Aquellos que conocieron a Félix Pérez Cardozo (nacido en Hy´aty, comunidad del Guairá que hoy lleva su nombre, el 20 de noviembre de 1908) cuentan que apenas dormía. Que era capaz de permanecer cinco días despierto. Que en la capital argentina el jerez Tío Paco –su debida favorita-tumbaba a todos, menos a él. Nadie sabía cuál era el secreto de su extraordinaria resistencia.
El 9 de junio de 1952 tenía que actuar en un teatro de Buenos Aires. Después de cuatro jornadas ininterrumpidas, vistiendo intacta su jovialidad, llegó para ensayar con sus compañeros. Todo transcurría con normalidad hasta que se soltó una cuerda de su arpa. Luego una segunda. Algo no andaba bien aquella tarde. La tercera cuerda rota fue la vida del legendario mitã guasu. (Todos coinciden en que eso era: un niño grande, inmenso.)
En el crudo invierno porteño de días atropellados por un cielo gris, la muerte del autor de Tren lechero (composición a la que inicialmente llamó Tren kamby, pero que al darse cuenta, en la pronunciación de su esposa –que era argentina- de la conversión de la y gutural en i latina, optó por el nombre conocido hoy, en castellano), Mi despedida, Llegada y Tetãgua sapukái (con letra de Víctor Montórfano), fue un golpe imposible sin límites. Tanto le querían que, con su desaparición, todos se sintieron, de alguna manera, muertos con él.
Seis días después, el 15, en el Teatro Municipal bonaerense –según relata en Ruego y camino Agustín Barboza-, se hizo el funeral civil, con la presencia de su madre Rosa, que había hecho un largo recorrido desde Hy´aty para estar en esas horas que sólo el corazón de una madre comprende en su cabal dimensión.
Los amigos de Félix estaban allí, con sus instrumentos. Era el adiós musical al hermano. En un momento dado, cuando Alejandro Villamayor hacía volar desde su arpa el Guyra Campana re-creado por Pérez Cardozo, apareció un pájaro en la sala solemne. Era el alma del arpista, dice Barboza, que "cansada de tanto cielo fue a posarse en silencio y en paz en una de las cuerdas más finas del arpa de Alejandro Villamayor".
Atahualpa Yupanqui, el gran poeta y compositor argentino, apenas se enteró de la muerte de su amigo, escribió su Canción del arpa dormida. Agradecía "con voz de guarania" la vidalita que el mitã guasu había compuesto alguna vez.
- Mira gauchito: estos versos me salieron. Te lo traigo para musicar- le dijo Atahualpa a Herminio Giménez, en su casa, según recuerda Victoria Miño, la viuda del autor del Canto de mi selva.
-Por qué yo, si tú eres tan capaz- le replicó el maestro.
-Yo quiero que tú hagas la música-insistió el visitante.
Al dia siguiente, Herminio se internaba en el hospital Argerich para ser intervenido quirúrgicamente de la vesícula. "Neni, ponéme el verso en la valijita", le había pedido a su esposa antes de partir rumbo al nosocomio. Ya allí, en la víspera de su operación, compuso la música. "Temía no despertar más y no le quería fallar a Yupanqui", le confesaría tiempo después.
"Una orquesta de cuerdas estrenó la canción cuando se hizo un festival para recaudar fondos para la repatriación de los restos de Félix Pérez Cardozo", recuerda doña Victoria