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DAMIÁN CABRERA
  XIRÚ, 2012 - Novela de DAMIÁN CABRERA


XIRÚ, 2012 - Novela de DAMIÁN CABRERA

XIRÚ

Novela de DAMIÁN CABRERA.

Ediciones de la Ura ;

Premio Novela “ROQUE GAONA” del 2012.

 

© Cabrera, Damián

Xiru - 1a ed.

Asunción: Ediciones de la Ura, 2012.

108 pgs. -13 x 19,5 cm - Colección Paragua'u

ISBN 978-99953-837-4-9

Editores: Fredi Casco/ Lia Colombino

Diseño de Cubierta y Diagramación: Ana Ayala

Corrección de Texto: Derlis Esquivel

Impreso en MARBEN Editora & Gráfica S.A.

Asunción, Paraguay

 

 

 

 

                1

 

            En eso de que soy un mentiroso hay mucho de chisme. Estiro el dedo índice y escarbo con apuro; araño corazas que mugen espantadas y trepidan ante la cosquilla del índice; y me voy yendo conmigo mismo de mí. Esas imposibilidades que fuerza mi tedio..., esas literaturas; tan vicio de astronauta, lo sé, pero viajo, me mezo en esa hamaca de hilvanes tenues, esa bocanada de humo que se desvanece cuando mamá me llama para tomar teté. "Ya me voy ya". Pero esperá que ahora estoy sentado en la tierra roja y aprieto fuerte los ojos contra mis rodillas. No tardan en aparecer las luciérnagas, no tardan en imprimirse y estallar en el culo de otra luciérnaga sideral; y me aprieto los ojos hasta ver estrellitas. Y las estrellas producen un débil tintineo al chocar unas con otras, un tintineo agudo, como el de las cajitas de música; la cajita de música rota todavía chilla en mi mano, se le habrá perdido a alguien y yo la rescaté del fuego en el basurero lleno de vidrios rotos de todos los colores que también tintineaban cuando uno los pisaba; la cajita se me perdió en aquella casa de machimbres viejos. No sé por qué me pegaron, no sé por qué lloro si no me duele. De pronto las formas que la humedad dibuja en la pared se desfiguran, figuran algo; me detengo sobre ellas y miro inmóvil: Una mosca. Estoy sentado en la letrina y esa mosca ha brotado allá y no se mueve. "¿Ya hiciste tu tarea? Mirá que la profesora me dijo que vos andás muy desatento en la clase, señorito. Cuidadito con aplazarte. Mirá que tu papá te va a corregir si andás fayuteando".

            Seguramente. Pero ahora es domingo, es domingo de tarde y mañana es lunes.

            Cerrar los ojos para entrever cualquier otra cosa y saborearla con delicia; meter el dedo en el agujerito y escarbar con la uña; desgarrar las orillas para que el aluvión se desborde y nos refresque la cara, nos limpie de tanta polvareda reunida y cristalizada en nuestras caras, aunque sea en ese viaje; porque de la lluvia, chamigo, nadita de nada. Por ejemplo, mientras César está aquí a mi lado me pregunto si..., y basta con eso para vivir del otro lado por un instante. Al volver, qué sé yo, alegrías, esperanzas, pero por lo general despecho, desasosiego, pichaduras.

 

 

 

 

            2

 

            El sol lame los lomos de los cuatro, y las calles áridas, con sus polvos como ceniza encendida, queman los pies. La neblina imperceptible borronea un poco las formas -último resquicio de vapor exprimido de la tierra-. Sólo buscar dónde aplacar las escaldaduras que dejan las lenguas del sol en las espaldas; limpiarse de su encendida y violenta saliva, tan parecida a sudor adolescente.

            - Pehechápa amoite pindo-máta ikarapã léntova -pregunta César.

            - Mba'e oreko.

            - Upépe ndaje oñeñoty raka'e aipo Luisõ re'õngue mba'émbo.

            - E...

            - Legalete ha'e peẽme.

            - El finado Ceferino-ngo Luisõ raka'e ndaje...- agrega Nelson.

            - Hẽe. Ha amoite depósito ykére oĩva-ngo Antonio nichorã oñemopu'ãva'ekue. Ótro dia porogueraháta.

            - ¡Mbóre!

            - ¡Mbóre!

            - ¡Mba!

            Sólo yo calzo zapatos, pero el polvo parece filtrarse por los poros del cuero y me pica más que a cualquiera; me quejo. Aun antes de los yuyales mi piel es blanco de los bichos: carne nueva que las alimañas y el sol dejan al rojo vivo.

            El arroyo está más allá del humedal; más allá del monte, de los pastizales.

            Cruzar la aguada, puro lodo, vegetales y animales desintegrados. Yo, que salí de casa escondido, me quito los zapatos y los llevo en las manos; meterse hasta la cintura en esa cuna de materias burbujeantes. Agarrarse de los pastos que emergen del lodazal; los mosquitos y los ñetĩ se encariñan con los cabellos, que empiezan a oler a tostado, y los pies encuentran alivio en esa travesía.

            Tambalear a lo largo de un tronco hasta pisar tierra firme, y, saciar la sed en el chorro de agua que corre por entre las raíces de un guajayvi; reanudar la marcha. Los pastos son más altos que nosotros; uso los zapatos como guantes para protegerme de su filo; los alejo de mi cara pero acaban dándome latigazos en la espalda desnuda. Los ka'i nos arrojan sus orines y excrementos; abajo, los mitã’i que nos reímos enfurecidos. ¡Nderasóre!

            César, desnudo, y Gabriel. Todos desnudos, los cuatro; lanzarse al agua. Después de una larga zambullida, sentarse a la orilla del arroyo, bajo la sombra de ese arbusto que forma una especie de cueva. La siesta es larga. El yryvu planea.

 

 

entre, como si fuera en un auto, y acelere

su novela está toda hecha de tierra roja         rodhic kandiudox

un terraplén                                                    arcillosa

una camioneta viene en dirección suya         de origen basáltico

el polvo

se adhiere a los dientes

si se moja gotea rojo/ sangra

se mete por todas partes, todos los agujeros

mancha

abra los ojos; y la boca

no cierre la ventanilla

 

 

            - Pehendu piko aipóva.

            - Sí, escuchamos.

            - ¡Una vaca!

            - ¡Parece más un póra!

            - ¡Jaha jahecha!

            Correr con la impresión de lo apocalíptico; vadear las fosas azuzados por el siseo de las cigarras, absortos por ese mugido despavorido que parece provenir de ultratumba.

            Apenas llegamos a este claro, el animal se echa al suelo. César está con los ojos huecos; todos nuestros ojos grandemente huecos. La vaca resuella pataleando, sin ojos, sin lengua, extenuada, escupiendo una sangre oscura y pestilente que ahoga sus últimos bufidos; las garrapatas se sueltan de su enero espantadísimas y huyen como pueden. César -quién más si no- toma un garrote y espeta al animal en el vientre. Mirar alrededor buscando, por las dudas.

            - ¡Chupacabra!

            - ¡Un póra!

            - ¡El Malavisión está enojado!

            - ¡Jaha ko'águi, nde!

            Salimos volando hacia el monte. Apaciguar la siesta con el color anaranjado de las mandarinas, embadurnarla.

            - Mi papá dice que ese que le quita su lengua a la vaca es mbopi nomás- digo, temblando.

            - Mba'e mbopi katu piko. Upéango pehecháta hína. Oanunsia hína algun desgrásia.

            Estamos lejos de las últimas casas de la villa.

            - ¡Pehendúpa! Oĩ la ñandeseguíva ápe.

 

 

 

los tacones dejan huellas donde ningún tacón ha pisado

se arrastran los pies -o las botas-, adrede, ^con saòa?, y se borran huellas dejando otra huella (surcos) otra huella -de tractor- otra huella

 

 

            Nelson se queda parado contemplando el paisaje; detrás de él Gabriel, detrás de éste yo; y César se sube a una rama para verlo todo mejor. La novedad despierta cierta curiosidad, cierta confundida alegría; sin embargo, está la impresión de que algo se desmorona. Ahora todo está hecho una alfombra de brotes de soja que se estira hasta donde alcanza la vista; brotes que crecen vertiginosamente, se secan y dejan relucir al sol sus vainas.

            - Mba'éiko ñandéve, ajépa.

            - Legal...

            - Jaha ko'águi, nde.

            De regreso al arroyo, una última zambullida antes de volver a casa. Estoy sumergido, contemplando las piernas inmóviles de mis compañeros. César hace burbujitas en el agua, imitando un motor o algo por el estilo. Sus voces me llegan ralentizadas: Una música distante me deleita.

 

            Yo no sé silbar, pero ellos saben hacerlo con maestría; a veces alguien empieza la melodía, con silbo de taguato, y los remedos se suceden en una fuga envolvente que yo remato con algún piropo al taguato, por decir alguna cosa nomás, pero me pegan un akãpeté, por desubicado. Ora pitogue, ora ynambu-tataupa, pero nunca pollito. Jamás.

            Una avioneta sobrevuela los cultivos rociándolos. Ese verde homogéneo... Y, de pronto, un disparo. Hay que correr: Ese hombre rubio nos mira con desdén desde la otra orilla; le tenemos ese miedo que parece tenernos, confundido con odio.

            Desnudos como estamos, sabemos que las cuchillas podrían rebanarnos: Pero de los pastos, nada: un centenar de metros de patrones rectilíneos arados en la tierra.

            Me calzo los zapatos y, mientras trato de atarme los cordones, un disparo me hace correr tan rápido que gano a mis compañeros en la carrera hasta el humedal.

            Cruzamos dando zancadas y, en lo que parece tierra firme, hundo el pie y afuera no queda más que mi mano crispada; César trata de arrancarme -como si se tratara de una raíz de mandioca-, pero el pícaro monstruo me chupa el zapato, quiere tragárselo: Y se lo traga. Salgo corriendo con un pie desnudo hacia la arribada.

            Sentarse al borde de la calle polvorienta. Pensar a carcajadas, reírse atropelladamente. Tengo miedo de regresar a casa.

 

            (Siente que algo le acalambra el estómago. A la pucha, y no sabe qué. Se retuerce, y la boca se le llena de espuma. La fiebre le arranca sangre de los ojos; mientras, los otros monos saltan disparados lanzando gritos de horror. El ka'i yace muerto. Un nubarrón negro vuela sobre él. Lluvia. Una lluvia de golondrinas muertas se derrama sobre él: su tierra de cementerio).

 

 

            3

 

            El sol y los danzantes. Maria Gonçalves agité la criba. Que el aroma del café se eleve como humo de sahumerio, se meta por tu chata nariz y te dé nuevos bríos para seguir zarandeándolo. Aquél entona la canción y éstas la corean con su la laiá laiá laiá. Los demonios reposan, Maria, acaso narcotizados por el sol, por la canción.

            Ya viene la camioneta, todos a la carrocería. Vos a tu rancho, Valdir al boliche. Qué cerca que está la noche, María, ¿la ves?

            María Gonçalves, arropá a tus dos críos. Duermen ya en el fino colchón de espuma, única cama sobre el piso de tierra, en tu casa de tablas de una sola habitación en la campiña mineira. La noche es el mismo abrazo tórrido para todos esta noche. Encendé el cigarrillo en las ascuas humeantes del brasero de llanta vieja; cómo se consumen las ramas verdes que le quedaban al laurel; crepitan junto con diarios viejos de mercado y bolsitas de hule, chis-chis; inundan el ambiente con un calor acedo que irrita ojos y gargantas. Quítate la tricotita gaucha; demasiado abrigo para esta noche inusualmente calurosa de invierno; ahí tenés la remera vieja; secate el sudor que mana de tus poros, que se te va a helar la espina cuando el frío se anime a echar un respiro. Qué agradable que está el fuego, ¿verdad? ¿Te ofusca la confusión térmica? Acercate pues. Sentate a esperar a que vuelva tu hombre del boliche, para que después de hacerte el amor puedas recostarte aquietada a esperar el sueño.

            ("Olha, tia, cachorrinho").

            Seguro que no tarda en llegar, sucio de tierra y cayéndose de borracho, con su chaqueta de pana negra. Qué virtud para abrazar los olores tiene el rapái -acaso sos vos la del don de inventarlos-: olores de hombre, de chacra, de humo, de cachaza, de otras mujeres; conocés cada uno de esos olores, ¿verdad? Se te meten por la nariz hasta dónde, y debemos suponer que te duelen.

            ("María!". La niña no escucha. "Sai daí, menina!").

            Apagá el cigarrillo, María. Levantate y cedele el cajón de tomates para que se siente. Trae una botellita de cachaza en una mano, y un trozo de carne envuelto en papel diario en la otra. Encendele el cigarrillo.

            ¿Temblás? Está parado ahí junto a vos, fumando con parsimonia. Qué tosco que es, de gestos, de expresiones; pero te gusta su piel morena, su corpulencia, ese halo de virilidad que lo envuelve, que lo torna desgarradoramente atractivo para vos, porque le temés, porque te deleitas en ese temor. Por eso todavía le sonreís y le coqueteas, como lo hacías cuando aún eras llena de gracia.

            ("Não morde eu, cachorrinho. Cachorrinho bonito").

            Cuando tu mamá encargó tu cuidado a tus tíos hacendados, la familia de Valdir llevaba tres generaciones trabajando en el cafetal. Vos no lo sabes, pero apenas él te vio decidió que le pertenecías. Qué placer mirar las piernas morenas llenas de carne debajo de tu alborotada pollera adolescente. Había sido que desde entonces ya te trataba con desdén, y su cortejo se limitaba a alguna obscenidad al oído, sólo de paso.

            Aquella tarde, todos, menos vos, se fueron a la feria. ¿Te arrastró o no hasta detrás de las porquerizas?

            Y desde entonces, después del correspondiente desarraigo, permaneces en el encierro de esta sombría choza, en la que había vivido la gente de Valdir a lo largo de tantas existencias. Maria la sumisa. Maria la obediente.

            - Vou buscar agua para tomar banho -balbuceó apenas Valdir, y le tiró el paquete. -Prepare esta carne para mim, mulher.

            - Não vai dar pra assar nada com esse fogo de merda.

            ("Não toca nele, menina! ", la niña alargó la mano. "Ele é louco! O cachorro louco vai te morder! ").

            Te mira en silencio. Se le adivina la ira en los ojos oblicuos. Ya se escuchan los ladridos. ¿Qué va a hacer? Sí, en silencio. Tira el cigarrillo al suelo, después de darle un último chupo, y apaga la colilla con la suela del botín. Con un gesto te aparta de su camino, y de un viejo ropero, haciendo un estrépito ofensivo, saca una botellita de alcohol y la coloca sobre el tablón, la destapa y enciende una hoja de diario.

            - Vai assar aquí - le dijo.

            Te quitó el paquete, lo desenvolvió, ¿verdad?, y con un cuchillo clavó la carne. Lo veo arrastrándote, Maria, hasta el tablón, poniéndote el cuchillo en la mano, ¡oh devota! No sé qué sentir. Poné la carne sobre la botella. Cuidado con el fuego. Encendé la llama azul del etil para que la sangre que se deje gotear de la carne chisporrotee.

            Cómo brillan las salpicaduras, apenas Valdir sale hacia el arroyo, balde en mano. ¿Imitan tus niños a cerdos despavoridos? Cómo te inflamas, mujer, Y Valdir es una sombra inmóvil sobre el agua.

 

 

el demonio es una dinamita

la flama verde-azul tallará la piedra

en el río algo se evapora, pero la condensación es segura

el demonio es un perro loco reconstruyendo la lesión

se corre hacia el matorral sin sospechar el acantilado allende

es un (a)salto

 

 

            Cuando Valdir vuelve del arroyo con el agua para su baño y te encuentra, Maria, contorsionándote en el suelo, con medio cuerpo aún en llamas; con esa expresión de mal sueño, de bostezo de no acabar, ordena a los niños que se vayan a acostar; te apaga el fuego de flamas verde-azules con el agua helada del arroyo. Incorporate, vestite pues.

            - Se vista, mulher, vou levá-la ao médico.

            Tu ropa al cuerpo, fundida a tu piel. ¿Y la piel de Valdir? ¿Tiembla acaso? ¿Y su cara?: media expresión de compasión sin huella de culpa. Ahí tenés la remera vieja con la que te secaste el sudor...

            Azuzalos, María. Llorálos. Despertá a los fantasmas que te han perseguido desde que tenías cinco años, cuando un perro loco te mordió en la cabeza, y que las gracias de Pumbagira sosegaron. He de sospechar que te arde el alcohol por debajo de la piel y me perturba verte temblar como una energúmena.

            - Mas eu não vou levar a minha mulher pro médico sem calcinha- dijo Valdir, después de inspeccionarla.

            ¿Escuchás acaso lo que te dice? Si apenas te movés, si la remera se adhirió a tus heridas y convulsionás cada vez que se despega... Más fuerte te va a hablar el rebencazo, y te va a limpiar la sangre y la piel de media pierna esta bombacha que como un filoso alambre te va a cortar las caderas.

            A la carrocería por los terraplenes. La suma del polvo y la oscuridad te hace una máscara con dos húmedos surcos en la cara.

            - Mas, o que é que fizeram com a senhora, meu Deus- dijo el doctor.

            Valdir está gastando los cruzeiros para tus medicinas en la cachaza caliente de un boliche del pueblo. Cuando haya gastado todo el dinero, se subirá a la camioneta y arrastrará tierra camina a tu casa. Cuando llegue, regará con sus orines el esmirriado laurel. Y el foco de la casa, que siempre está encendido, le mostrará solo en la habitación: los niños habrán desaparecido.

            Dormís, ¿verdad?, en la placidez de este cuartito blanco. Aun acostada te sentís levantada. Ahora estás caminando por los pasillos, cuyas lumbres y olores te confunden a tal punto que te arrancás gritos. No sabés dónde estás. Salís a la calle Y el aire matinal del pueblo te turba. Han desaparecido los dolores de las quemaduras, reemplazados por el recuerdo del dolor de la mordida del perro loco, que te dejara loca, incendiando tu conciencia con los demonios.

            Com oito anos, um cachorro mordeu na minha cabeça. Daí pra cá, eu perdí a parte da minha memoria. Aí, se eu estivesse, em comparação, esse lado aí, parece que yo tava acá. E então yo perdía. Si eu estivesse num lugar yo perdia. Daí foi. Depois foi passando, yo ia, mi hermana me retava por isso. Foi. Depois yo me casei, daí mi marido também riu muito de mim, porque no sabia que eu tinha esse probrema. Yo cheguei em Nova Prata, aí não sabia onde estava; aí yo disse "Onde nos estamos?", e ele riu, disse "Ay!" pensou que yo era uma pessoa que não sabia nada. Aí eu chorei muito, chorei muito aí aquela hora porque me deu vergonha. Aí cheguei em casa e meu pai disse pra ele "Vo no sabia do probrema dela?". Ele falou "Não, ela nunca me contou". E aí o meu pai disse: "Ela perde a memoria e não sabe onde está".

 

            Maria, te arrastran los demonios. Te levantan los vapores escupidos por el suelo. Maria, te envuelven en una tormenta de polvo que te empuja, te encierra en su abrazo y te sacude en una destartalada carrocería. Al sur. Mombyry.

 

 

maría estava aqui...

maría que está lá.

maría não se encontra,

não sabe onde está.

lalaia laia laia...



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