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ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

  DOMINGO MARTINEZ DE IRALA - Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO


DOMINGO MARTINEZ DE IRALA - Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

DOMINGO MARTINEZ DE IRALA

(Villa de Vergara, España 1509 – Asunción, Paraguay 1555)

PERFIL DE UN CONQUISTADOR

Por ANDRÉS ROLÓN CARDOZO

 

Si ser maquiavélico entraña la anulación parcial o total de principios morales cuando se trata de perseguir y alcanzar objetivos considerados trascendentales, pues, ante la figura de Domingo Martínez de Irala  podríamos encontrarnos con un ejemplar sobresaliente del género. Sin embargo, habrá que tener siempre en cuenta la suma de todos los elementos circunstanciales cuales agentes inductores de tal o cual conducta, acción u omisión, en el momento de juzgar a este personaje histórico considerado pieza clave en la génesis de la sociedad paraguaya.

No todo hombre posee el tino inteligente de leer entre líneas el incierto norte de los acontecimientos, ni el coraje frío y calculador de actuar en consecuencia. En este sentido, Martínez de Irala fue la excepción. Situado en un momento delicado de la conquista del Plata, supo administrar con astucia el menguado aparejo expedicionario, resto de lo que encabezara Pedro de Mendoza en 1535 constituido para el efecto Primer Adelantado, con todas las prerrogativas que a dicho título se ajustaban.

En el imaginario de estos aventureros embarcados en aproximadamente 14 carabelas en el año 1535, en el puerto español de Sanlúcar, la ansiada “Sierra de las Minas” y el legendario “Dorado” (Paititi), no distaban mucho de lo que los rumores -vigorizados por las exploraciones de Alejo García y Sebastián Caboto- marcaran como “La Frontera”, es decir, el lugar y las proximidades de donde hoy se alza la capital de nuestra República, Asunción.

 Y es así que, tan pronto fue posible, tras la primera fundación de Buenos Aires, se aprestó una expedición al mando del Capitán Juan de Ayolas con la misión de definir y asegurar el derrotero a las “Sierras Argentinas”. Entre los hombres que secundaban a Ayolas en dicha misión, descollaba el joven capitán Irala. Los españoles de esta vanguardia expedicionaria no tardaron en notar la inmensidad de aquel inhóspito paraje, infestado de feroces tribus indígenas y de foresta hostil. El inmenso río serpenteaba caudaloso hacia abajo haciendo fatigosas las jornadas de los navegantes, exhaustos y poco aprovisionados y su fuerza de arrastre, aparentemente benigna, desgastaba a los hombres arrancando de sus ánimos la esperanza del pronto hallazgo de la ruta a los Dominios del Rey Blanco.

Después de haber probado con estragos la sorprendente habilidad de los “agaces” en el uso de canoas cuales armas letales en incursiones de rapiña y pillaje, llegaron a los dominios de los guaraníes situados en la margen izquierda del río. Tapuá -uno de los doce puertos indígenas guaraníes de entonces, ubicado a cuatro leguas al norte del territorio de Caracará, lugar donde se erguiría, poco después, el Fuerte Nuestra Señora Santa María de la Asunción –fue, con probabilidad,  el punto de encuentro y foco del primer mestizaje hispano-guaraní.

Corría el año 1537 y para Ayolas y los suyos fue providencial haber entablado amistad con el cacique Moquiracé en Tapuá por varias razones entre las que sobresalía, ante todo, el bienestar económico guaraní a diferencia de las parcialidades indígenas encontradas por el camino: hostiles, movedizas y extremadamente pobres. Las despensas siempre bien nutridas de los guaraníes y sus puertos que desfilaban río arriba (hacia el norte) hasta más de 80 leguas, constituían por un lado, la logística perfecta capaz de sostener cualquier tipo de expedición y por el otro, plataformas seguras de apoyo, reparo y abastecimiento.

Los Fuertes Corpus Cristi y nuestra Señora Santa María del Buen Aire estaban muy alejados y estos podían, a duras penas, proveer al propio abastecimiento, siendo constantemente acosados por los indígenas de aquellas zonas. Contar con ellos como puntos de apoyo resultaba, desde todo punto de vista, inadmisible, ya por la distancia, así como también por la penosa precariedad que a la sazón, atravesaban esos asientos. Por otra parte, el cacique Moquiracé estaba, sin dudas, al tanto de la potencia militar desplegada recientemente por estos extraños cuando forzaron la entrada de los agaces  y veía en ellos a un poderoso aliado al que había que ganar por vías diplomáticas y qué mejor recurso, a tal propósito, que “mezclar las sangres”.

Era esta una práctica usual de un grupo humano cuyos parámetros culturales consentían una suerte de poligamia según la cual la consorte era entregada al esposo (aliado) con una larga dotación de siervas a quienes se reservaba las tareas domésticas y el trabajo en la chacra, espina dorsal de la robusta y opulenta economía guaraní. Estas siervas, además, no tenían impedimento moral alguno que les reprimiera el convertirse en concubinas de su señor. Fue así que los capitanes de esta primera expedición contrajeron nupcias con las indias principales de Tapuá y entre estos, también, Domingo Martínez de Irala. Esta alianza permitió que Ayolas y los suyos remontaran el inmenso río, bien aprovisionados y con refuerzos nativos, hasta su extremo más septentrional erigiendo un asiento en la margen derecha (Nuestra Señora de la Candelaria) en pleno territorio payaguá desde donde se practicaría una primera entrada hacia el preciado metal.

A partir de aquí se genera una serie de eventos que pondrán en relieve la figura del personaje objeto de este artículo. Irala queda en Candelaria a cargo de los bergantines y bagajes, y Ayolas, con un grupo de expedicionarios y aliados payaguá, se interna en parajes conocidos sólo por los baqueanos nativos tras las tierras de inmensas riquezas.

Por razones logísticas Irala regresa a Tapuá a calafatear las naves y aprovisionarse y estando aquí se entera por Juan de Salazar del regreso a España del jefe supremo de la conquista, Don Pedro de Mendoza, a causa de una enfermedad que lo llevará a la muerte de camino a la madre patria. Salazar e Irala intentan una entrada en busca de Ayolas pero la misma fracasa. La jerarquía, de hecho, señalaba a Ayolas como sucesor del adelantado, pero este no daba noticas de su persona ni de la expedición a su cargo, razón por la que Irala despacha a Salazar río abajo permaneciendo él en aquel asiento (Candelaria) en espera de Ayolas. Salazar por su parte, una vez llegado al territorio de los carios, funda el fuerte Nuestra Señora Santa María de la Asunción según promesa hecha al cacique Caracará.

Entre tanto, el capitán Ruiz Galán, llegado al asiento de la Asunción proveniente de Buenos Aires y Corpus Cristi, se auto-inviste con el cargo de teniente de gobernador en ausencia de Mendoza y Ayolas. Pero un escollo hizo que sus aspiraciones zozobraran: Irala y su situación en la cadena de mandos; situación que lo habilitaba a reclamar el título que Ruiz Galán pretendía. Cuentan las crónicas que cuando Irala reapareció en Tapuá proveniente de Candelaria (naturalmente sin Ayolas) los conquistadores se dividieron en dos bandos, unos a favor de Ruiz Galán y otros a favor de Irala y que estuvieron a punto de cruzar armas a causa de la puesta en prisión de Irala ordenada por Galán.

No se llegó a tanto gracias al astuto espíritu conciliador de Irala que haciendo pié en la delicada situación por la que atravesaban, lejos de España y por consiguiente lejos de toda ayuda inmediata, en medio de tribus hostiles y unos aliados quisquillosos que los superaban ampliamente en número y de cuya economía dependían para subsistir, aquietó el encrespado mar de malquerencias y logró convencer que los esfuerzos, más allá de las enconadas controversias, se concentraran en una sola voluntad común: el derrotero a las “Sierras Argentinas”. A través de consultas, hasta si se quiere democráticas, los capitanes y principales referentes de la conquista ungen a Irala como teniente de gobernador, cargo que se le confirma con la intervención del Oficial Real Veedor Alonso Cabrera en el año 1539.

Irala es consciente de la fragilidad del menguado contingente expedicionario corroído por sentimientos de rivalidad, es consciente, asimismo, de la superioridad económica y militar de los guaraníes a quienes había que contentar, en todo momento, con incursiones bélicas contra sus enemigos de la banda occidental en desmedro del ya escaso parque militar. A los primeros mantiene ocupados proyectando nuevas entradas, distrayéndolos de sus aversiones y a los segundos, tolerando sus pautas socio-culturales que en muchos pasajes diferían ampliamente de los principios morales cristianos hondamente enraizados en este súbdito del Rey Católico; tanta fue su tolerancia (en pos del objetivo supremo) al punto de consentir los desmanes guaraníes contra sus enemigos, signados por el exterminio y la antropofagia.

Esta lúcida consciencia de entender el estado de cosas trascendiendo todo límite moral y cultural circunscripto a tal o cual cosmovisión sea esta hispana, sea esta guaraní, sea esta guaicurú, agas o payaguá, sin perder sus raíces y su fe, ubicaba al singular conquistador vizcaíno en un sitial preponderante en relación a sus compañeros y lo llevaba a poseer un conocimiento profundo de la psicología que caracterizaba a esos conglomerados humanos puestos en aquel escenario histórico y geográfico con roles que el fortuito e impredecible desarrollo de los acontecimientos hacía desempeñar.

Irala sabe que de entre todas las generaciones indígenas de esos territorios los guaraníes son los únicos capaces de brindar amparo seguro y reparo vigoroso a las fuerzas expedicionarias de la conquista, gracias al bienestar económico que los caracterizaba y que se traducía, fundamentalmente, en una vasta y abundante gama de bastimentos, secundada de una actividad relativamente industriosa. Sabe que para alcanzar su objetivo (las Sierras Argentinas) es menester concentrar todas las fuerzas de la expedición en un punto seguro (Asunción) y proyecta, contra viento y marea, el abandono de Buenos Aires. Percibe, además, la superioridad intelectual de los guaraníes con respecto al resto de los pueblos indígenas y la usa cual base de una alianza relativamente más estable. Sabe que el sometimiento indígena no advendrá por las armas (escasas y maltrechas), sino por un sometimiento mutuo forjado en la sangre razón por la que fomenta el mestizaje, regido por las pautas culturales indígenas.

A finales de 1539 y principios de 1540 se practica una entrada hacia el noroeste, pero esta fracasa a causa de la inclemencia del tiempo. La lluvia caída inunda los parajes no dejando lugar enjuto donde descansar y reponer fuerzas. Irala decide regresar a Asunción. El balance positivo de esta expedición es la confirmación de la noticia que tenían de Ayolas, noticia por cierto nefasta, pues este (Ayolas) había sucumbido con todos sus hombres en manos de sus aliados payaguá.

Una nueva entrada se proyecta para los primeros meses de 1542, el Fuerte Nuestra Señora Santa María del Buen Aire ha sido abandonado y toda la fuerza expedicionaria está concentrada en la Asunción. La colaboración indígena es pródiga en materiales y hombres, los capitanes -esperanzados de un éxito casi seguro- reprimen todo espíritu de animadversión colaborando con Irala, quien se muestra como un compañero más, apelando poco a las prerrogativas inherentes a un teniente de gobernador. Pero un imprevisto trunca la puesta en marcha de la empresa, a saber, la aparición en escena del segundo adelantado, Don Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

Este impuso, según sus detractores, un duro régimen estamental piramidal, encumbrándose él en la cúspide del mismo desde donde cometía toda laya de actos despóticos; humillando, maltratando, vejando y marginando a no pocos capitanes y soldados veteranos de la conquista, acostumbrados ya al trato de Irala; trato caracterizado por la camaradería y el consenso.

El antagonismo entre Cabeza de Vaca y sus subordinados fue creciendo en proporción a los errores y abusos cometidos por este a raíz de su política arbitraria y absolutista que denotaba su profundo desconocimiento del estado de cosas en estas latitudes, afianzándose, en contrapartida, la figura del vizcaíno cual referente de cordura, tino y tabla salvadora de la conquista. No por casualidad el segundo adelantado lo había hecho alguacil de campo y justicia, viendo seguramente en él el nexo entre los españoles y sus benefactores nativos. La ignominiosa muerte del popular caudillo guaraní Aracaré cuya ejecución fue ordenada por Cabeza de Vaca y ejecutada, sin vacilación, por uno de los íntimos de dicho cacique, es decir Irala, desembocó después en el primer levantamiento guaraní contra los españoles.

La interrogante, sin embargo, se posa sobre el actuar casi mecánico de Irala en el cumplimiento de la condena a muerte del indígena amigo suyo. ¿Por qué lo hizo? ¿Tal vez para resaltar aun más la incompetencia del adelantado en el manejo del gobierno expresada en acciones inicuas cuyas consecuencias nunca fueron previstas ni sopesadas, quizá para evidenciar que una política como aquella alejaba a los conquistadores del objetivo supremo, acarreando sobre ellos la antipatía de sus más valiosos aliados forzando, a expensas de su amigo, una situación que dos años después se traduciría en la deposición de Alvar Núñez y su deportación a España? Todo es posible en el siglo donde el autor de “El Príncipe” sugiere enaltecer el fin perseguido por encima de todo límite moral y afectivo.

Encontrar las sierras argentinas o el reino de Paititi eran los centros gravitatorios de su actuar. El norte, noroeste fueron su obsesión, pero esta obsesión nunca ofuscó su apertura natural al consenso, inclusive cuando desde España se le confirmaba la tenencia de gobernador del Plata; es más, se mostró dócil en los momentos en que el consenso general –inducido por clérigos, capitanes y oficiales reales como el Factor Dorantes- llevaba los esfuerzos y el aparato de la conquista, muy a pesar suyo, a las zonas meridionales de esos inhóspitos e inmensos territorios.

No se cansa de perseguir sus sueños no obstante las luchas intestinas del cuerpo expedicionario o los interminables levantamientos indígenas que tuvo que sofocar y apaciguar o la frustrante noticia de que el Alto Perú -su quimérica Sierras Argentinas, tierra de los caracaraes- ya había sido ocupado por otros conquistadores. No mengua su espíritu luchador a pesar de la famosa “Mala Entrada” tras las riquezas de Paitití (el Dorado) y proyectando nuevas empresas expedicionarias con una Asunción convertida en amparo y reparo de la conquista y, a la sazón, madre de varias ciudades, la muerte lo invita a descansar de sus penurias no sin antes permitirle plasmar en su testamento el reconocimiento legítimo y legal de su descendencia indígena, descendencia que dará a la América del Sur no pocos hijos ilustres.

 

Bibliografía

MORENO F.R., “La ciudad de la Asunción”, 3ra ed. Gráfica Comuneros, 1985.

BIBLIOTECA VIRTUAL UNIVERSAL, “Ulrich Schmidel, Viaje al Rio de la Plata”, 2003.

NIETO A., “Domingo Martínez de Irala”, ed. Don Bosco, Asunción – Paraguay.

SCHMIDEL U., “Vera historia y relatos de la conquista del Río de la Plata y Paraguay”, Biblioteca Universal Virtual, 2003.

RIVAROLA PAOLI J.B., “La colonización del Paraguay 1537-1680”, ed. El Lector, Asunción – Paraguay.

 

Fuente: Documento facilitado por el Autor

Registro en el Portalguarani.com: Marzo 2013

 

 

 

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