REDUNDANCIA DEL ANHELO
Poemario de GABRIEL OJEDA
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Asunción – Paraguay
2010
NUEVO REFERENTE DE LA POESÍA PARAGUAYA
El tiempo y la disconformidad en la proyección estética de un poeta joven. Hasta este momento, entre los cuatro o cinco poetas de la “Promoción 2010” que merecen consideración por la coherencia, estructuración, unidad y manejo de un lenguaje con aspiraciones renovadoras, figura el nombre de Gabriel Ojeda, bardo implacable quien entendió correctamente que la infusión lirica no es un juego pasatista ni escapista. En este sentido, Ojeda es probablemente el que ha escudriñado con mayor vastedad en la versificación, utilizando un procedimiento técnico indagador, abundante y movedizo hasta alcanzar un enlace entrañable con el mundo de hoy, tan complejo en toda su dimensión roedora.
No es fácil recurrir a la estética para comprender ciertas cosas, tampoco es fácil conquistar a través de ella la expresión justa, el estilo eficaz que sirva de hilo conductor para la comunicación con los demás. Sin embargo, en una trama de faenas nerviosas, tensionado por las circunstancias que plantea el medio, Gabriel Ojeda zarandea los sarcófagos para hallar elementos o símbolos referenciales al construir su visión esencialmente poética, calado muchas veces ingrato en tantos poetas traicionados por la falta de talento y que terminan en la esclerosis, expirando en repeticiones aburridas y desfasadas.
Cuando la poesía no toca el pellejo del lector y carece de espontaneidad creativa y estructuración adecuada (que la haga funcionar no solamente como sereno goce estético sino como compromiso existencial que bucea entre preguntas y respuestas) nutre un laberinto de sospechas y hace dudar de su valor. Entonces se vuelve efímera, insulsa, desamparada, equívoca, mediocre. Los grandes rapsodas entendieron que cuando el valor de la palabra sedimenta de manera esencial no hay escapatoria, es decir, apunta inapelablemente hacia la poesía que tiende sus redes y sacude como diría Safo de Lesbos: “Bulle en mi pecho y de aquí y allá me lleva”.
Apartado de los síntomas estrictos del clasicismo, alejado del romanticismo lagrimal, escapando de la ampulosidad modernista, examinando la gastada y maltratada contemporaneidad con una detracción que repele lo senil, nuestro poeta registra con pasión onanista los detalles y por momentos reniega de la elocuencia y profana cual necrófilo y asceta su propia retórica, al saber que golpeando el pedernal puede configurar un nuevo fuego expresivo, una manera ignorada de decir el sufrimiento de la humanidad, perturbada y engullida por el capitalismo concupiscente y la consecuente marginación, opresión y miseria.
En un hermoso verso del poema “LA IRONÍA DEL MUNDO DE HOY”,
Gabriel Ojeda mete el dedo en la llaga supurante que exhibe el hombre actual, nos dice con tristeza y desolación lo que le molesta, y proyecta una mirada regresiva ym se entrega con confianza a la palabra
esencial (que finalmente rescata cierta esperanza de vivisección):
“Se forma un grumoso halo de miradas
pidiendo ayuda en lo alto del cielo ausente.
Limas, cinceles, taladros y arpías que visten su atardecer.
La maligna soflama de la boca desprendida vuelve a soñar.
Un poeta escribe sobre los papiros del viento”…
Llamativamente en otro poema habla de una Tierra Intermedia donde la inclinación hacia la posibilidad de narrar plantea cierto ritmo de monotonía y encrucijada; se trata de una práctica intencional que desacelera la lectura para que el lector no escape del poema. Es posible que su expresión se torne amarga al eludir las floraciones:
“En las ventanas renuentes
donde cuecen las plegarias
los enanos de barro y alcanfor
marginados franquean cabizbajos
ornados rebaños de culpas efervescentes
soltando quejidos incomprensibles
esperando que todo termine
cuando van acercando sus tinieblas
al reino del perdón
en la tierra intermedia”…
¿Se trata de una intención de redención en una marcha sórdida donde la sombra es un lenguaje y la plegaria tiene cierta emotividad escolástica para rescatar a los pecadores?
La respuesta tal vez podamos hallar en otro poema de reflexión filosófica:
“Allí el tiempo se confunde con el espacio
y éste se desviste posando
para los fenómenos de interpretación borrosa.
Virus de la mente en la fotografía ineluctable
del nunca dado adiós queriendo no ser nada”.
Gabriel Ojeda es un desesperado del tiempo, un renegado del tiempo, un saboteador del espacio, un misántropo poliforme, un transgresor que no oculta virtudes ni defectos; como el viejo Gog de Papini ironiza su historia y muchas veces resulta difícil comprenderlo, porque muchos de sus versos son como salidos del humo de la marihuana o de los efluvios del polvo blanco que conduce a estados de exaltación, deleites de placer, perplejidad neurótica y fantasías de quiromancia.
El pretérito es maltratado permanentemente en sus poemas, no se ajusta nunca a sus expectativas, éstas le provocan aversión,
aunque sabe encubrir su propia llanura ermitaña. En su “Monte de tristeza” nos indica:
“Supe de un lugar
adonde van las fantasía
rencorosas, vengando el pasado
que las vio flaquear.
En ese imperio incrédulo
Habita el tiempo
que nunca acaba de morir
en los pechos viejos de la
espiritualidad”.
Sin embargo, hay cierta bifurcación del tiempo en su operación creativa, por un lado es el pasado difunto que le produce malestar, por el otro el tiempo es un hilo, casi un destello de salvación.
Cualquiera se inclinaría a creer que algunos poemas irrumpen en sulfúricas entonaciones surrealistas que sólo aquilatan imágenes, deflagraciones, petardos intoxicados de poesía con fermento de perfume ecológico, y no es para menos cuando golpeando los puños al viento y despedazándose los dientes profiere un grito que se disipa y termina en poesía:
“¡Fuente biológica fotosintética luminosa divina!
Ya puedes salir de entre las praderas de basura microcéfala…”,
seguidamente, entabla un diálogo raro, ausente, llamativo.
Cuando supera la polución diurna y noctámbula castiga su propia amalgama expresiva y aterriza de manera serena, reflexiva, lastimada, eternamente dolorida:
“El vidrio suave del alma hierve.
Trinando las raíces que dan colorido
a las contemplaciones de nuestra imaginación.
¿Quién no leyó entre líneas
las manifestaciones alocadas
de la novedad implícita?
La vacilación del silencio
suspende a las pestañas
en la inmediatez sin palabras.
Va naciendo un nuevo charco de incertidumbre”.
Gabriel Ojeda como poeta es bestialmente trabajador y de merecidos logros estéticos, reiteradamente digo que ese compromiso, esa conexión o cohesión con la tarea literaria hizo que él pudiera lograr un estilo donde la depuración de las palabras marca el timbre de calidad en su poesía. Pocos llegaron a enfrentar con tanta devoción misional la imperiosa necesidad de expresar lo que por dentro nos atormenta, nos alegra y nos redime.
Ojeda ha cumplido sobradamente ese cometido, por eso hoy,
se constituye en un referente de la nueva poesía paraguaya que también va marchando de la nueva promoción de rapsodas nacionales.
Victorio V. Suárez
25 de setiembre 2010
Fuente: ARTE Y CULTURA. LAS ARTES, LAS CIENCIAS Y LOS LIBROS SON LA FORMA MÁS ALTA DE LA CULTURA. Año 7. Número 30, Noviembre 2011.Asunción – Paraguay.
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