MAMÁ MUERTA
Cuento de NATALIA ECHAURI
Cuando mi hermano atendió el teléfono yo ya sabía. Como un sueño vivido, adiviné el campanilleo sutil al colgarse el tubo, sus pasos arrastrados, el crujido de la madera bajo todo su peso al subir la escalera y su voz ronca al darme la noticia que yo esperaba.
-Mamá murió.
Observé en silencio sus gruesas lágrimas, su nariz fracturada tres veces, una jugando fútbol, otra en una pelea y la tercera no recuerdo, tal vez yo se la rompí, apreté los labios y dejé que me pidiese que baje para acompañarlo. Leí las primeras líneas del cuento que estaba escribiendo, anoté un par de oraciones, cerré la Moleskine y bajé con ella bajo el brazo.
Los pasos apresurados de papá trayendo a Paz de jugar también los supe, de hecho, pretendí entender todo lo que ocurriría porque lo anoté así mismo en la Moleskine, entonces así debería ocurrir. Vi suceder casi muda, pero no de sorpresa sino de concentración, atenta a cada detalle recordando si así lo había escrito, al gato pidiendo leche, la radio en un noticiero deportivo, luego papá sacudiéndome para que hiciera algo, ahora me daba una cachetada.
Un momento. No lloré. Yo escribí que lloraría. En los instantes que siguieron abrí la Moleskine en donde dejé el relato (marqué el lugar con un lápiz 2B), taché las lágrimas, escribí un párrafo más, lo que estaba sucediendo, mi padre nervioso, caminando y alzando los brazos, Paz dejando ver su rostro escuálido tras una ranura de la puerta.
Cerré el cuaderno porque mi hermano gritó que no era hora de hacer tonterías, mamá muerta y yo anotando fantasías.
Agregué la palabra «estúpidas» a «fantasía» y ahí se salieron las lágrimas que taché antes, suele pasar, la literatura nunca es exacta como los números. Le rezongué mintiendo que buscaba un número de teléfono, mientras papá le daba la llave del coche, él no iría, no quería, yo borré esa parte del cuento, porque o si no pasaría lo que tenía que pasar después.
No sé cómo llegamos al coche porque en el siguiente párrafo (es un párrafo después, yo sé, siempre escribo el numeral al lado del punto, para ahorrar papel) ya estábamos en el coche en marcha, el conduciendo y yo en el asiento del acompañante, nunca me pagaron las clases de manejo porque era boba, y yo seguía con la Moleskine abierta escribiendo sin parar, porque si dejaba de escribir... ¡ay si dejaba de escribir, qué horror! Mejor ni pensarlo o me distraigo y no continúo, había que anticipar todo. Sí, es cierto que ya había partes escritas, pero nunca jamás se deben dejar espacios en blanco, eso sería fatal.
Cuando llegamos al lugar del accidente, un policía se acercó, Palo lo empujó y obtuvo un golpe. Debo admitir que agregué esta parte en uno de esos espacios en blanco porque ya no tenía ideas y porque ansiaba un cuarto golpe en su nariz. Una pequeña venganza por lo de «estúpidas».
El cuerpo de mamá yacía sobre el duro asfalto, húmedo de su sangre, sangre desbordándose debajo de su cuerpo, los ojos abiertos, la boca contorsionada a un costado, como una mueca macabra, las piernas en ángulos extraños y los brazos extendidos. Era un espectáculo tétrico y cómico a la vez, justo como lo describí en la Moleskine, porque sería muy cliché que ya tuvieran el cuerpo cubierto por una sábana.
Fue la culpa de una moto. Siempre los accidentes graves los causaban las motos de mierda. Tacho la palabra «mierda» porque a mamá no le gusta, bah, pero si mamá está muerta, escribo sobre la palabra «mierda» tachada «mierda» otra vez, más pequeña, pero legible. No sé porqué quiero que sea legible, nadie debe leer el cuento.
Fue la culpa de una moto. Si mamá estuviera viva se habría quejado de su muerte, no porque haya muerto, sino porque fue culpa de una moto, pero mamá está muerta y no puede quejarse tan cansinamente como lo hacía. Cambio el adverbio «cansinamente» por un sinónimo que no sea un adverbio terminado en «mente», los odio. Son aburridos.
Todo fue culpa de una moto. Y lo irónico es que los de la moto están ilesos, pero pálidos, ah sí, bien pálidos, como muertos, pero era mamá la que estaba muerta, no ellos, y por su culpa, por lo menos pálidos deberían estar. Los testigos dijeron que intentaron huir, pero que los acorraló un chofer de ómnibus. Pienso en el número de línea y anoto «232», el que me lleva a la facultad, y mientras leo lo que está sucediendo, que escribí exactamente dos horas antes, Palo sobre el cuerpo (el policía entendió que era hijo de la fallecida), el forense o juez de paz tapando el cadáver con una sábana blanca, no mejor, celeste, turquesa, ese color le gustaba a mamá.
Fue culpa de una moto. Yo siempre le decía a mamá que atropellase a las motos, es gente que busca morir y me daba un fuerte golpe en la boca y me reprochaba con palabras tipo «hueca» o «¡violenta! no te conozco». Y ahora se murió por una moto. Ahora me daría la razón. No, no me la daría, es o era muy orgullosa; no, no me daría la razón.
Justo cuando llegaba al final de lo que anoté (aún no era el final) se cayó el lápiz 2B Stabilo, uno burdeos, el que siempre uso para las perspectivas, y se rompió la punta. Esto no lo había anotado. Rápido, un lápiz. No, no podía siquiera escribir para pedir un lápiz nuevo o un bolígrafo porque no tenía punta el lápiz con el que hubiese pedido. Siempre me dijo mamá «escribí con bolígrafo, se te va a borrar» y nunca le hice caso y ya no importa porque mamá está muerta y ya no tengo lápiz.
Mentira, no es destino. Yo no creo en esas cosas. Cada uno construye su propio camino, o ¿no me ven a mí que escribo lo que sucederá? Nel estaría orgulloso de mí, de mis cuentos, de mis ideas. Lafu también, siempre quiso que pensara absurdamente, alocadamente. Otra vez los adverbios terminados en «mente». Pasé el lápiz sin punta para tacharlos, pero fue imposible, por el lápiz sin punta y porque esas palabras no estaban escritas, sino estaban pasando dentro de mi cabeza.
Dentro de mi cabeza. Rápido, un lápiz. Ninguna librería abierta un domingo de noche, ningún solo peso en mi bolsillo. Un periodista tomaba nota de lo que gesticulaban los testigos. Le robé el bolígrafo estampado con el logo de un famoso hotel. Ahora mi letra era cursiva, había que terminar de llenar los espacios en blanco rápido, porque o si no se encontrarían las dos realidades y no sucedería nada, el tiempo se estancaría tal vez. ¿Con «be» o con «ve» se escribe «absorber»? Con «b». Absorbí mis lágrimas y anoté lo que quería que ocurriese, mamá muerta, no, no me agrada, mamá me mataría si supiese que yo la maté porque lo escribí, así que terminé el cuento con un final inesperado, Palo aún sobre el cadáver, los de la moto que tenían la culpa hablando con la policía , los de la ambulancia abriendo las puertas, un montón de curiosos acercándose y sacando fotos con su celular, el auto de costado, desnudando ruedas y ejes al mundo, yo leyendo mi Moleskine, y la lluvia de pirañas, devorándonos a todos.
(cuento inédito próximo a ser publicado por la autora)
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25 AÑOS DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY
Editorial SERVILIBRO
Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ
Edición al cuidado de los autores
Con el apoyo de UNIVERSIDAD IBEROAMERICANO
Asunción – Paraguay
Agosto, 2013 (180 páginas)
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