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Susana Romero
  MUJER DE ESPALDAS, 1984 - Acrílico de SUSANA ROMERO


MUJER DE ESPALDAS, 1984 - Acrílico de SUSANA ROMERO

MUJER DE ESPALDAS

Obra de SUSANA ROMERO

Acrílico sobre tela de 0,50 x 0,70 metros

Año 1984

Colección ERIKA BANKS

 

 

La imagen de Susana Romero comienza a gestarse desde el dibujo: desde un mundo de líneas y amplios espacios blancos. Sus primeras figuras ya nacen convocadas por una fuerte necesidad expresiva ligada al destino del hombre y a la comunicación con su entorno: los trazos anchos y parcos, apretados en puntos nerviosos se contraen y se crispan, forzados a hablar de penurias, de angustias íntimas o la pura soledad del papel vacío y la poética esencialista de sus últimas obras.

Cuando Susana Romero decide pintar esos personajes solitarios y asustados -esas figuras estilizadas y todavía vacilantes- inicia un proceso de ajuste que echa mano de los volúmenes y colores, el juego de las pinceladas, las luces y transparencias. Pero esta apelación a los medios plásticos no abandona aún la urdimbre del dibujo que permanece sosteniendo, callado, la carga densa de los pinceles y que reaparece siempre cada vez que la pintura retrocede exhibiendo su armazón escueto y limpio, el espacio silencioso que le apoya y que le hostiga.

Paralelamente al trabajo de ajuste formal de su imaginería, Susana Romero comienza a profundizar en sus contenidos y significados. Y el expresionismo simple de sus dibujos primeros se abre progresivamente a una particular figuración de lírico sesgo en algún momento tocado por lo mágico pero siempre más cerca del juego esquivo de las metáforas que del asombro ante la ficción o la naturalidad ante lo absurdo. Su simbología, que va adquiriendo consistencia progresivamente, se constituye desde algunos signos recurrentes que aparecen enseguida y anuncian posteriores reflexiones sobre el espacio y preocupaciones ante la naturaleza que pone en jaque al hombre y termina siempre siendo amenazada por éste. La figura humana participa de un ámbito natural al que, en parte, se enfrenta: los animales, libélulas y abejas se convierten en cifras de otra realidad y, sobre el fondo del paisaje, introducen un forcejeo entre los fuertes retratos y sus presencias menudas.

En este proceso de consolidación de formas y de conceptos, de técnicas y contenidos, las tendencias analíticas proveen, hacia fines de la década del setenta, de nuevos argumentos y recursos expresivos. En primer lugar, un trabajo más meditado sobre el espacio plástico le permite a Susana Romero introducir planteamientos relativos al concepto de relación entre figura/ fondo y realidad/ficción: ventanas suspendidas en el vacío, planos transparentes, paredes y cajas de cristal instauran un ámbito equívoco en el que la oposición adentro/ afuera puede ser superada en una lectura simultánea de ambos términos. En segundo lugar, la reutilización de retratos renacentistas, permite a la artista recalcar cierto carácter meta-lingüistico de la obra: las figuras humanas no se refieren directamente a personas reales sino a través de la mediación de imágenes previas; son signos de signos. Por último, la presentación literal de objetos puestos directamente ante el espectador introduce otros aspectos propios de la dirección analítica que tomaron ciertos artistas paraguayos en ese momento: el objeto aparece como mero término de denotación y permite un juego retórico desenvuelto a medio camino entre lo real y lo imaginario. Pero este breve momento, llamémoslo "conceptual", de la obra de Susana Romero sirve más para apuntalar su propio proceso figurativo que para abrirlo a planteamientos definidamente especulativos; a la larga, el tono lírico y la búsqueda de atmósferas y de sugerencias terminan por imponerse y la imagen sale enriquecida de este baño reflexivo con ambigüedades deliberadas, con sutilezas y significados más complejos. La idea de retrato se redondea en este momento y se define como construcción plástica y como postura sobre la condición humana más que como intento de representar personas concretas. Posteriormente esta imagen desaparecerá para dar paso a esa escena escueta, en la que la estructura -si podemos llamar así al vacío y el color apuntado a través de una paleta austera- impone una poética con la magia, los recuerdos, donde sueña el silencio.

Este momento también deja el aporte de un tratamiento más elaborado del espacio: las superficies transparentes, utilizadas para señalar la equivocidad de los límites que separan lo interior de lo externo, se convierten en planos virtuales, paredes de cristal que estructuran otros ámbitos y permiten que paisajes remotos invadan con sus árboles, sus pastos y sus insectos el recinto guardado del hombre y que éste aparezca, de pronto, diluyéndose en horizontes de trigales y en campos crepusculares.

La obra de Susana Romero es esencialmente figurativa: siempre tomó como eje a la representación a la que fue fiel a través de posiciones distintas, pero acá conviene detenernos un momento en lo que podría equivaler a cierta posible abstracción suya: las pinturas de flores. Las flores se desarrollan en un camino paralelo al seguido por las búsquedas más meditadas del artista, pero constituyen una reserva constante de investigaciones cromáticas, técnicas y expresivas, una fuente de espontaneidad y de soltura en el manejo de los tonos y pinceles: los crisantemos y girasoles, las vagas flores inventadas, son manchas y son texturas, transparencias, densidades. Son estallidos serenos, armonías crispadas, constituidas por trazos rápidos y amplios o gruesas líneas demoradas, ordenadas estructuras o manchas enmarañadas. ¿Y qué es la abstracción sino el mero juego significante de colores y de formas; la construcción visual de una realidad otra con el solo lenguaje de los tonos, las texturas, las líneas y obscuridades?.

La última etapa de Susana Romero busca recapitular y sacar conclusiones de sus diferentes momentos estilísticos y técnicos, y recuperar y sintetizar elementos figurativos dispersos en muchos caminos suyos. Los grandes polípticos que aparecen en este momento están cruzados por pinceladas amplias y seguras cuyas direcciones y densidades tejen una trama pictórica consistente, capaz de soportar con el peso de esos mundos densos que sobre ella cargará el artista. Esos mundos comienzan con el paisaje; un paisaje purgado de anécdotas y accidentes, reducido a mero suelo de pastizales procelosos, a puro cielo de luces oscuras. En seguida llegan los insectos; escarabajos que describen su trayectoria torpe sobre horizontes sangrientos; mariposas o libélulas de vuelo leve: zumbidos o aleteos amenazados por cajas de cristal; vidas efímeras, temblorosas, a punto siempre de ser atrapadas o descubiertas en su, mera entidad de imagen o de signo. Después aparecen los caracoles, formas herméticas, cerradas sobre sí mismas que remiten a la pura interioridad o a la mera ausencia. El actor, el hombre, entra a escena no como si ésta fuera el recinto que para él estuviera preparado sino como si fuera un lugar de paso, un paraje siempre extraño por el que deambula desorientado y en donde a veces se extravía o queda detenido de este lado del alambrado que marca el límite sosteniendo constelaciones inventadas.

A veces el sujeto no aparece y actúa sólo como medida de su propia ausencia y el paisaje se vuelve inútil lugar de espera, el otro lado del límite, el detrás de los espejos. Otras veces es el hombre quien suprime el paisaje con sus retratos violentos que usurpan todo el entorno y lo vuelven contrapunto de sus deseos, adversario de sus miradas.

Como corolario de este resumen, reaparece, definido, ajustado, el eje primero de la poética de Susana Romero centrada en torno a la condición precaria del hombre, ubicada siempre entre la naturaleza y el símbolo, entre la finitud y el proyecto. Al final, el pasaje entre el espacio real y el paraje soñado es apenas una otra ilusión; una paradoja que solo puede resolverse asumiendo la ficción que la sostiene o comprendiendo, que cada paisaje hollado por el hombre queda involucrado en su destino y convertido en tensa palestra de encuentros y desencuentros, en ambiente de representaciones: un escenario de fantasías imposibles. – TICIO ESCOBAR.

 



 

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 SUSANA ROMERO, PINTURAS 1963 - 1991

TEXTO: TICIO ESCOBAR

Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo



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