El gran amor de Emiliano R. Fernández fue María Belén Lugo, «Belencita». Ni Catalina Gadea, ni Fernanda Aguilera; ni Dominga Lugo, ni Marciana de la Vega -a las que dedica versos encendidos-, ocuparon con tanta fuerza el corazón del poeta andariego como la ysateña.
El primer encuentro se había dado -alrededor de 1930- por casualidad en un ñembo'e paha de Yvyraró, compañía cercana a la ciudad de Itá. A María Belén le había encantado la voz y el tono ceremonioso del que dirigía el rezo del rosario. El azar quiso que, al terminar la oración, se encontraran los que durante unos diez años vivirían un amor de encuentros y desencuentros. Ese fue el capítulo inicial de un romance al que a ratos soplarían vientos favorables de ternura y tormentas violentas de separación y desprecio.
Los años de noviazgo fueron de luceros en la ventana de la amada, momentos compartidos y alejamientos poblados de añoranza. Emiliano era andariego y, como tal, a menudo estaba muy lejos de la morena de largas trenzas que le adoraba. Su vocación de caminante era más poderosa que el sentimiento que les unía. Con su guitarra y su poesía alerta, lo mismo podía estar en algún barrio de Asunción como en algún obraje de la compañía taninera Carlos Casado, en el Alto Paraguay.
De aquel tiempo en que la mariposa alada de la esperanza les sobrevolaba, es Mi novia ausente. Emiliano estaba fuera del radio de la mirada de Belencita y entonces su musa le inspiró las palabras que iban dirigidas a su «joya hermosa», a su «zagala morena».
Los días y los años transcurren presurosos. La Guerra del Chaco ya no era una posibilidad sino balas que empezaban a buscar cuerpos enemigos. El que había escrito Rojas Silva rekávo después de que a fines de 1927 los bolivianos asesinaran al teniente Adolfo Rojas Silva, fue uno de los primeros en presentarse para ir a combatir.
Para Belencita, la espera y la incertidumbre son largas. Ambas, sin embargo, tienen dos pausas fundamentales, según cuenta Marino Barrientos, un poeta, investigador de la vida de Emiliano, en un libro.1
«Después de cuatro años de noviazgo y en plena guerra se cumple en parte un sueño largamente acariciado: el de unir su vida a la María Belén. Viene Emiliano del Chaco con permiso y enseguida contrae enlace en el Registro Civil un día martes 8 de agosto de 1933, pero sin llegar a la iglesia... ya en plena luna de miel le sorprende el llamado del deber y él, como soldado, vuelve al Chaco dejando en Asunción a su flamante esposa. Así el destino ya hiere con el dardo del dolor a una mujer joven enamorada que de día y de noche habrá sentido el temor constante de perder para siempre a su amado esposo... pero allá en lontananza surge la estrella de esperanza y una noche de verano, diciembre de 1933, llega al Hospital Militar Central y hasta allí corre Belencita para abrazar a su amadísimo esposo, desesperada por su suerte y él le consuela con frases cariñosas diciéndole que ya está curado con ella a su lado», relata Barrientos.
Restablecido Emiliano, el casamiento religioso se realizó el 24 de febrero de 1934 en la basílica de Caacupé. El poeta volvió al Chaco, para regresar solo cuando las armas cesaron de escupir su intolerancia de fuego. «Emiliano se radicó en el paraje Barcequillo, más allá de Tres Bocas», acota Marino Barrientos.
Por entonces, la dicha habitaba aún los latidos de María Belén y Emiliano.
En Autores Paraguayos Asociados (APA) la música está registrada a nombre de Demetrio Aguilar.
(1) Barrientos, Marino. Emiliano R. Fernández, a 100 años de su natalicio y 45 de su muerte. Asunción, 1994. Pág. 54.
MI NOVIA AUSENTE
Allá en aquel valle sembrado de azucenas
dejé mi joya hermosa ha oime iñongatupy
mi única esperanza, mi zagala morena
cual hada pura y bella ma'ê rory rory.
Yo guardo aquí en mi alma eterna una promesa
como reliquia santa che nichomíme oiko
pasarán años, más años y nunca la firmeza
se secarán sus hojas ni ojepotypo'o.
Con ella yo sellaba un núbil amor futuro
en una noche clara jasymi orerecha
testigo era entonces el firmamento puro
y el juez divino Tupâ yvagapegua.
Pero hoy ella tan lejos ausente de mis ojos
entre la suya ansiosa je oime che ra'arô
y yo rondando valles y campos pesarosos
su gracia evocando hasy che korasô.
Y hoy me parece verla sus negras cabelleras
mecidas por la brisa ku oñeñopê jovái
y sueño como un ángel en noches placenteras
teniéndola en mis brazos apáy ha ndavy'ái.
Dónde estará entonces aquella novia ausente
aquella diosa humana che âgâ pehengue.
Yo busco en vano, en vano, cansado y sufriente
me sume la amargura naiméigui hendive.
Allá en aquel valle de ambiente milagroso
dejaba yo un día mi amada Tupâsy.
Y fue una tarde triste que trémulo y lloroso
por último le daba peteî jepojopy.
Adiós decíame ella con gestos dolorosos
y la mano de su diestra iro'ysâ asy.
Yo siento un torrente que baña a mis ojos
adiós Belén amada ha'évo che tindy.
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