¿Podría un compositor dedicar la misma música a dos mujeres? Es posible. A cada una le dirá, del modo más tierno, que es para ella. El problema vendría cuando se viese en la necesidad de confesar públicamente la identidad de la destinataria. ¿Con quién se quedaría en ese instante?.
¿Y si por ahí la obra lleva el nombre de una dama?. Queda una sola salida: encontrar dos hijas de Eva que se llamen de la misma forma. Es difícil, pero no imposible. El violinista y compositor Virgilio Centurión —nacido el 14 de enero de 1914 en Acahay según consigna el Diccionario de la Música en el Paraguay, de Luis Szarán—, halló las coincidencias necesarias para que una de sus obras tuviese nombre de mujer y fuese dedicada a dos jóvenes de su tiempo.
El primer rastro de esta historia apareció dibujado con el concepcionero Zoilo Pavón Pérez. Teléfono mediante contó que su hermana Irene Pavón Pérez era el motivo de esa melodía.
Pasaron algunas estaciones y el relato aguardaba su hora para convertirse en palabras. Por una u otra razón el encuentro se postergaba. Un secreto designio parecía interponerse entre este escribiente sabatino y el informante calificado.
—Aikuaami niko la Irene historia (Conozco el origen de la polca Irene)—, me contó la periodista Marlene Sosa Lugo. Y me dio un nombre y un apellido.
— Otraite la Irene che aikuaáva (La Irene que conozco es otra)—, le respondí.
Desde esa conversación los días para que Irene entrara a formar parte de mis relatos estaban contados.
La primera Irene —atendiendo a la secuencia cronológica de los testimonios-, es la ya mencionada Pavón Pérez, nacida en Concepción en 1916 y que hoy vive en Asunción. Su hermano Zoilo es el relator de los hechos.
“A pedido del sacerdote Ernesto Pérez (Pa ‘i Pérez), mis hermanas Digna e Irene, que tenían poco más de 15 años, en 1932, al comienzo de la guerra con Bolivia, sirvieron como enfermeras en los colegios salesianos San José y María Auxiliadora, convertidos en hospitales por imperio de las circunstancias”, narra Zoilo.
Por aquellos años Virgilio, formando parte de una orquesta, estuvo en la capital del primer departamento. Vio a Irene y le encantó. No hubo un romance ni nada parecido, pero el joven músico trajo en su corazón, ya de vuelta a Asunción, el recuerdo de aquella dulce hija del norte.
A mediados de 1933 Irene Pavón Pérez se trasladó a la capital donde ya estaba su hermano Victoriano, que hacía su conscripción militar en el Arsenal de la Marina y sería luego un relevante técnico de su arma.
Victoriano iba a la casa donde vivía su hermana acompañado por su camarada José Daniel Trinidad que al poco tiempo se convirtió en novio de Irene, casándose con ella más adelante.
“Una vez, de novios, se fueron a un concierto en el teatro Municipal. Era todavía durante la guerra. Virgilio tocaba en la orquesta y, en un momento dado se dirigió al novio y le pidió autorización para ejecutar la polca que había escrito inspirido en ella. Mi cuñado aceptó gustoso y pudieron escuchar por primera vez la composición. Daniel me contó que asó ocurrió”, rememora Pavón Pérez.
La obra era solo instrumental. En 1936 Mauricio Cardozo Ocampo le puso letra. El conjunto de Virgilio Centurión la grabaría en el sella Amambay con la voz de Fernando Valenzuela, según consigna Cardozo Ocampo (1).
Poco antes de que dejaran de sonar los cañones en el Chaco Boreal, Virgilio Centurión encontró a la otro Irene… a quien conoceremos en el próximo capítulo.
(1) Cardozo Ocampo, Mauricio.
Mis bodas de oro con el Folklore (Memorias de un pychaí) .
Asunción, 1980
Fuente: Zoilo Pavón Pérez.
IRENE
Angel de mi amor yo te cantaré,
con hondo fervor, mi canción de fe
melódico son que alegra mi vida
llenando de dicha mi amante corazón.
Muchacha gentil de mi ensoñación
muy cerca de ti rezo mi oración
y al mundo diré en alas del viento
todo lo que siento, todo mi querer.
La delicia de nuestro amor
es un sueño de dicha sin fin.
Son tus labios panales de miel
y tus manos de rosa y jazmín.
El embrujo de tu mirar
me subyuga con honda pasión.
Eres tú la mujer ideal,
ángel de mi amor.
En pos de tu amor, yo contigo iré,
No hay sueño mejor que nuestro querer.
Un mundo feliz que fue nuestro anhelo
hoy de dicha pleno brilla en su esplendor, al fin.
El músico y compositor Virgilio Centurión dedicó, inicialmente Irene a Irene Pavón Pérez. Ella escuchó por primera vez la composición en el Teatro Municipal en compañía de quien entonces era su novio y luego sería su marido, José Daniel Trinidad.
Aquí pudo haber acabado ya la historia de esta obra instrumental a la que en 1936 Mauricio Cardozo Ocampo puso letra. Virgilio, sin embargo, andando, encontró a su paso otra Irene a quien también dijo haber sido la inspiradora de esa obra.
La periodista Marlene Sosa Lugo fue quien me proporcionó el dato inicial. Sus pistas me condujeron hasta la poetisa Graciela Martínez, quien, a su vez, me remitió a Eustaquio Martínez (76), ex funcionario de lo que fue la Liga Paraguaya de Fútbol, hermano de la segunda Irene.
“Estaba a punto de acabar la guerra con Bolivia, en 1935. Mi primo Cándido Galeano hacía su conscripción militar en la Banda de Policía donde estaba Virgilio Centurión, violinista. Nosotros vivíamos cerca del puerto, en Presidente Franco y Garibaldi. Allí venían los dos a comer en casa y a pasar con nosotros sus ratos libres”, recuerda Eustaquio.
En ese tiempo fue que Virgilio conoció a Irene Medina, hermana de nuestro informante, quien aclara que no llevaba el mismo apellido de ella por tener un padre diferente.
“La relación entre mi hermana y el músico no fue nada serio por lo que yo entonces pude percibir. Se miraban y simpatizaban, pero la cosa no pasó a mayores. Oñemboki hese Virgilio. Ella era una criatura casi: tendría 14 años más o menos”, continúa relatando.
“Un día él llegó a nuestra casa, sacó su instrumento y comenzó a tocar una pieza que antes no habíamos escuchado nosotros. Era muy alegre, muy linda. Cuando concluyó y paró, le dijo a Irene, quien le había estado escuchando, que la polca llevaba su nombre y que la había escrito pensando en ella. Mi hermana se emocionó en ese instante”, acota Eustaquio Martínez.
“En la década de 1950 se difundió mucho esa música. Se escuchaba en la radio y en las fiestas. Era bastante popular podría decirse. Al parecer los intérpretes la apreciaban y ponían en su repertorio con frecuencia”, sigue diciendo Eustaquio, para señalar luego que su hermana murió en Asunción en 1995.
En cuanto a los vínculos de la familia con Virgilio Centurión, indica que los mismos se cortaron cuando su primo Cándido terminó su servicio militar. Se acabaron, entonces, las visitas y el músico tuvo que haber tomado otros rumbos.
“En la revolución de 1947 volvimos a encontrarnos en Concepción. Los dos éramos revolucionarios y queríamos que hubiera un cambio en nuestro país. Por eso peleamos uno al lado de otro. El me preguntaba si qué se había hecho de mi hermana Irene y yo le contaba lo que había sucedido con ella que se había casado con un hombre de apellido Ruiz Díaz, del cual enviudaría años más tarde”, rememora.
¿Habrá escuchado Eustaquio Martínez o su hermana que Virgilio Centurión le había dedicado la misma polca a la concepcionera Irene Pavón Pérez? “No, ni yo ni otros miembros de mi familia, por entonces, escuchamos eso”, concluye.