ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

BITÁCORA DE UN PEREGRINO - Cuento de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

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BITÁCORA DE UN PEREGRINO - Cuento de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

BITÁCORA DE UN PEREGRINO

Cuento de ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

 

 

Agradecimientos

Al padre Michele (Michi) Costa por la hermosa presentación.

A la Profesora Carmen Vega por las correcciones.

 

PRESENTACIÓN

Existe una noche en el año capaz de cambiar la vida, de dar un sentido totalmente inesperado a nuestra existencia cotidiana, que incluye los problemas y los fracasos que nos acompañan en el peregrinaje de la vida. Es la noche de Pascua, que surge ante el pueblo que camina con fatiga y a todos y a cada uno nos plantea, a quemarropa, la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué vives, quién eres tu, a dónde vas y de dónde vienes, qué sentido tiene tu trajín cotidiano?... y sobre todo: ¿Por qué eres esclavo?

Todos conocemos la importancia fundamental de la Pascua: a partir de la primera Pascua, aquella del pueblo esclavo en Egipto, poco a poco hasta llegar a la Pascua de Jesús de Nazaret y, hoy, a la Pascua del pueblo cristiano. Nuestra fe, como la del antiguo Israel, está fundada en el evento pascual. También, en la transmisión de la fe a los niños hay que tomarlos de la mano y llevarlos con nosotros a vivir la Pascua. Porque ahí todo ha comenzado y precisamente ahí todo ha de concluir. Porque esta es una noche diferente de todas las otras noches.

Andrés tiene una notable capacidad de releer sus experiencias cotidianas a través de la trama de una peregrinación en Jerusalén, en el corazón del antiguo y del nuevo Israel, nosotros cristianos. Es también capaz de arrastrarnos con él, a nosotros, lectores, llevándonos a vivir las mismas experiencias y a responder a las mismas preguntas existenciales.

Me empuja a escribir estos renglones de presentación el recuerdo de las noches pascuales vividas con Andrés en Holanda, tierra de misión; asi como también los inolvidables encuentros tenidos con Carlone, un profeta realmente singular, el catequista que el Señor nos ha dado, junto a su esposa Mariangela. Ambos somos deudores de estas experiencias y de esta persona que nos ha mostrado el camino precediéndonos al “cielo”.

Michi Costa  ___________________________________________________________       

C’è una notte nell’anno capace di cambiare la vita, di dare un senso del tutto inatteso alla nostra esistenza quotidiana, ivi inclusi i problemi e i fallimenti che ci accompagnano nel pellegrinaggio della vita. È la notte di Pasqua, che sorge davanti al popolo che cammina con fatica e a ciascuno pone a bruciapelo la domanda: Perché? Perché vivi, chi sei tu, dove vai e da dove vieni, che senso ha il tuo tran tran quotidiano...  e soprattutto: come mai sei schiavo?

Conosciamo tutti l’importanza fondante della Pasqua: a partire dalla prima Pasqua, quella del popolo schiavo in Egitto, via via fino alla Pasqua di Gesù di Nazaret e, oggi, alla Pasqua del popolo cristiano. La nostra fede, come quella dell’antico Israele, è fondata sull’evento pasquale. Anche nella trasmissione della fede ai bambini c’è bisogno di prenderli per mano e portarli con noi a vivere la Pasqua. Perché di lì è cominciato tutto, e proprio lì tutto arriverà alla conclusione. Perché questa è una notte diversa da tutte le altre notti.

Andrés ha una notevole capacità di rileggere le sue esperienze quotidiane attraverso la trama di un pellegrinaggio a Gerusalemme, al cuore dell’antico e del nuovo Israele, noi cristiani. È capace di trascinare anche noi lettori insieme a sé e ci porta a vivere le stesse esperienze e a rispondere alle stesse domande esistenziali.

Mi spinge a scrivere queste righe di presentazione il ricordo delle notti pasquali vissute con Andrés in Olanda, terra di missione; così come gli incontri indimenticabili avuti con Carlone, un profeta davvero singolare,  il catechista che il Signore ci ha dato, insieme a sua moglie Mariangela. Siamo entrambi debitori di queste esperienze e di questa persona che ci ha mostrato la via, precedendoci al “cielo”.

Michi Costa

 

YO SOY

ISRAEL

 

Dos Ángeles se encontraron

El uno preguntó al otro

¿Dónde está la gloria de Dios?

 

 

I - UNA PASCUA MEMORABLE

El sol se hundía en el ocaso entre gruesas capas de nubes cargadas de púrpura y escarlata y en la ciudad de Oro y de la Luz todo era prisa de quien ultima detalles de algo importante. La puerta, llamada de los Leones, ávidamente nos engulló lanzándonos con premura, a través de estrechas callejuelas, hacia las entrañas de la ciudadela donde antaño se erguían imponentes la Fortaleza Antonia y la impresionante estructura norte del Templo de Jerusalén. La atmósfera era extasiante. El pasado se hacía tangible en cada cosa que percibíamos y cada paso presuroso nos transportaba inexorablemente a una experiencia única y dramática: “Ser Israel”.

Familias enteras han desafiado el odio imperante en la ciudad de la Paz y el terror asesino oculto en los sombríos escondrijos del rencor y del eterno resentimiento. De todo el mundo confluían con ansias a las eternas fuentes y a la siempre verde Shekiná*  del Altísimo que, según una leyenda, con el Templo ya destruido y profanado, se había posado en las piedras del superviviente muro occidental*.

El apuro casi frenético de nuestro andar consintió al solemne sonido del shofar* sorprendernos en nuestra estancia superior*. Allí todo estaba meticulosamente dispuesto. El viejo salón del viejo edificio estaba iluminado con derroche y en su interior dominaba una larga y ancha mesa ornamentada con lo mejor que uno puede permitirse. Ni el más docto y pío entre nosotros podía dimensionar el espectáculo salvífico que de forma magistral y llena de contenido se desenvolvería ante nuestros sentidos. Sentarse a la mesa no era simplemente eso…Significaba señorear en un trono sobre la propia historia personal y colectiva, y la consciente falta de esa talla real colmaba nuestro ánimo de escepticismo y pusilanimidad.

 En el corredor contiguo se oyeron los pasos y la voz cordial de alguien que fluidamente empleaba el italiano ostentando con tácito orgullo su fuerte acento francés. En toda Palestina y sus alrededores no ha de toparse uno fácilmente con semejante luminaria en lo que respecta al Quinto Evangelio. Un verdadero coloso en conocimiento de las tradiciones hebreas y en las incursiones in situ, modelo inspirador de los genios creadores de Indiana Jones.

Sin fingir modestia despreciaba abiertamente su amplia experiencia científica y de estudios, rubricando sentencias como: “Lo que he dicho lo pueden encontrar hasta en las guías turísticas”. Abierto a todo tipo de observaciones por más estúpidas que estas fueran. Quizá porque el Señor no hable en la abrumadora tempestad de discursos grandilocuentes y prefiera hacerlo en la brisa suave de conjeturas y razonamientos cándidos. A nuestro rabino, padre Fréderic lo amábamos con profunda admiración, como Dante a Virgilio. Y como Virgilio a Dante él nos conduciría al infierno de Egipto, país de las lágrimas, reino del Faraón, experiencia traumática generadora de memoriales, bases y fundamentos de la fe histórica.

La luna, con su esplendor plateado, clareaba tenuemente aquel espacio sempiterno en su fase plena, marcando el 15 de Nisán donde lo antagónico se recrea para recrear en el hombre la imagen de Dios. Esclavitud y Libertad, Egipto y Tierra Prometida, Faraón y Moisés, Tinieblas y Luz, Amargura y Dulzura, Muerte y Vida. Todos en una mesa, cuales esenciales condimentos de una historia, que no es simplemente conmemorada, recordada, pisada y sepultada; sino comida y asimilada, puesta en la sangre que irriga el corazón y la mente y la fuerza del Pueblo Elegido.

La botella de vino llenó la primera copa de la velada y sobre la misma nuestro rabino cantó una bendición en Lengua Santa: “Bendito eres Tu Señor Dios nuestro Rey del universo que creas el fruto de la vid”. Esa misma melodía flotaba dentro y fuera de las ancestrales murallas cual incienso sonoro penetrando rincones inaccesibles  a lo puramente sensorial y racional, trascendiendo y envolviendo toda nuestra existencia.

Compañía indeseable la tristeza, el afán se retuerce extremando fuerzas, a fin de arrancarla de en medio, pero cuando lo irremediablemente imposible se torna frustración, es en sus hombros donde corremos a llorar nuestras penas y refugiarnos de los embates, de las penurias y de los azotes del Faraón de este mundo.

Miro a mí alrededor y la noche mágica del 15 de Nisán se arropa de quimera; casi palpo aquella melodía, trato de aferrarla, la amo y me emociona. ¡Lástima que no sea judío! Pero en fin, nadie es perfecto. La copa de vino, la primera de la Noche Santa, quema mi garganta, es dulce y esperanzadora. Su sabor e irresistible invitación a la alegría se ha impregnado en mis entrañas, ha derribado las murallas del tiempo y del espacio flotando eterizado hoy aquí a mí alrededor, un derredor desolado por sombríos rostros apesadumbrados, apiñados en este autobús chatarra rumbo al obraje.

 


 

II - ESCLAVOS DE FARAÓN; LAS LÁGRIMAS

Es lunes 5, 30 de la mañana, el tráfico agresivo cala en los nervios. El chofer cree transportar ganado y no personas. Y esto, también, cala en los nervios. Y que el chofer no sea persona sino una res, valga la redundancia, también cala en los nervios. Ya no hay espacio, pero aun así la bestia de hojalata, ávida como la loba de Dante, no deja de tragar esclavos para Faraón y sus capataces.  Yo, en pie, ensardinado, sintiendo la correa de mi bolso gravar mi espalda y comer mi carne, veo mi rostro reflejado en los cristales de la ventanilla y me asusto. A causa de mis gafas y de la imperfección de mi casual espejo, mis ojos no se ven pero en los rasgos de mi semblante advierto anidada la inexplicable tristeza. Me asusto, dije, y escapo de ese “yo” cerrando mis ojos.

De Capiatá (donde vivo) a Asunción (donde trabajo) son apenas 20 kilómetros, sin embargo el viaje, o mejor dicho “el calvario”, dura una hora y media. Como el zumbido constante de un albear oigo el guaraní y sin querer lo asocio al hebreo. No sé por qué, quizá porque la lengua nativa del Paraguay -como el hebreo- use prefijos, sufijos e infijos que se van agregando a las raíces verbales y nominales. O tal vez su fonética llena de enigmas atávicos que ha vencido el trascurrir de los siglos manteniendo pura su cepa, sin mácula de elementos asesinos de lenguas forjadoras de  civilizaciones perennes.

 Involuntariamente mi oído se posa en una de las tantas conversaciones del bus. La voz relatora trata de contener las lágrimas, la voz receptora emite lapidarias sentencias de resignación afirmando que dicha suerte es a la postre, la de todos. Mal de muchos consuelo de tontos. La esposa trabajadora de su hijo trabajador se había marchado a España y él, el hijo, se había quedado con los tres críos aquí. El plan era sencillo y el objetivo también. Objetivo: a) comprar un terrenito en la periferia de la Gran Asunción b) construir una casita completita c) montar, si se puede, un negocio d) abandonar para siempre el vampírico alquiler. Plan: dado que las mujeres tienen más posibilidades de inserción laboral en la madre patria, a) mamá va a España b) trabaja en lo que haya c) gira el cotizado caudal europeo y d), tras completar el objetivo, de vuelta al pago.

El mayorcito de 8 años, en la escuela, se retrae, es aislado por el resto que lo considera un lunático, él mismo se aísla y en las inevitables confrontaciones socio-afectivas asume salidas histéricas violentas. El segundo de tres años casi cuatro ya no usaba pañales y había abandonado la mamadera, ahora mamadera y pañales están nuevamente a la orden del día. Llora amargamente en sueños prolongando la noche del papá desesperado e impotente. El menor de un año seis meses aun no camina… Es que mamá hay una sola y esta está muy lejos, a la fecha ha girado solo cuatrocientos euros y hace tres meses que no se hace sentir. La voz relatora es lastimera pero valientemente comprime las lágrimas y el llanto; en alas de estos (lágrimas y llanto) la noche diferente de todas las otras noches, llena aquel valle de lamentos ambulante con señales descodificados solo por mí.

A mi derecha, sentado a la mesa está Gustavo, un español de padres ingleses observando con acierto empírico la peculiaridad del Seder* henchido de Baruj Ata Adonai… (Bendito eres Señor…) y a mi izquierda  Giuseppe, un italiano de Sicilia, pendiente de cada frase y gesto de nuestro rabino, cuyos dedos ceremoniosos toman ahora delicadamente el karpas* y sobre el mismo canta una bendición: “Bendito eres Tu Señor Dios nuestro, Rey del universo que creas el fruto de la tierra”, para después mojarlo en el recipiente, en el que Dios ha recogido las lágrimas de todos sus hijos, pues cada sufrimiento cristalizado en esas diamantinas gotas saladas son incalculablemente preciosas para un Padre que ve en ellas el deseo ardiente de sus creaturas por emprender el retorno a casa, a la tierra de la libertad; al Paraíso, la Tierra de Israel.

Todos, a imitación del padre Fréderic, mojamos nuestros Karpas y saboreamos nuestras lágrimas y la de nuestros hermanos esclavos de Faraón. Notablemente no las secamos ni las cancelamos de nuestras mejillas, de nuestras vidas; sino las asumimos con esperanza confiados en la pedagogía divina plasmada en el ritual y Mizraim* revive como el lugar del cual Adonai nos ha de libertar.

Imagino a esa criatura ahogada en su llanto, reclamando lo que cruelmente le arrebataron, la pongo en lugar de una de mis hijas y un extraño escalofrío me cubre con su aura siniestra. ¿Por qué sufren los inocentes? Tiernos, indefensos, mejillas redonditas, ojitos desorbitados por curiosidad insaciable, pasitos de pollitos con alitas extendidas para mantener el equilibrio sabiendo que al otro extremo está papá y mamá sosteniendo y afianzando, y, si hay caída, animando y consolando. Sus vocecitas, campanillitas agitadas por los aires de un amanecer esperanzador. Finas copitas de cristal incapaces de soportar mucha presión, pues si esta es tanta colapsan sin remedio y no hay remedio que las repare, ni psicólogo capaz de juntar los restitos desquebrajados y volverlos a pegar. La voz llorosa del bus no para, y yo no puedo despegar mi oído de su discurrir melancólico.

El Karpas de esa pascua memorable se sumerge en el salado tajamar contenido en los rostros de estos huérfanos con quienes comparto una historia común, una lengua, una cultura, una nación.

La nación que Dios se ha separado para sí es el norte orientador y espejo reflector de lo que somos y a donde vamos. Dios no ha puesto su mirada en el más culto, libre, desarrollado, civilizado, íntegro, ejemplar e ilustrado pueblo del orbe. Sus ojos se posaron sobre un grupo numeroso de esclavos que ni siquiera era pueblo y que ni tiempo tuvo de fermentar el pan para asumir su condición de libres ¡Tan rápido es el actuar de Dios cuando nos ve comer con avidez el pan de la esclavitud!

Y es que estamos hambrientos, y esta hambre encadena nuestra sustancia a la cavernosa estancia del día a día y por él retrasamos el descanso y madrugamos tras las cebollas de Faraón. Estas son necesarias; amargas, nauseabundas, pero muy necesarias, porque debemos pagar el agua, la luz, el alquiler, el préstamo, la hipoteca, la comida de todos los días, el pasaje, el mínimo de la tarjeta con el máximo de nuestro esfuerzo, etc., etc., etc.

La noche de Nisán proyecta una encrucijada en el escabroso andar cotidiano: sufrir con Dios o sufrir con Faraón. Yo, que voy en pos de Faraón, me siento repentinamente seducido por aquella melodía de Nisán que revive e inquieta mi memoria y retumba en el aire con ecos que solo yo puedo oír: “Este es el pan que comieron nuestros padres en la tierra de Egipto, quien tenga hambre venga y coma, ahora esclavos somos, el año próximo en la Tierra de Israel, ahora esclavos somos, el año próximo Libres”.


 

III - EN UNA TIERRA EXTRANJERA

En20 minutos más llego a destino, si en el mercado de San Lorenzo el embotellamiento me lo permite. Mis pies, torturados por el peso del día que se avecina, aprisionados por mis medias y mis gastados zapatos, suplican por un minúsculo instante de alivio. Yo obedezco y traslado la carga a mis extremidades superiores aferradas fuertemente a los casi inalcanzables asideros del bus.

La voz llorosa no sabe, y por supuesto mucho menos yo –y a decir verdad ni siquiera me interesa- las vicisitudes de la nuera en aquella tierra extranjera. Cabe destacar antes que la empresa se materializó a costa de mucho sacrificio. No habiendo un ingreso mensual certificable, recurrir a bancos o cooperativas para la compra del pasaje y del viático resultaba descabellado. Y así fueron a parar donde “Ramírez”, un capitalista con intención de montar una mini financiera. El Dr. Ramírez prefería el título de empresario al de usurero, pero, en fin, esto era una cuestión meramente semántica. Después de que el Sr. Dr. Ramírez obtuviera la certera comprobación de la legitimidad de las escrituras de la casa y de que estas fueran entregadas como peño de garantía y puestas en las seguras e inexpugnables entrañas de su caja fuerte, llovió ante los ojos de esos prójimos la nunca antes vista, ni soñada suma de 15 millones de guaraníes, unos dos mil doscientos euros a lo sumo. Alegría, esperanza e incertidumbre; nervios, muchos nervios condimentaron la previa del gran emprendimiento. Sí, la casa paterna estaba en juego. Patrimonio de toda una vida cuyo complejo encierra eventos que han ido desgranándose con los años. Cada ladrillo contiene sangre, sudor y lágrimas. Pero ¡Qué no harían los padres por sus hijos (y por sus nietos)!, ¡Venderían hasta el alma al diablo!, y en cierta medida fue lo que hicieron, puesto que una de las características del diablo es despojarnos, no solo de lo que tenemos sino también de lo que somos, y Ramírez se hizo de capital despojando.

Dejó mamá el nido y surcó los cielos dejando atrás a tres pares de ojitos empañados de tristeza y desesperanza. En el nuevo “viejo mundo” la acogida, como era de esperar, no fue buena. Su primer contacto con las autoridades locales significó un encierro de casi dos días en un cubículo situado en una de las alas del aeropuerto destinado a los pasajeros en tránsito. Es que toda ella no convencía su condición de turista: su apariencia, su forma de vestir, de hablar, de caminar, de mirar…a leguas se notaba lo que realmente vino a hacer. Pero, felizmente, no hubo un asidero legal que justifique una deportación y luego de dar pruebas de solvencia económica (la mínima requerida), la dejaron entrar. Y así entró en contacto con unos paraguayos necesitados de una o más personas que ayudasen a cargar el pesado yugo del alquiler de un departamento, que era todo menos un departamento. Parecía, más bien, una mini plaza superpoblada de indigentes obligados a compartir dos habitaciones, un estar y un baño. Ella eligió un rinconcito, después de haber soltado al capo de esa extraña tribu los euros del viático, en razón de un pago por adelantado. Nueve personas pudo contar entre hombres, mujeres y algunos niños, antes de caer rendida en brazos de Morfeo.

La llevaron a trabajar a una panadería aprovechándose de su situación. Allí pasaba gran parte del día no solo ayudando a hacer la masa, sino también limpiando y preparando todo para el día siguiente. Supuestamente alguien le estaba tramitando el permiso de residencia y, como resulta lógico, en la vorágine de este alguien, fueron engullidos sus documentos sin tener ella noticias certeras de los mismos. Esto hizo que, por temor a que la prendieran los de inmigración, quedase prácticamente a vivir en aquella cueva productora de pan fresco, donde el patrón, con sentimientos y deseos encontrados, como la compasión y el deseo de someterla sexualmente, le cedió una celdita para dormir, comer y asearse. Estando así las cosas trabajaba en realidad las 24 horas del día percibiendo un salario irrisorio: 300 euros mensuales. Pero dentro de todo –y fíjense como somos los de esta tierra- “Tuvo suerte”.

Por fin diviso mi parada, casi siempre ignorada por el bus, me abro paso con dificultad pidiendo excusa a diestra y siniestra, y llego a la puerta de atrás, jalo la cuerda y suena el timbre. Bajo y humeante la chatarra se aleja lentamente desafiando gallarda las imbatibles olas del tupido tráfico. La voz llorosa es acallada por el espacio, silenciando su llanto, cargando a cuestas su pesar; pesar de esclavos.

 


 

IV - ABRAHAM, EL ARAMEO ERRANTE

El fresco amanecer cimbrea todo mi cuerpo intentando desperezarlo de su letargo. Con pasos pesados y torpes afronto las cuatro cuadras, casi cinco, que me separan del colegio donde trabajo como docente. Mi corazón, contraído en el pecho, se resiste a la idea de los tormentos y suplicios de aquel lugar, templo de sabiduría, profanado por iniquidades ciegas e irracionales.

La noche de Pascua acompaña mis pasos como uno de esos fantasmas navideños de Dickens, sugiriéndome amar cada instante de mi historia pues en ella Dios se manifiesta con brazo extendido y mano potente.

Pero un esclavo está siempre triste y no cuestiona el por qué de sus pesares y dolencias. El escepticismo y la pusilanimidad hacen que yo ya no cuestione nada y simplemente me deje arrastrar por el torrente inevitable de los acontecimientos en los que, instintivamente, pongo el lomo al insaciable látigo del destino cuyos golpes deforman mi espíritu y amargan profundamente mi ser.

“Llenen las copas”, se oyó la voz del rabino, deslizando su acento francés en los rieles del idioma de Dante. Era la segunda copa de la noche, colmada antes de las cinco preguntas de los niños como símbolo de libertad. Las preguntas abren el relato de Pascua y son muy importantes, cuales lámparas resplandecientes (cinco, como los libros de la Torá*) en la oscura y salvaje noche de la esclavitud, donde nosotros, esclavos pero libres, cuestionamos los porqués de tantos padecimientos. Solo los hombres libres cuestionan y reflexionan.

En la pascua con el padre Fréderic no había niños pero en Israel son ellos quienes formulan las preguntas cantando. Sus voces, aguda punta de un triángulo que de abajo se proyecta hacia lo alto, tocan las fibras de la Misericordia Divina y hacen que Adonai* responda proyectando su triángulo de arriba hacia abajo incrustando la punta del mismo en el corazón del alma abatida.

 

¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches? La oscuridad del Faraón, príncipe de este mundo, desvía el corazón de las naciones ofuscando la inteligencia de los hombres, sembrando odio y violencia. Violencia que acrecienta el resentimiento, resentimiento que engendra más violencia. Dios, con un beso nos da el hálito vital y con otro nos lo retira, solo Él es dueño de nuestra sangre, mas, desde la sangre de Abel, hemos cruzado la línea penetrando en una dimensión donde la escalada de violencia no se detiene.

 

El 3 de octubre de 2003 será siempre especial, pues fue el día en que llegué a Israel. En el aeropuerto de Ben-Gurion la atmósfera era pesada dado que se temía un atentado terrorista en contra de los miles de hebreos que, de todo el mundo, venían a celebrar el año nuevo judío (rosh hashana). Tanta seguridad hizo que el terror se trasladara a Haifa, ciudad distante a 80 kilómetros al norte de Tel-Aviv. El ángel de la muerte era una niña palestina de 21 años, estudiante de derecho, cuyo hermano fue asesinado por tropas israelitas en una tremenda refriega sufrida por manifestantes palestinos en Belén. Ella, cargada de explosivos, furtivamente se enfiló en un local gastronómico donde se festejaba un cumpleaños infantil. Globos, confites, serpentinas, torta, música, caritas pintadas y el bullicio de la chiquillada cedieron ante el estruendo seco y grave. La niña se inmoló volando en cientos de pedazos llevando consigo a 23 inocentes, pequeños sin arte ni parte en un conflicto sin ocaso. La ma?  ¿Por qué? Es desgarrador cuando una madre ahogada en desesperado llanto y lágrimas lo profiere.

 

¿POR QUÉ?...

¿POR QUÉ esta noche es diferente de todas las otras noches?                             

 Porque esta noche contiene todos los días de nuestra vida y si entendemos el significado de esta noche entendemos toda nuestra vida.

En esta noche especial Abraham e Israel son piezas claves en el contexto de nuestra historia personal y colectiva.

El relato del Seder  proyecta a un viejo que toda su vida ha gastado tiempo y energía, esperanzas e ilusiones en los ídolos de este mundo; quimeras inalcanzables, espejismos en un desierto calcinante  y al final se da cuenta de estar viejo y solo, estacionado en el seguro garaje de su jubilación, esperando estrellarse, de un momento a otro, contra el frío y hermoso muro marmóreo donde toda pregunta humana jamás ha encontrado respuestas.

El asilo de Abram ¡hasta no parece un asilo! Es tan lindo el complejo habitacional. Se asemeja a las casas de muñecas en las que los países de primer mundo se deshacen de sus viejos. En el lugar hay todo lo que uno pueda necesitar e imaginar: salas recreativas, un mini shop, biblioteca, capilla y aunque parezca lúgubre, pero muy práctico, una funeraria. Abram comparte con Saray (su esposa) un departamentito en el que el lujo y el confort enmascaran la soledad y el abandono acuciantes, rodeados de objetos inanimados evocadores de recuerdos encerrados para siempre en las cárceles del tiempo, junto a los mejores años de sus vidas, pasados, mayormente, sin tiempo para si mismos, amasando él (Abram) en su almacén de importaciones-exportaciones una considerable fortuna, llenando sus bolsillos pero vaciando irremediablemente su ser.

Puntualidad, parsimonia, orden, disciplina, sacrificio de muchas cosas importantes, manutención del prestigio ganado, astucia sana y viciada, en pos del dinero claro está, fueron algunos de los ídolos adorados en todo este tiempo y que le procuraron una vejez relativamente opulenta…Estacionado, esperando la muerte de un momento a otro.

Abram todo lo ha delegado a un empleado suyo a quien quiere como al hijo que nunca tuvo ni tendrá. En los últimos años la modesta empresa ha quedado prácticamente en las diligentes manos de este. Sin embargo, de vez en cuando, Abram lo hace llamar para estar al corriente de las cosas.

Cuando esto sucede, el hermoso mausoleo en que viven cobra luz y vida. Desde temprano Saray se esmera en tener todo acondicionado. Como la visita acostumbra venir a eso de las tres y media - cuatro, con ahínco frenético dirige sus movimientos casi privo de energía, sacudidos  por tembladeras fastidiosas, para hornear un pastel, unas masitas y medialunas; preparar su especialidad “cappuccino” y poner la mesa con el mantel especial. Abram suele extraer del habitáculo secreto de su mini bar el licor de los grandes momentos.

¡Pero cuan pesadas son estas visitas para el pobre empleado! Soportar aquello con la boca del estómago anudada y espalderas de plomo asediándole el pescuezo, rogando al tiempo que esos tres cuartos de horas pasen rápido.

Después de una jornada sin pausa, desde las seis hasta las tres de la tarde, lo mínimo que uno quiere es ir a casa, descansar y vivir lo poco que queda del día. Pero ese viejo vampiro parece no entender que las personas no son soldaditos de plástico, objetos lúdicos que obedecen la omnipotente y caprichosa voluntad del dueño. ¡No! tienen una vida; esposas, hijos, ¡planes! Y además, tolerar ese lugar poco pulcro, el repulsivo olor de los viejos, el sofá con aquella suerte de humedad constante, las tacitas de café mal lavadas, la dentadura postiza bailándoles en esa especie de cueva agrietada y seca, guerreando por masticar un pedazo de pastel mal cocido. Es patético escuchar a Abram con fingida atención cuando relata lo que fue, sus aciertos y desaciertos (¡A quién le interesa!); sus sermones y consejos que no encajan por ninguna parte en el engranaje de una sociedad dinámica y cambiante.

El viejo ni siquiera ojea la carpeta con el resumen de balances y otros documentos afines. Se pasa hablando y hablando, descorchando de la boca de uno lacónicas frases que buscan sostener y afirmar su forma de ver las cosas. En dos palabras: ¡Es insoportable!

Sin embargo, la idea de que un día (y Dios quiera, muy pronto) el emporio será por fin suyo es bálsamo que alivia esos momentos aciagos.

Pero todo tiene su límite. Una vez Abram lo citó para un día en que la soledad y la tristeza son pesadas e implacables, un domingo. El empleado se excusó amablemente, agradeció la deferencia con el tono más cordial que pudo encontrar, diciendo que ese día le iba a ser imposible puesto que ya había prometido un día de campo a sus niños y a su mujer. Abram imaginó la escena: el bullicio de los niños llenando cada rincón de la casa como el trinar de los pajarillos en una mañana de primavera, la esposa ataviada con un atuendo estivo preparando la canasta con delicias hechas en casa, él, su empleado, cargando en el coche lo indispensable y necesario para que ese día se viva y se goce. Cosas que a Abram, hace mucho tiempo, le parecían superfluas, carentes de valor: redes para cazar mariposas, cuerdas para saltar, barriletes, cañas de pescar, manteles, tiendas de campaña y las bicicletas. Objetos estos que suscitan entusiasmo y alegría en los niños.

Niños,  esperanza y fortaleza del hombre bendecido cuya aljaba está llena. No teme al enemigo cuando este asecha a su puerta. La puerta de Abram es asechada por un sinsentido tenebroso y los años, que de repente le cayeron encima, lo encuentran seco, sin descendencia; triste, sin tierra, exiliado hasta la muerte en esa elegante casa de muñecas, que sus ídolos le han procurado.

El fruto del esfuerzo de toda una vida quedará en manos de un extraño. Sí, lo ama y aprecia muchísimo, pero es un extraño. Su corazón se abate, su alma se hunde y baja antes que su achacado cuerpo al sheol*. No hay consuelo para él ni ídolo que lo salve. Solo la muerte parece redimir un alma tan abatida como la suya. Y la punta del triángulo divino, proyectado de arriba hacia abajo se incrusta hondamente en su corazón tocando las entrañables fibras de su sustancia, como una presencia abrumadora, como una voz que lo invita a caminar lejos: “Vete de tu tierra”, “De ti haré una gran nación”, “Por ti se bendecirán los linajes de la tierra”.

Y la palabra performativa de “El Shadday*” convierte a Abram en un arameo errante. Ha dejado la comodidad de su departamentito. Vive en tiendas con su mujer Saray, sin un lugar fijo en donde recostar la cabeza.

El Seder Pascual, con vientos propicios de la Ruaj* divina, infla las velas navieras de Abram y el arameo errante dirige la proa hacia Egipto (País de las Lágrimas) donde vive como un extranjero.

Abram sufre, como todos nosotros sufrimos, pero está en camino. Muchas veces siente la ausencia de Dios, cree haber seguido uno de esos muchos espejismos. Más de una vez se vio tentado a abandonarlo todo y a aferrarse nuevamente a sus ídolos que no ven, ni hablan, ni oyen.

Sin embargo, en el seno abrasador del desierto, entre ardientes arenas agresivas y el silbido agudo, envolvente de valles y riscos rocosos, desolados; una pequeña fuente empieza a surgir y un brote verde se vislumbra en el ya centenario tronco.

Él no lo puede creer, lo toma en sus brazos, lo levanta apretándolo contra sus mejillas llenándolo de risas y lágrimas. En el hermoso muro marmóreo, contra el cual irremediablemente se estrellaría, repentinamente, una brecha se ha abierto, una respuesta ante la cual la razón y el sentido común sostienen sus quijadas con ambas manos: Isaac.

Abram ya no es Abram sino Abraham, padre de multitud, una multitud que fue creciendo, poco a poco, como un árbol plantado junto a corrientes de agua: Israel.

Creció hasta convertirse en un pueblo fuerte y numeroso despertando la furibunda envidia y denso temor del rey de Mizraim, admirador acérrimo de lo bello y exclusivo, de la elegancia, la intelectualidad, de la exaltación de lo vigoroso y joven. Admirador de los cuerpos atléticos, de las secretarias de buena presencia de 21 a 25 años, con provocativas faldas y figuras esbeltas en cuyos rostros siempre hay primavera. Amante del curriculum vitae impecable, cargado de títulos y honores. De los hombres líderes, sagaces, inteligentes, educados, caballerosos, colaboradores, eficientes en el ramo que fuere (de 25 a 35 años). Pero devoto, sobremanera, de lo racional y del sentido común y, señoras y señores, Abraham y su progenie son todo menos razón y sentido común.

Un atentado en contra de la naturaleza intrínseca de las cosas, eso son. Una malformación que deteriora el tejido social humano y naturalmente, ha de ser extirpado, eliminado.

El rey de Mizraim idea una solución final al problema. Y en el contexto de la misma, Israel es sistemáticamente excluido, maltratado bajo la carga de trabajos pesados, conducido a un exterminio seguro.

Y el triángulo, cuya punta afilada se incrustara en el alma abatida de Abraham gestando esta historia del todo particular, se proyecta nuevamente pero, ahora, de abajo hacia arriba, hasta el Altísimo y la Pascua se engendra, pues Dios ha escuchado los lamentos y ha visto las humillaciones y tribulaciones de su pueblo.


 

 V - EL EGIPTO DE UN DÏA CUALQUIERA

Envueltoen el torbellino de mis tribulaciones, desde cien metros, diviso el verde portón metálico del colegio. Ante aquella vista mi espíritu parece desfallecer, y no es que no me guste mi profesión. Compartir los conocimientos adquiridos con sacrificio y pasión es algo que aprendí en casa, con papá y mamá docentes y mis hermanos. Es la estructura burocrática sustentadora del sistema educativo y la supuesta base científica que la apuntala la causa de mi revuelco estomacal. Pero no es solo eso, también está el careo programado con un padre disconforme con la calificación de su hijo, el trato de la secretaria general y sus molestosos (y en momentos ridículos) aires de grandeza, el desenfrenado, incontenible y patológico anhelo de los adolescentes a no ser formados, el tiempo que me falta para preparar mejor mis clases, el tiempo que me falta para estar más con mis hijos y esposa, el dinero que no me alcanza ni me alcanzará jamás, el tiempo que no tuve para el mate antes de salir, mi casa y su arreglo eternamente postergado…

Atravieso el umbral del portón y mi saludo rebota en la pétrea fisonomía del portero volviendo a mí así como salió, vacío, sin sentido y, por supuesto, sin respuesta. Están por dar las siete y mataría por un cafecito bien cargado, como los hechos en Italia, para aligerar un poquito las plagas que no me dejan vivir y que sí, hoy como ayer, caerán sobre mí cual aguacero estival.

Llego al reloj y marco mi entrada. Faltan cinco para las siete y la previa abstracta de mis tribulaciones se acaba, empezando estas (mis tribulaciones) a materializarse mecánicamente sin que nada pueda hacer por evitarlas. Con solemne y severo tono y, por supuesto, sin saludar, la secretaria general me recuerda la cita con el padre disconforme para las diez y treinta (hora de mi pausa de diez minutos). Mi inocultable ironía, insolente y audaz (raro en mí), le desea igualmente una buena jornada.

Este careo programado hizo que no disfrutara mi fin de semana, sumado a otros tantos factores que subyacen imperceptibles e irremunerables en la esencia misma de la vocación docente (profesión sublime, desgastante e ingrata): corrección de trabajos y cuadros sinópticos, corrección de cuadernos y de libros; compilación de planillas de proceso, preparación del plan semanal con sus respectivas adecuaciones curriculares, etc.

Montañas y montañas de papeles, ríos y ríos de tinta (menester inaplazable, porque verba volant scripta manent*, y todo hay que documentar), pero bajo este mundo de cosas, con las energías obviamente diezmadas, las fuerzas de flaqueza necesariamente deben aflorar a fin de enfrentar la clase, contener a los chicos y si hay tiempo retomar la lección.

Toda trascendencia se diluye en ese espacio rectangular llamado aula. La imagen de la clase perfecta, de las lluvias de ideas con dinámicas motivadoras, evocadoras de conocimientos previos. De jóvenes encendidos, amando y ovacionando a su maestro que arranca las hojas inútiles de un libro y, montado en el pupitre, invita a ir más allá del simple contenido, más allá de la simple calificación…es ficción; es la Reforma; es Hollywood; una linda película…

La realidad es árida, monstruosa, sin Dios por ninguna parte. El colegio privado “Gotas de Esperanza” quiere brindar al alumno un seguimiento integral en su recorrido formativo - académico con una sólida base cristiana, con el apoyo profesional de un preparadísimo cuerpo de psicólogos y, por supuesto, con el apoyo incondicional de la familia.

Los psicólogos están, con sus nutridas hojas de vida, con sus postgrados y maestrías, con sus certificaciones de congresos internacionales y nacionales, instalados en el Olimpo desde donde perfilan estrategias y adecuaciones a ser aplicadas en aula. Pero: ¿Y la familia?…

Vahos, sollozos de una jungla oscura. Insecto nocturno devorado por las monstruosas figuras del Sueño de la Razón de Goya. La familia no existe. La hemos matado arrancando a Dios de nuestras vidas. La hemos sofocado poco a poco hasta ahogarla, extirpando a Dios de nuestra razón y de nuestro corazón. Apartándonos de las fuentes de agua, hemos convertido a la familia en paja seca que el viento se lleva a destino incierto.

Que le digo a Juan, que lo voy a amonestar porque no se calla y no me deja pasar lista. Bastante amonestación tuvo el pobre cuando su padre lo dejó prefiriendo las faldas de su joven y comprensiva secretaria.  Que le digo a Roque, que lo voy a expulsar del aula si no para de molestar a sus compañeras (a quienes trata de perras). Menuda expulsión se ligó el pobre cuando su madre finalmente encontró su media naranja (después de incontables intentos). Que digo a Clara, que le saco un punto en conducta si no para de incitar a su pandilla a alborotar el aula golpeando sus pupitres. Ni siquiera sabe que es conducta, la pobre. Por terapia la madre de Clara crea ambientes y momentos en los que debe encontrarse a si misma (¿estará loca? nadie lo sabe con certeza) y a la pobre niña, de trece años, le toca deambular del colegio a su clase de ballet, de aquí al conservatorio y del conservatorio a su clase de natación. Vive con el chofer de su abuelo y almuerza, merienda y cena en los Mac Dónales. ¿Y su padre?...No hay papá.

No hay papá, no hay mamá, solo padrastro o madrastra o el amigo de mi mamá o la amiga de mi papá. Y si el niño quiere agregar un toque familiar, “tío” o “tía”. Ignorantes de los principios básicos de la buena educación, de esas pequeñas cosas, casi detalles, que humanizan la convivencia diaria: saludar, dirigirse con respeto, pedir permiso, callarse cuando uno tiene la palabra…Axiomas construidos en un ambiente familiar, real.

Sigo con la lista y mis gritos de “silencio por favor” se rompen como olas de un mar cansado contra las duras peñas de la indiferencia absoluta y frustrante. Desde el fondo alguien arroja un cuaderno, por suerte no impacta en nadie. Hay que intervenir con más vehemencia, pero el culpable se oculta en la sombra inescrutable de la complicidad cobarde. No puedo amonestar a nadie sin tener pruebas fehacientes que inculpen al verdadero autor del hecho. Puedo, pero no amonestaré jamás a toda la clase, porque significaría remover en demasía el avispero. Trato de realizar unos cambios pero Juan se resiste a compartir el pupitre con Silvestre. Finalmente accede pero no sin antes tratarme de inepto e incompetente con bulliciosa aprobación de la clase. El bullicio de la clase no es para apoyar la rabia de Juan, es simplemente por el bullicio en sí; bullicio inicuo, ciego, perverso e irracional…

A Juan lo tengo que expulsar del aula y él, con altanería envidiable, empuja el pupitre que impacta en la pared y me enfrenta diciéndome que me las veré con los abogados de su madre. Azota la puerta y tal ignominia enmudece la clase y él va a clamar justicia al maestro guía. Aprovecho el silencio y continúo con la lista, llego a Héctor y me dicen que está ausente, pero que vendrá más tarde con su padre y un abogado educacional. ¿Abogado educacional? No sabía de la existencia de esa especie. Ah sí, la entrevista de las diez y treinta…

Tomo el libro indicando una página y el jolgorio latente se quiere desencadenar (como una tormenta en el poniente). El tema a abordar trata la identidad nacional, identidad cultural. Intento apoyarme en los conocimientos previos y escribo en la pizarra la palabra cultura y nación.

La supuesta lluvia de ideas se convierte en cualquier cosa; en un mercado, en un griterío descomunal interrumpido por la secretaria general. Esta me reprende pidiéndome explicaciones de la ruidosa exaltación de los jóvenes. No escucha mis razones, porque, en realidad, ella nunca escucha nada, cree saberlo todo y tener un conocimiento acabado de las cosas. Ante su temible figura los adolescentes se solidifican haciendo reinar un silencio mágico, irreal. Como si aquel instante fuera el ojo de un huracán angustiante. Me lleva al pasillo exponiéndome como el más condescendiente de los confesores su intensa preocupación por mi persona.

Aferrándome suavemente del brazo, me invita a acompañarla a su despacho con la salvedad de que mis alumnos quedarán con el maestro guía. La acompaño y desde el pasillo veo a Juan, en la oficina de orientación, hablando con una de las psicólogas. Solo Dios sabe lo que el diablo estará sugiriendo a esa joven mente atormentada, a mis expensas.

Es un hecho irrefutable, que en alguna parte de nuestra estructura psicológica resida el impulso ciego de querer someter (de la forma que fuere: física, mental, intelectual, espiritual, económica, etc.) a nuestros semejantes. Pero en ciertos individuos dicho impulso se manifiesta de un modo tan evidente, que ya ni causa aberración, sino risa (incontenible y sincera) y, en ocasiones, hasta vergüenza ajena. La secretaria general se encuadra armoniosamente en esta categoría de individuos.

Se sienta y me mira sobre sus anteojos con aire compasivo tan, pero tan fingido que me descoloca, sin saber yo exactamente que hacer, si vomitar de la nauseabunda hipocresía o destornillarme de la risa. Su voz grave y suave hila frases huecas, divagues sobre el perfil del profesor de “Gotas de Esperanza”, perfil ajustado a las hormas del Divino Maestro…¡Por qué dijo Divino Maestro! ¡¿Por qué?! Mi mente inmediatamente proyectó a Jesús limpiando el templo de mercaderes y mesas de cambio, derribando bancos y azotando animales…lo vi en mi aula haciendo lo mismo, indignado, encendido por tanta profanación, gritando airado: “¡No convirtáis la casa de mi Padre en cueva de ladrones!”

Fluía imperceptible, como un gemido frenético entre dientes, con lágrimas y todo. Por un momento mi interlocutora creyó que lloraba de impotencia. Después ya incontenible, a carcajadas, con dolor en el pecho y el abdomen. Ella, estupefacta, seguía hilando incoherencias, pero esta vez con tono que rayaba la histeria. Yo no podía parar de reír, no podía, empero me sentía mal. Muy mal. Me sentía solo, no apoyado por quienes tenían que apoyarme y sostenerme. Abandonado a mi suerte, a una suerte que, en realidad, no era ni mía, porque no la podía dominar; quizá la de un genio maligno o la de Dios mismo…

Estoy desorientado; en una oscuridad inmisericorde voy vagando, hurtando contra la dura textura de mi realidad. Despedido (obviamente). Mi base económica es un trípode. El colegio “Gotas de Esperanza” representa una pata del mismo. ¿Qué hago Dios mío, qué hago? ¡Cómo sostendré el peso de mis compromisos!

Bajo por mis cosas a la sala de profesores, después del acuerdo llegado con la institución. La pausa de las nueve congregó a mis colegas en aquel lugar. No existen rostros más tristes y cansados que los de los profesores en el fugaz momento de descanso. Por lo general cada quien está en su mundo, corrigiendo cosas o con el celular, y hoy, más que nunca, cada quien está en su mundo, porque (yo que se, cómo) se han enterado de mi desvinculación del plantel docente.

Me hicieron firmar mi renuncia a cambio de que ellos se encargarían –con el abogado de la institución- de enfrentar al padre disconforme con la calificación de su hijo y su denuncia formalmente depuesta ante los estamentos pertinentes del Ministerio de Educación y Cultura. Yo, por supuesto, acepto el acuerdo o chantaje (cuestión semántica) para no enredarme en un lío ministerial y judicial que podía afectar mis cátedras en otros colegios. Perdí una batalla importante, pero la guerra cotidiana continúa y la tengo que combatir.


 

VI - ¡BARUJ ATA ADONAI!

Salgodel colegio y el espectro del 15 de Nisán intenta dar sosiego a mi ánimo desecho y preocupado. Mucho tiempo aun me resta antes de pasar al colegio estatal Francisco Solano López por lo que decido ir al surtidor de la esquina por un café. En el trayecto veo muchos niños limpiando parabrisas en el semáforo. Siempre estuvieron allí, pero hasta hoy los veo: sucios, harapientos, desnutridos, mal alimentados. Cuando el semáforo está en verde, se ponen a jugar con sus juguetes improvisados. La imaginación se encarga de convertir una cajita de cartón en un modernísimo autito a control remoto. Sus risitas y alegre entusiasmo arrancan de mi rostro una triste sonrisa al tiempo de relativizar tanto mis sufrimientos, que me llevan incluso a avergonzarme de ellos.

En el Seder, el sufrimiento se vuelca sobre Egipto y las diez plagas golpean a Mizraim sembrando la incertidumbre, el terror y la muerte. Las tribulaciones las viven todos, egipcios e israelitas, habiendo, no obstante, una diferencia abismal entre ellos. Para Egipto es la ruina, para Israel la libertad. La cuestión, en principio, resulta clara y simple ante el dilema de donde estar parados en los momentos difíciles, con los egipcios y el Faraón o con los Israelitas. “Con los israelitas” diríamos en una clase de catecismo destacándonos por nuestra inteligencia y sensatez, dado que con ellos esta Adonai. Esta respuesta supone un espíritu cándido, como el de los niños. No por nada dice Jesús que a ellos pertenece el reino de los cielos. Pero nosotros, adultos, somos complejos; estamos aplastados bajo el embrollo de nuestros compromisos, con los colmillos más que torcidos, acomplejados y traumatizados por los golpes del destino. Para nosotros la pregunta en sí resulta una ofensa y la respuesta un absurdo.

La candidez reviste al niño sabio* en la noche de pascua pues el sufrimiento para él no representa un sinsentido o la prueba de la ausencia e inexistencia de Dios, sino un condimento más en la mesa pascual junto a la cual, sentado como un rey, comulga con su suerte, con su destino, con su historia, con su pueblo; viendo la mano del Altísimo en cada elemento (evento) y por ello, ante el marror* (amargura) proclamaBaruj Ata Adonai… (Bendito eres Señor…), ante el pan de la esclavitud Baruj Ata Adonai…, ante el vino de la alegría y de la libertad Baruj Ata Adonai…, ante las pesadas cargas del Faraón Baruj Ata Adonai…, ante el mar atrás y el Faraón delante Baruj Ata Adonai…, ante el mar que se abre y él, de esclavo deviene libre, Baruj Ata Adonai…, ante la aterradora muralla de agua a izquierda y a derecha Baruj Ata Adonai…, ante el mar sepultando para siempre a sus enemigos y por consiguiente a su condición de esclavo, Baruj Ata Adonai…. Ante el camino abierto en el desierto Baruj Ata Adonai…, ante las difíciles tentaciones del desierto Baruj Ata Adonai…, ante el maná y las codornices Baruj Ata Adonai, Al pie del Sinaí y la insoportable shekiná de DiosBaruj Ata Adonai…

En Mizraim se manifiesta la shekiná de Dios; en el infierno del día a día, en los espacios y momentos en los que la trascendencia se diluye. Sin embargo ¿Dónde está la gloria de Dios en el hecho de mi despido, en las injusticias que sufro y que cometo, en la injusta situación de esos niños a quienes veo a través de la pared de cristal de este surtidor? ¿Dónde la gloria de Dios en los niños abandonados, en los niños huérfanos a raíz de guerras injustas y “justas”. Dónde la gloria de Dios en mis compatriotas mendigando migajas en los semáforos, en la prepotencia y ávida codicia de los políticos ignorantes y doctos, en los desfases sociales y la inseguridad imperante?

Tomo un sorbo de café y el delicioso aroma de esta bebida celestial -regalo de Alá a Mahoma según una leyenda- sumado al ambiente climatizado del local hacen que la noche de pascua me engulla transportándome a la mesa, en Jerusalén, con el padre Fréderic, sentado entre Giuseppe y Gustavo, comiendo, antes de los ritos finales y de la gran Beracha* con el cuarto y último cáliz de la Noche Santa. Como de un sueño Gustavo me sacude y me dice “En la Bendición”. “De qué hablas” le digo. “De la gloria de Dios, esta está en la Bendición”.

Una lágrima de consuelo se pasea lentamente por mi mejilla y siento mi corazón henchirse de regocijo. Con ambas manos tomo la tacita de café. Antes de acabarlo, lo gusto con el olfato y un salmo fluye de mis entrañas con alegría desbordante, vigorosa y sin control “Por qué te abates alma mía por qué gimes dentro de mi, espera en Dios, espera en Él que volverás a Bendecirlo”. Pero no sólo este, otro y otro cual manantial que abre la trascendencia “He esperado en el señor y Él hacia mi se han inclinado, ha escuchado mi grito me ha sacado de la fosa de la muerte” “Retorna alma mía a tu reposo porque el Señor fue bueno contigo”. Mi rostro bañado en lágrimas manifiesta el toque de Dios, el consuelo que sólo de Él puede venir. Me levanto para pagar la cuenta y perfectamente siento un aura nueva circundando mi ser.

 Mizraim no ha desaparecido, yo sigo en sus fauces, a la deriva sobre sus olas violentas y caprichosas, ansiosas de hundirme, de tragarme; sigo en su reino pero no estoy en sus filas. Yo soy Israel, un esclavo liberado por la Bendición donde, desde antaño, reside la Shekiná de Dios. Las horas de este lunes se suceden, las plagas golpean sin misericordia el mundo en que transito, pero tienen un sabor especial para mí: LIBERTAD.

Ya de vuelta a casa, apiñado en el bus, con las tinieblas de la noche a cuestas veo otra vez mi rostro reflejado en la ventanilla. La tristeza sigue aun anidada en él. La incertidumbre y la preocupación lo desfiguran con profundas arrugas en la frente y el seño. El Faraón me ha socavado la autoestima, robado el amor a mi persona, a mi profesión y a las personas que forman parte de ese contexto. Pero una cosa no me ha podido arrebatar y a ella me aferro: La Bendición. Me asusta mi rostro pero no huyo de él. Lo miro detenidamente y digo Baruj Ata Adonai…    

 

                          

 

EL CIELO DE CARLONE

 

Porque al ir

Se va llorando

Llevando las semillas

 

I - UN APÓSTOL SINGULAR

El adviento de 1998 sustrae a Carlone de su plácida y tranquila morada mediterránea montándolo en el fulgurante carro de Elías -vehículo de la nueva evangelización- rumbo a los Países Bajos. Su cuerpo achacado se somete a su espíritu colosal siguiéndolo, obediente, allí donde el Espíritu lo empuja.            

 

¿Cómo describirlo? Es tan complejo y simple a la vez. Religioso sí, pero no porque él lo quiso o lo buscó. El religioso por propia convicción -según sus consideraciones- es obtuso, intransigente e hipócrita; cuyo corazón de roca, egoísta y mezquino, nunca podrá albergar la carnosa humanidad del corazón de Dios, corazón de padre hasta la última célula.

Para muchos es agresivo su lenguaje. Tal vez incluso hasta al mismo Pablo le resulte pesado en algunas de sus sentencias,  puesto que el Santo Apóstol ha sugerido siempre a los cristianos evitar todo lenguaje vulgar a fin de mantener límpidas las fuentes del espíritu. Las fuentes del espíritu de Carlone están siempre agitadas pero jamás enturbiadas gracias, quizá,  a su majestuosa e inefable profundidad. Carlone ama a la Iglesia como el peor de los asesinos ama a su madre. Imagínense agarrarse uno…a ver, con la madre de Michael Corleone o Don Vito Corleone encarnados en Al Pacino y Robert De Niro respectivamente (perdonen el ejemplo en extremo banal). Imagínense, tratar a la madre de estos cual desvergonzada meretriz. Quedar impune ante tal ignominia es lo último que podríamos esperar. Se cuenta que cierto día San Ignacio de Loyola se topó con un moro, este último profirió irreproducibles palabras en contra de la Madre de Cristo. El Santo cedió a su caballo la difícil decisión: ajusticiar al irreverente infiel a puñaladas o indultarlo dejándolo ir por su camino. El noble animal optó por la vía del perdón afianzando al amo en las sendas de la santidad.

A Carlone lo invitaron una vez a disertar sobre la historia de la Iglesia. Su voz acariciaba los eventos plasmados en los frescos de la historia invitando a los oyentes a contemplar los trazos de Dios en ellos, discerniendo la importancia de las pinceladas oscuras, ya que en el contraste surge la obra maestra de la salvación. Un fulano osa interrumpirlo formulando preguntas capciosas desacreditando, con las mismas, la santidad de la Iglesia. Caer en las trampas sofistas le importaba un pepino, pero sí le molestó que se tomaran con su Madre. El lago de su corazón se encrespó y sus olas arremetieron en contra del “infiel” y, omitiendo a Pablo y sus recomendaciones, lo mandó a “la mismísima…”

Lógicamente no hubo ramo de flores ni cordiales palabras de agradecimientos al final de su disertación. Terminó y ya, tras la desaforada discusión cuando, ofendidísimo, el oyente abandonó el lugar y el resto desconcertado, envuelto en silencio estupefacto, optó por pasar al salón del refrigerio.

Corpulento de más o menos metro ochenta de estatura, tez trigueña mediterránea, cabeza proporcional al descomunal cuerpo cubierta de canas encrespadas y rizadas que le dan un aire místico. Ojos negros, pequeños o quizá empequeñecidos por unas enormes gafas torturadoras de su nariz recta y fina. La barba gris le proporciona la edad, ni muy viejo ni muy joven, tal vez de unos 55 o 60 años. Aquejado por una enfermedad degenerativa que al pobre lo tiene en vilo y muchas veces en vela. A causa de ella sus reflejos y su andar se han entorpecido sobremanera. Su vestimenta informal abofetea la sacrosanta estética descripta en sus atrapantes catequesis en las que el universo, palpitante de indómita energía, explosiona arrasando la nada, confinándola más allá de los límites de la razón humana.

Pantalón vaquero, camisa a cuadros (tipo leñador), chaqueta sin mangas beige con muchos bolsillos. Medias y alpargatas, a veces unos náuticos marrones claros.

Su voz grave revive sonidos cavernosos y oscuros de amplia profundidad tenebrosa y, al mismo tiempo, arranca las primicias celestes de lo Alto confortando, con ellas, a las almas sedientas, agostadas, sin esperanzas.

Su mirar escrutador penetra los recónditos estratos del individuo, accede a niveles insondables donde ni la propia conciencia tiene cabida pues, si la tuviera, significaría su destrucción. Subyace allí el mortal veneno que inyectara la antigua serpiente por envidia: La desconfianza de Eva, el egoísmo de Adán, el impulso asesino de Caín, la lujuria homicida de David, la voracidad insaciable de los hijos de Elí y Samuel, el becerro de oro, el abomino de la desolación, el vacío existencial. De este abismo siniestro emergen los monstruos cuyas zarpas desgarran la voluntad, ofuscan la conciencia, engullen al individuo, azotan las sociedades con guerras, sediciones, intolerancias y toda laya de iniquidades.

No es por nada que la Sabiduría hecha carne rubricara: “Lo que sale del hombre lo hace impuro”.  Carlone ve más allá de los simples hechos en base a los cuales los vencedores de siempre, las grandes potencias escriben la historia y prescriben, so pena de proscripción, lo que ha de ser aceptado como bueno o malo. El mundo, para Carlone, no está dividido en buenos y malos, para él el maniqueísmo es una herejía condenada hace mucho tiempo; desde su óptica el mundo es uno solo, a saber: un combate escatológico. Carlone es un tipo que sin asco compartiría un café con el peor de los asesinos y sin complejos gritaría al más santo de ellos (y de hecho lo hizo): “Bendígame Padre, soy su hijo” (A Juan Pablo II en una audiencia privada en 1998) “Ud. es el ocaso de mi orfandad, bendígame Padre…”.


 

II - NEDERLAND, UN PAÍS SINGULAR

LosPaíses Bajos esgrimen, batiéndose a duelo eterno, con las duras olas de un mar gris, salvaje e impetuoso cuyo reclamo ancestral (recuperar el terreno perdido) cincelaron el duro carácter holandés: aguerrido, tenaz, perseverante, organizado, hondamente terco, hábil, rebelde y profundamente humanista; tan, pero tan humanista, que raya lo puramente humano, sin ápice ideológico ni trascendencia. El invierno, en estas latitudes, cierne de tinieblas los húmedos y gélidos pólderes y es reacio concediendo treguas, por lo tanto, no hay paréntesis o breves intervalos de calidez y luz. El viento polar endurece la superficie líquida de lagos, canales y slotens, filtrándose atrevido a través del impermeable y la lana para anidarse en la piel, en los huesos, en la voluntad y el entendimiento. Han dado ya las nueve de la mañana y parecen las cuatro de la madrugada. Mirando por la ventana, afuera, se extiende un lienzo impresionista cuya gris membrana oculta una campiña envuelta en lluvia y hielo. Un ciclista desafía los rudos elementos, ostentando en el rostro ruboroso, deformado por el frío, el orgullo de quien aplaca los lances violentos de un potro salvaje. Vencer los límites de la naturaleza es “tipichs nederlands”.

Carlone es originario  de las Cinque Terre, lugar en el que el mar de Liguria límpida, mansa y azul difiere de la bestia arisca y angustiante domada y delimitada por impresionantes diques y sistemas de drenajes a quien la geografía llama Mar del Norte. Liguria es una de las muchas regiones italianas cuya arrolladora belleza encendieron las chispas del siempre inquieto intelecto humano con la llama divina, empujando a luminarias como Tomas de Aquino tras las evidentes huellas de Dios.

Le hicieron oír una vez un dicho que los habitantes de los pólderes ingieren con la leche materna y la cucharita del puré: “Holanda no fue creada por Dios sino por los holandeses”. Él replicó con lacónica ironía: “Y se ve la diferencia”

Y a decir verdad, sería sumamente injusto y hasta resultaría cruel poner en la balanza, por un lado, la soberbia majestuosidad de montes e inmaculadas cumbres, boscosos senderos montañeses regados por torrentes fragorosos, valles y praderas en flor albergando viñedos y olivares, y por el otro, el monótono y casi siempre oscuro paisaje holandés. No obstante, Nederland tiene un extraño atractivo traducido, en parte, por un mágico encanto escondido en penumbras tras los árboles, las dunas y el encapotado cielo gris.

 


 

III - MI PADRE ME AVISTARÁ DE LEJOS

Mucha gente se ha congregado hoy aquí en Sint Petrus kerk de Haarlem. Por más que hayan instalado potentes reflectores el amplio salón se resiste a ser iluminado apelando a sus marrones muros de ladrillo visto a engullir la luz con avidez. Las sillas han sido puestas en U con respecto a un adornado atril en cuyo llamativo cobertor impera un Cristo Pantocrator bordado exquisitamente a mano, sosteniendo un libro de tapa dorada con la inscripción Bemint uw vijanden, ik kom spoedig (Amad a vuestros enemigos, vengo pronto).

El rostro del Pantocrator es severo y el vengo pronto de su mensaje infunde antes bien miedo que alegría; el deseo de postergar indefinidamente su venida, a tenerla súbito entre nosotros (quizá hasta que estemos mejor preparados). En eso irrumpe el vozarrón de Carlone en el auditorio rompiendo la barrera de temor entre Cristo y nosotros:   “¿Alguna vez se imaginaron su entrada al cielo? Cuando la muerte nos visite y nosotros ya no podamos soportar sus embates y nos rindamos a ella después de haber gastado todas las energías que nos aferran a esta vida?” “Yo me la he imaginado y la tengo siempre presente”.

“Mi Padre me avistará de lejos y se echará a correr, con ternura me llamará por mi nombre Carlitos me dirá, te esperaba y sus brazos me sorprenderán en afectuoso abrazo bañándome con perfumadas lágrimas de alegría. Mi aspecto padre no te repugna –le diré- mira, lacerado estoy de abrojos, de espinos que me han amargado y picaneado al abismo, me han apartado de ti desfigurando en mí tu imagen, manchado estoy de sangre inocente, no merezco que me llames mi hijo. Entonces me dirá: “Vuélvete, ¿lo reconoces?”. Yo me giraré y al verlo exclamaré hincándome: “Señor mío y Dios mío”. “Soy tu hermano” –me dirá- “siempre estuve contigo, he transitado, acompañándote, el escabroso valle del llanto; te sostuve en esos días en que tu, sentado frente a la pared, raqueta de tenis en mano y el diminuto esférico afelpado rebotando una y otra y otra vez contra el muro infranqueable del sinsentido, te consumías en las llamas de la soledad y el abandono”.

“Cuando la siniestra negrura del vacio te acorralaba por todas partes y los vicios y el pecado mimetizados de racionalidad te ofrecían falsas esperanzas, he suscitado para ti una fuerza de salvación mediante la brocha de un pintor cuyas combinaciones cromáticas e ingenio te abrieron el cielo haciéndote sonreír y llorar de alegría. Te acuerdas, hermano mío, el descenso de los siete escalones hasta la fuente bautismal, el agua cubriéndote totalmente y en el abismo de tu ser la gallarda voz que ni el pecado de los pecados pudo jamás acallar: Hijo mío eres tu, hoy te he engendrado.

“Entonces ebrio de emoción y júbilo, como Pedro en el monte Tabor, solicitaste al cielo una gracia. No quiero una santidad pequeña –dijiste- sino una enorme, como la tuya y abrazaste tu cruz con alegría serena en pos del Gólgota. Estuve contigo postrado en tu lecho de dolores, cuando, desesperado, gemías por un instante, uno solo, de alivio. Te di amigos, a ti, que falsamente te jactabas de amar la acuciante soledad, ellos están aquí, te esperan. Te di hijos, haciéndote copartícipe de una misión creadora que no se detiene desde aquel sublime instante en que mi Padre insuflara en la nariz de Adam el hálito vital, y no se detuvo ante la desobediencia de los primeros hombres y la muerte de Abel”.

“Te acuerdas de Giorgio, tu hijo, el médico de Génova que, en sus viajes cotidianos al trabajo, iba al vagón bar por un brandi. La rutina lo indujo a depender enfermizamente de esa bebida y al final se vio esclavo de ella. Tu hablaste, con las palabras de mi siervo Salomón y del resto se encargó el esperma divino, dijiste: que me beses con besos de tu boca mejores son que el vino tus amores tu nombre es ungüento que se vierte con razón te aman la doncellas, bastaron estos sonidos para romper los grillos y abrir las presidiarias puertas de par en par, bastó mi sangre en el Octavo Día para colmar su alma de embriaguez y felicidad”.

“Pero no solo él, otros, muchos otros, hijos tuyos están hoy aquí y muchos llegarán después de estos. Come verás, fecundo te hice cual vid preciada del Carmelo que en el lagar del sufrimiento ha destilado dulzura con fragancias de esperanza, de vida eterna. Te acuerdas de Mario, el huraño empleado bancario; impaciente esperaba en la última fila de la iglesia el final de la inacabable misa de 35 minutos, esperaba esa liberadora bendición, esas liberadoras palabras: Podéis ir en paz a la que gozoso respondería: Es justo y necesario. Miraba una y otra vez su reloj no pudiendo ocultar su prisa irracional. Te pusiste enfrente, ante el atril y ahí se quedó clavado 45 minutos más, embobado, como una criatura ante las atrevidas piruetas de temerarios trapecistas circenses. Y el show de la Buena Noticia continuó en los territorios Transalpinos, porque igual que a mí, mi Padre en su insondable designio, te constituyó espectáculo para el mundo, para la gente”.

“Mira ahora lo que mi pascua ha preparado y reservado para ti” -dicho esto me alcanzará plegado en sus antebrazos un vestido refulgente de cándida blancura- “es tu cuerpo glorioso, tu vestidura nupcial” –me dirá. “En su textura están las heridas del pasado pero estas son trofeos, memoriales de incontables victorias sobre el pecado; estas nunca más te han de atormentar, al contrario, pregonaran por siempre el entrañable amor de mi Padre que no se alegra con la muerte del pecador sino con que este se convierta y viva”.

“Irrumpirá entonces en sinfónica majestuosidad, una melodía barroca que el cielo prestara al maestro Juan Sebastián Bach para la obertura de su obra Pasión según San Mateo, y lo veré a él, al mismo Bach, elevar sus manos con la batuta dirigiendo el coro de los ángeles, de los santos y de los mártires”.

“¿Y la Virgen María?” le preguntan. “Esperen, esperen; lo mejor se deja para el final. Corolario de esta entrada al cielo es precisamente ella. Ella enjugará mis lágrimas diciéndome: bienvenido a casa querido hijo. Tus huellas carmesí han trazado un sendero con aromas de rosas, los espinos te han lastimado y desangrado pero has allanado un camino por el que regresaran los rescatados del Señor, tus hermanos pobres, ciegos y cojos, los alejados…Lejos has estado, has malgastado tu sustancia, tu hacienda, te has alimentado de cosas impuras que jamás saciaron tu alma, pero esa carestía en tierras extranjeras, esa ausencia de Dios, hicieron que emprendas el camino de regreso hasta aquí donde perteneces. ¡Pasa! me dirá abriendo la Puerta Hermosa y la Jerusalén Celeste abrirá sus entrañas y yo me perderé en sus calles, en sus plazas, en sus huertos y jardines, rodaré en las faldas verdosas de sus montes y collados y sus senos abundantes me proporcionarán sosiego y alimento por siempre jamás”.

Han pasado trece años de ese adviento especial con Carlone y siete de su partida al Padre. Los ojos humanos quizá jamás vislumbren las semillas que este gran apóstol depositara en esos fríos y bajos suelos. Pero, como en todo ciclo natural, al invierno sucede siempre la primavera y el fuerte Sol oculto en penumbras, detrás de los árboles, detrás de las dunas y detrás de las nubes ha de asomarse alguna vez, con rayos irreprimibles, derritiendo el hielo superficial del absurdo pragmatismo, haciendo germinar las semillas del Reino que este, al igual que muchos otros Santos, han plantado con el único pago de la frustración, el desinterés y la indiferencia. Pero he aquí la inefable suerte del sembrador: las lágrimas.       


 

GLOSARIO

                         

 

Adonai: Señor. Con este término se designa a Dios. En hebreo no se pronuncia el tetragrama JHVH o su abreviación JJ no obstante las inserciones de las vocales masoréticas, en su lugar se pronuncia o se dice Adonai (Señor).

Beracha: Bendición. En la noche de pascua existen básicamente cuatro cálices, el de la introducción a la fiesta (de la bendición), el cargado antes de las preguntas de los niños (de la libertad), el bebido durante la cena y el de la Gran Bendición. El ordo pascual lo denomina “Tercer Cáliz”. Este cáliz encierra las promesas que sellan la alianza entre Dios e Israel y se presume haya sido el Cáliz que consagrara Jesús (en la memorable cena con sus amigos) como su Sangre, Alianza Nueva y Eterna.

El niño sabio: las preguntas de los niños abren el relato de pascua. El Seder Pascual distingue 4 tipos de niños: el sabio, el malo, el simple y el que no sabe preguntar. El niño sabio se diferencia del malo por participar desde adentro del acontecimiento pascual; él está en Egipto, el malo no; él es un esclavo, el malo no; a él Adonai lo libera en la noche diferente de todas las otras noches, al malo no; y no es que Adonai aborrezca al malo y lo discrimine dejándolo en Egipto, sino que respeta profundamente su libertad y su decisión de autoexcluirse.  

Estancia superior: En el Nuevo Testamento y en la tradición de la Iglesia se designa con este término la habitación que procuraron los discípulos de Jesucristo en Jerusalén para que en él se celebre la última cena, celebración durante la cual Jesús instauró la Santa Eucaristía.

Karpas: macito de hierbas comestibles, generalmente perejil. El mismo se sumerge en un recipiente con salmuera que, según el ordo de pascua, recuerda las lágrimas vertidas por los israelitas en Egipto.

Marror: tubérculo muy acerbo cuya ingestión provoca incontenible lagrimeo. Según el ordo pascual, es elemento indispensable en la mesa de pascua. Recuerda y actualiza la amargura de la esclavitud, la amargura de Egipto.

Mizraim: Egipto en hebreo. Su etimología posee una especial connotación en el marco ritual de la pascua pues significa “País de las Lágrimas”. Lugar del que Dios nos ha de libertar.

Muro Occidental: conocido también como el Muro de los Lamentos. Vestigio de la imponente muralla que, en época de Jesús y el periodo anterior a la destrucción del Templo, encerraba y protegía todo el perímetro del Santuario principal de Israel.   

Ruaj: Viento en hebreo. Hay riquísimas y extensas literaturas fundadas en muchos pasajes bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y en la tradición de la Iglesia que tratan este elemento. Desde el viento divino insuflado en las narices de Adán hasta el ventarrón gallardo en el cenáculo el día de Pentecostés, el viento ha sido siempre signo de teofanía.

Seder: Seder shel Pesaj. Es el ordo o manual que paso a paso va pautando el desarrollo de la liturgia pascual explicando los elementos que la componen.

Shadday: un apelativo de Dios: El Omnipotente.

Shekiná: Palabra Hebrea que alude la Gloria de Dios, su Esplendor.   

Sheol: mundo de sombras en el que bajan los muertos para unirse con sus padres.

Shofar: es el cuerno cuyo sonido, en Israel, anuncia el inicio del Sábado y de las Solemnidades Litúrgicas. El shofar es tocado al tramonto del sol.   

Torá: Son los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentate uco) en los que están contenidos el corazón de la Ley y la Alianza establecida entre Dios e Israel desde siempre y para siempre.

Verba volant scripta manent: proverbio latino cuya traducción explica su sentido: las palabras vuelan lo escrito permanece.

 

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Registro en el Portalguarani: Marzo 2013

                       

  



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