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Josefina (Abel de la Cruz) Plá (+)

  LEYENDO EL PEQUEÑO DECAMERÓN NIVAKLÉ - Por JOSEFINA PLÁ


LEYENDO EL PEQUEÑO DECAMERÓN NIVAKLÉ - Por JOSEFINA PLÁ

LEYENDO EL PEQUEÑO DECAMERÓN NIVAKLÉ

Por JOSEFINA PLÁ

 

 

            Desde que la historia empezó a escribirse, muchas son las culturas esfumadas sin un adiós sobre la faz de la tierra. Sus testimonios, los restos dispersos de su existencia fueron a menudo sólo objeto de extrañada o novelera curiosidad durante siglos. Sólo hace un tiempo que empezaron a ser vistos con ansias de saber, con avidez de análisis, con auténtico deseo de reconstruir y alargar el corto pasado humano. Pero la lección sólo fue aprendida a medias. Se excavaba afanosamente en busca de palacios y termas, de colosos, de tumbas, de monumentos, en fin de lo aparatoso; en tanto allí mismo, muy cerca, las culturas sin ellos morían una tras otra. Tal vez fueran ellas en su mayoría - o todas - culturas de las que llamamos "primitivas": culturas humildes sin otro monumento que su cosmovisión grabada en la deleznable materia de una literatura cuyos folios nadie vio nunca porque se refugian en ese lugar inasequible donde juegan las imágenes. Y han ido muriendo a nuestra vista, una tras otra, desfigurándoseles despacio los símbolos, borrándoseles los signos; sin que nadie recogiese esos testimonios, por juzgarlos inanes, infantiles, bocetos sin valor.

 

 

 

            Tuvo que pasar más tiempo aún, para que se comprendiese algo tan simple: que cada idioma es una cultura, y cada idioma un archivo viviente; y en éste una propuesta de contestación a los misterios básicos del ser. Ninguna de esas respuestas es exacta, pero en todas ellas hay algo de esa angustia del ser que busca su identidad; y por lo demás tampoco la respuesta de nuestra orgullosa cultura es exacta como lo demuestra la angustia creciente que la espesa y la pudre.

            Y la ingenuidad se perpetúa en la traducción misma, que se superpone a la traición del tiempo cernido por la memoria, por la cambiante faz de las palabras huyendo siempre de sí mismas. Pero siempre existe en esos idiomas lo que pudiéramos llamar la "perla irreductible"; aquello que resiste en los análisis a toda descomposición, y que es el logotipo de esa cultura.

            En el Paraguay durante lustros y lustros el tesoro cultural indígena inició ya su obliteración con la cultura jesuítica, obliteración inexorablemente ligada a la circunstancia histórica. No fue objeto precisamente de persecución en la colonia; pero la indiferencia puede ser científicamente tan perniciosa como aquélla.

 

 

            Durante siglos y más ese tesoro cultural ha estado a nuestra disposición, sin que nadie alargase la mano para recoger de ella sino los retazos más o menos pintorescamente desfigurados, de los cuales dijo Bertoni que habían llegado a constituir "un deporte literario" ; y que además se referían, sobre todo, si no exclusivamente, a las manifestaciones folklóricas, ya desfiguradas por innumerables trasiegos y sincretismos, del área acentuadamente mestizada.

            Tendrán que ser los paraguayos forasteros, comenzando por el paraguayísimo Bertoni, los que llamen la atención hacia estos restos de la cultura precolombina dispersos en nuestra región, atomizada en tribus y parcialidades distintas; acaso por eso mismo más curioso su estudio y rastreo. Uno tras otro los nombres de los exploradores (desconocidos, a no ser por los pocos estudiosos que van despacio apareciendo en el país) hacen lista; de Nordenskiöld a Clastres y su esposa; de Nimuendajú Unkel a Münzel y Belaieff, de Grünberg a Meliá.

            Aunque Natalicio González y Víctor Morínigo llamaran la atención en diverso tiempo hace, sobre fábulas o mitos guaraníes, nunca se les ocurrió -o no tuvieron la ocasión- de acercarse al indio para pedirle como hermano su oración a la vida. Fue quizá León Cadogan el primero. Luego se siguieron otros; pocos, siempre; que se aproximaron a la fogata del indio, para escucharle y hacerle hablar con su propia voz: Marcial Samaniego, Miguel Chase-Sardi, uno de los más empecinados a esta tarea de salvamento de la cultura indígena.

            Es mucho lo que este estudioso tenaz y entusiasta lleva hecho. Se ha aproximado al Nivaclé entre todos los indígenas, como un ser humano debe hacerlo a otro ser humano, pidiéndole su palabra, que es como pedirle el reconocimiento de la mutua, común identidad y rescata así el silencio definitivo esas palabras que encierran, simple, y a la vez inapreciable, la imagen de un Cosmos. Y en las cuales también y sin embargo a través de la intemperie de los siglos venciendo el paulatino deshojarse del árbol del cual "fluyó la palabra" original, de tanto en tanto una chispa efímera ilumina la unidad originaria de los mitos; porque el gran mito, el mito único, el Hombre, es irremediablemente igual a sí mismo en todos los pueblos.

            Salvar las palabras es salvar una cultura. Salvar una cultura no es salvar, únicamente, una fisonomía del hombre cuya arcilla se deshace a la orilla del tiempo: es también salvar una parte de nosotros mismos, de nuestra orgullosa civilización de boca ahita de palabras de amor y manos llenas de explosivos. Es recoger uno más de los miembros del despedazado Osiris.

            Chase-Sardi emprendió hace años esta tarea con los Nivaclé, con los que, al igual que otros pueblos aquí y allá en lo redondo de la tierra, se llaman a sí mismos "hombres" por antonomasia. Quizá porque, en algún tiempo ya sumergido bajo irremediables sedimentos de catástrofes, fueron los únicos supervivientes sobre una tierra apenas resucitada.

            Y así ha recogido su material. Material que se disgrega ya en el debilitado acento de los ancianos, de los últimos en conservarlo como un friso de niebla oculto en un corazón que se enfría. Y nos lo ofrece -parte de él- en esta compilación respetuosa y fiable. Relatos cosmogónicos, mitos, fábulas. Ingenuos, pensarán algunos que no tienen en cuenta que las palabras tienen también sus claves como la música; que cada una al vivir vida distinta se preña de sentidos diferentes; y que nuestro lenguaje de orgullosa riqueza, puede parecerle a ellos tan simple o tan escaso como a nosotros el suyo; porque esa riqueza o pobreza nunca serán mensurables a quién no vivió sino los propios avatares.

            Con un respeto inmenso hacía ti, Nivaclé que con tu nombre no fuiste más allá de nosotros, pero tampoco menos, en cuanto portador de una interrogante insoluble. A ti, Nivaclé, único en ti mismo como todo hombre; cazador que no ignora que la máxima caza es el hombre mismo; buscador de miel que sabes lo amargo que puede hacerse la búsqueda del simple vivir.

            Nivaclé que te sientes padre, hijo, marido, hermano, como cualquiera de nosotros; y amigo como muchos de nosotros debiéramos ser: quizá comprendas que entre tus palabras ingenuas y nuestra soberbia científica sólo existe la distancia de un mito. El mito dual odio-amor.

 

 

            Al recoger tus palabras este Samtó, al cual juzgaste digno de nombrarle "miembro del asiento de tus fogones" este Samtó repito, tal vez ayuda a salvar vuestros cuerpos; pero desde ya está ayudando a salvar vuestro espíritu. El espíritu que se llama identidad: aquello por lo cual tú, tan igual a cualquier otro hombre, eres efímeramente distinto. Salva tu trayectoria en el pasado, tu rostro en el presente, tu presencia en el futuro. Seguramente en su trabajo hay mucho saber y esfuerzo: pero hay mucho más de amor. De amor que es compartición de vida y solidaridad de destino.

            Nivaclé, hombre que en estas páginas dices lo que el mundo es para ti y lo que tú eres para el mundo: bajo las estrellas que alguna vez fueron mujeres. Estas palabras recogidas, porque has comprendido lo que es preciso que el hombre comprenda para asumir plena dignidad de tal: que aunque el Universo no sea para el hombre, el Universo existe porque el hombre es su testigo.

 

 

 

 

Presentación del libro Pequeño Decamerón Nivaclé, Asunción, 04/81, pp. 9, 10, 11.

 

 

 

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MEMORIA DE UN LENGUAJE VISUAL INDÍGENA

Recuperación de dibujos esgrafiados en tejas y ladrillos

de las Misiones Jesuíticas y Franciscanas del Paraguay. Siglos XVII y XVIII

Recopilación: OLGA BLINDER

Editado por la Missionsprokur de la Compañía de Jesús de Nürnberg-Alemania,

Representante en Paraguay: Gisela Von Thümen

Coordinación y Compilación: OLGA BLINDER

Asesoramiento y consultas: TICIO ESCOBAR Y BARTOMEU MELIÀ, S.J.

Dibujos: Colección Museo “Guido Boggiani”, Colección “Päi Tavyterä”,

Colección Lucy Yegros y Colección Nivaclé – Diseño de tapa: Gustavo Benítez.

Asunción-Paraguay, 2006/ 251 páginas.

 

 

 

 

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