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ANTONIO L. CUBILLA
  ORÍGENES Y VIGENCIA DE LA CULTURA CIENTÍFICA EN LAS SOCIEDADES MODERNAS - Por Dr ANTONIO L. CUBILLA


ORÍGENES Y VIGENCIA DE LA CULTURA CIENTÍFICA EN LAS SOCIEDADES MODERNAS - Por Dr ANTONIO L. CUBILLA

ORÍGENES Y VIGENCIA DE LA CULTURA CIENTÍFICA EN LAS SOCIEDADES MODERNAS

Por Dr ANTONIO L. CUBILLA


Cuando en nuestro país se habla de cultura, la referencia es a las artes, la filosofía, la historia, alguna erudición. La ciencia no es pensada como parte de la cultura, lo que nos diferencia del mundo culto moderno. Es que la ciencia como actividad, como pensamiento, como misión institucional, como modelo ético, y manera de hacer y vivir no forma parte de nuestra visión cosmológica. Las causas de nuestra exclusión son geográficas e históricas y, para comprenderlas, se debe conocer los orígenes de la ciencia como fenómeno cultural y factor emblemático de la modernidad.

La técnica (como artesanía) y la ciencia (como filosofía natural) existieron desde el origen del hombre, y datos de su prevalencia y alcance se han documentado en las culturas sumerias, egipcias, indica, china, islámica, maya y griega. Sin embargo, cuando hablamos de ciencia moderna nos referimos a ese fenómeno cultural que transformara la visión del mundo y de las cosas que ocurriera en Europa, coincidente y a partir de la denominada revolución científica en los siglos XVI al XVIII.

Una hipótesis de por qué se dio en ese sitio geográfico y no en otro, con iguales o aun mayores antecedentes en el cultivo de la ciencia, tiene que ver con la reinterpretación del pensamiento griego aristotélico y platónico (por ende socrático) por el cristianismo académico medieval.

En ese esfuerzo sobrehumano de probar con el uso de la razón, y no el corazón, las verdades teológicas (no se puede, dijo el temible Averroes), los brillantes santos padres de la iglesia desde la Universidad de París, se destaca Santo Tomas, abrieron, con el puro ejercicio del razonamiento, el camino para la emergencia del pensamiento científico moderno. ¡Oh, fatalidad! La filosofía natural aristotélica al servicio de la interpretación de los dogmas. Es decir, de su más formidable posterior detractor, la iglesia, nació la ciencia moderna. Esta conjunción entre el renacimiento del pensamiento filosófico natural griego, que ya anticipara desde los presocráticos los presupuestos del pensamiento científico (ver Popper y Parmenides), y la justificación intelectual del cristianismo por grandes pensadores teológicos, fue única, y por eso nació allí y no en otro sitio lo que denominamos la revolución científica moderna (ha habido otras revoluciones).


OTRAS VISIONES DE LA CIENCIA

Ha habido otras interpretaciones y aun negaciones del mismo concepto ciencia y su publicitada revolución. Algunos historiadores de la ciencia no están satisfechos con la idea de una revolución científica como evento discreto y único, localizado en un tiempo y espacio. También rechazan la idea de la existencia de una entidad cultural denominada ciencia en el siglo XVII, que se haya transformado por una revolución. Creen más bien en la existencia de un conglomerado diverso de prácticas culturales dirigidas a comprender, explicar y controlar el mundo natural, cada cual con distintos presupuestos y características, y cada uno con sus maneras específicas de cambio. Estos mismo autores, más a tono con el pesimismo de las corrientes posmodernistas, también dudan de la existencia de un método científico como procedimiento universal coherente y eficaz para construir el nuevo conocimiento (ver Saphin, Harvard University. The scientific revolution).

Pero independientemente de estas creencias, en ese ambiente de cambios y de afirmación en la creencia del potencial del intelecto humano, casi sin límites, el interés y la importancia de las disciplinas científicas como la física, matemática y la genérica “fisiología” gradualmente predominaron sobre el estudio de las belles lettres. Ya lo anticipó Gibbon, el autor de esa magna y tan leíble obra sobre el ascenso y decadencia del Imperio romano en su Essai sur l etude de la litterature, en 1791. Este autor fue uno de los primeros en analizar esa transformación fundamental de los valores intelectuales de Europa, de las tradiciones humanísticas hacia las científicas. Esta transformación sería más profunda en los siguientes 100 a 200 años y pudiera adelantarse con que representa la característica más fundamental de la era moderna. La cuestión no es que la ciencia aportó con nuevos valores a la tarea de entender el mundo que nos rodea y nuestro lugar en él, sino que alteró profundamente esa tarea al redefinir los objetivos y las maneras de investigar. El aspecto diferencial se relacionó con la objetividad; es decir, la legitimización del quehacer científico estaba dado por su prescindencia de otros valores externos que no sean los estrictamente científicos. Características fundamentales de esta nueva cultura serían el uso de argumentos contrapuestos o adversariales no dogmáticos para explicar su crecimiento casi autopoético, su práctica experimental fomentando la prueba, el error, la refutación y la corrección, su capacidad para disociarse de la religión y otros mitos, y los beneficios tecnológicos que aparecían a montones (esta tesis fue adelantada por el profesor Gaukroger).


CIENCIA EN LA VIDA MODERNA

La cultura científica, por su presencia inevitable en el quehacer de todo pensador, sin embargo, ha provocado profundos interrogantes, desasosiego y malestar en cierta intelectualidad. Con la agudeza y ambigüedad que lo caracterizan, decía Nietzsche al considerar la ciencia como un indicador patológico: “¿Cuál es el significado de la ciencia como un síntoma de la vida? ¿Es la decisión de ser científico en todo, quizás un miedo o escape del pesimismo? ¿O un sutil recurso contra la verdad? Y hablando moralmente, ¿una especie de cobardía o falsedad?”.

Tiene razón en lo primero porque la realidad es que una de las características resaltantes de la emergencia de la cultura científica en la Europa moderna fue la gradual pero persistente asimilación y reducción de todos los valores cognitivos a los valores científicos (Gaukroger), hasta su exageración, como la reciente de algún pensador posmoderno que buscara una explicación matemática en los versos (Sokal). Lo científico es lo moderno. Esta imagen evolucionó gradualmente desde la sociedad medieval religiosa, y allí está su probable origen y su notable conversión. Las explicaciones científicas reemplazan a las ideas teológicas. Retoricismos, silogismos, oposiciones, dialécticas, y otros sortilegios lingüísticos y del razonamiento lógico utilizados para explicar las verdades fundamentales del cristianismo se convirtieron con el tiempo en trucos metodológicos para avanzar el conocimiento científico. Las ideas de Lamarck, Wallace y, sobre todo, Darwin hacían innecesaria la búsqueda adicional para explicar la aparición del hombre al determinar lo azaroso de su devenir existencial y su destino. Los valores ideales de la civilización, alguna vez transmitidos por la religión, son ya canalizados por la ciencia, esa nueva fe secular.


Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL DEL DIARIO ABC COLOR

Publicación del Domingo, 27 de Enero del 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY



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