HITCHCOCK ME OBSERVÓ CON EL ENTRECEJO FRUNCIDO
Cuento de NATALIA ECHAURI
—Ni siquiera el cine vale la pena —sentenció sin pestañear. Fellini lo observó desconcertado.
—Yo, invece, imaginé una inquadratura. La noche, la nieve, la lluvia, y un trueno. Un trueno sobre el mare que refleje la luna llena de color blanco.
Dije gracias y me levanté sin despedirme. Quise dar un portazo al salir, pero sería mucho drama. No necesitaba el apoyo de nadie para llevarlo a cabo, ni siquiera de Fellini y Hitchcock. Ni siquiera de Fellini y Hitchcock me lo repetía mientras caminaba bajo la lluvia, sin paraguas ni nada impermeable. La luna llena brillaba como pintada sobre las montañas que limitaban la ciudad. Una nube la tapó un rato, pero ella se liberó enseguida y entendí. Tal vez fue responsable la copiosa lluvia. «El agua, limpia». Caminé durante horas por la calle atiborrada de desesperados, huyendo del agua. Un trueno nos encegueció a todos cuando entré al edificio. No había ascensor desde hacía seis meses, por eso había adelgazado tanto para preocupación de Giulieta quien insistía en eso todos los días, cada vez que llegaba a Cinecittà, después de cuarenta minutos de metro y de escuchar la voz neutra Prossima fermata Republica Teatro Opera, uscita lato destro. Prossima Fermata, Barberini, Fontana di Trevi, uscita lato destro.
Prossima Fermata, y así, todos los días, desde que llegué a esta ciudad, empapado en el sudor de junio, en el día de mi vigésimo segundo cumpleaños, el mismo día que me robaron la valija con todos mis cuentos y me dejaron la que tenía toda la ropa y las latas de lenteja, regalo de la despedida. Tomé la Moleskine de la mesita de luz y dos lápices. Siempre dos por cualquier cosa. Para hacer una película solo se necesitan una chica y una pistola, no tenía ninguna de las dos cosas, entonces intenté borrar la frase medio gris, medio azulada que se imponía sobre el catre, pero no lo conseguí porque la había pintado con el pincel indeleble de Alejandro. Alejandro y sus graffitis por toda la ciudad, por el metro, por el tren, Por el vicolo donde besó a la turista alemana.
Vacié la mochila (estaba llena de migas de pan y restos de mandarina). La volví a cargar con dulces, auriculares, la Moleskine y los dos lápices. También metí mis documentos y una biblia porque encontraba interesantes los salmos.
Salí corriendo al bar por una taza de café. Fellini me encontró ahí y a escondidas de Hitchcock me regaló cigarrillos. Tomamos un espresso cada uno, dos de azúcar él, y yo sin, un cornetto él y yo nada. Volvió a preguntarme si estaba seguro. Respondí con un ademán y me despedí. Hablaba un castellano malísimo. Cuando pasó el metro tiré los cigarrillos de Fellini. Yo nunca fumé. Y él lo sabía.
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SEP DIGITAL - NÚMERO 5 - AÑO 1 - SETIEMBRE 2014
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM
Asunción - Paraguay
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