han salvado el honor del Ejército boliviano que estaba completamente por el suelo, por sus pésimos conductores,

Cuando las tropas paraguayas se replegaron hacia el kilómetro 12, hecho del cual ya me ocupé, siendo más o menos el 2 de febrero del 33, y al caer la tarde, supimos que fue tomado un Oficial paraguayo.

No conozco bien si es que se presentó o se extravió. Los comentarios en las líneas eran de que las fuerzas paraguayas debían estar muy mal para que así llegara un Oficial.

El centinela que lo tomó era el soldado Elías Fernández, del lucimiento Campero, quien lo pasó a cargo del Sub Oficial Francisco Vargas, Comandante de la pieza pesada, quien desarmó a dicho Oficial. El Cmdte. de compañía era el Sub Teniente Julio Prado, estos tres actualmente prisioneros en poder del Paraguay y quienes pueden informar sobre el particular.

En Saavedra fui picado por una víbora. No obstante el peligro de muerte, ni siquiera se dignaron evacuarme. En fin, cuando un soldado boliviano está enfermo, lo único que se dice es que tiene el mal de pilitis o sea que tiene miedo a los pilas.

Nosotros por no ser tachados así, jamás recurríamos a la Sanidad que era el cuerpo más inútil que poseíamos. En esos días llegó al frente el General Kundt, que se había hecho cargo de las fuerzas en campaña después de haber sido llamado especialmente por el gobierno de Bolivia desde Europa.

La llegada de este Jefe levantó un tanto la moral y el hombre comenzó con alguna suerte sus operaciones.

La primera disposición de él fue una maniobra para tomar Alihuatá.

La Cuarta División atacó frontalmente. Se tenía fe que la Primera División enemiga caería íntegramente prisionera. Se vengaría así lo de Boquerón. Resultó al final que esta División hizo una retirada magistral y en perfecto orden. Los soldados se retiraron cantando y alegres, lo que francamente desconcertó en el ejército boliviano.

El avance a Gondra de una verdadera vía crucis. Los Jefes y oficiales no le respondían a Peñaranda, entonces Jefe de la Cuarta División el “Campero” ocupó el ala izquierda. El “Loa” el ala derecha. Al centro el 50, el Pérez, el 26 y el Lanza. Nuestra progresión era nerviosa, mientras el repliegue paraguayo se realizaba, ordenadamente. Teníamos muchas bajas. Nos cuareaban demasiado. En todas partes se encontraban emboscados terribles, que barrían nuestras avanzadas. En estas condiciones se hizo una maniobra para realizar un corralito, pero éste, no podía salir por la incompetencia de nuestros jefes y la ineptitud de los oficiales.

Los combates se repetían constantemente. Día a día las fuertes escaramuzas iban causando bajas en ambas partes. El bosque se prestaba para la sorpresa, hasta que llegó el día 10 de Mayo, fecha en que los paraguayos rompieron las líneas del regimiento “Campero’’. Era la primera vez que el Campero sentía un golpe de esta naturaleza. El oficial que había sufrido este desastre es Néstor Valenzuela, que desde entonces quedó de capa caída.

Al regimiento 26 le rompieron 3 veces la línea. Este se había conquistado ya el nombre de “Regimiento de Cobardes”.

En mi compañía tenía yo a un tal sub-teniente Pizarro. Era un oficial nulo en la extensión de la palabra. No sabía orientarse siquiera. Hacía matar por su estupidez a los soldados y previamente fatigaba a sus subordinados para entrar en posición con largas caminatas. Dicho oficial me mandó a numerosísimos patrullajes que, por suerte, me he librado por un pelo de la muerte.

Una ocasión, en circunstancias en que nos disponíamos a tomar el tan esperado como miserable rancho, a las cuatro de la tarde, mandóle al soldado Gregorio Licón, quitándole la comida de la boca y estando nosotros y el enemigo ya en trincheras, para un patrullaje sin motivo. Salió el soldado y avanzó apenas cinco pasos, recibiendo un tiro mortal en el estómago y sacado apenas, casi agonizante, dijo refiriéndose al Teniente Pizarro: “Este perro va a morir en peores condiciones que yo”. Esto puede reflejar siquiera en algo lo que son de inhumanos e inútiles los militares de mi patria.

La retoma de Platanillos y fortines adyacentes, también fueron éxitos debidos a Kundt.

En el avance a Gondra, se tomó también algunos prisioneros, a quienes he visto tratarlos humanamente. Es cierto que como primera medida se les ataba las manos hacia atrás, pero en cambio en absolutamente prohibido, que ningún soldado se les acercara para conversar, para evitar inconvenientes.

Gondra: Dos ametralladoras pesadas en duelo.

Una ametralladora pesada boliviana funcionaba admirablemente contra varias enemigas, logrando silenciarias. Quedó una sola al frentemismo, pesada también. Pam-pam-pam se cambiaban tiros individuales. Pam-pam... y nuestro tirador recibió un tiro en la cabeza muriendo en el puesto del deber sin soltar su pieza, cosa emocionante y estupenda. Fue el duelo singular e individual, llegando a imponerse el enemigo.

Una granada de mortero, carga simple del enemigo que cayó en la misma línea boliviana, pero sin explotar, fue levantada por un Sgto Ríos. Acudieron seguidamente un Sgto. de apellido Franco y dos cabos más, combatientes viejos, trataron de desarmarlo, cuando por un descuido cayó de manos de Ríos, explotando y haciendo desaparecer a cuatro clases. Se encontraron restos informes y horrorizantes, que causaron intenso pesar.

Cuando asaltamos en el mes de Julio, las posiciones de Gondra, y que dicho sea de paso, no logramos nuestro objetivo, porque fuimos rechazados, presencié un espectáculo muy desesperante. Un soldado apellidado Valencia, cayó herido con varios impactos en el cuerpo, durante el asalto y al haber sido rechazados hacia nuestra línea, nadie se preocupaba ni podía tampoco socorrer a los heridos porque era imposible. El desdichado amigo quedó en el campo de nadie, porque no pudo obedecer a esta frase que dice: “Sálvese quien pueda”. Confieso que para mí era lo más doloroso y salvaje de la guerra. El me gritaba: “Aragón vení a sacarme, compañero”. Yo sin atender al peligro, salí dé las trincheras arrastrándome para poder salvarlo, cuando recibí una ráfaga que por suerte no me lleva al otro mundo. Volví entonces a mi posición, tomé mi fusil y apuntándole a mi amigo le dije: “Adiós amigo, no sufras más” y apreté el gatillo... En esos momentos yo pensaba y maldecía la codicia de los gobernantes, maldecía y maldeciré con toda el alma y en nombre de la humanidad doliente al infame que inventó las automáticas; haciendo extensiva mi maldición a todos los criminales inventores de pertrechos de guerra.

Nosotros los pobres nos matamos hablando en plata y sin ambages, por intereses creados; la guerra con todos sus crímenes, jamás conduce a nada. No comprendo cómo siendo la guerra, lo más perverso, tengamos que definir nuestras pequeñeces los límites, ya que la tierra sobra, recurramos o mejor dicho cuatro malvados e inhumanos gobernantes, nos arrastran a miles y hasta millones de hombres, disfrutando ellos y sus hijos de las máximas comodidades. Es triste decir esto y hasta peligroso, nadie osó decirlo tan claro, por temor a las represalias, basta que uno diga la verdad, es para quedar arruinado en este mundo, la vida es así... en fin hágase la voluntad del Señor...

Un cruceño tirador de pieza liviana, vio a un grupo de enemigos que lo observaban, muy cerca sin demora se paró para hacerles fuego, recibiendo un tiro en el mismo corazón. Adiós mi cabo Kusmar, dijo a su Cmdte. de pieza, con quien se encontraba en la misma posición, desplomándose haciendo una reverencia ante lo inevitable.

La guerra de los milímetros que se llamó de las escaramuzas de Gondra, fue para mí el peor lugar del Chaco que conozco. Los combates allí realizados fueron más fieros que los de Saavedra; se puede decir que en Gondra se ha peleado por ambas partes, en igual forma y hasta aseguraría que las bajas, han sido también en igual número.

En Gondra, los paraguayos nos rompieron la línea, como ya manifesté el 10 de Mayo, al poco tiempo, mediante un hábil fuego de flanqueo, logramos entrar en nuestras posiciones nuevamente. El 4 de Julio nosotros después de un nutrido fuego de morteros, entramos al asalto, cumpliendo nuestro propósito. Rompimos la línea, ellos nos flanquearon nuevamente retrocediendo a nuestras posiciones, 25 mts. nos separaba, era un infierno; los paraguayos conocían nuestras posiciones, porque nos rompieron la línea y nosotros conocíamos la de ellos, por la misma causa.

Un descuido, era una baja. El monte quedó después de estos sangrientos encuentros, completamente talado. De la compañía "Pizarro” en la que yo actuaba, me mandaron castigado, por insubordinado a la de “Valenzuela”, ambos eran oficiales perversos, pues siempre trataban de enviarme a la parte más peligrosa. Un soldado apellidado Flores, por haber robado un poco de chuño fue enviado al frente del enemigo en plena trinchera de patrullaje: “Avance” le dijo Valenzuela — “antes que yo lo mate”, el pobre tuvo que avanzar sin más remedio, salió y cuando estaba ya por llegar al frente, recibió un balazo en la nalga, felizmente pudo salir, con su arma, aunque con mucha dificultad. No contento con esto, Valenzuela le increpó rudamente, porque el citado Flores me dijo: “Tú eres testigo, hermano” — “una palabra más y lo mato”. El soldado le contestó: “Mejor sería mi teniente”. Por la oportuna intervención del Teniente Carpió Lastrille, no se realizó un crimen más. Recuerdo que conversaba desde la línea boliviana, con el Teniente Justo P. Britos y con el Sgto. 1º. Meneleo Torales, paraguayos, oíamos la música que ejecutaban, les pedíamos la repetición de ciertas piezas, a lo que accedían de buen gusto, como combatientes, eran dignos rivales nuestros. 109-104-114-101-112- 113-129-133, etc. eran los destacamentos que venían consecutivamente a suplir las bajas. Yo veía una rotación permanente, pero yo seguía., sin novedad en el frente... soldados entraban, a los pocos minutos eran tendidos sus cadáveres o heridos por su imprevisión o imprudencia. Yo pensaba que en realidad el hombre no era nada, esperaba la muerte de un momento a otro: “En fin” “pobrecito” “se ha librado”, nos limitábamos a decir cuando presenciábamos bajas. Todos estos Destacamentos recibieron el mote de “Destacamento siento miedo”, porque todos resultaban enfermos, o se hacían. El Dr. Ayo, cirujano del Rgto. era un hombre noble y compasivo y evacuaba sin cesar. A dicho Dr. lo recordaré siempre con cariño, por los consejos y palabras de aliento que me daba. Además tuve un amigo de La Paz, Santiago J. Loria, de una distinguida familia de Sucre, mi compañero inseparable. Después de cada combate, acostumbrábamos abrazamos, deseándonos buena suerte, hacíamos nuestros planes para cuando termine esta hecatombe, viajes, castillos al aire, que se yo. ¡Loria! ¿me recuerdas? por mí no debes dudar, tienes un amigo que acaso no te olvidará.

En las trincheras, mi único pensamiento remontaba en esas confiterías de La Paz, pensaba como un chiquillo en sodas, refrescos y en comer abundantemente, pero en una oportunidad vi que se realizaban mis más anhelantes deseos, pude tomar agua hasta reventar casi. Cuatro amigos convinimos en asaltar el camión aguatero que venía cada madrugada al Regimiento. Lo esperamos emboscados a una distancia de tres kilómetros a retaguardia, el camión no tardó en presentarse, a las 5 de la madrugada en la picada, hablándole por las buenas, para que nos diera agua, pero el chofer, cuyo nombre era Antezana, no quiso saber nada y continuó la marcha, entonces nosotros le disparamos una descarga en la que resultó con una herida leve en el hombro, el camión con serios desperfectos. Tomamos agua abundantemente, era lo principal y le intimamos al chofer que no nos denunciase, en caso contrario lo mataríamos sin falta. El chofer dio parte diciendo que una patrulla paraguaya le había salido en su camino, y luego nos dio las gracias por el favor que le hicimos de herirle, gracias a lo cual fue evacuado.

En fecha 14 de Mayo recibimos la noticia de que el Paraguay había declarado la guerra. El General Kundt nos envió un manifiesto que decía más o menos lo siguiente: “El Paraguay nos ha declarado la guerra, ha terminado así la farsa de Mendoza, cualquiera que tenga la menor idea de un arreglo por vías diplomáticas debe estar convencido de que está equivocado. Tenemos que arreglarla con el filo de nuestras bayonetas. No faltarán mientras tanto, cañones, víveres, ni menos hombres; lo único que os recomiendo es que no desperdiciéis las municiones, que cada cartucho sea un enemigo menos”. Vuestro General Hans Kundt...

En el frente boliviano solíamos cantar esta estrofa.

Boquerón, tumba de los pilas
Boquerón, tumba del guaraní
Donde combatieron
Nuestros compañeros
Veinte y tres días

Capitán Buchs dijo a la carga

Bis, bis

A la bayoneta de los bolivianos

Tiemblan los cuyanos

Seguidamente recibíamos una lluvia de proyectiles y morterazos y comenzaba de nuevo el combate, Y otra que refleja claramente los padecimientos del Chaco:

Tú estarás durmiendo en cama caliente

Y yo pobre, padeciendo, dándome diente con diente.


NANAWA - 4 DE JULIO

El 4 de Julio ha sido el día trágico para Bolivia. 3.000 bajas por una absurda orden de asalto, dado por un vil criminal e inhumano general mercenario y advenedizo. El ataque a Nanawa estaba convenientemente premeditado. 14.000 soldados bolivianos, 38 piezas de artillería, 6 tanques de guerra, lanza llamas, 20 aviones, que sin descanso y turnándose de 10 en 10 debían arrojar incesantemente, sus poderosas bombas y morteros sobre Nanawa. Cada bomba se calculaba que limpiaba unos 50 metros a la redonda. Con todos estos pertrechos y la moral de la tropa, se aseguraba un grandioso triunfo, que sería formidable y hasta se aseguraba que no llegaría fácilmente salvo pequeñas vicisitudes a la meta deseada. Los cálculos que se hacían días antes denotaban un ciego optimismo, todo entraba en los cálculos menos la posibilidad de que las tropas de Nanawa, pudieran resistir semejantes ataques.

El General Kundt habló en esta ocasión, asegurando en una reunión de Jefes que dentro de pocas horas Nanawa estaría rendida.

El Coronel Candia, lo interrumpió, preguntándole qué se haría cuando se entrara en Nanawa, y Kundt todo sorprendido le respondió: “Oh! Candia... No me comprende... Todos los paraguayos que están en Nanawa caerán prisioneros. No se salvará nadie, inclusive los Jefes”.

En mi íntimo, debo declarar que soy pesimista, y a pesar del gran entusiasmo de los incautos, yo que tenía sobre mis espaldas las lecciones de terribles tragedias y de una larga campaña, estaba convencido de que nada se haría. El corazón me anunciaba que nuevamente quedaríamos como en las anteriores intentonas, por eso mi entusiasmo no llegó a exteriorizarse un solo momento. Nosotros quedamos en nuestras posiciones de Gondra, donde cumplimos otra misión, creo que ya me ocupé, era la de amarrar al enemigo y entretenerlo. Llegó el 4 de Julio. Se escuchaba perfectamente el tronar de los cañones, tableteos de ametralladoras, el ir y venir de los aviones.

Quedamos ansiosos por saber el resultado, pero de nada se nos informaba, un silencio sepulcral rodeaba el ambiente nuestro. Los Jefes se encontraban meditabundos, inquirimos sobre el particular, pero siempre el mismo hermetismo, el tiempo transcurría y a pesar de todo, no lográbamos saber absolutamente nada. Por fin supe por un oficial que el ataque a Nanawa había fracasado, habiendo los nuestros sido rechazados después de un sangriento combate y de alternativas que prometían en un principio una victoria. Los bolivianos habían tomado hasta la segunda línea de fortificaciones paraguayas, atacando frontalmente, con un valor y valentía dignos de ponderarse; las bajas sufridas en esa acción fueron 3.000 entre muertos y heridos, como también un tanque de guerra completamente destrozado, que quedó en el campo de nadie; así como un lanza-llamas. La victoria de los paraguayos en Nanawa se debe considerar igual a la de Campo Vía.

La derrota de Nanawa fue todo un desconsuelo. Allí sucumbieron para siempre las últimas ilusiones, locas de una victoria, así como las últimas y absurdas esperanzas de salir sobre el río. Fue el sepulcro de los más grandes anhelos y sacrificios.

En Gondra, cuando la Argentina nos bloqueó cerrándonos los puertos situados sobre el Pilcomayo, se produjo una verdadera situación de angustia en todo el ejército boliviano. No precisamente por el cierre, sino porque las autoridades bolivianas habían descuidado y preferían el tránsito por territorio argentino para el envío de todas las provisiones para los combatientes, como que seguramente era el trayecto más corto.

Estábamos en una situación penosísima. El hambre, la obsesión de la trinchera, etc., influían para que en la miseria de aquellos días todos los combatientes sólo pensaran en comer y en la muerte. No había ración por eso mismo, que de manera más ardiente cada cual se preocupaba especialmente en comer. Tan embrutecidos estábamos que ya no teníamos noción de lo que hacíamos y mucho menos para comprender lo que hacían y deshacían nuestros incompetentes e incomprensibles superiores.

Un caso realmente desesperante me paso a mí, lo que prueba el hambre que teníamos.

Con un amigo de apellido Loria, decidimos una noche asaltar la cocina. Efectivamente, nos retiramos de la línea y nos fue con toda felicidad. Nuestra cosecha fue abundante. Encontramos 120 pesos de oficiales y dos gorras de azúcar. Nos repartimos como buenos hermanos y esa misma noche terminamos de comerlo, y para no ser descubiertos y fusilados.

Y cosa rara no nos hizo mal. Por el contrario, nos sentimos satisfechos. El hambre ha sido en todo momento la mayor tortura para todos nosotros. En el Regimiento 50 de Infantería, el Teniente Coronel Genaro Blacut tuvo la oportunidad de impedir que sus soldados comieran un perro del Rgto. ya estaba listo y asado al palo, para ser devorado apetitosamente por la tropa hambrienta.

El Teniente Coronel Capriles hizo fusilar un soldado por haberlo pillado en delito infraganti de robo en la intendencia. Capriles era presidente de un Centro Teosófico en La Paz, y juzgue el lector si sus ideas van de acuerdo con sus obras.

Víboras, sapos y cuanto bicho existía por allí era para comerlos nosotros.

Otro soldado fue comisionado para recibir la ración de una escuadra consistente en NUEVE PANES. Este al tener en sus manos se desertó con todo. Por el hambre íbamos a buscar el cuero seco de las reses para asarlo en el fuego.

Comíamos raíces y todo lo que encontrábamos, cocinándolo.

Estos datos que los hago pasar en forma ligera, bastarán para que el lector, trasportándose al escenario de aquellos días, pueda juzgar el grado de depravación en que nos encontrábamos.

La sed es la mayor tortura que se puede imaginar. En Viacha casi me ahogué, es cierto que el morir ahogado es un suplicio, pero la sed es peor. Yo recibí dos heridas y perdí el brazo, el dolor es terrible, pero la sed es peor. La sed es el máximo sufrimiento de una guerra.

Quien la sufra, en realidad se convencerá...

Las escenas del hambre eran ya comunes en nuestras líneas, y sino me extiendo mucho en detalles es precisamente por el terror que me causa el recuerdo de aquellos días de tragedia. Y todo porque algunos de los jefes y oficiales especuladores se aprovecharon el dinero que correspondía a los soldados o negociaban con las raciones. En cuanto a las encomiendas, hay que decir que jamás han llegado a nuestro poder.

De tarde en cuando nos llegaban las noticias de que grupos de paraguayos ya sea del Acá Carayá o Guerrilleros, salían a la retaguardia de nuestras fuerzas, en la línea había inmensa satisfacción porque así sabíamos que los de la retaguardia que se pasaban escribiendo DIARIOS DE GUERRA, comiendo bien y burlándose de los que nos sacrificábamos haciéndose los dueños de las pequeñas victorias que con nuestra sangre obteníamos, recibían también un golpe recio y aprendían a estimar lo que es la guerra y lo que representaba el sacrificio de los que estábamos sin comer y sin dormir en las trincheras y en los puestos de peligro.

Por eso, en la campaña esas especies de montoneras que constantemente apeligraban a los “cómodos" y a los “beneficiados”, encontrábamos los de la avanzada una gran alegría y hasta una satisfacción a nuestros inmensos quebrantos. Francamente odiábamos más al de retaguardia que al que estaba en nuestro frente.

En cierta ocasión debí abandonar la línea porque hacía ya tiempo que estaba en ella sin que nos llegara ni un pedazo de pan ni un jarro de agua. Yo sentí que me moría. Los Ojos me languidecían. No me sentía ya con fuerzas, y entonces decidí buscar por la retaguardia algunas raíces o un pedazo de cuero para comer.

Aproveché las sombras y con el mayor cuidado salí de la posición ambulé lo bastante, hasta que encontré algo con que saciar primero mi sed y luego el hambre. Cumplida esta parte de mi propósito, regresé al puesto en el que estaba destinado. En estas circunstancias fui pillado por el Teniente Valenzuela hoy prisionero en poder del Paraguay. Este al verme desenfundó el revólver y me hizo un disparo a boca de jarro el que felizmente me pasó raspando la cabeza.

Yo no sabía qué actitud asumir porque estaba débil y desarmado, pero posiblemente el tiempo se encargará de hacernos encontrar para saldar esta cuenta y los ultrajes de que me hizo víctima en esa oportunidad. Inmediatamente ordenó a los guardias que no me permitieran hacerme cargo de mis armas. Indignado por tal procedimiento me escapé nuevamente y fui personalmente donde estaba el Comandante de la División, Coronel Peñaranda; pero ya el Comandante del Regimiento había dado cuenta de mi conducta, diciendo que yo era un desertor y que tenía muchas faltas, por las que pedía MI FUSILAMIENTO.

El Jefe que tal medida pedía para mí era el Coronel Ariñez. Y no es que tenga odios para él; pero la verdad es que este Jefe se ha consagrado como un vulgar cobarde y uno de los ineptos con que cuenta el ejército boliviano.

El Coronel Peñaranda me hizo un interrogatorio, deliberando luego el Estado Mayor sobre el particular proponiendo que se me aplique un castigo rechazando la propuesta de fusilamiento por tener prestados varios meses de servicios en forma distinguida y haber sido ascendido con anterioridad por méritos de guerra.

En estas circunstancias, fui conducido por el Mayor Moscoso personalmente al Regimiento Loa, donde quedaba trasladado por la circunstancia apuntada.

Estaba entonces este Regimiento Comandado por el Capitán José A. Castrillo, uno de los más distinguidos y valerosos, quien murió en Gondra al intentar pasar por un pequeño cañadón entre el Pérez y el Loa. Yo estaba en ese lugar de retén.

El Capitán Castrillo antes de morir vino al lugar en que yo me encontraba de retén, me habló con estas palabras: “Pórtese bien, yo lo voy a ascender, porque sé que Ud. es un buen combatiente, pórtese bien y verá”, continuó camino y al llegar a unos 30 metros al pasar por un claro del cañadón entre el Loa y el Pérez recibió un balazo en el cuello. Y así herido de muerte, sangrándose horriblemente, fue caminando hasta cerca de su P.C., ya al llegar no pudo más falleciendo al poco tiempo. Su muerte llenó de profunda consternación a todos los combatientes y para que se tenga una idea más clara, diré que era el émulo de Jordán.

El 15 de Agosto y cuando menos pensábamos, el enemigo nos salió a retaguardia a 50 metros del Comando de Peñaranda, que era en ese entonces Jefe de la 4a. División. Se apoderaron entonces los paraguayos de la Sanidad íntegra de Campo Vía, y quedamos tres días encerrados y sin agua. De nada valieron las inexpugnables posiciones. Se trabajó una picada hacia Pozo Negro y vice-versa con oportunos refuerzos que llegaron y que eran los Regimientos 34 y 27. Retrocedimos entonces siete kilómetros hacia Alihuatá; allí estábamos los Regimientos Campero, Loa, Pérez, 50. 26 y Lanza, la artillería con dos cañones, 105; varios 75 Vickers, 35 Krupp y 6 morteros. Estos elementos se libraron de caer en poder del enemigo por un milagro.

Más tarde el Regimiento “Loa”, fue trasladado a Campo Grande o Pampa Grande, a la 9a. División por temerse un levantamiento en la 4a. División. Una de las equivocaciones imperdonables e injusticias al mismo tiempo, que desmoralizó a los combatientes antiguos del ejército boliviano, era que llegaban nuevos combatientes en los destacamentos con grados de oficiales Sub-Oficiales, Sargentos o Cabos que eran ascendidos en retaguardia quienes a pesar de no poseer ninguna práctica, y que por primera vez pisaban las primeras líneas tenían mayor graduación que nosotros, combatientes fogueados; nosotros en cambio no ascendíamos. Estos oficiales ineptos, que nos precipitaban a los fracasos, anulaban las voluntades; y fue la causa de las derrotas sufridas, derrotas que se deben en mayor parte a esta deficiencia.

El Regimiento Ballivián se encontraba completamente solo en Pampa Grande bajo el mando del Tte. Cnel. Rafael González Quint, la situación de esta unidad era realmente peligrosa. Los paraguayos parecían adivinar y comenzaban a incursionar con sus pequeñas escaramuzas. Día a día las patrullas paraguayas salían a retaguardia, caían prisioneros, se incautaban de elementos bélicos y cortaban las comunicaciones. En cierta oportunidad los paraguayos llegaron hasta la sanidad boliviana, tomándola íntegramente.

Estaba pues muy justificado que el Comanchaco dispusiera que un Regimiento aguerrido como el “Loa”, fuera a reforzar el lugar, para evitar en lo sucesivo las terribles sorpresas.

Yo me encontraba entonces en la 4a. compañía de patrullaje a cargo del Teniente Víctor Guzmán y en calidad de castigado. La Segunda compañía se quedó en puesto J. en cuanto al Teniente Guzmán, diré que ha sido temerario y un oficial distinguido porque demostró en todos sus actos.

Llegamos a Pampa Grande más o menos el 10 de Setiembre... tocó a mi compañía la misión de siempre: patrullaje.

Teníamos 6 piezas livianas para 60 hombres. El 11 los paraguayos atacaron a fondo el sector de Loa, la resistencia boliviana fue tenaz, porque al frente de ese sector se encontraba el Teniente Eduardo, el oficial hasta entonces reconocido por el más tenaz, valiente y capacitado, cuya actuación había sido brillante desde el comienzo de la guerra.

La presión paraguaya fue enérgica, llegó un momento en que se debilitó nuestra línea. El Teniente Eduardo murió heroicamente sin dar un paso atrás, fue hondamente sentido. Su muerte a decir verdad desmoralizó terriblemente todos los ánimos, porque era una esperanza que se desvanecía.

El Teniente Coronel González Quint se mostró sumamente impresionado y admirado por la conducta del Regimiento “Loa”, felicitándonos calurosamente.

En estas circunstancias llegó a Pampa Grande el Comandante de la 9a. División Carlos Banzer con el objeto de transmitir en persona las órdenes del General Kundt quien según supe después, le dijo al Teniente Coronel Capriles lo siguiente: “Que el General Kundt confiaba en su preparación intelectual y militar para arreglar la situación difícil en que se hallaba y que se resistiera heroicamente Campo Grande”. Pero el destino tiene sus cálculos y, como si fuera una de sus determinaciones, la resistencia fue aniquilada por fuerzas superiores paraguayas, y por la falta de agua. En su camino el Coronel Banzer encontró a muchos que se morían de sed a quienes ofreció su agua prestándoles atenciones, ordenó que se proveyera de agua a Pampa Grande bajo cualquier sacrificio. Las más terribles escenas, parece haber presenciado este Jefe, que era considerado, por el General Kundt, como un digno exponente de los militares, de Bolivia, por su ilustración y sus conocimientos técnicos. En el trayecto de Puesto J., Pampa Grande fueron encontrados restos de patrullas bolivianas completamente desmoralizadas, perdidas en lugares inhóspitos, de donde no podían salir por falta de agua y porque carecían de fuerzas hasta para caminar. Es necesario que estos hechos se conozcan; que se sepa los desastres a que Salamanca y compinches arrojaron a su pueblo, incluyendo en él, a los Jefes militares que actuaron con alguna dignidad.

Ocultar los episodios de la realidad no es historia y la historia necesita que los hechos se presenten al desnudo, tal como se han producido para que los hombres sean justamente catalogados o severamente sancionados. Este hecho es verídico, me consta porque eran soldados de mi compañía precisamente, los que habían salido de patrullaje y quienes extenuados y moribundos, me confesaron: que debían la existencia al Coronel Banzer.

En Pampa Grande, algo que me aterrorizó impresionándome profundamente, fue un disparo, una carga simple de mortero paraguayo, que hizo desaparecer, al tirador de mi pieza liviana, un soldado de apellido Condori. Algo que espanta, en ver 2 minutos antes a un ser viviente para no encontrar al poco rato nada más que un poco de sangre, rastros de su vestimenta en un montón informe de tierra.

En estos días, mi sufrimiento llegó al máximo grado. Tenía yo 20 meses de Chaco, sin que jamás hubiese merecido siquiera una palabra de aliento.

Cuando dejé el Rgto. Campero quedaban tan sólo 6 antiguos, desde el comienzo de la guerra, éstos se fueron con permiso hasta La Paz y yo quedé nuevamente castigado con el “Loa”.

De 450 soldados del Campero sólo siete quedamos.

Las constantes tragedias. Los días sin comida, sin agua y sin esperanzas, las perspectivas de sucumbir definitivamente. Mi espíritu vencido por la fatiga, insomne por no dormir meses enteros sino recostarme para escuchar el trágico tableteo de ametralladoras y fusiles, y el molesto retumbar de cañones, hicieron que me sintiera cambiado. Odié la vida. Me sentí cansado y viejo y buscaba una oportunidad para morir.

Sin ilusiones ya, y sin esperar siquiera, que pudiera algún día volver a los sitios donde me había criado, por cuanto ni siquiera mis padres existen para poder decir que ellos me aguardan, resolví lanzarme sobre las líneas y si salvaba llegar a las posiciones paraguayas. He de confesar que la vida, para mí, era lo que menos me podía interesar, y lo que menos apreciaba. Había sufrido indeciblemente! y lo peor desde pequeño!

Si antes de la guerra tuve mi via-crucis, durante ella he pasado diez juntas. En mi rostro tengo las huellas aún frescas. Mis cabellos han encanecido a pesar de los 23 años apenas de mi vida y todo mi Yo, no es más que un montón de carne sufridora.

He sido en todo tiempo un hombre estoico y sufrido a todas las pruebas de mi destino. Acostumbrado a los reveses de la vida, de la que como víctima soy uno de sus elegidos. Pertenezco a los casi aislados de este mundo. Pertenezco a la familia de los huérfanos. De los que no tienen una madre a quien pedir consuelo ni brindar su fortaleza, ni tengo un padre en cuya energía pueda recoger el ejemplo.

Mi senda es de los que están llamados a abrirse camino a fuerza de tanto sufrir, y en ello me siento siempre aliviado por la satisfacción de haber cumplido con mis deberes humanos, por lo que la muerte puede sorprenderme en el instante que ella quiera.

En la campaña a favor de Bolivia, he combatido durante 17 meses, actuando en los siguientes lugares: Boquerón, Carayá, Camino de Yujra, Castillo, Arce, Saavedra, Gondra, Pampa Grande. Nunca recibí en tan larga actuación, un premio a mis sacrificios, que resultaron estériles y siempre actué sin comida y sin agua, viviendo del hambre.

He de confesar también que no recibí un solo centavo en toda la campaña. Y lo único que me brindaron en retribución de tantos esfuerzos fue un maltrato de todo género y un casi fusilamiento.

Bolivia, me hizo, por intermedio de sus poderosos jefes una verdadera traición a mis ilusiones y a mis sueños de juventud. Yo tengo derecho a desquitarme de quienes me han hundido, y si hay alguien que desee refutarme tiene la palabra, y si me ofende alguno que no tenga la foja de servicios que yo tengo, lo retaré a duelo.

Herido, prisionero y mutilado.

En la noche del 13 de setiembre de 1933, siendo más o menos las 22 horas, me encontraba al mando de tres escuadras, de las que me había hecho cargo —por fallecimiento y desaparición de dos clases— resistiendo el impetuoso avance del enemigo que tenía cortadas e interceptadas nuestra retirada y las comunicaciones. Hacía 48 horas que nos encontrábamos allí, sin recibir refuerzos, municiones, ni menos agua ni alimentos. La situación era grave e insostenible nuestra defensa. El enemigo, que no nos dejaba ni respirar, se nos venía encima y para colmo ya había tenido que lamentar muchas bajas que reducían la eficacia de mis exhaustas fuerzas, a menos de la mitad; muertos y heridos quedaban sin sepultura ni curación. Sólo disponía de una ametralladora liviana que la manejaba conjuntamente con su tirador, el soldado Ricardo Soliz Acosta, natural de La Paz. Estábamos en una fosa que apenas tendría 50 cmts. de profundidad, siendo la nuestra la única pieza que respondía al nutrido fuego de los atacantes, que apenas distaban de nosotros unos 30 metros o tal vez menos. En uno de esos momentos álgidos, me incorporé de la posición tratando de observar al enemigo, recibiendo instantáneamente un tiro en el costado y bajo la tetilla derecha. Así herido salí a la retaguardia, después de delegar el mando de las escuadras al citado soldado me dirigí al puesto de socorro para mi curación urgente, pero, para mayor desventura, me perdí debido a las bifurcaciones del terreno que me confundieron y desorientaron.

Presa de una angustiosa duda seguí andando sin saber dónde me encontraba. Me parecía increíble no encontrar un solo soldado en medio de tanto tiroteo. Por fin salí a una picada. Anduve unos 30 metros desfalleciente y cual una visión que primero la atribuí a mi debilidad, vi varios soldados alrededor de una fogata. Me dirigí a ellos, anheloso de poder verlos y conseguir ayuda. Inmediatamente escuché una voz que me alteaba en guaraní, que decía: —Mba Pandé. Eran paraguayos. Estaba prisionero. Había cruzado milagrosamente, sin darme cuenta el campo de nadie y pasado sin ser apercibido tanto la línea media como la del enemigo.

Mis captores se hallaban sorprendidos, apuntándome con sus armas. En ese momento, una linterna me enfocó, reconociéndome que era boliviano, alguien dijo: —No tema amigo. Habla Ud. con el Capitán Rogelio R. Benítez. ¿Está Ud. herido? ¿Quiere agua? Acto seguido me alcanzó una voluminosa caramagnola, de la que bebí dos tragos largos; luego el Tte. de Sanidad Augusto Da Porte me curó la herida que felizmente había sido superficial.

Contrariamente de lo que se decía, los paraguayos me trataron con una atención tan esmerada que realmente me sorprendió. Conducido al hospital de sangre de Arce, permanecí medicinándome de las heridas casi dos meses, hasta que el 7 de noviembre se presentó el Mayor Atilio J. Benítez del Ejército paraguayo, Comandante del R.I. 14 “Cerro Corá”, unidad en la que caí prisionero, quien creyendo seguramente que yo era un combatiente conocedor del terreno, me obligó a seguirle en dirección a su unidad que se encontraba ya en la picada Alihuatá-Saavedra, retaguardia boliviana distante a 20 leguas de Arce, por maniobras. En el hospital de este fortín había cavilado mucho sobre mi situación y lo que más me preocupaba la de nuestro ejército, el patriotismo dominaba mi ser, ideas de evasión, pensamientos sobre alguna distinguida acción que pudiera realizar para brillar más que todos los héroes juntos. Serían las cuatro de la madrugada del día siguiente, cuando partimos. En el trayecto el Mayor Benítez me dio noticias de la gran maniobra que con 30.000 hombres se llevaba a cabo a objeto de copar gran parte del ejército boliviano, asegurándome que tenían planos y documentos dejados por el entonces Comandante de la Cuarta División, Coronel Enrique Peñaranda Castillo en el Sector Gondra-Campo Vía, unos meses antes o sea en Mayo.

¡Cuánto deseo sentía yo de volar hacia un Comando boliviano para revelar todo esto; hacer fracasar la maniobra y convertirme en el héroe tan soñado!

Ya en la picada el Mayor Benítez me entregó al Capitán Rogelio R. Benítez, Comandante del Tercer Batallón del R.I. 14, quien me invitó a acompañarlo en el recorrido de la línea de su sector. Una corazonada que parecía que hablaba me hacía comprender que algo malo me esperaba y que no debía seguir ni obedecer al jefe paraguayo. ¡Pero qué podía hacer un inerme prisionero! Unos instantes después, antes de que dicho oficial se quedara conversando con otros oficiales me dijo: “Vaya un poco más allá”. Súbitamente estalló una ráfaga de ametralladora cuyos proyectiles me destrozaron el brazo izquierdo y me hirieron en la cintura.

Allí quedé un par de horas, hasta que unos camilleros vinieron a buscarme. Me llevaron en su camilla diez kilómetros, instalándome luego en un camión; pero éste no pudo caminar debido a las grandes lluvias y a los accidentes del terreno, entonces fui transportado en un carro de bueyes, juntamente con tres heridos graves.

Erskine Cardwell en “El Camino del Tabaco” relata las mil vicisitudes que padecieron los protagonistas de esa historia. Algo semejante nos ocurrió a los cuatro heridos.

Durante el angustioso como interminable trayecto de la caravana de bueyes, mis compañeros, que no daban señales de vida, pertenecían más al otro mundo que a este valle de lágrimas; no podían ni servirse el mate cocido que preparaban los boyeros, una o dos veces al día. El que tenía vendada la cabeza emitía el ronquido característico de la agonía, mientras un enjambre de gusanos hacía su festín. Yo, sacando fuerzas de mi flaqueza, se los quitaba, lo propio ocurría con el de la pierna amputada, con el que ostentaba un vendaje en la cintura y con mi brazo izquierdo.

A los cuatro días del increíble viaje, nuestras heridas despedían terrible mal olor, lo cual multiplicaba la voracidad de los gusanos, las moscas y mosquitos.

Al llegar al fortín Arce se acercaron a la carreta varios soldados paraguayos para ayudarnos a bajar. Sólo yo pude hacerlo, dos de los tres heridos (el de la cabeza y el del estómago) cuando los movieron, se desplomaron inermes: habían fallecido, y el de la pierna amputada se encontraba en estado comatoso.

El Dr. Riveros, un joven y ya distinguido cirujano, me atendió debidamente, entablillándome el brazo. Ordenó mi inmediato traslado al hospital de sangre de Boquerón, donde dieciocho meses antes, había comenzado mi campaña guerrera.

Cuando llegué a este fortín ya la noche con su manto negro cubría el horizonte. Según el reloj del Dr. Gagliardone hombre noble y caballeresco, eran las 24 horas. Este profesional me revisó con todo cuidado el brazo, convencido de mi estado, me dijo todo apesadumbrado: “Muy sensiblemente mi amigo, tengo que cortarle el brazo inmediatamente porque si lo dejo para mañana amanecerá Ud. muerto. Su brazo está con gangrena gaseosa.

Doctor, puede Ud. hacer lo que mejor convenga. Dejo a su ciencia y a su bondad y me resigno, contesté.

En una carpa de campaña de una noche lluviosa, el Dr. Gagliardone, que ya tenía preparado el material quirúrgico, al aplicarme el cloroformo en unos algodones me dijo: —Cuente—

Conté hasta 19 y oí que pedía cada vez con voz más lejana algunos medicamentos, como gasa, algodón, hilo metálico, etc. Recuerdo también que a alguien dijo el Dr.: “Retírese de la luz”; luego una música monótona. Era que me cortaban el hueso. Veía a una mujer bellísima recitando versos al valor, al heroísmo, al sacrificio y al sufrimiento. Grande fue mi asombro debido a la fiebre producida por el cloroformo, cuando esta beldad se dirigía hacia mí con una voz dulcísima que me enloquecía...

Ahora es una obsesión encontrarla convertida en un ser humano.. ¿La encontraré: Cuando desperté mi brazo estaba tronchado y sangriento en un balde blanco, lleno de algodones y líquidos. Un litro de suero fisiológico reemplazaba a la sangre vertida. Era el 13 de diciembre de 1933.

Algo clarificado mi cerebro el mismo Dr. Gagliardone me contó que habían caído 8.000 prisioneros bolivianos en Campo Vía y que entre los elementos bélicos figuraban tanques de guerra, etc.

Al principio no creí, pero no tardaron en llegar numerosos combatientes heridos muchos de ellos en estado grave, que me contaron las proyecciones del desastre.

Después me evacuaron a Villa Militar. Allí siguieron las terribles curaciones. El dolor era espantoso. Para mí el dolor se ve, se siente y se palpa. Algunos enfermeros curaban con brusquedad lo que aumentaba mi sufrimiento. Felizmente me evacuaron para el Km. 145 y de allí a Puerto Casado, donde presencié la majestuosidad del Río Paraguay. Fui evacuado en el buque hospital “Posadas”. El 28 de diciembre llegué por fin a Asunción, la pintoresca y hospitalaria capital del Paraguay. Permanecí en calidad de prisionero de guerra hasta febrero de 1936, internado en el Hospital San Blas.

Un glorioso Regimiento que hace honor a su tradición

El R.I. 14 “Cerro Corá”, debe su nombre a la inmolación del Mariscal Presidente del Paraguay, Don Francisco Solano López, en el lugar homónimo, que puso fin a la despiadada y desigual Guerra de la Triple Alianza.

El comandante del Regimiento, así como los comandantes de Batallón, eran oficiales de línea, y hombres dueños de especial experiencia en el manejo de hombres.

La oficialidad estaba compuesta en su totalidad por jóvenes, universitarios, que luego de tres meses de instrucción, marchaban al frente con el grado de teniente segundo. La tropa lo constituían en un 90 por ciento campesinos y el resto por empleados y obreros.

Tanto los jefes, oficiales y suboficiales de este glorioso regimiento, además de ser bravos y heroicos combatientes, eran también perfectos caballeros.

Es preciso que nombre a algunos de los que recuerdo, siquiera fuera para constancia de mi gran afecto y reconocimiento por el buen trato que recibí siendo prisionero de guerra.

El mayor Fidel Ferreira, entonces comandante del Regimiento era considerado como un padre de todos sus componentes.

El mayor Atilio J. Benítez, digno exponente del ejército paraguayo, que comandó con gran tino el bravo regimiento.

El Capitán Rogelio R. Benítez, temerario oficial, entonces comandante del Tercer Batallón y a quien se lo conceptuaba como uno de los más decididos oficiales de la Unidad.

El capitán Manuel Cabo de Vila, que se caracterizaba por su nobleza y jovialidad, sobre todo con sus soldados.

El capitán de Administración Aniceto Rojas, que con regularidad, digna de destacarse, proveía de todo lo necesario a la unidad en momentos de verdadero apremio.

Entre los tenientes he de nombrar primeramente a los que conocí de cerca.

Justo Pucheta Ortega, ayudante del capitán Benítez, a quien acompañó durante casi toda la campaña, actuando con pundonor y extraordinario sacrificio.

Carlos Schaerer, quien me puso en contacto con “La Tribuna” de Asunción, propiedad de su padre Don Eduardo Schaerer ex Presidente de la República, era un distinguido oficial, dueño de gran valor y noble corazón. Igual mención merece su hermano Adolfo.

Cipriano y Alejandro Gaona, dos excelentes y cultos hermanos, con quienes daba gusto conversar en los momentos de relativa calma.

Arístides Toranzos, su cordialidad y buenos modales marchaban a la par de su valiente actuación.

Sila Estigarribia, fue uno de los bravos oficiales que con el regimiento llegó hasta Charagua, por las estribaciones de la Cordillera de los Andes, pasando el río Parapití, donde fue herido de gravedad. Su coraje y patriotismo, marcharon al unísono de su gran corazón.

Domingo A. Bañuelos, fue el primer oficial al mando de la 6a. compañía que llegó al Parapití, siendo su comandante de batallón el entonces Tte. lo. José Vicente González, pero el primero que pasó el famoso río fue Elías Soler también teniente 1o.

Salvador Bogado, que por su capacidad de mando, genuino coraje y gran propulsor del compañerismo y la fraternidad en el denodado regimiento, fue elegido por unanimidad de sus compañeros abanderado del R.I. 14 “Cerro Corá”, designación muy justa.

Pablo Lagerenza, destacado oficial, comandante del Primer Batallón que murió combatiendo, había ascendido minutos antes a capitán. Un fortín lleva su nombre, cual merecido homenaje.

Narciso Bracho, comandante del Segundo Batallón, que se desempeñó con bravura y eficiencia es uno de los pocos sobrevivientes del R.I. 14.

Los tenientes Gorostiaga, Montaner, Ferreira, Aquino, Britos, Genes y otros más que son exponentes de la cultura de un pueblo y del valor de una raza.

Sebastián Lloret, este oficial había perdido o dominado perfectamente el miedo, como lo demuestra el siguiente caso:

En su calidad de comandante de compañía, se encontraba a sólo diez metros atrás de la línea de fuego, hamacándose y cantando al son de una bien templada guitarra, sin preocuparse de su protección ante las balas. Del frente enemigo al escuchar la guitarra le hicieron disparos de mortero. El primer disparo cayó a cien metros atrás. Dicho oficial gritó entonces a los bolivianos que habían errado y que para dar en el blanco, debían acortar el tiro cien metros. Los bolivianos acortaron entonces cincuenta metros menos.

Lloret volvió a indicarles que si querían realmente hacer blanco, acortaran otros cincuenta metros.

El enemigo lanzó la tercera granada de carga doble, en el mismo sitio donde estaba el teniente Lloret, habiendo causado enorme sensación al saberse que no había desaparecido dicho oficial que por su imprudencia fue arrojado a cinco metros atrás, sin tener ninguna herida ni nada que lamentar, por su buena estrella. Esa especial estrella que protege a los temerarios y a los locos.

Allí vi la enorme desigualdad existente entre el soldado paraguayo y boliviano. En las filas de estos últimos tuve apenas muy contados amigos, a quienes hasta hoy reservo cariño. Con el resto no era posible, conversar siquiera, porque todos ellos, eran un montón de hipocresía, de mezquindad y de odio. El despotismo de los prepotentes era terrible. Podía decirse que existía una línea bien marcada entre los que mandan y los que ejecutan, o mejor dicho, entre los amos y los esclavos.

En cambio, en las líneas paraguayas todo cambia. El soldado paraguayo es social. Es alegre. Tiene más noción de su deber. La jovialidad prima en su espíritu. Se siente amigo y es amigo de verdad.

El soldado boliviano es esforzado y estoico. El paraguayo es sobrio y altivo. Yo tuve la oportunidad, casi única, de conocer a fondo a ambos combatientes.

En cuanto a la oficialidad, se ha dicho que el oficial boliviano, tiene más preparación, o sea que conoce más técnica guerrera por la teoría. Pero más corazón y riñones tiene el improvisado oficial paraguayo. El oficial boliviano se caracteriza por su violencia y rigor con el modesto soldado. Por el contrario, el oficial paraguayo trata a sus soldados como se trata a un hombre, no como a una bestia. Lo considera camarada. Lo cuida y lo quiere.

Entre el oficial y el soldado boliviano hay un respeto demasiado ridículo hacia el primero. En el oficial y soldado paraguayo se encuentra la verdadera democracia.

El jefe boliviano es un fracasado, en la más amplia extensión de la palabra. Ha fracasado rotundamente. Ha demostrado en una forma clarividente, su ineptitud y su demasiado apego al pellejo. El único caso de honor lo demostró el Teniente Coronel Ángel C. Bavia, a quien rindo mi profunda admiración al suicidarse, tomando esa extrema determinación. Porque, ¿qué le queda a un militar de honor cuando el brillo de sus charreteras y su espada se han obscurecido por la debilidad de su carácter? Simplemente matarse!

Por eso, yo creo que si existe dignidad a los jefes y oficiales bolivianos prisioneros debieran suicidarse, si no quieren ver su honor y el de sus hijos por el suelo. Y si alguna gota de vergüenza les resta todavía, claro que hay honrosas excepciones, hay algunos que han caído con honor.

Los jefes paraguayos no hay palabras para ensalzarlos. Merecen todos los aplausos. Hay que verlos en la línea dirigiendo las acciones para juzgarlos imparcialmente.

La alimentación en las filas bolivianas, es más variada, pero en cuanto a la cantidad es apenas lo necesario para no morir los soldados de hambre.

Extrañará acaso a los lectores cuando ven algunos diarios de guerras de los combatientes bolivianos que se quejan de no haber probado bocado alguno durante muchos días.

Sinceramente, cuando hay hambre no hay patriotismo que se tenga.

La realidad, es que no existe la menor organización en estos servicios produciéndose el espectáculo de la miseria.

En el ejército boliviano no hay oficiales de Administración, lo que significa un grave error. Los que están son improvisados y apenas si éstos se preocupan de tener para ellos mismos lo necesario.

En el frente paraguayo todo cambia. La ración de galleta y de agua que da al soldado es más abundante. La comida no es tan variada, pero en cuanto a su abundancia y calidad no hay nada que pedir. Los que están en el frente pronto sienten la diferencia que existe entre uno y otro ejército. Los oficiales de Administración del ejército paraguayo son activos, organizados, disciplinados e inteligentes. He visto grandes maniobras y nunca ha faltado en estas un detalle, pues todo está cuidado minuciosamente.

He de referirme a las encomiendas.

En nuestro frente jamás recibimos una sola. Todas las que venían quedaban en poder de los “héroes de retaguardia”. No conozco un caso de los que estaban en primera línea que pudieran decir que han recibido encomiendas. De tarde en cuando se nos repartía un poco de cigarrillos y de coca, envío de las instituciones de La Paz.

La coca era aprovechada por todos, porque estimula los nervios, y a los que estaban con el espíritu caído, les levantaba la moral y los hacía arrojados.

Las encomiendas en el frente paraguayo llegan a pesar de todo. Muchos soldados de la línea me han convidado con las cositas que recibían de sus familiares. Algunos reciben en forma constante dulces, y otras golosinas, las que por un espíritu de camaradería reparten entre los amigos con generosidad.

Jamás he tenido que lamentar en la línea paraguaya malos tratos. Al contrario, he de decir que cuando algún soldado boliviano caía prisionero, inmediatamente se lo socorría, se le ofrecía que comer y se lo trataba con todas las consideraciones.

FUSILAMIENTOS

En las líneas bolivianas, se fusilaba por los siguientes motivos: cualquier denuncia aunque no se comprobara (ya que auditor de guerra, no existía). Por autoherida, deserción, robo, insubordinación, cuando un tirador de pieza abandonaba ésta, y si era tomada por el enemigo. Además, los clases tenían amplias facultades de tirarlo al centinela, que fuese pillado dormido. Un ejemplo: Un soldado que estaba de centinela, salió herido en la pierna. Bien, se le atendió, y ya iba evacuado cuando otro centinela que lo relevó, se fijó en dos pares de polainas con sangre, lo que probaba bien claro que el herido tuvo la imprudencia de no ocultar el cuerpo del delito. El centinela que lo relevó, mostróse poco compañero e inhumano a la vez, no tuvo inconveniente en denunciarlo al comandante de Compañía Sub-Tte. Pizarro, éste personalmente trajo a puntapiés al pobre herido; aquel llorando y de rodillas le pedía que le perdonase la vida, diciéndole que se había herido por tener 5 hijos pequeños que se encontraban abandonados, mostrándole la carta recibida de su casa. Pizarro le increpó duramente diciéndole: “levántese cobarde, lo voy a fusilar, como a un perro, e inmediatamente”, contestóle el otro: “muchas gracias”, “lo maldigo”, “Mi cadáver clamará venganza”.

Apenas terminó de hablar 4 tiradores a una señal cumplían la sentencia. Enseguida, lo levantaban para enterrarlo y Pizarro gritó: “déjenlo así como a un perro, nadie lo toque”.

Felsi Luna Pizarro es el criminal que actualmente se halla prisionero con otros de su misma calaña, como Valenzuela, Suárez, etc.

En la escuadra que yo tenía a mi cargo, encontré en varias oportunidades, a mis centinelas durmiendo, claro yo les perdonaba la vida, será quizás por eso que Dios siempre me ha ayudado en los momentos más decisivos, en cuanto a eso tengo mi conciencia tranquila.

YO ACUSO Y SEÑALO CON EL INDICE DEL BRAZO DERECHO QUE ME RESTA A LOS GRANDES CULPABLES DE ESTA GUERRA.

Yo, Carlos Meyer Aragón, natural de La Paz, Bolivia, conscripto del año 32, ex combatiente de 17 meses del Rgto. “Campero” 5 de Infantería (unidad condecorada por el gobierno al comenzar las hostilidades por su heroísmo). Ahora acusado y procesado por el flamante delito de Alta traición a la Patria, acuso de culpables, directos y traidores a los que más adelante nombro, poniéndolos en la picota con sus nombres como asesinos inhumanos, gestores de la máxima tragedia de la hecatombe, en la presente guerra fratricida, a todos los que han tenido participación, o que manejaron el timón de los acontecimientos que precipitó el desastre de la estéril matanza del Chaco, sin omitir involuntariamente a ninguno y para quienes, merecido es, una ejemplar sanción, la más terrible que haya y en la forma más extrema posible del pueblo boliviano, que no debe dejar impune a sus masacradores.

Tú lector o lectora, seas quien fueres, juzga si es delito de Alta Traición, haber combatido durante 16 meses, en el Rgto. “Campero”, el más famoso del ejército boliviano en la presente campaña, según opinión, unánime de la prensa paceña. Sabe Dios cómo y con qué sufrimientos indecibles y penalidades mil, he cumplido mi deber de boliviano; de 450 hombres que se componía mi Rgto. quedamos 7 sobrevivientes mortales, verdaderos héroes, respetados por la Parca que nos acechaba en los momentos decisivos del combate y que nos acecha en todos los instantes de la vida. Máxime si en tan larga actuación no he recibido otro premio que maltratos y vejámenes, todo género de injusticias, un cuasi fusilamiento, hasta el extremo que intentaron tronchar mi existencia, poniendo como delito a los impulsos decididos de mi ser.

Y para que el mundo se dé cuenta, señalo la ingratitud negra y criminal de Bolivia, para con sus mejores hijos, digo ingratitud criminal porque la ingratitud es un crimen que asesina la voluntad.

Es en vano que los periodistas paceños hablen de patriotismo, y de la patria agradecida, este, es un caso concluyente, la hipocresía de los diarios paceños jamás podrá refutarme, hago constar al mundo que no recibí un solo centavo durante 38 meses, menos todavía, ropa, ni nada, ni recibiré tampoco, para más, en los momentos de incertidumbre, cuando nos encontrábamos, cara a cara con la muerte no se dignaron dirigirme ni una palabra de aliento, ni menos estimularme.

Si hay ingratitud, lógicamente habrán traidores, a mí se señala como traidor, cuando en realidad he sido el mejor cumplidor del impuesto de sangre. La fatalidad quiso que yo naciera en tierra boliviana, y este solo hecho, me costó caro... me llevó al borde del abismo, decepcionado hasta la médula, estuve. Hubiera podido poner fin a mis días, pero el destino poderoso, me contuvo o quizás el recuerdo de mi madre?...

Mis detractores me acusan por haber perdido, en circunstancias desgraciadas el brazo, en las filas paraguayas y en momentos que coinciden con la más desastrosa de las derrotas infringidas al Ejército boliviano (Campo Vía) por la ineptitud vergonzante de sus Jefes, verdaderos traidores de la Patria. Otro motivo para mi procesamiento, es, sin duda: la serie de artículos periodísticos publicados por mí en “La Tribuna” y “El Liberal” de Asunción, narrando mis pericias; sacando a luz para la historia de esta guerra cruel, las fantásticas derrotas sufridas, por culpa de quién fueron estos desastres?...

Me asisten derechos para publicarlos, porque sufrí en carne propia, lo que es una guerra, comprendiendo que ese derecho es exclusivamente mío, no será precisamente de los que me acusan, quienes con su cobardía proverbial no han cumplido su deber de bolivianos. Yo ni debería dar satisfacciones ni explicaciones a nadie, menos todavía a los verdaderos traidores, emboscados, pusilánimes, cobardes de la retaguardia boliviana, semihombres que tienen el cinismo de acusarme, siendo yo uno de los pocos, heroicos ex combatientes que he sabido responder y sufrir en las horas decisivas.

No temo nada, no es que me atenga a la distancia, ni temeraria tampoco, estando en presencia de mis implacables jueces, que en ninguna forma, han de ser más hombres que yo, con esto no tengo el afán de alabarme, pero he sido un buen combatiente.

No me apena, en lo más mínimo, que no pueda regresar a mi patria, tengo fortaleza de espíritu y he aprendido así mismo a recibir con estoicismo todos los reveses, que me propine mi destino... Ahora me encuentro en el Paraguay, no llegué por cobarde y felizmente soy considerado de un modo diametralmente opuesto. Acá en la tierra guaraní, que es un país de libres, donde la libertad de pensamiento es la mejor garantía de su democracia.

Jamás me confundirán, como otrora, en Bolivia, con los cupos de pongos, etc., propios de esclavitud, de que soy un testigo ocular.

¡Soy libre! puedo gritar, con toda la fuerza de mis pulmones, nadie me impedirá estampar en el papel lo que me dicte mi pensar.

Pero por sobre todo, lo que más influyó para declararme traidor, ha sido, que como nadie me atreví marcar a los sinvergüenzas y criminales, pero ahora volveré a desenmascararlos, más ampliamente con pruebas fehacientes e irrefutables.

(Salamanca ha muerto, víctima del feroz remordimiento de su conciencia, el hombre vivía como un azote a la humanidad para la guerra, y cuando se firmó el Protocolo de Paz, murió exclamando:

“El Protocolo de Buenos Aires me mata”... Apenas terminaba de decir éstas sus últimas palabras cuando un tropel de demonios lo arrebataban, para purgar su gran crimen en los quintos infiernos).

Acuso al principal culpable de culpables, al Dr. Daniel Salamanca, ex Presidente de Bolivia, como causante máximo de la hecatombe de la guerra. Pruebas concluyentes son sus famosas proclamas del año 28 en la que abogaba por la guerra diciendo que el único camino de arreglar el diferendo de límites con el Paraguay era la guerra, subió al poder con estas ideas y lanzó al Ejército al Chaco con su frase favorita: Hay que pisar fuerte en el Chaco. Salamanca es también el autor de las siguientes declaraciones:

“Bolivia tiene una historia de desastres internacionales que debemos contrarrestar con una guerra victoriosa, para que el carácter boliviano no se haga de día en día más y más pesimista... Por un lado Paraguay es el único país al que podemos atacar con seguridad de victoria, lo que fortalecería nuestro débil sentimiento patrio y por otro, la guerra exterior haría desaparecer las fronteras partidistas, indispensable acontecimiento para terminar con la vergonzosa cadena de revoluciones caudillescas que nuestro país muestra en su historia” (1)

Salamanca merece la execración del pueblo.

¡Qué monstruosa equivocación, imperdonable e irremediable la del pueblo boliviano de elegir a un criminal, que para colmo de colmos, sufre de una afección crónica del estómago, que le impide tener un cerebro normal!

En fin los culpables de esta guerra fratricida, verdaderos traidores de Bolivia, como el Dr. Daniel Salamanca, no merecen ni un tiro de fusil, porque las balas se han creado para matar valientes y hombres y no para parásitos, ni tísicos con la conciencia podrida.

Acuso asimismo a sus ministros: David Alvéstegi, Julio Gutiérrez, Bailón Mercado, Luis Femando Guachalla, Enrique Hertzog, Demetrio Cañetas, Carlos Calvo, Franz Tamayo, Luis Calvo, Joaquín Espada, Zacarías Benavides, José Salinas, Rafael de Ugarte, y otros.

General Hans Kundt, es un gran responsable por su empecinamiento en continuar la guerra y por su rotundo fracaso, es traidor en alto grado.

Los generales de Bolivia, con mando en aquella época (1928-1935): José C. Quiróz, Oscar Mariaca Pando, Arturo Guillen, Carlos Blanco Galindo, Filiberto Osorio, José L. Lanza, Carlos Quintanilla, Armando Bretel, Julio Sanjinés y otros.

Altos jefes militares, coroneles David Toro, Bernardino Bilbao Rioja, René Pantoja, Oscar Moscoso, Jacinto Reque Terán, Carlos Bánzer, Emilio González Quint, Enrique Peñaranda, Heriberto Ariñez, José V. Ayaroa, N. Quíntela, etc.

Impunidad: ¿hasta cuándo reinarás?

En esa guerra, en la cual se inmolaron cien mil vidas (72.000 bolivianos y 30.000 paraguayos) y en otras masacres que registra la historia contemporánea de Bolivia, una diosa llamada Impunidad, se interpuso para que no hubiera responsabilidades ni castigo para los que provocaron y perdieron la guerra y para otros masacradores del pueblo.

El mejor modo de evitar la justicia popular fue capturar el poder. Primero fue el Coronel David Toro, luego otros de igual graduación y algunos generales como Germán Busch, Carlos Quintanilla, Enrique Peñaranda, Gualberto Villarreal, Hugo Ballivián, René Barrientos, Alfredo Candia, Hugo Bánzer, José Torres, Luis García Meza y otros, en cuyos gobiernos primó el espíritu de cuerpo, porque nada hicieron para aclarar esos hechos criminales, antes bien, los silenciaron.

Sólo un hombre joven, con el brazo tronchado, pobrísimo, sin influencias, dinero, ni amigos poderosos, (excepción hecha del Dr. Javier Pay Campero, prominente hombre público y de su joven colaborador el Dr. Gonzalo Romero A.G. que asumieron su defensa, conjuntamente con el defensor de oficio mayor Manuel Martínez Villagrán, veterano de la guerra del Acre), se atrevió a desafiar a la Diosa Impunidad, a través del libro “En Ambos Frentes” y del proceso militar que se le siguió. Por ello tuvo que padecer horrores, sufrió menosprecio, toda clase de provocaciones, 8 años de cárcel, agresiones físicas, heridas graves y la difamación de por vida, además de ser el único mutilado de la guerra del Chaco, que no recibe pensión.

Ese fui yo, Carlos Meyer Aragón, porque mi pasado horroroso configura un porvenir, si porvenir de la comprensión, espero de las nuevas generaciones de Bolivia y Paraguay, (formadas por los descendientes de los guerreros de ambos frentes), que conozcan la verdad histórica de una guerra infame y se pongan a la altura del valor, los sufrimientos y el ideal de patria, que animó a sus progenitores y que ellos deben superar hasta lograr establecer el imperio de la paz y la fraternidad en América especialmente, mediante la creación de los ministerios de la paz, para de este modo terminar con el genocidio guerrerista que ha asesinado ya a millones de seres en su mayoría jóvenes.

 

(1) Daniel Salamanca, Presidente de Bolivia

 

Historia Universal Ilustrada Bach, tomo V, páginas 387-288, Buenos Aires, República Argentina.

 


NOMBRES DE PRESTIGIOSOS JJ. y OO. QUE TAMBIEN PERTENECIERON AL R.I. 14 "CERRO CORA" EN LA GUERRA DEL CHACO.

Teniente 1º (hoy Coronel) don César López

Teniente 1a (hoy Coronel) don Luís Velilla

Capitán Pedro S. Dávalos

Capitán Blás Soler

TENIENTES 1º:

Dr. Gustavo A. Riart

" Victorino Nunes

" Víctor Salomoni

Dn. Luís Candia

José S. Villarejo

Ingeniero Marcial Giménez

Américo Cáceres

Ildefonso Brítos

Administrador Waldimiro Montaner

Administrador Dionicio Aquino

Mario Ferrario

Francisco Ferrario

Sr. Amarilla Fretes

“        Ferreyra

“        Nicanor Fleitas

"        Juan Wasmossi

“        Roberto Rueda

Teniente 2º Idelfonso Adorno



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