MARITO

Por LUIS BAREIRO

lbareiro@uhora.com.py

Salvo por un brevísimo paréntesis de cinco años, nací, crecí y alcancé medio siglo de vida bajo gobiernos colorados. No debe haber mucha gente en el mundo a la que le pase eso. Prácticamente todo lo público que conozco es obra de un mismo partido, y casi todo está torcido, funciona mal o fue concebido exclusivamente para repartir cargos, conceder privilegios o amañar licitaciones para correligionarios, familiares y amigos.

Es lógico pues que jamás vote a un colorado. Con cincuenta años a cuestas, nadie puede convencerme ya de que la matriz política del cachivache que tenemos por Estado puede cambiar sin pasar antes por una o dos décadas de llanura. Lamentablemente, el modelo es un virus que se ha replicado con fuerza en los otros partidos. Ciertamente, es difícil encontrar una opción que entusiasme; pero, ante la duda, prefiero seguir apostando a la alternancia, acaso con la cándida esperanza de que la derrota depure finalmente los cuadros republicanos. Como sea, tras cada elección, intento superar mi desconfianza natural hacia toda administración colorada y apuntar hacia aquellos cambios que considero son absolutamente necesarios y urgentes, independientemente de quién o quiénes los deban llevar a cabo. En democracia, los bueyes que elige la mayoría son aquellos con los que debemos arar, nos gusten o no.

Así apareció Marito, el hijo del secretario privado del dictador, un joven legislador que, irónicamente, cobró relevancia encabezando la resistencia colorada ante los intentos megalómanos del entonces presidente Horacio Cartes de torcer la Constitución —en complicidad con la misma izquierda que ahora supuestamente le provoca espanto— para quedar habilitado a un nuevo periodo. Para una democracia débil como la nuestra, sostenida por instituciones endebles y fácilmente corrompibles, los recursos ilimitados del tabacalero representan quizás el mayor peligro desde la desaparición del polémico general Oviedo. Nada resulta tan perturbador como constatar el control creciente de los diferentes organismos del Estado y de medios de comunicación por parte de un político al que las reglas y las instituciones le importan nada, un hombre que lidera un imperio construido sobre la base de un negocio gris, la producción gigantesca de cigarrillos que terminan vendiéndose en el mercado negro.

Fue la resistencia a Cartes la que engendró a Marito, y la que le permitió llegar al poder por un escasísimo margen. ¿Qué podíamos esperar de él? Debo decir que, tras la resignación ante una nueva victoria colorada, no pocos quisimos ver en ese joven político —de familia stronista, ciertamente, pero de un discurso aparentemente democrático— alguna posibilidad de cambio. La ilusión, sin embargo, se fue apagando aceleradamente.

Todo el discurso sobre combatir a la corrupción se fue por el excusado desde el momento en que a los amigos y aliados se les permitió renunciar a sus cargos, cuando que los escándalos en los que se vieron envueltos ameritaban su destitución en una purga pública. El fracaso absoluto en la promesa de transformar la educación y la pésima gestión para conseguir las anheladas vacunas contra el Covid-19 terminaron por hundir su imagen.

El jueves, en su informe anual de gestión, daba pena. Casi nada queda de aquel joven que hizo del combate a Cartes su carta de triunfo. Hoy su misma permanencia en el cargo depende del tabacalero. No es más que otra pieza en el tablero político del gran financista republicano.

Los próximos dos años serán agónicos. No creo que haya un juicio político. El Partido Colorado no le hace eso a los suyos, lo de Cubas-Oviedo fue excepcional. Lo que veremos será más de lo mismo. Ningún cambio de fondo, solo la inercia de los días hasta la próxima elección. Y luego Marito solo será el recuerdo de otra oportunidad perdida. Y yo seguiré esperando la alternancia, aunque nada me entusiasme demasiado en la vereda de enfrente.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

www.ultimahora.com

Sección OPINIÓN

Domingo, 04 de Julio de 2021

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