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ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

  EL CIELO DE CARLONE, 2013 - Cuento de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO


EL CIELO DE CARLONE, 2013 - Cuento de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

EL CIELO DE CARLONE, 2013

Cuento de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO



Porque al ir

Se va llorando

Llevando las semillas


I - UN APÓSTOL SINGULAR

El  adviento de 1998 sustrae a Carlone de su plácida y tranquila morada mediterránea montándolo en el fulgurante carro de Elías -vehículo de la nueva evangelización- rumbo a los Países Bajos. Su cuerpo achacado se somete a su espíritu colosal siguiéndolo, obediente, allí donde el Espíritu lo empuja.            

¿Cómo describirlo? Es tan complejo y simple a la vez. Religioso sí, pero no porque él lo quiso o lo buscó. El religioso por propia convicción -según sus consideraciones- es obtuso, intransigente e hipócrita; cuyo corazón de roca, egoísta y mezquino, nunca podrá albergar la carnosa humanidad del corazón de Dios, corazón de padre hasta la última célula.

Para muchos es agresivo su lenguaje. Tal vez incluso hasta al mismo Pablo le resulte pesado en algunas de sus sentencias,  puesto que el Santo Apóstol ha sugerido siempre a los cristianos evitar todo lenguaje vulgar a fin de mantener límpidas las fuentes del espíritu. Las fuentes del espíritu de Carlone están siempre agitadas pero jamás enturbiadas gracias, quizá,  a su majestuosa e inefable profundidad. Carlone ama a la Iglesia como el peor de los asesinos ama a su madre. Imagínense agarrarse uno…a ver, con la madre de Michael Corleone o Don Vito Corleone encarnados en Al Pacino y Robert De Niro respectivamente (perdonen el ejemplo en extremo banal). Imagínense, tratar a la madre de estos cual desvergonzada meretriz. Quedar impune ante tal ignominia es lo último que podríamos esperar. Se cuenta que cierto día San Ignacio de Loyola se topó con un moro, este último profirió irreproducibles palabras en contra de la Madre de Cristo. El Santo cedió a su caballo la difícil decisión: ajusticiar al irreverente infiel a puñaladas o indultarlo dejándolo ir por su camino. El noble animal optó por la vía del perdón afianzando al amo en las sendas de la santidad.

A Carlone lo invitaron una vez a disertar sobre la historia de la Iglesia. Su voz acariciaba los eventos plasmados en los frescos de la historia invitando a los oyentes a contemplar los trazos de Dios en ellos, discerniendo la importancia de las pinceladas oscuras, ya que en el contraste surge la obra maestra de la salvación. Un fulano osa interrumpirlo formulando preguntas capciosas desacreditando, con las mismas, la santidad de la Iglesia. Caer en las trampas sofistas le importaba un pepino, pero sí le molestó que se tomaran con su Madre. El lago de su corazón se encrespó y sus olas arremetieron en contra del “infiel” y, omitiendo a Pablo y sus recomendaciones, lo mandó a “la mismísima…”

Lógicamente no hubo ramo de flores ni cordiales palabras de agradecimientos al final de su disertación. Terminó y ya, tras la desaforada discusión cuando, ofendidísimo, el oyente abandonó el lugar y el resto desconcertado, envuelto en silencio estupefacto, optó por pasar al salón del refrigerio.

Corpulento de más o menos metro ochenta de estatura, tez trigueña mediterránea, cabeza proporcional al descomunal cuerpo cubierta de canas encrespadas y rizadas que le dan un aire místico. Ojos negros, pequeños o quizá empequeñecidos por unas enormes gafas torturadoras de su nariz recta y fina. La barba gris le proporciona la edad, ni muy viejo ni muy joven, tal vez de unos 55 o 60 años. Aquejado por una enfermedad degenerativa que al pobre lo tiene en vilo y muchas veces en vela. A causa de ella sus reflejos y su andar se han entorpecido sobremanera. Su vestimenta informal abofetea la sacrosanta estética descripta en sus atrapantes catequesis en las que el universo, palpitante de indómita energía, explosiona arrasando la nada, confinándola más allá de los límites de la razón humana.

Pantalón vaquero, camisa a cuadros (tipo leñador), chaqueta sin mangas beige con muchos bolsillos. Medias y alpargatas, a veces unos náuticos marrones claros.

Su voz grave revive sonidos cavernosos y oscuros de amplia profundidad tenebrosa y, al mismo tiempo, arranca las primicias celestes de lo Alto confortando, con ellas, a las almas sedientas, agostadas, sin esperanzas.

Su mirar escrutador penetra los recónditos estratos del individuo, accede a niveles insondables donde ni la propia conciencia tiene cabida pues, si la tuviera, significaría su destrucción. Subyace allí el mortal veneno que inyectara la antigua serpiente por envidia: La desconfianza de Eva, el egoísmo de Adán, el impulso asesino de Caín, la lujuria homicida de David, la voracidad insaciable de los hijos de Elí y Samuel, el becerro de oro, el abomino de la desolación, el vacío existencial. De este abismo siniestro emergen los monstruos cuyas zarpas desgarran la voluntad, ofuscan la conciencia, engullen al individuo, azotan las sociedades con guerras, sediciones, intolerancias y toda laya de iniquidades.

No es por nada que la Sabiduría hecha carne rubricara: “Lo que sale del hombre lo hace impuro”.  Carlone ve más allá de los simples hechos en base a los cuales los vencedores de siempre, las grandes potencias escriben la historia y prescriben, so pena de proscripción, lo que ha de ser aceptado como bueno o malo. El mundo, para Carlone, no está dividido en buenos y malos, para él el maniqueísmo es una herejía condenada hace mucho tiempo; desde su óptica el mundo es uno solo, a saber: un combate escatológico. Carlone es un tipo que sin asco compartiría un café con el peor de los asesinos y sin complejos gritaría al más santo de ellos (y de hecho lo hizo): “Bendígame Padre, soy su hijo” (A Juan Pablo II en una audiencia privada en 1998) “Ud. es el ocaso de mi orfandad, bendígame Padre…”.



II - NEDERLAND, UN PAÍS SINGULAR

Los  Países Bajos esgrimen, batiéndose a duelo eterno, con las duras olas de un mar gris, salvaje e impetuoso cuyo reclamo ancestral (recuperar el terreno perdido) cincelaron el duro carácter holandés: aguerrido, tenaz, perseverante, organizado, hondamente terco, hábil, rebelde y profundamente humanista; tan, pero tan humanista, que raya lo puramente humano, sin ápice ideológico ni trascendencia. El invierno, en estas latitudes, cierne de tinieblas los húmedos y gélidos pólderes y es reacio concediendo treguas, por lo tanto, no hay paréntesis o breves intervalos de calidez y luz. El viento polar endurece la superficie líquida de lagos, canales y slotens, filtrándose atrevido a través del impermeable y la lana para anidarse en la piel, en los huesos, en la voluntad y el entendimiento. Han dado ya las nueve de la mañana y parecen las cuatro de la madrugada. Mirando por la ventana, afuera, se extiende un lienzo impresionista cuya gris membrana oculta una campiña envuelta en lluvia y hielo. Un ciclista desafía los rudos elementos, ostentando en el rostro ruboroso, deformado por el frío, el orgullo de quien aplaca los lances violentos de un potro salvaje. Vencer los límites de la naturaleza es “tipichs nederlands”.

Carlone es originario  de las Cinque Terre, lugar en el que el mar de Liguria límpida, mansa y azul difiere de la bestia arisca y angustiante domada y delimitada por impresionantes diques y sistemas de drenajes a quien la geografía llama Mar del Norte. Liguria es una de las muchas regiones italianas cuya arrolladora belleza encendieron las chispas del siempre inquieto intelecto humano con la llama divina, empujando a luminarias como Tomas de Aquino tras las evidentes huellas de Dios.

Le hicieron oír una vez un dicho que los habitantes de los pólderes ingieren con la leche materna y la cucharita del puré: “Holanda no fue creada por Dios sino por los holandeses”. Él replicó con lacónica ironía: “Y se ve la diferencia”

Y a decir verdad, sería sumamente injusto y hasta resultaría cruel poner en la balanza, por un lado, la soberbia majestuosidad de montes e inmaculadas cumbres, boscosos senderos montañeses regados por torrentes fragorosos, valles y praderas en flor albergando viñedos y olivares, y por el otro, el monótono y casi siempre oscuro paisaje holandés. No obstante, Nederland tiene un extraño atractivo traducido, en parte, por un mágico encanto escondido en penumbras tras los árboles, las dunas y el encapotado cielo gris.



III - MI PADRE ME AVISTARÁ DE LEJOS

Mucha gente se ha congregado hoy aquí en Sint Petrus kerk de Haarlem. Por más que hayan instalado potentes reflectores el amplio salón se resiste a ser iluminado apelando a sus marrones muros de ladrillo visto a engullir la luz con avidez. Las sillas han sido puestas en U con respecto a un adornado atril en cuyo llamativo cobertor impera un Cristo Pantocrator bordado exquisitamente a mano, sosteniendo un libro de tapa dorada con la inscripción Bemint uw vijanden, ik kom spoedig (Amad a vuestros enemigos, vengo pronto).

El rostro del Pantocrator es severo y el vengo pronto de su mensaje infunde antes bien miedo que alegría; el deseo de postergar indefinidamente su venida, a tenerla súbito entre nosotros (quizá hasta que estemos mejor preparados). En eso irrumpe el vozarrón de Carlone en el auditorio rompiendo la barrera de temor entre Cristo y nosotros:   “¿Alguna vez se imaginaron su entrada al cielo? Cuando la muerte nos visite y nosotros ya no podamos soportar sus embates y nos rindamos a ella después de haber gastado todas las energías que nos aferran a esta vida?” “Yo me la he imaginado y la tengo siempre presente”.

“Mi Padre me avistará de lejos y se echará a correr, con ternura me llamará por mi nombre Carlitos me dirá, te esperaba y sus brazos me sorprenderán en afectuoso abrazo bañándome con perfumadas lágrimas de alegría. Mi aspecto padre no te repugna –le diré- mira, lacerado estoy de abrojos, de espinos que me han amargado y picaneado al abismo, me han apartado de ti desfigurando en mí tu imagen, manchado estoy de sangre inocente, no merezco que me llames mi hijo. Entonces me dirá: “Vuélvete, ¿lo reconoces?”. Yo me giraré y al verlo exclamaré hincándome: “Señor mío y Dios mío”. “Soy tu hermano” –me dirá- “siempre estuve contigo, he transitado, acompañándote, el escabroso valle del llanto; te sostuve en esos días en que tu, sentado frente a la pared, raqueta de tenis en mano y el diminuto esférico afelpado rebotando una y otra y otra vez contra el muro infranqueable del sinsentido, te consumías en las llamas de la soledad y el abandono”.

“Cuando la siniestra negrura del vacio te acorralaba por todas partes y los vicios y el pecado mimetizados de racionalidad te ofrecían falsas esperanzas, he suscitado para ti una fuerza de salvación mediante la brocha de un pintor cuyas combinaciones cromáticas e ingenio te abrieron el cielo haciéndote sonreír y llorar de alegría. Te acuerdas, hermano mío, el descenso de los siete escalones hasta la fuente bautismal, el agua cubriéndote totalmente y en el abismo de tu ser la gallarda voz que ni el pecado de los pecados pudo jamás acallar: Hijo mío eres tu, hoy te he engendrado.

“Entonces ebrio de emoción y júbilo, como Pedro en el monte Tabor, solicitaste al cielo una gracia. No quiero una santidad pequeña –dijiste- sino una enorme, como la tuya y abrazaste tu cruz con alegría serena en pos del Gólgota. Estuve contigo postrado en tu lecho de dolores, cuando, desesperado, gemías por un instante, uno solo, de alivio. Te di amigos, a ti, que falsamente te jactabas de amar la acuciante soledad, ellos están aquí, te esperan. Te di hijos, haciéndote copartícipe de una misión creadora que no se detiene desde aquel sublime instante en que mi Padre insuflara en la nariz de Adam el hálito vital, y no se detuvo ante la desobediencia de los primeros hombres y la muerte de Abel”.

“Te acuerdas de Giorgio, tu hijo, el médico de Génova que, en sus viajes cotidianos al trabajo, iba al vagón bar por un brandi. La rutina lo indujo a depender enfermizamente de esa bebida y al final se vio esclavo de ella. Tu hablaste, con las palabras de mi siervo Salomón y del resto se encargó el esperma divino, dijiste: que me beses con besos de tu boca mejores son que el vino tus amores tu nombre es ungüento que se vierte con razón te aman la doncellas, bastaron estos sonidos para romper los grillos y abrir las presidiarias puertas de par en par, bastó mi sangre en el Octavo Día para colmar su alma de embriaguez y felicidad”.

“Pero no solo él, otros, muchos otros, hijos tuyos están hoy aquí y muchos llegarán después de estos. Come verás, fecundo te hice cual vid preciada del Carmelo que en el lagar del sufrimiento ha destilado dulzura con fragancias de esperanza, de vida eterna. Te acuerdas de Mario, el huraño empleado bancario; impaciente esperaba en la última fila de la iglesia el final de la inacabable misa de 35 minutos, esperaba esa liberadora bendición, esas liberadoras palabras: Podéis ir en paz a la que gozoso respondería: Es justo y necesario. Miraba una y otra vez su reloj no pudiendo ocultar su prisa irracional. Te pusiste enfrente, ante el atril y ahí se quedó clavado 45 minutos más, embobado, como una criatura ante las atrevidas piruetas de temerarios trapecistas circenses. Y el show de la Buena Noticia continuó en los territorios Transalpinos, porque igual que a mí, mi Padre en su insondable designio, te constituyó espectáculo para el mundo, para la gente”.

“Mira ahora lo que mi pascua ha preparado y reservado para ti” -dicho esto me alcanzará plegado en sus antebrazos un vestido refulgente de cándida blancura- “es tu cuerpo glorioso, tu vestidura nupcial” –me dirá. “En su textura están las heridas del pasado pero estas son trofeos, memoriales de incontables victorias sobre el pecado; estas nunca más te han de atormentar, al contrario, pregonaran por siempre el entrañable amor de mi Padre que no se alegra con la muerte del pecador sino con que este se convierta y viva”.

“Irrumpirá entonces en sinfónica majestuosidad, una melodía barroca que el cielo prestara al maestro Juan Sebastián Bach para la obertura de su obra Pasión según San Mateo, y lo veré a él, al mismo Bach, elevar sus manos con la batuta dirigiendo el coro de los ángeles, de los santos y de los mártires”.

“¿Y la Virgen María?” le preguntan. “Esperen, esperen; lo mejor se deja para el final. Corolario de esta entrada al cielo es precisamente ella. Ella enjugará mis lágrimas diciéndome: bienvenido a casa querido hijo. Tus huellas carmesí han trazado un sendero con aromas de rosas, los espinos te han lastimado y desangrado pero has allanado un camino por el que regresaran los rescatados del Señor, tus hermanos pobres, ciegos y cojos, los alejados…Lejos has estado, has malgastado tu sustancia, tu hacienda, te has alimentado de cosas impuras que jamás saciaron tu alma, pero esa carestía en tierras extranjeras, esa ausencia de Dios, hicieron que emprendas el camino de regreso hasta aquí donde perteneces. ¡Pasa! me dirá abriendo la Puerta Hermosa y la Jerusalén Celeste abrirá sus entrañas y yo me perderé en sus calles, en sus plazas, en sus huertos y jardines, rodaré en las faldas verdosas de sus montes y collados y sus senos abundantes me proporcionarán sosiego y alimento por siempre jamás”.

Han pasado trece años de ese adviento especial con Carlone y siete de su partida al Padre. Los ojos humanos quizá jamás vislumbren las semillas que este gran apóstol depositara en esos fríos y bajos suelos. Pero, como en todo ciclo natural, al invierno sucede siempre la primavera y el fuerte Sol oculto en penumbras, detrás de los árboles, detrás de las dunas y detrás de las nubes ha de asomarse alguna vez, con rayos irreprimibles, derritiendo el hielo superficial del absurdo pragmatismo, haciendo germinar las semillas del Reino que este, al igual que muchos otros Santos, han plantado con el único pago de la frustración, el desinterés y la indiferencia. Pero he aquí la inefable suerte del sembrador: las lágrimas.       

 

 

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Registro en el Portalguarani.com: Octubre 2013





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