SIN MUROS
Fotografías intervenidas de MABEL AVILA
Exhibición Individual presentada en el
Centro Cultural Citibank, Año 2005
MEMORIA DEL PROYECTO
“Bajo el arco de la vida, donde amor y muerte,
terror y misterio, guardan su relicario,
yo vi la belleza en su trono”
Dante Gabriel Rossetti
Usando la fotografía como mecanismo, para captar lugares de la ciudad poco visitados y a veces desconocidos, he recorrido caminos impensables que me han ayudado a apreciar y encontrar un nuevo significado en el mundo que me rodea. He cambiado la función de los objetos, he transformado la naturaleza muerta en viva y he abandonado el sentimiento lúgubre por una nostálgica elegía. Pero en realidad, la cámara y los lugares han sido simplemente la consecuencia del verdadero origen de mi idea que se encuentra concebida y ha germinado a través del estudio de los movimientos artísticos de los siglos XVIII y XIX, de sus temas pictóricos y de la evolución que se dio al concepto de belleza a través de los mismos.
En el siglo XVII términos como genio, imaginación, gusto y sentimiento fueron palabras que llevaron a nuevas significaciones y formas de ver la belleza. Si bien, unos se refirieron al artista que inventó o produjo la cosa bella, otros se refirieron a quien apreció o juzgó la belleza, subjetivizando de esta manera, el derecho de juzgar la experiencia de lo bello.
Igualmente, en ésta época se introdujo el concepto de lo sublime. Kant con precisión estableció las diferencias y afinidades entre lo bello y lo sublime en su “Crítica del Juicio”. Para este filósofo lo sublime era algo que iba más allá de nuestros sentidos, algo de infinita vastedad y de infinito poder, era el surgir de un placer negativo ante un objeto de gran magnitud que no podemos poseer y ante el cual se levantan las fuerzas del alma saliendo del lugar común y descubriendo dentro de nosotros un poder de resistencia para enfrentarnos y medirnos frente a la poderosa omnipotencia de la naturaleza.
El mundo de la estética se dividió entonces en dos reinos: el de la belleza y el de lo sublime. La nueva belleza se encontró a partir de ahora en las elevadas montañas, en la oscuridad de las cavernas, en las tempestades y relámpagos, en la materia salvaje, en las agrietadas ruinas cubiertas de musgo, en la poesía de las tumbas, en los paisajes sombríos y en cualquier situación que atrajera y repeliera por igual.
En el siglo XIX, el Romanticismo consideró la belleza como una fuerte unión de formas diversas y a veces contradictorias realizada por los sentimientos y la razón. Belleza y melancolía, corazón y razón, reflexión e impulso, vida y muerte convivieron recíprocamente. El placer por lo feo fue fuente de inspiración al causar sentimientos que se nutrieron del misterio que envolvía lo desconocido por el ser humano.
Los Románticos abarcaron todo lo distante, lo mágico, lo desconocido, lo irracional, lo lúgubre, lo fúnebre, lo exótico, lo oriental y aún la belleza violenta. El Romanticismo modificó, definitivamente, el concepto de belleza ideal pasando la misma a ser relativa y alejándose para siempre de los cánones clásicos.
Estos conceptos renovadores fueron los predecesores de los grandes movimiento del siglo XX que utilizaron el arte ya no para explorar el mundo exterior sino par volcarse a la interioridad, los sueños, el inconsciente, la fantasía, lo diferente y para adorar lo bello y lo grotesco por igual.
Con la influencia del Movimiento Romántico del siglo XIX comencé mi búsqueda en los cementerios casi abandonados y en los pequeños memoriales al borde del camino. Me vi rodeada por paisajes infinitos, por naturaleza poética, por toques de luz mágica que alumbraban piedras o raíces retorcidas, por tinieblas que cubrían la hiedra. Tomé confianza y atravesé los espacios reservados a estratos sociales altos y fui descubriendo verdaderas ciudades llenas de panteones, estatuas de bronce, ángeles que sollozan, mármoles blancos y multicolores, monumentos y pedestales. A pesar de las distancias, estos últimos compartían con los pequeños cementerios el gusto por las flores, a veces frescas, muchas veces marchitas y desde luego las casi eternas de plástico, las fotos de los difuntos enmarcadas, las palabras de amor, las velas con todo tipo de faroles y candeleros, las cruces desnudas y también vestidas, los santos y las vírgenes y no faltó en algunas restos de comida y latas de cerveza.
Esta búsqueda ha quedado registrada en esta serie de fotografías. Queda a criterio de cada quien encontrar la belleza o el horror, la realidad o la memoria, aceptar o ignorar la esencia finita que envuelve a todo ser humano y que yace en un lugar de la ciudad donde los muros carecen de sentido.
Mabel Ávila
Asunción, Diciembre del 2005
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