Para el músico y poeta CLETO BORDÓN -nacido el 26 de abril de 1923 en la compañía Hugua Ñarõ, de Itá, Departamento Central y fallecido en Asunción el 16 de febrero de 1989-, las navidades habían sido, hasta entonces, una sencilla fiesta de pueblo vivida en el marco de las tradiciones.
Con su guitarra al hombro, en Nochebuena, temprano, recorría los pesebres, cantaba en las casas donde en un rincón el Niño de Belén traía de nuevo la esperanza a cada hogar habitado por la tristeza y compartía con sus amigos el arte de su voz y de sus manos pulsando las cuerdas de su instrumento.
Junto a la verde bóveda de ka'avove'i estaban de pie los aromas inconfundibles del mbokaja poty, la sandía, el melón, la piña, el durazno y el pakuri. En el centro, atentamente mirado por sus padres José y María, Ñandejara'i deslizaba de manera imperceptible sus ojos poblados de tierna inocencia. Los reyes magos, los ángeles y los animales del establo completaban la escena. Era el milagro que no por repetido cada año dejaba de tener su encanto renovado.
Mientras corría el clericó que entonaba el espíritu y en algún rincón la guaripola quemaba la garganta de sus leales adeptos, Cleto y sus compañeros -es muy probable que hayan sido Bordón como él, acaso Marcelo y Luis (quien luego sería una celebridad mundial como arpista) con quienes formaría un trío- completaban el cuadro con sus interpretaciones. Iban de casa en casa con su serenata al mitã'i que abría a las penas del mundo un breve paréntesis de ilusión.
Aquella Navidad -tuvo que haber sido en la década de 1940-, sin embargo, no tenía el libreto habitual de los años anteriores. Cleto, en Itá, se despedía para siempre de su novia. Sonaban las doce y la alegría estaba en todos los lugares menos en el portón donde la pareja redondeaba el adiós. El último beso, atestiguado por una opaca luna, quedaba quemando aquellos labios que nunca volverían a encender el fuego del amor que los dos habían compartido.
Pasó el tiempo -de acuerdo a lo que relata AGUSTÍN BORDÓN, hijo de Cleto-, el artista fue recreando en su mente aquel instante y lo convirtió en letra primero, en música después. Pintaba la ausencia de su amada en un rasguido doble que llamó TRISTE NAVIDAD. Quedaba aún en sus oídos el tañido de la campana de aquella medianoche que hubiera preferido que no existiera en el calendario del tiempo. Palabra a palabra fue construyendo lo que tuvo como desenlace la partida de la mujer a una "tierra lejana" que no precisa ni hace falta que lo haga.
En la década de 1950 el dúo QUINTANA (CARLOS)-ESCALANTE (MARTÍN) grabó la canción. Desde entonces forma parte del universo navideño.