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ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

  EL RETRATO DE LA ABUELA - Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO


EL RETRATO DE LA ABUELA - Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

 

EL RETRATO DE LA ABUELA

 

Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

 

 

Lunes, 22 de abril de 2019

Fernando Mongesabordó el colectivo de las 4,45 rumbo al trabajo. Antes de subir al ómnibus, escrutando distraídamente la oscuridad del fresco amanecer aregûeño junto al alumbrado público de amarillenta luz, se preguntaba cómo haría para cumplir el deseo de su pequeña florecilla. Susi, la luz de su alma y consuelo de su atormentada existencia, estaba por cumplir 6 añitos. Ensardinado en el transporte público, barajaba mentalmente sus opciones a fin de organizarle una fiestita relativamente decorosa. Globos, torta, sorpresitas, gaseosas, panchos hervidos con algunos aderezos. Para contadísimos invitados, naturalmente. Pero, desde donde lo mirase, su presupuesto resultaba siempre insuficiente. El autobús se detuvo en un semáforo y entre las luces de una de las ciudades de la gran Asunción surgía un relumbrante shopping, último grito de la arquitectura moderna, cuyas luces, brillo y magnificencia contrastaban con su realidad pobre, opaca, extremadamente limitada. En un rincón de aquel encantador palacio luminoso había un atractivo cajero automático. Imaginó, por un instante, poseer una tarjeta mágica que le permitiera extraer cuantos billetes quisiera. Esbozó una triste sonrisa al tiempo que el ómnibus reanudaba su muy lenta marcha. ¿Quién le pone riendas a la imaginación? Parecía expresar su rostro con aquella mueca de ingenua satisfacción.

Sábado, 5 de diciembre de 1868

La tensión aquí, en este desprolijo campamento resguardado por el bosquecito que besa las profundas hondonadas del Ytororó, es mucha. Aquí y allá se oyen tristes rasgueos de guitarras que han perdido las cuerdas a causa del desgaste acarreado por una contienda demasiado larga. El aire pesado y caliente podría, en cualquier momento, ser aliviado por el luminoso temporal que amenazante se asoma en el poniente pintando el atardecer con iracundos fulgores intermitentes. Los raídos uniformes de los combatientes cubren, poco o nada, famélicos cuerpos de niños y ancianos macilentos de quienes depende la suerte de un ejército sorprendido por el enemigo en su retaguardia. La defensa de una gran nación, constructora de ingenios bélicos como la fortaleza de Humaitá, las trincheras de Sauce Boquerón y Curupayty, y lo que tendría que haber sido el último bastión, el fuerte de Angostura con la extensa línea defensiva del Pikysyry, se reducía dramáticamente a esto, un puente de 20 metros de largo y 5 de ancho. El enemigo, infinitamente superior, debía necesariamente pasar por la estrechez de este lugar para coronarse de laureles, como tiempo ha las tropas de Jerjes en Termópilas. Bernardino Caballero, el joven Comandante, sorbiendo distraídamente el mate cocido que le preparara su ordenanza, un valiente y optimista jovencito de unos 13 o 14 años, Salustiano Ramírez, reparaba, sin salir de su arrebatamiento, en sus soldados preguntándose si lograría emular a Leónidas, el rey espartano, frenando allí mismo al enemigo. Si bien le prometieran refuerzos, dudaba que estos llegasen.

Fernando Mongesse abrió paso con dificultad hacia la parte trasera del bus, jaló una cuerda solicitando la parada, el vehículo se detuvo y los pasajeros que viajaban en la estribera descendieron para darle paso. Una vez fuera del bus controló si entre los apretujones no le extrajeron el celular y la billetera. Todo en orden, se dijo y se perdió entre la gente rumbo al depósito. Don Anselmo Mendieta, el sereno, estaba mateando en su garita.

-¿Dormiste bien? – Le dijo Fernando en guaraní riendo socarronamente.

-No, para nada, es que los jefes vinieron temprano hoy – Respondió el sereno tomando de buena forma el chasco de su interlocutor.

-¿Los jefes? ¿Quiénes? – Preguntó sorprendido Fernando estrechando la mano de don Mendieta.

-¡El mismísimo don Ramírez y Ramirito! – Dijo Mendieta bajando la voz en tono de confidencialidad.

-¿El viejo?

-Sí.

-¿Qué pudo haber ocurrido? – Dijo Fernando llevando instintivamente su mano derecha al mentón.

-Dicen que el viejo está loco, desconfía de todos. Y ahora se le da por pensar que su jefe de depósito lo está desfalcando.

-¿Desfalcando? ¿Don Ferreira?

-No, te digo, está más loco que una cabra, solo que tiene todo el poder del mundo de hacer lo que le venga en gana. Llegó a eso de las tres, entró por atrás con su chofer, su contador y el pibe y se encerró en la oficina del depósito.

El depósito era un gran almacén de repuestos de automóviles de una infinita variedad de marcas y modelos. Fernando era la mano derecha de don Ferreira, el jefe del depósito. Desde hace unos meses el emporio quedó en manos del hijo del dueño, Ramirito, un joven de unos 25 años, amante de la buena vida, la movida nocturna, los autos y las motos de colección. Reacio al trabajo, desorganizado e irresponsable entre sus principales atributos.

Los dos patrullerosque monitoreaban el movimiento del enemigo al amparo de la espesa vegetación de la zona, llegaron con alarmantes noticias. Por un lado, confirmaron la ingente cantidad de hombres y armamentos, también de que todos los aprestos del enemigo apuntaban a una masiva incursión hacia el cuartel general del Mariscal en Lomas Valentinas. Lo alarmante era que una división se desprendió del grueso del ejército quizá con la intención de efectuar una maniobra envolvente a fin de sorprender a los defensores del puente en la retaguardia.

-No creo que se atrevan a hacerlo de noche. Ya de día los esteros son impracticables. No creo que se arriesguen a tanto, además, esta tormenta que amenaza desde la tarde no tarda en desatar su furia – Dijo el comandante tratando de animar a sus oficiales y de animarse a sí mismo.

-Bien, repórtense en sus unidades y coman algo, repongan fuerzas.

-¡Sí, mi Comandante! – dijeron los soldados y abandonaron la tienda de campaña.

La tienda de campaña de Bernardino, hecha de cuero vacuno curtido, fungía también de sala de guerra donde los oficiales de más rango se reunían con el Comandante para delinear los movimientos, las maniobras y las posibles estrategias. A la luz del lampión, frente a Bernardino, se vislumbraban las siluetas de tres varones. A pesar de las infinitas privaciones de toda índole, estos se veían impecables en sus uniformes de campaña y en sus ojos llameaba un temple de acero optimismo.

-Volar el puente, no creo que sea buena idea – Dijo uno de ellos con ese brillo desproporcional en los ojos que acompaña el surgimiento de las buenas ideas.

-Te escucho Valois ¿Qué sugieres? – Dijo el Comandante.

Durante la mediahora de reunión con el dueño del depósito, Fernando se desconectó sabiendo, de antemano, la suerte de los que allí estaban. Don Ferreira, Armando Genes, Valentín Benítez, el gordo Machuca, Martín Navarro y él fueron desvinculados de la empresa bajo la fuerte amenaza de una acción judicial contra ellos. Desvinculados sin más. Con la plata que tenían en el bolsillo, plata del 22 del mes…es decir, nada. No existe cosa más gloriosa que viajar del centro a Areguá a las 8,00 de la mañana. Uno puede darse el lujo de elegir el asiento que quiera. Fernando se hundió en uno de ellos y apoyó pesadamente su cabeza al cristal de la ventanilla. Sus ojos húmedos reflejaban su profunda desazón. No podía arrancar de su cabeza el cumpleañitos de Susi. Su ánimo por el piso parecía sucumbir ante una suerte muy adversa, imposible de remediar.

-¡No podemos sucumbirante la idea de que solo nos defenderemos! ¡El puente nos servirá cuando queramos recuperar San Antonio de los Kamba! - Dijo Valois descargando un golpe de puño en la mesita entorno a la cual estaban reunidos.

-Que vengan aquí – Prosiguió – El puente será nuestra carnada, que se embreten en la estrechez de este camino, que Moreno plante sus cañones aquí, en esta zona – Dijo indicando el lugar en un improvisado croquis del sitio – En estas áreas que espere Oviedo con sus batallones, en el bosque. Y para mí, quiero suficiente espacio y tiempo para maniobrar. Desde este flaco a este flanco, de izquierda a derecha, ida y vuelta con mis jinetes leones. Pero habrá que sincronizar los movimientos. Tras mi primera pasada, descargue la artillería todo lo que tenga, después que arremetan los batallones de infantería de Oviedo y los empujen, yo, en tanto, me reagrupo y vuelvo a pasar y así, ida y vuelta, hasta liquidar a todos los kamba que desearán no haber nacido.

-“¿Mba’épa ere chupe Florentín?”(¿Qué opinas Florentín?) – Interrogó Bernardino al joven Oviedo.

-“¡Oikota mi Comandante!” (va a funcionar mi Comandante) – Dijo el joven oficial con firme y convencida voz al tiempo que un poderoso estruendo del mal tiempo estremecía todo el campamento.

Fernando no queríaangustiar a su madre con sus problemas. Ya mucho sufre la pobre para recibir, de yapa, una pena más que quebrante su corazón, se dijo el joven. Que no me haya casado aún con la madre de Susi es duro tormento para ella y ahora esto. Tarde o temprano lo sabrá, pero aún no, concluyó para sí. Decidió entonces ir a lo de su abuela. Llegó a la altura del Cerro Koi, ya en Areguá y allí bajó del bus. Un descuidado camino vecinal lo condujo al ranchito de la hacendosa viuda. La abuela lo recibió con mucha fiesta, estaba feliz de verlo.

-Tu vicio de niño, ¿Te acuerdas? – Le dijo la anciana en guaraní.

-¡Claro, la mandioca frita! – Respondió el joven con tierna sonrisa.

-Te la preparo en un santiamén, pero ve al fondo y tráeme unas ramas de mandioca. La palita está en la cocina.

-Claro abuela – Dijo el joven y se puso manos a la obra.

La tormenta arreció sinescatimar ninguno de sus elementos. Viento, lluvia, truenos y relámpagos testearon la estoica paciencia de los defensores del puente. Después, poco a poco fue amainando convirtiéndose en sutil llovizna. Ya avanzada la noche, los centinelas advirtieron movimientos de tropa en retaguardia. Corrieron a la tienda del Comandante que dormitaba en su catre. Este se incorporó y ordenó al oficial de guardia que vociferase el santo y seña. Desde la húmeda oscuridad vino un enérgico vozarrón que tranquilizó a Bernardino y a la tropa.

-Son los refuerzos, mi Comandante – Dijo Salustiano con animada voz.

-Sí, hijo mío, la infantería de Serrano – Repuso Bernardino en guaraní.

Los nuevos incorporados a la defensa fueron entrando al perímetro del campamento con pasos pesados denotando el cansancio de una fatigosa jornada. La mayoría gente bastante entrada en edad y adolescentes que parecían niños. El Comandante convocó una nueva junta de guerra. Salustiano quedose en la entrada de la tienda presto a atender los menesteres de su jefe. De repente, pareció reconocer a alguien.

-¡Abuelo, abuelo! - Dijo corriendo hacia un grupo de los recién llegados.

-“¡Mba’éiko che ra’y!” (¡Hijo mío!) – Respondió un vigoroso sexagenario abrazando a su nieto, dejando escapar toda su emoción por los ojos.

-¡Soy el ordenanza del Comandante! ¡Papá estará orgulloso de mí en el cielo!

-Claro mi hijo, todos lo estamos. Pero ahora escúchame – Dijo el anciano en guaraní bajando tanto el tono de su voz hasta llevarlo al umbral del susurro – Sé que se oye doloroso, pero la guerra está perdida. Pronto los Kamba saquearán nuestras ciudades. Llegarán a nuestro valle también, a Areguá.

-No, abuelo. Te puedo asegurar que las cosas no están como dices. Mañana derrotaremos a todos los kamba, se lo oí decir a Valois Rivarola; y también el amigo de papá, Florentín Oviedo, está seguro de nuestra victoria.

-Óyeme bien, hijo mío, quiero que me prometas algo – Prosiguió el anciano en lengua nativa, aferrando el brazo del niño e inclinándose hacia él – Mañana cuando veas al ejército enemigo apoderarse de nuestras posiciones y forzar nuestras defensas, no me busques, ni te preocupes por mí. Aprovecha la confusión y ve a Areguá, a casa, a la casa grande.

-Pero abuelo…

-No, óyeme, ve a casa y ayuda a tu abuela, a tus tías, a tus hermanas y a tus primas a empacar todo. Ellas irán hacia Caacupé, lejos del enemigo. Yo te encomiendo especialmente que te encargues del retrato de mi madre, tu bisabuela.

-¿El que pesa “una tonelada” o el pequeño?

-El más grande, el pesado. Envuélvelo en una sábana y ponlo en esa caja especial en que vino. Luego ve y entiérralo en nuestra finca, junto al lapacho viejo. No hay mal que dure cien años. Cuando este mal sueño termine, hijo mío, ese retrato nos permitirá resurgir.

-¡Compañía formarse para tomar posición! – Irrumpió una voz marcial, y el abuelo de Salustiano, tras abrazarlo fuertemente y besarlo en la frente se incorporó a sus camaradas perdiéndose en la oscuridad del follaje umbrío del bosque.    

Fernando hundió pesadamentela pala en el suelo y asombrado oyó un sonido hueco. Lo volvió a hacer y persistió el singular sonido. Su curiosidad se transformó en un cavar y cavar frenético al darse cuenta de que algo había allí.

Al clarear el albade un día despejado, las tropas imperiales procedieron sobre el angosto pasaje hacia el puente. La artillería paraguaya les dio la bienvenida causándoles duros estragos. La batalla de Ytororó había empezado. La infantería guaraní acometió por los flancos empujando a los kamba hacia atrás. Luego Valois galopeó con sus leones sobre sus desahuciadas líneas. En medio de una espesa humareda, impregnada de llanto, desesperación, muerte y caos, el plan de Valois parecía funcionar. Pero los imperiales eran tantos que siempre aparecían con tropas frescas. Salustiano fue al galope hacia la posición de Moreno llevando una instrucción del Comandante a la artillería. Pero antes de llegar vio con horror cómo los kamba asaltaban las baterías paraguayas apoderándose de ellas, matando en el acto a los artilleros. Miró despavorido a su alrededor y advirtió que el temido movimiento envolvente del enemigo se estaba materializando. Trató de controlarse pero no pudo estallando en un llanto mudo. Recordó lo dicho por su abuelo y al galope se perdió entre el vaho tupido de las armas siguiendo un rumbo incierto.

Fernando Mongesno podía dar crédito a sus ojos. La caja, bastante grande, contenía el retrato de una mujer de porte taciturno. Muy maltratada la obra del pintor a causa del paso del tiempo y la circunstancia de su conservación. El pesado marco, sin embargo, entrañaba algo extraordinario en el fondo falso que sostenía la imagen de aquella mujer, testigo del Paraguay independiente en mayo aquel. Barritas de oro puro, sigilosamente mimetizadas bajo una sutil red metálica y un forro de tela carmesí que el tiempo engulló. Fernando no sabe y quizá nunca lo sepa, que ciertas manos de obra eran pagadas con oro en el Paraguay pujante de los López. Pero esa es otra historia, como la de Salustiano Ramírez, mártir de Acosta Ñu o la de su abuela, sus hermanas, sus tías y sus primas, residentas defensoras de Piribebuy, o la de su abuelo, muerto en combate sobre el puente de Ytororó. Resurge hoy Fernando Monges del abismo. Susi tuvo su cumpleaños el pasado 4 de mayo en el shopping reluciente que su padre admiraba en las duras madrugadas. Ese día Fernando anunció su boda con Estela, madre de Susi. Mañana inaugura su modesto local de venta de repuestos con sus compañeros despedidos. No demandará al viejo Ramírez, ya Ramirito gracias a sus “virtudes” se encargará de él; además, si no hubiese sido por su injusticia nunca hubiera desenterrado el precioso pasado. Nunca se hubiese encontrado con el retrato de la abuela.                         

 

Fuente: El Autor

Registro: Enero 2020

 

 

 

 

 

 

 

  

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